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sábado, 15 de junio de 2013

Danilo el desdichado

En la ciudad de Kiev tenía nuestro príncipe Vladímir muchos servidores y campesinos. También había cerca de su persona un cortesano llamado Danilo el Desdichado.
Llegaba el domingo, y el príncipe Vladímir ofrecía una copa de vodka a cada uno de los presentes, pero a Danilo le pegaba de puñadas. Llegaba una fiesta de guardar, y el príncipe repartía recompensas, pero a Danilo nunca le daba nada.
La víspera de un Domingo de Resurrección, siendo Sábado de Gloria, llamó el príncipe Vladímir a Danilo el Desdichado y, poniendo en sus manos cuarenta veces cuarenta martas cebellinas, le mandó confeccionar con ellas un abrigo para el día siguiente. Las pieles estaban sin sobar, los botones sin fundir y las presillas sin trenzar, siendo orden del príncipe que los botones figurasen animales del bosque y las presillas aves de ultramar.
Danilo puso manos a la obra, pero pronto abandonó aquella labor, desesperado al ver que no podría darle cima. Salió de su casa y echó a andar a ciegas, llorando a todo llorar. Así caminaba cuando se cruzó con una vieja revieja.
-¡Cuidado, Danilo, no te coman las lágrimas! ¿Por qué lloras de esa manera, Desdichado?
-¡Anda ya, vieja pedorra, que tienes el trasero c... y de granos plagado! ¡Lárgate y no me fastidies!
Pero a los pocos pasos pensó: «¿Por qué le habré dicho esas groserías?» Y volvió hacia ella con estas palabras:
-¡Abuelita, buena mujer! Perdóname, pero es que tengo un gran pesar. El príncipe Vladímir me ha entregado cuarenta veces cuarenta pieles de martas cebellinas sin sobar, y es orden suya que mañana haya confeccionado yo un abrigo con ellas. Los botones han de ser muchos y fundidos; las presillas de seda, y trenzadas. Los botones deben tener incrustados leones de oro y las presillas deben figurar aves de ultramar que canten y gorjeen. ¿De dónde voy a sacar todo eso? Prefiero pasarme el tiempo echando unas copas.
Le contestó la vieja revieja:
-¡Ah! Conque ahora me vienes con «abuelita» y «buena mujer», ¿eh? En fin... Escucha: llégate hasta el mar azul y aguarda al pie de un roble carcomido. Al dar la medianoche se agitará el mar azul y de él saldrá Chudo-Yudo, engendro del mar, sin brazos, sin piernas, pero con barba gris. Tú agárrale de la barba y golpéale hasta que te pregunte: «¿Por qué me pegas, Danilo el Desdichado?» Tú le contestas entonces: «Quiero que la Doncella-cisne aparezca ante mí. Quiero que entre sus plumas se trasluzca el cuerpo, que a través del cuerpo se transparenten los huesos y que por los huesos se vea correr el tuétano como perlas ensartadas.»
Danilo el Desdichado se llegó hasta el mar azul y aguardó al pie de un roble carcomido. Al dar la medianoche se agitó el mar azul, y de él salió Chudo-Yudo, engendro del mar, sin brazos, sin piernas, pero con barba gris. Le agarró Danilo por aquella barba, y empezó a golpearle contra la tierra húmeda:
-¿Por qué me pegas, Danilo el Desdichado? -preguntó Chudo-Yudo.
-Te pego porque deseo que hagas aparecer ante mí a la Doncella-cisne. Quiero que entre sus plumas se trasluzca el cuerpo, que a través del cuerpo se transparenten los huesos y que por los huesos se vea correr el tuétano como perlas ensartadas.
Al poco llegó por las aguas la Doncella-cisne y salió a la orilla hablando de esta manera:
-¿Qué hay, Danilo el Desdichado? ¿Escapas de algún menester o buscas algún quehacer?
-¡Ay, Doncella-cisne! Tanto escapo de un menester como busco cierto quehacer. El príncipe Vladímir me ha mandado confeccionar un abrigo de pieles. Pero las pieles están sin sobar, los botones sin fundir y las presillas sin trenzar.
-¿Te casarías conmigo, Danilo? Si te casas, todo tendrá hechura.
Danilo se puso a reflexionar: «¿Cómo me caso yo con ella?»
-Bueno, Danilo, ¿en qué piensas?
-Está bien: me casaré contigo.
Ella agitó las alas, sacudió la cabecita y aparecieron doce mozos -todos carpinteros, serradores, albañiles, que pusieron manos a la obra y en un instante hubieron construido una casa.
Danilo tomó la mano diestra de la Doncella-cisne, la besó en los dulces labios y la condujo a los bellos aposentos. Se sentaron a la mesa. Allí comieron y bebieron, allí se solazaron y allí mismo se desposaron.
-Ahora, Danilo, duerme, reposa y desecha tu pesar, que encontrarás lista cada cosa al despertar.
Ella misma le acomodó en el lecho y luego salió al porche de cristal. Agitó, las alas, sacudió la cabecita y dijo:
-Bátiushka, querido: mándame a tus menestrales.
Y surgieron doce mozos preguntando:
-Doncella-cisne, ¿qué nos ordenas?
-Habéis de confeccionarme un abrigo de pieles. Las martas están sin sobar, los botones sin fundir y las presillas sin trenzar.
Los mozos pusieron manos a la obra. Unos sobaban y cosían las pieles. Otros fundían y forjaban los botones, los de más allá trenzaban las presillas... En un momento quedó confeccionado un maravilloso abrigo de pieles.
La Doncella-cisne fue a despertar a Danilo el Desdichado.
-Levanta, amado mío. El abrigo está listo, y en Kiev, la ciudad del príncipe Vladímir, han echado a vuelo las campanas. Hora es de que te alhajes para asistir a la misa.
Danilo se levantó, se puso el abrigo de pieles y salió de la casa.
La Doncella-cisne se asomó a una ventana y le detuvo para entregarle un báculo de plata con esta recomendación:
-Al salir de misa, pégate con este báculo en el pecho: las avecillas gorjearán alegremente, los leones rugirán con firmeza. Quítate entonces el abrigo de los hombros y pónselo al príncipe Vladímir al instante para que no se olvide de nosotros. Te invitará a su palacio y te ofrecerá una copa. Tú no apures la copa, porque si la apuras, nunca conocerás ya venturas. Además, no te jactes de mis artes jamás ni vayas a presumir de que una noche bastó para hacer construir la casa donde vivimos tú y yo.
Danilo empuñó el báculo y echó a andar. Pero ella le hizo volver de nuevo para darle tres huevos de Pascua -dos de plata y uno de oro- con esta advertencia:
-Los de plata se los ofreces al príncipe y la princesa para celebrar la Pascua. El de oro está destinado a quien pase la vida a tu lado.
Danilo el Desdichado le dijo adiós y se marchó a misa.
Al verle, toda la gente se aspaventaba:
-¡Qué diligente es Danilo! Ha hecho el abrigo a tiempo para la fiesta...
Terminado el oficio, Danilo se acercó al príncipe y la princesa para felicitarlos y obsequiarlos con motivo de la Pascua, pero con los huevos de plata sacó también sin querer el de oro.
Y lo vio Aliosha Popóvich, el galante burlador.
Cuando la gente salía ya de la iglesia, Danilo el Desdichado se pegó en el pecho con el báculo de plata: las avecillas empezaron a gorjear y los leones a rugir. Todos quedaron admirados, contem-plando a Danilo.
Entonces Aliosha Popóvich, el galante burlador, se vistió de pordiosero tullido y se puso a pedir limosna. Todos le daban algo, y únicamente Danilo el Desdichado se preguntaba, confuso: «¿Qué le daría yo? No tengo nada.» Conque, por ser una fiesta tan sonada, le dio el huevo de oro.
Aliosha Popóvich, el galante burlador, tomó el huevo de oro y corrió a ponerse su ropa de siempre.
El príncipe Vladímir invitó a su mesa a todos los presentes.
Cada cual comió, bebió y se solazó. Luego empezaron a jactarse a más y mejor. También a Danilo, de tanto beber, le dio por jactarse de su mujer. Aliosha Popóvich, el galante burlador, empezó a presumir delante de todos de que él conocía a la mujer de Danilo. Entonces dijo Danilo:
-Si es cierto que conoces a mi mujer, que me corten la cabeza; si no es cierto, te la cortarán a ti.
Aliosha salió de allí y echó a andar, llorando, sin saber adónde iba. En esto se encontró con una vieja revieja, que le preguntó:
-¿Por qué lloras, Aliosha Popóvich?
-¡Lárgate, vieja pedorra, y déjame en paz!
-Bien está. Pero te advierto que tú me necesitarás.
Entonces empezó él a preguntarle:
-Abuelita, querida, ¿qué ibas a decirme?
-¡Ah! Conque ahora soy «abuelita querida», ¿eh?
-Verás: me he jactado de que conozco a la mujer de Danilo y...
-¡Huy...! ¿Cómo ibas a conocerla, hombre? Para llegar hasta ella hace falta tener muchas campanillas. Mira: ve a su casa y dile que está invitada a almorzar en el palacio del príncipe. Cuando se ponga a lavarse y a vestirse, dejará cerca de la ventana una cadena que lleva al cuello. Tú cógela y luego se la enseñas a Danilo el Desdichado.
Aliosha llegó hasta la ventana de la Doncella-cisne y le dijo que estaba invitada a almorzar en casa del príncipe. Ella empezó a lavarse y a vestirse para acudir al festín. Aliosha sustrajo entonces la cadena y corrió a palacio para enseñársela a Danilo el Desdichado.
-Príncipe Vladímir -dijo Danilo: ya veo que habré de perder la cabeza. Pero, antes, dadme la venia para acercarme a casa y despedirme de mi esposa.
Así que llegó a su casa, le dijo a su mujer:
-¡Ay, Doncella-cisne! ¡Pobre de mí! Me he jactado estando bebido, y ahora la vida he perdido.
-Lo sé todo, Danilo. Invita tú ahora al príncipe, a la princesa y a todos los habitantes de la ciudad. Si el príncipe rehusa con el pretexto del polvo o del barro, de que los caminos son malos, el mar está inquieto y hay muchos lodazales, dile que no tema. Dile al príncipe Vladímir que se han construido sólidos puentes sobre los ríos, con aceras de roble, alfombrados de paño encarnado y ensamblados con tochos templados; que no se le mancharán las botas ni al más gallardo, ni se ensuciará los casos ningún caballo.
Danilo el Desdichado fue dé este modo a hacer las invitaciones. Mientras, la Doncella-cisne salió al porche, agitó las alas, movió la cabecita, y al instante quedó tendido, desde su casa hasta los aposentos del príncipe Vladímir, un puente todo alfombrado de paño encarnado y ensamblado con tochos templados. A un lado había flores y cantaban ruiseñores; al otro había manzanos en flor y frutos en sazón.
El príncipe y la princesa se pusieron, pues, en camino con todo su séquito. Llegaron al primer río, y era de cerveza. A su orilla quedaron muchos soldados tumbados.
Llegaron a otro río, y era de dulce hidromiel. Más de la mitad de la valerosa tropa bebió en él, haciéndole honor, y allí se quedó.
El tercer río que encontraron era de vino añejo y todos se admiraron. Fueron los oficiales esta vez los que se emborracharon saciando su sed.
El cuarto y último río acarreaba vodka, más fuerte aún que el vino del otro. El príncipe miró en torno suyo: de los generales, no quedaba en pie ni uno.
El príncipe y su esposa se encontraron así sin más séquito que Danilo el Desdichado y el galante burlador Aliosha Popóvich.
Los nobles invitados llegaron por fin a la casa y entraron en los lujosos aposentos, donde les esperaban mesas de arce, manteles de seda y sillas pintadas. Se sentaron a la mesa. Había muchos y variados manjares. Las bebidas de ultramar no eran servidas en frascos ni en garrafas, sino que corrían a raudales. Pero el príncipe Vladímir y su esposa no bebían ni comían nada esperando a que saliera la Doncella-cisne para verla por fin.
Allí se pasaron mucho tiempo, espera que te espera, hasta que fue hora de emprender el regreso. Danilo el Desdichado mandó recado a la Doncella-cisne una vez, y otra, y otra... Pero ella no acudió.
-Si mi esposa me hiciera esto a mí -dijo Aliohsa Popóvich, el galante burlador, ya le enseñaría yo a obedecerme.
La Doncella-cisne que le oyó, salió al porche murmurando:
-Así es como hay que enseñar a los maridos.
Agitó las alas, movió un poco la cabecita, remontó el vuelo y desapareció.
Los invitados se encontraron entonces en medio de un pantano, con el mar a un lado, al otro el malhado, por delante musgo y detrás un susto. El príncipe tuvo que dejar sus humos y aceptar que Danilo le llevase a lomos. Cuando al fin volvieron a la fortaleza, iban enlodados de pies a cabeza.
Quise yo entonces hacer reverencia al príncipe y la princesa. Pero no me dejaron ni asomar la testa. Escapé por una puerta excusada, con toda la espalda desollada.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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