En la
ciudad de Kiev tenía nuestro príncipe Vladímir muchos servidores y campesinos.
También había cerca de su persona un cortesano llamado Danilo el Desdichado.
Llegaba
el domingo, y el príncipe Vladímir ofrecía una copa de vodka a cada uno de los
presentes, pero a Danilo le pegaba de puñadas. Llegaba una fiesta de guardar, y
el príncipe repartía recompensas, pero a Danilo nunca le daba nada.
La
víspera de un Domingo de Resurrección, siendo Sábado de Gloria, llamó el
príncipe Vladímir a Danilo el Desdichado y, poniendo en sus manos cuarenta
veces cuarenta martas cebellinas, le mandó confeccionar con ellas un abrigo
para el día siguiente. Las pieles estaban sin sobar, los botones sin fundir y
las presillas sin trenzar, siendo orden del príncipe que los botones figurasen
animales del bosque y las presillas aves de ultramar.
Danilo
puso manos a la obra, pero pronto abandonó aquella labor, desesperado al ver
que no podría darle cima. Salió de su casa y echó a andar a ciegas, llorando a
todo llorar. Así caminaba cuando se cruzó con una vieja revieja.
-¡Cuidado,
Danilo, no te coman las lágrimas! ¿Por qué lloras de esa manera, Desdichado?
-¡Anda
ya, vieja pedorra, que tienes el trasero c... y de granos plagado! ¡Lárgate y
no me fastidies!
Pero a
los pocos pasos pensó: «¿Por qué le habré dicho esas groserías?» Y volvió hacia
ella con estas palabras:
-¡Abuelita,
buena mujer! Perdóname, pero es que tengo un gran pesar. El príncipe Vladímir
me ha entregado cuarenta veces cuarenta pieles de martas cebellinas sin sobar,
y es orden suya que mañana haya confeccionado yo un abrigo con ellas. Los
botones han de ser muchos y fundidos; las presillas de seda, y trenzadas. Los
botones deben tener incrustados leones de oro y las presillas deben figurar
aves de ultramar que canten y gorjeen. ¿De dónde voy a sacar todo eso? Prefiero
pasarme el tiempo echando unas copas.
Le
contestó la vieja revieja:
-¡Ah!
Conque ahora me vienes con «abuelita» y «buena mujer», ¿eh? En fin... Escucha:
llégate hasta el mar azul y aguarda al pie de un roble carcomido. Al dar la
medianoche se agitará el mar azul y de él saldrá Chudo-Yudo, engendro del mar, sin brazos, sin piernas, pero con
barba gris. Tú agárrale de la barba y golpéale hasta que te pregunte: «¿Por qué
me pegas, Danilo el Desdichado?» Tú le contestas entonces: «Quiero que la Doncella-cisne
aparezca ante mí. Quiero que entre sus plumas se trasluzca el cuerpo, que a
través del cuerpo se transparenten los huesos y que por los huesos se vea
correr el tuétano como perlas ensartadas.»
Danilo el
Desdichado se llegó hasta el mar azul y aguardó al pie de un roble carcomido.
Al dar la medianoche se agitó el mar azul, y de él salió Chudo-Yudo, engendro
del mar, sin brazos, sin piernas, pero con barba gris. Le agarró Danilo por
aquella barba, y empezó a golpearle contra la tierra húmeda:
-¿Por qué
me pegas, Danilo el Desdichado? -preguntó Chudo-Yudo.
-Te pego
porque deseo que hagas aparecer ante mí a la Doncella-cisne. Quiero
que entre sus plumas se trasluzca el cuerpo, que a través del cuerpo se
transparenten los huesos y que por los huesos se vea correr el tuétano como
perlas ensartadas.
Al poco
llegó por las aguas la
Doncella-cisne y salió a la orilla hablando de esta manera:
-¿Qué
hay, Danilo el Desdichado? ¿Escapas de algún menester o buscas algún quehacer?
-¡Ay,
Doncella-cisne! Tanto escapo de un menester como busco cierto quehacer. El
príncipe Vladímir me ha mandado confeccionar un abrigo de pieles. Pero las
pieles están sin sobar, los botones sin fundir y las presillas sin trenzar.
-¿Te
casarías conmigo, Danilo? Si te casas, todo tendrá hechura.
Danilo se
puso a reflexionar: «¿Cómo me caso yo con ella?»
-Bueno,
Danilo, ¿en qué piensas?
-Está
bien: me casaré contigo.
Ella
agitó las alas, sacudió la cabecita y aparecieron doce mozos -todos
carpinteros, serradores, albañiles, que pusieron manos a la obra y en un
instante hubieron construido una casa.
Danilo
tomó la mano diestra de la
Doncella-cisne , la besó en los dulces labios y la condujo a
los bellos aposentos. Se sentaron a la mesa. Allí comieron y bebieron, allí se
solazaron y allí mismo se desposaron.
-Ahora,
Danilo, duerme, reposa y desecha tu pesar, que encontrarás lista cada cosa al
despertar.
Ella
misma le acomodó en el lecho y luego salió al porche de cristal. Agitó, las
alas, sacudió la cabecita y dijo:
-Bátiushka,
querido: mándame a tus menestrales.
Y
surgieron doce mozos preguntando:
-Doncella-cisne,
¿qué nos ordenas?
-Habéis
de confeccionarme un abrigo de pieles. Las martas están sin sobar, los botones
sin fundir y las presillas sin trenzar.
Los mozos
pusieron manos a la obra. Unos sobaban y cosían las pieles. Otros fundían y
forjaban los botones, los de más allá trenzaban las presillas... En un momento
quedó confeccionado un maravilloso abrigo de pieles.
-Levanta,
amado mío. El abrigo está listo, y en Kiev, la ciudad del príncipe Vladímir,
han echado a vuelo las campanas. Hora es de que te alhajes para asistir a la
misa.
Danilo se
levantó, se puso el abrigo de pieles y salió de la casa.
-Al salir
de misa, pégate con este báculo en el pecho: las avecillas gorjearán
alegremente, los leones rugirán con firmeza. Quítate entonces el abrigo de los
hombros y pónselo al príncipe Vladímir al instante para que no se olvide de
nosotros. Te invitará a su palacio y te ofrecerá una copa. Tú no apures la
copa, porque si la apuras, nunca conocerás ya venturas. Además, no te jactes de
mis artes jamás ni vayas a presumir de que una noche bastó para hacer construir
la casa donde vivimos tú y yo.
Danilo
empuñó el báculo y echó a andar. Pero ella le hizo volver de nuevo para darle
tres huevos de Pascua -dos de plata y uno de oro- con esta advertencia:
-Los de
plata se los ofreces al príncipe y la princesa para celebrar la Pascua. El de oro está
destinado a quien pase la vida a tu lado.
Danilo el
Desdichado le dijo adiós y se marchó a misa.
Al verle,
toda la gente se aspaventaba:
-¡Qué
diligente es Danilo! Ha hecho el abrigo a tiempo para la fiesta...
Terminado
el oficio, Danilo se acercó al príncipe y la princesa para felicitarlos y
obsequiarlos con motivo de la
Pascua , pero con los huevos de plata sacó también sin querer
el de oro.
Y lo vio
Aliosha Popóvich, el galante burlador.
Cuando la
gente salía ya de la iglesia, Danilo el Desdichado se pegó en el pecho con el
báculo de plata: las avecillas empezaron a gorjear y los leones a rugir. Todos
quedaron admirados, contem-plando a Danilo.
Entonces
Aliosha Popóvich, el galante burlador, se vistió de pordiosero tullido y se
puso a pedir limosna. Todos le daban algo, y únicamente Danilo el Desdichado se
preguntaba, confuso: «¿Qué le daría yo? No tengo nada.» Conque, por ser una
fiesta tan sonada, le dio el huevo de oro.
Aliosha
Popóvich, el galante burlador, tomó el huevo de oro y corrió a ponerse su ropa
de siempre.
El
príncipe Vladímir invitó a su mesa a todos los presentes.
Cada cual
comió, bebió y se solazó. Luego empezaron a jactarse a más y mejor. También a
Danilo, de tanto beber, le dio por jactarse de su mujer. Aliosha Popóvich, el
galante burlador, empezó a presumir delante de todos de que él conocía a la
mujer de Danilo. Entonces dijo Danilo:
-Si es
cierto que conoces a mi mujer, que me corten la cabeza; si no es cierto, te la
cortarán a ti.
Aliosha
salió de allí y echó a andar, llorando, sin saber adónde iba. En esto se
encontró con una vieja revieja, que le preguntó:
-¿Por qué
lloras, Aliosha Popóvich?
-¡Lárgate,
vieja pedorra, y déjame en paz!
-Bien
está. Pero te advierto que tú me necesitarás.
Entonces
empezó él a preguntarle:
-Abuelita,
querida, ¿qué ibas a decirme?
-¡Ah!
Conque ahora soy «abuelita querida», ¿eh?
-Verás:
me he jactado de que conozco a la mujer de Danilo y...
-¡Huy...!
¿Cómo ibas a conocerla, hombre? Para llegar hasta ella hace falta tener muchas
campanillas. Mira: ve a su casa y dile que está invitada a almorzar en el
palacio del príncipe. Cuando se ponga a lavarse y a vestirse, dejará cerca de
la ventana una cadena que lleva al cuello. Tú cógela y luego se la enseñas a
Danilo el Desdichado.
Aliosha
llegó hasta la ventana de la
Doncella-cisne y le dijo que estaba invitada a almorzar en
casa del príncipe. Ella empezó a lavarse y a vestirse para acudir al festín.
Aliosha sustrajo entonces la cadena y corrió a palacio para enseñársela a
Danilo el Desdichado.
-Príncipe
Vladímir -dijo Danilo: ya veo que habré de perder la cabeza. Pero, antes,
dadme la venia para acercarme a casa y despedirme de mi esposa.
Así que
llegó a su casa, le dijo a su mujer:
-¡Ay,
Doncella-cisne! ¡Pobre de mí! Me he jactado estando bebido, y ahora la vida he
perdido.
-Lo sé
todo, Danilo. Invita tú ahora al príncipe, a la princesa y a todos los
habitantes de la ciudad. Si el príncipe rehusa con el pretexto del polvo o del
barro, de que los caminos son malos, el mar está inquieto y hay muchos
lodazales, dile que no tema. Dile al príncipe Vladímir que se han construido
sólidos puentes sobre los ríos, con aceras de roble, alfombrados de paño
encarnado y ensamblados con tochos templados; que no se le mancharán las botas
ni al más gallardo, ni se ensuciará los casos ningún caballo.
Danilo el
Desdichado fue dé este modo a hacer las invitaciones. Mientras, la Doncella-cisne
salió al porche, agitó las alas, movió la cabecita, y al instante quedó
tendido, desde su casa hasta los aposentos del príncipe Vladímir, un puente
todo alfombrado de paño encarnado y ensamblado con tochos templados. A un lado
había flores y cantaban ruiseñores; al otro había manzanos en flor y frutos en
sazón.
El
príncipe y la princesa se pusieron, pues, en camino con todo su séquito.
Llegaron al primer río, y era de cerveza. A su orilla quedaron muchos soldados
tumbados.
Llegaron
a otro río, y era de dulce hidromiel. Más de la mitad de la valerosa tropa
bebió en él, haciéndole honor, y allí se quedó.
El tercer
río que encontraron era de vino añejo y todos se admiraron. Fueron los
oficiales esta vez los que se emborracharon saciando su sed.
El cuarto
y último río acarreaba vodka, más fuerte aún que el vino del otro. El príncipe
miró en torno suyo: de los generales, no quedaba en pie ni uno.
El
príncipe y su esposa se encontraron así sin más séquito que Danilo el
Desdichado y el galante burlador Aliosha Popóvich.
Los
nobles invitados llegaron por fin a la casa y entraron en los lujosos
aposentos, donde les esperaban mesas de arce, manteles de seda y sillas
pintadas. Se sentaron a la mesa. Había muchos y variados manjares. Las bebidas
de ultramar no eran servidas en frascos ni en garrafas, sino que corrían a
raudales. Pero el príncipe Vladímir y su esposa no bebían ni comían nada
esperando a que saliera la
Doncella-cisne para verla por fin.
Allí se
pasaron mucho tiempo, espera que te espera, hasta que fue hora de emprender el
regreso. Danilo el Desdichado mandó recado a la Doncella-cisne una
vez, y otra, y otra... Pero ella no acudió.
-Si mi
esposa me hiciera esto a mí -dijo Aliohsa Popóvich, el galante burlador, ya le
enseñaría yo a obedecerme.
-Así es
como hay que enseñar a los maridos.
Agitó las
alas, movió un poco la cabecita, remontó el vuelo y desapareció.
Los
invitados se encontraron entonces en medio de un pantano, con el mar a un lado,
al otro el malhado, por delante musgo y detrás un susto. El príncipe tuvo que
dejar sus humos y aceptar que Danilo le llevase a lomos. Cuando al fin
volvieron a la fortaleza, iban enlodados de pies a cabeza.
Quise yo
entonces hacer reverencia al príncipe y la princesa. Pero no me dejaron ni
asomar la testa. Escapé por una puerta excusada, con toda la espalda desollada.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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