Erase una
vieja que era una hechicera espantosa.
Tenía una
hija y una nieta.
Cuando le
llegó la hora de morir, llamó a su hija y le habló así:
-Escucha,
hija mía: cuando me muera, no debes lavar mi cuerpo con agua tibia, sino llenar
un caldero de agua y, así que hierva a borbotones, escaldarme toda con ella.
La
hechicera duró un par de días aún y luego se murió. La hija fue a casa de unas
vecinas a pedirles que la ayudaran a lavar y amortajar a la vieja.
En la
casa quedó sola la nieta pequeña. En esto vio salir de debajo de la estufa dos
diablos, uno grande y el otro muy pequeñito. Se acercaron corriendo a la
hechicera muerta. El diablo grande la agarró de los pies, tiró y le arrancó
toda la piel de un golpe. Luego dijo al pequeño:
-Tú
agarra la carne y llévatela debajo de la estufa.
El diablo
pequeño agarró la carne a brazadas y se la llevó debajo de la estufa. Cuando no
quedó más que la piel de la vieja, el diablo se metió dentro y se acostó en el
mismo sitio donde antes estaba la hechicera.
Volvió la
hija de la hechicera con unas cuantas mujeres para amortajar a la difunta.
-Mamá
-dijo la niña-, mientras tú no estabas, le han quitado la piel a la abuela.
-¿Qué
mentiras son ésas?
-Es
verdad, mamá: salió de debajo de la estufa uno así, muy negro, le arrancó la
piel y luego se metió él dentro.
-¡Calla,
bribona! ¡Pero qué cosas se inventa! -gritó la hija de la hechicera.
Luego
trajo un caldero grande, lo llenó de agua y lo puso al fuego y esperó a que
hirviera a borbotones. Las mujeres alzaron a la vieja, la acostaron en una
artesa y le vertieron encima toda el agua hirviendo de golpe.
El diablo
no pudo soportarlo, se tiró abajo de la artesa, corrió a la puerta y
desapareció con piel y todo.
Las
mujeres se quedaron como quien ve visiones: ya no tenían a quien amortajar ni a
quien enterrar. Los demonios se la habían llevado delante de sus propios ojos.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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