Eranse un
hombre y una mujer que vivían en una aldea, siempre contentos, en paz y
armonía. Todos los vecinos los envidiaban y a las buenas gentes se les alegraba
el corazón de verlos.
La mujer
se quedó preñada, trajo un hijo al mundo y murió del parto. El pobre hombre
lloró y lo sintió mucho, sobre todo pensando en la criatura: sin la madre,
¿cómo iba ahora a alimentarla y a criarla? De manera que buscó a una vieja para
cuidarla: al fin y al cabo, estaría mejor atendida.
Pero
entonces sucedió un hecho curioso. El niño se pasaba el día sin aceptar ningún
alimento, llorando horas y horas desconsolada-mente; pero cuando llegaba la
noche, dormía callada y plácidamente, como si no hubiera niño en la casa.
-¿Por qué
será? -se preguntaba la vieja. Esta noche me quedaré en vela a ver si me
entero.
Conque,
justo a la medianoche, oyó que alguien abría la puerta con mucho cuidado y se
acercaba a la cuna. La criatura se calmó como si estuviera mamando. A la
segunda noche ocurrió lo mismo y a la tercera también.
La vieja
se lo contó al padre, que llamó a sus parientes para pedirles consejo. Entre
todos decidieron pasarse una noche sin dormir para ver quién venía a dar de
mamar a la criatura.
Se acostaron
todos en el suelo y cada uno puso a su cabecera una vela encendida tapada con
un puchero.
A
medianoche se abrió la puerta de la casa, alguien se acercó a la cuna y el niño
se quedó callado.
Uno de
los familiares le quitó entonces el puchero a su vela y todos pudieron ver a la
difunta madre, vistiendo la misma ropa con que la habían enterrado, de rodillas
junto a la cuna dándole el pecho al niño.
Apenas
brilló la luz, la madre se incorporó, miró tristemente a su criaturita y se
alejó lentamente, sin decirle a nadie ni una palabra.
Todos los
que la habían visto quedaron convertidos en piedra y al niño le encontraron
muerto.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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