A un
soldado le dieron licencia para ir a su pueblo. Anda que anda -no sé si mucho o
poco tiempo, iba ya acercándose cuando se encontró frente a un molino próximo
al pueblo, con cuyo molinero había tenido el soldado gran amistad en tiempos.
¿Por qué no saludarle? Entró. El molinero le acogió afablemente, en seguida
trajo vino, y se pusieron a beber mientras hablaban de unas cosas y otras.
Caía ya
la tarde y cuando el soldado y el molinero terminaron su plática había
anochecido totalmente. Por eso, viendo que el soldado se disponía a llegar
hasta el pueblo, le dijo el molinero:
-Quédate
aquí esta noche. Ya es tarde y te puede suceder cualquier percance.
-¿A qué
te refieres?
-Pues a un
castigo que nos ha mandado Dios. Murió un viejo hechicero que había aquí y
ahora sale de su tumba todas las noches, ronda por el pueblo y hace tales
trastadas, que incluso a los más valientes les ha metido el corazón en un puño.
Podría hacerte algo a ti también.
-¡Bah! Un
soldado está hecho a todo: ni se ahoga en el agua ni arde en el fuego. Me iré
ahora de todas maneras: tengo muchas ganas de ver a mi familia.
El
soldado salió al camino y, al pasar por delante del cementerio, vio que ardía
una luz sobre una de las tumbas.
-¿Qué
será? Iré a ver.
Se acercó
y junto a la luz vio al hechicero remendando unas botas.
-Buenas
noches, hermano -saludó el soldado. El hechicero le miró y preguntó:
-¿A qué
has venido?
-Quería
ver lo que estabas haciendo.
El
hechicero abandonó su trabajo y le propuso al soldado:
-Vamos a
divertirnos. Esta noche hay boda en la aldea.
Llegaron
a la casa donde se celebraba la boda y allí empezaron a agasajarlos a más y
mejor. El hechicero bebió, se divirtió, pero de pronto se puso furioso. Echó de
la casa a todo el mundo -parientes e invitados-, luego durmió a los recién
casados, sacó del bolsillo una lezna y dos frasquistos y los llenó con sangre
del novio y de la novia después de pincharles a cada uno en un brazo con la
lezna.
-Ahora
vámonos de aquí -dijo entonces al soldado.
Por el
camino preguntó el soldado:
-Dime:
¿para qué has llenado esos frasquitos de sangre?
-Para que
el novio y la novia se mueran. Mañana nadie logrará desper-tarlos. Solamente yo
sé cómo hacerles revivir.
-¿Y cómo
es?
-Hay que
hacerles al novio y a la novia un corte en un talón y por esa herida verterle
de nuevo a cada uno su sangre: la del novio la llevo en el bolsillo de la
derecha y la de la novia en el otro.
El
soldado le escuchó sin decir una palabra. El hechicero siguió jactándose:
-Yo puedo
hacer todo lo que quiera.
-¿Y no
hay manera de vencerte a ti?
-Hombre,
claro que la hay. Mira: si alguien hiciera una hoguera con cien carretadas de
leña de pobo y me quemara en ella, quizá me venciera. Pero también tendría que
saber el modo de quemarme, porque entonces saldrán de mis entrañas serpientes,
gusanos y toda clase de alimañas, y también chovas, urracas y cuervos que
escaparán volando. A todos hay que cazarlos y echarlos a la hoguera. Con que se
salve un solo gusano, todo habrá sido inútil, ya que en ese gusano escaparé yo
del fuego.
El
soldado lo escuchó todo, grabándoselo en la memoria. De esta manera, y mientras
hablaban, llegaron finalmente junto a la tumba.
-Bueno,
hermano, ahora debo despedazarte, no vayas a contarlo todo por ahí.
-¿Estás
loco? ¿Cómo vas a despedazarme si estoy al servicio de Dios y nuestro soberano?
El
hechicero rechinó los dientes, lanzó un aullido y se abalanzó sobre el soldado.
Pero el soldado agarró el sable y empezó a pegar estocadas. Estuvieron peleando
mucho tiempo, y el soldado, casi extenuado, pensaba ya que estaba perdido,
cuando cantaron los gallos de pronto y el hechicero cayó muerto otra vez.
El
soldado le sacó de los bolsillos los frasquitos de sangre y fue a ver a sus
parientes. Llegó, los saludó, y los parientes le preguntaron.
-¿No te
ha ocurrido nada malo por el camino?
-Pues no;
nada.
-¡Menos
mal! Nosotros, en cambio, estamos pasando muchas calamidades: un hechicero ha
tomado la costumbre de venir por el pueblo.
Estuvieron
charlando un rato y luego se acostaron. Por la mañana, al despertarse, preguntó
el soldado:
-¿No hay
una boda por aquí cerca?
-La
había, sí, en casa de un rico campesino. Pero el novio y la novia se han muerto
esta noche sin que nadie sepa de qué.
-¿Y dónde
vive ese campesino?
Los
parientes le indicaron la casa, y allá fue el soldado sin decir nada. Llegó y
se encontró a toda la familia hecha un mar de lágrimas.
-¿Por qué
lloráis tanto?
Le
contaron lo sucedido.
-Yo puedo
devolver la vida a los novios. ¿Qué me daríais por ello?
-Puedes
quedarte con la mitad de nuestros bienes.
El
soldado hizo todo lo que le había explicado el hechicero y devolvió la vida a
los novios. Todo el llanto se volvió alegría. El soldado fue agasajado, recibió
su recompensa y luego marchó derechito a ver al alcalde para pedirle que
reuniera a los campesinos y les mandara traer cien carretadas de leña de pobo.
La leña
fue llevada al cementerio y amontonada allí. Luego sacaron al hechicero de su
tumba, le acostaron sobre la leña y le prendieron fuego a la hoguera, en torno
a la cual se había juntado toda la gente con escobones, palas, atizadores...
Cuando
las llamas envolvieron la hoguera, empezó también a arder el hechicero.
Reventaron sus entrañas, de donde empezaron a salir serpientes, gusanos y otras
alimañas, y a escapar volando cuervos, urracas y chovas. La gente se lanzó a
matar aquellos bichos inmundos y arrojarlos a la hoguera sin dejar que escapara
ni un solo gusano.
De esta
manera ardió el hechicero.
El
soldado recogió inmediatamente las cenizas y las aventó.
Desde
entonces volvió la paz a aquella aldea. Los campesinos se juntaron todos para
expresar su gratitud al soldado, que, después de pasar muy bien su permiso,
volvió al servicio del zar con sus buenos dineros.
Cumplido
su plazo, y ya con licencia absoluta, vivió tan ricamente, multiplicando sus
bienes y evitando los males.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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