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sábado, 15 de junio de 2013

Cuentos de brujas (2)

En cierto reino vivía un rey cuya hija era hechicera. En aquella corte vivía también un pope cuyo hijo, de unos diez años, iba todos los días a aprender a leer y escribir a casa de una viejecita.
Una vez volvía de estudiar, ya anochecido, cuando al pasar por delante del palacio se le ocurrió mirar a una ventana. Allí estaba la princesa aseándose. En esto se quitó la cabeza, la enjabonó, la enjuagó con agua clara, luego peinó los cabellos, los trenzó y volvió a colocarse la cabeza en su sitio.
-¡Pero qué cosas! -se admiró el muchacho. ¡Lo mismo que una hechicera!
Ya en su casa, empezó a contarles a todos que había visto a la princesa sin cabeza. De pronto cayó enferma la hija del rey. Llamó a su padre y le dijo:
-Si me muero, haced que el hijo del sacristán vaya tres noches seguidas a recitar salmos junto a mi féretro.
Murió la princesa y fue llevada en su féretro a la iglesia.
El rey llamó al pope.
-¿Tienes tú un hijo? -le preguntó.
-Sí, majestad.
-Pues que vaya tres noches seguidas a recitar oraciones junto a mi hija.
El sacristán volvió a su casa y le explicó a su hijo lo que debía hacer. Por la mañana, cuando fue a estudiar, el hijo del pope estaba muy triste.
-¿Tienes algún pesar? -le preguntó la viejecita.
-¡Ya lo creo! Como que estoy perdido.
-¿Pues qué te ocurre? Di lo que sea.
-Me ocurre que debo ir a recitar oraciones junto al féretro de la princesa, y ella era una hechicera.
-Eso lo sabía yo antes que tú. Pero no temas. Coge esta navajita y, cuando entres en la iglesia, traza un círculo a tu alrededor. Luego ponte a recitar las oraciones sin volver la cabeza. Pase lo que pase y aunque aparezcan cosas espantosas, tú sigue con tus oraciones.
Aquella noche fue el chico a la iglesia, trazó un círculo a su alrededor y abrió el libro de oraciones. Dieron las doce. La tapa del féretro se levantó y la princesa saltó fuera, gritando:
-Ahora verás lo que ocurre por mirar a mis ventanas y contarle a la gente lo que has visto.
Y se abalanzó una y otra vez sobre el hijo del pope, pero sin poder traspasar la raya que él había trazado. Entonces empezó a hacer que apareciesen cosas espantosas. Pero él, como si tal cosa, continuó sus oraciones sin mirar a ninguna parte.
Cuando empezó a clarear, la princesa corrió a su féretro y se metió dentro de un salto, de cualquier manera.
Lo mismo sucedió a la noche siguiente. El hijo del pope no se dejó asustar y, hasta que amaneció, estuvo recitando oraciones sin parar. Por la mañana fue a casa de la viejecita.
-¿Has visto muchos horrores?
-Sí, abuelita.
-Pues esta noche será más horrible. Toma este martillo y estos cuatro clavos, para que los claves en las cuatro esquinas del féretro. Y cuando te pongas a recitar las oraciones, sujeta el martillo con el mango hacia ti.
El hijo del pope fue a la iglesia por la noche y todo lo hizo según le había explicado la viejecita. Sonaron las doce, la tapa del féretro cayó al suelo y la princesa salió de él volando. Empezó a ir de un lado para otro amenazando al muchacho. Aquello era aún más horrible que la primera vez.
Le parecía al hijo del pope que había fuego en la iglesia, que las paredes estaban en llamas, pero él siguió con sus oraciones, sin mirar a ninguna parte.
Poco antes del amanecer, la princesa se tiró en su féretro, y al instante desaparecieron todos los horrores y las llamas.
Cuando el rey fue a la iglesia por la mañana vio que el féretro estaba abierto y que su hija yacía en él boca abajo.
-¿Qué es esto? -preguntó al chico, y el hijo del pope se lo contó todo.
El rey ordenó que le clavaran a su hija en el corazón una estaca de pobo y la enterraran en seguida.
En cuanto al hijo del pope, el rey le recompensó con dinero y tierras.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)



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