Vivía en
una aldea una moza haragana y vaga que odiaba cualquier labor y sólo era amiga
de pláticas y chácharas.
Una vez
se le ocurrió invitar a otras muchachas para que hilaran en su casa. Sabido es
que, en las aldeas, esas invitaciones las hacen las holgazanas y las aceptan
las golosas. Conque acudieron las mozas, se pusieron a hilar y ella fue
agasajándolas. Entre unas cosas y otras salió la conversación sobre quién era
la más valiente. La haragana dijo:
-Yo no le
tengo miedo a nada.
-Pues si
no le tienes miedo a nada -replicaron las otras, ve por delante del cementerio
hasta la iglesia, coge la imagen que está en la puerta y tráela aquí.
-Bueno,
la traeré. Pero cada una de vosotras tiene que hilarme una vedeja.
Porque
ése era siempre su empeño: no hacer ella nada y que se lo hicieran los demás.
De manera que fue a la iglesia, quitó la imagen y volvió con ella. Las
muchachas vieron que era efectivamente la imagen de la iglesia. Pero había que
devolverla a su sitio, y ya era cerca de medianoche. ¿Quién se atrevía? Dijo
entonces la haragana:
-Vosotras
seguid hilando, que yo misma la llevaré. Yo no le tengo miedo a nada.
Fue la
muchacha, dejó la imagen en su sitio, pero al regreso, cuando pasaba por
delante del cementerio, vio a un muerto sentado encima de una tumba, envuelto
en su sudario blanco. Era noche de luna y se veía todo perfectamente. La
muchacha se acercó y le quitó el sudario sin que el muerto dijera nada. Se
conoce que no le había llegado la hora de hablar. Agarró, pues, el sudario, y
regresó a su casa.
-Ya está
-dijo: he llevado la imagen, he vuelto a colocarla en su sitio y, además, le
he quitado el sudario a un muerto.
De las
muchachas que estaban allí, unas se asustaron y otras se rieron pensando que no
era cierto lo que contaba. Pero acababan de acostarse después de cenar, cuando
el muerto llamó de repente a la ventana diciendo:
-¡Devuélveme
mi sudario! ¡Devuélveme mi sudario!
Las mozas
estaban asustadísimas, más vivas que muertas, pero la haragana abrió la ventana
y dijo:
-Tómalo.
Aquí lo tienes.
-No
-contestó el muerto. Llévalo al sitio donde lo cogiste.
Pero en
esto cantaron los gallos y el muerto desapareció.
A la
noche siguiente, cuando las hilanderas habían vuelto a sus casas, se presentó
el muerto a la misma hora llamando a la ventana:
-¡Devuélveme
mi sudario!
El padre
y la madre de la haragana abrieron la ventana y quisieron darle su sudario.
-No -dijo
el muerto-. Tiene que llevarlo ella al sitio donde lo cogió.
¿Pero
quién es capaz de ir con un muerto al cementerio? Nada más cantar los gallos,
el muerto desapareció.
Al día
siguiente, el padre y la madre llamaron a un sacerdote y le pidieron ayuda
después de contarle todo lo ocurrido.
-¿No se
podría decir una misa? -preguntaron.
-Quizá se
pueda hacer algo -opinó el sacerdote después de pensarlo un poco-. Decidle a
vuestra hija que vaya mañana a la hora del servicio divino.
A la
mañana siguiente fue la haragana a la iglesia, que estaba llena de gente.
Comenzó la misa. Llegado el momento de alzar, se levantó de pronto un terrible
vendaval que hizo prosternarse a todos los fieles. Pero a la moza el vendaval
la envolvió y luego la pegó contra el suelo. Y así desapareció, sin quedar de
ella nada más que su trenza.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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