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sábado, 15 de junio de 2013

Cuentos de muertos (1)

Vivía en una aldea una moza haragana y vaga que odiaba cualquier labor y sólo era amiga de pláticas y chácharas.
Una vez se le ocurrió invitar a otras muchachas para que hilaran en su casa. Sabido es que, en las aldeas, esas invitaciones las hacen las holgazanas y las aceptan las golosas. Conque acudieron las mozas, se pusieron a hilar y ella fue agasajándolas. Entre unas cosas y otras salió la conversación sobre quién era la más valiente. La haragana dijo:
-Yo no le tengo miedo a nada.
-Pues si no le tienes miedo a nada -replicaron las otras, ve por delante del cementerio hasta la iglesia, coge la imagen que está en la puerta y tráela aquí.
-Bueno, la traeré. Pero cada una de vosotras tiene que hilarme una vedeja.
Porque ése era siempre su empeño: no hacer ella nada y que se lo hicieran los demás. De manera que fue a la iglesia, quitó la imagen y volvió con ella. Las muchachas vieron que era efectivamente la imagen de la iglesia. Pero había que devolverla a su sitio, y ya era cerca de medianoche. ¿Quién se atrevía? Dijo entonces la haragana:
-Vosotras seguid hilando, que yo misma la llevaré. Yo no le tengo miedo a nada.
Fue la muchacha, dejó la imagen en su sitio, pero al regreso, cuando pasaba por delante del cementerio, vio a un muerto sentado encima de una tumba, envuelto en su sudario blanco. Era noche de luna y se veía todo perfectamente. La muchacha se acercó y le quitó el sudario sin que el muerto dijera nada. Se conoce que no le había llegado la hora de hablar. Agarró, pues, el sudario, y regresó a su casa.
-Ya está -dijo: he llevado la imagen, he vuelto a colocarla en su sitio y, además, le he quitado el sudario a un muerto.
De las muchachas que estaban allí, unas se asustaron y otras se rieron pensando que no era cierto lo que contaba. Pero acababan de acostarse después de cenar, cuando el muerto llamó de repente a la ventana diciendo:
-¡Devuélveme mi sudario! ¡Devuélveme mi sudario!
Las mozas estaban asustadísimas, más vivas que muertas, pero la haragana abrió la ventana y dijo:
-Tómalo. Aquí lo tienes.
-No -contestó el muerto. Llévalo al sitio donde lo cogiste.
Pero en esto cantaron los gallos y el muerto desapareció.
A la noche siguiente, cuando las hilanderas habían vuelto a sus casas, se presentó el muerto a la misma hora llamando a la ventana:
-¡Devuélveme mi sudario!
El padre y la madre de la haragana abrieron la ventana y quisieron darle su sudario.
-No -dijo el muerto-. Tiene que llevarlo ella al sitio donde lo cogió.
¿Pero quién es capaz de ir con un muerto al cementerio? Nada más cantar los gallos, el muerto desapareció.
Al día siguiente, el padre y la madre llamaron a un sacerdote y le pidieron ayuda después de contarle todo lo ocurrido.
-¿No se podría decir una misa? -preguntaron.
-Quizá se pueda hacer algo -opinó el sacerdote después de pensarlo un poco-. Decidle a vuestra hija que vaya mañana a la hora del servicio divino.
A la mañana siguiente fue la haragana a la iglesia, que estaba llena de gente. Comenzó la misa. Llegado el momento de alzar, se levantó de pronto un terrible vendaval que hizo prosternarse a todos los fieles. Pero a la moza el vendaval la envolvió y luego la pegó contra el suelo. Y así desapareció, sin quedar de ella nada más que su trenza.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)


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