Sir Lund no durmió siquiera durante tres minutos.
Una pesada mano descendió sobre su hombro y tuvo que despertarse. Ante él se alzaba
un caballero de un metro, ocho decímetros, dos centímetros y siete milímetros
de altura, flexible como un sauce y delgado como una serpiente disecada. Era
completamente calvo. Enteramente vestido de negro, llevaba cuatro pares de
anteojos sobre la nariz, un termómetro en el pecho y otro en la espalda.
-¡Seguidme! -exclamó el calvo caballero con tono
sepulcral.
-¿Dónde?
-¡Seguidme, John Lund!
-¿Y qué pasará si no lo hago?
-¡Entonces me veré obligado a perforar a través
de la Luna antes
de que lo hagáis vos!
-En ese caso, caballero, estoy a vuestro servicio.
-Vuestro criado caminará detrás de nosotros.
Mr. Lund, el caballero calvo y Tom Grouse abandonaron
la sala de asam-bleas, saliendo a las bien iluminadas calles de Londres.
Caminaron durante largo tiempo.
-Señor -dijo Grouse a Mr. Lund, si nuestro
camino es tan largo como este caballero, de acuerdo con la ley de la fricción, ¡gastaremos
nuestras suelas!
Los caballeros meditaron un momento. Diez minutos
después, tras decidir que el comentario de Grouse tenía mucha gracia, rieron ruidosamente.
-¿Con quién tengo el honor de compartir mis
risas, caballero? -preguntó Lund a su calvo acompañante.
-Tenéis el honor de caminar, hablar y reír con un
miembro de todas las sociedades geográficas, arqueológicas y etnográficas del mundo,
con alguien que posee un grado magna cum laude en
cada ciencia que ha existido y que existe en la actualidad, es miembro del Club
de las Artes de Moscú, fideicomisario honorífico de la Escuela de Obstetricia Bovina
de Southampton, suscriptor del The Illustrated Imp,
profesor de magia amarillo-verdosa y gastronomía elemental en la futura
Universidad de Nueva Zelanda, director del Observatorio sin Nombre, William Bolvanius.
Os estoy llevando, caballero, a...
(John Lund y Tom Grouse cayeron de rodillas ante
el gran hombre, del que tanto habían oído, e inclinaron sus cabezas en señal de
respeto.)
-...os estoy llevando, caballero, a mi
observatorio, a treinta y dos kilómetros de aquí. ¡Caballero! El silencio es
una bella cualidad en un hombre. Necesito un compañero en mi empresa, la
significación de la cual seréis capaces de comprender con tan sólo los dos hemisferios
de vuestro cerebro. Mi elección ha recaído en vos. Tras vuestra conferencia de
cuarenta horas, es muy improbable que deseéis entablar conversación conmigo, y
yo, caballero, no amo a nada tanto como a mi telescopio y a un silencio
prolongado. La lengua de vuestro servidor, Empero, será detenida a una orden
vuestra. ¡Caballero, viva la pausa! Os estoy llevando... Supongo que no tendréis
nada en contra, ¿no es así?
-¡En absoluto, caballero! Tan sólo lamento que no
seamos corredores y, por otra parte, el que estos zapatos que estamos usando valgan
tanto dinero.
-Os compraré zapatos nuevos.
-Gracias, caballero.
Aquellos de mis lectores que estén sobre ascuas
por el deseo de tener un mejor conocimiento del carácter de Mr. William Bolvanius
pueden leer su asombrosa obra: «¿Existió la Luna antes del Diluvio?; y, si así fue, ¿por qué
no se ahogó?» A esta obra se le acostumbra a unir un opúsculo, posteriormente prohibido,
publicado un año antes de su muerte y titulado: «Cómo convertir el Universo en
polvo y salir con vida al mismo tiempo.» Estas dos obras reflejan la
personalidad de este hombre, notable entre los notables, mejor que pudiera
hacerlo cualquier otra cosa.
Incidentalmente, estas dos obras describen también
cómo pasó dos años en los pantanos de Australia, subsistiendo enteramente a
base de cangrejos, limo y huevos de cocodrilo, y sin hacer durante todo este
tiempo ni un solo fuego. Mientras estaba en los pantanos, inventó un
microscopio igual en todo a uno ordinario, y descubrió la espina dorsal en los
peces de la especie «Riba». Al volver de su largo viaje, se estableció a unos
kilómetros de Londres y se dedicó enteramente a la astronomía. Siendo como era
un auténtico misógino (se casó tres veces y tuvo, como consecuencia, tres
espléndidos y bien desarrollados pares de cuernos), y no sintiendo deseos
ocasionales de aparecer en público, llevaba la vida de un esteta. Con su sutil
y diplomática mente, consiguió que su observatorio y su trabajo astronómico tan
sólo fuesen conocidos por él mismo. Para pesar y desgracia de todos los
verdaderos ingleses, debemos hacer saber que este gran hombre ya no vive en
nuestros días; murió hace algunos años, oscuramente, devorado por tres
cocodrilos mientras nadaba en el Nilo.
1.014. Chejov (Anton)
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