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sábado, 28 de diciembre de 2013

La sala numero 6 - Cap. XI

Esta conversación se prolongó todavía cerca de una hora y, al parecer, produjo profunda impresión a Andrei Efímich. A partir de entonces dio en acudir al pabellón todos los días. Iba por la mañana y después de comer, y a menudo la oscuridad de la tarde le sorprendía de charla con Iván Dmítrich. En los primeros tiempos éste se mostraba huraño, sospechando que le traía un mal propósito, y manifestaba abiertamente su hostilidad; pero luego se acostumbró a él y su brusquedad de antes cambió por una actitud indulgente e irónica.
En el hospital no tardó en propagarse el rumor de que el doctor Andrei Efímich había empezado a visitar la sala número seis. Nadie, ni el practicante, ni Nikita, ni las enfermeras, podía comprender qué era lo que le llevaba, por qué se pasaba allí las horas muertas, de qué hablaba y por qué no recetaba nada.
Sus actos parecían extraños. A menudo, Mijaíl Averiánich no lo encontraba en casa, cosa que antes no sucedía nunca. Y Dáriushka se sentía desconcertada, puesto que el doctor no bebía ya la cerveza a determinada hora y a veces hasta llegaba tarde a la comida.
En una ocasión -esto era ya a fines de junio, el doctor Jobótov, que tenía necesidad de hablar con Andrei Dmítrich, acudió a su casa; al no dar con él, salió a buscarlo al patio, donde le dijeron que el viejo doctor estaba con los enfermos mentales. Al entrar en el pabellón, se detuvo en el zaguán, desde donde pudo oír la siguiente conversación:
-Nunca nos pondremos de acuerdo, no conseguirá convencerme -decía, irritado, Iván Dmítrich-.
Usted no conoce la realidad en absoluto y no sufrió nunca. Lo único que ha hecho ha sido alimentarse como una sanguijuela junto a los sufrimientos ajenos; yo, en cambio, he sufrido desde el día en que nací hasta hoy. Por eso le digo abiertamente que me considero superior a usted y más competente en todos los sentidos. No es usted quién para darme lecciones.
-Yo no pretendo en absoluto convertirle a mis creencias -decía Andrei Efímich en voz baja y como lamentando que no quisieran entenderle-. No se trata de eso, amigo mío. No se trata de que usted ha sufrido y yo no. Las alegrías y los sufrimientos son efímeros. Dejémoslos aparte, que se vayan con Dios. De lo que se trata es de que usted y yo pensamos; vemos el uno en el otro a personas capaces de pensar y razonar, y esto nos hace solidarios por diferentes que sean nuestros puntos de vista. ¡Si usted supiera, amigo mío, cómo me fastidian la insania general, la falta de talento, la torpeza, y la alegría con que converso con usted! Usted es una persona inteligente y su charla me deleita.
Jobótov abrió un poco la puerta y miró a la sala.
Iván Dmítrich, con su gorro de dormir, y el doctor Andrei Efímich estaban sentados en el camastro uno junto a otro. El loco gesticulaba, se estremecía y se arrebujaba convulsamente en su bata, mientras que el doctor permanecía inmóvil, con la cabeza baja; su cara estaba roja y ofrecía una expresión abatida y triste. Jobótov se encogió de hombros, sonrió irónicamente y cambió una mirada con Nikita.
Este también se encogió de hombros.
Al día siguiente, Jobótov se presentó en el pabellón acompañado del practicante. Los dos se quedaron en el zaguán, escuchando.
-Parece que nuestro abuelo ha perdido por completo la chaveta -dijo Jobótov al salir del pabellón.
-¡Señor, compadécete de nosotros, pecadores! suspiró el devoto Serguei Serguéich, tratando de no pisar los charcos para no ensuciarse las recién lustradas botas. Si quiere que le diga la verdad, estimado Evgueni Fiódorich, hace tiempo que lo esperaba.

1.014. Chejov (Anton)

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