Dos
años, antes, el zemstvo se había sentido generoso y votó la concesión de un
crédito de trescientos rublos anuales para aumentar el personal del hospital de
la ciudad hasta que inaugurase otro propio.
En
ayuda de Andrei Efímich, se requirieron los servicios de Evgueni Fiódorich
Jobótov. Era un médico muy joven -todavía no había cumplido los treinta, moreno
y alto, de anchos pómulos y ojos diminutos; probablemente sus antecesores no
fueron rusos. Había llegado a la ciudad sin un kopek, con un maletín y una
mujer fea y joven de la que decía que era su cocinera. La mujer traía un niño
de pecho. Evgueni Fiódorich Jobótov usaba gorra de visera y botas altas, y en
invierno pelliza. Intimó con el practicante Serguei Serguéich y con el cajero,
y se mantenía apartado del resto de los funcionarios, a los que, por no se sabe
qué causa, llamaba aristócratas.
En
toda su casa no había más que un libro:
Ultimas
recetas de la clínica de Viena para 1881 que siempre tomaba consigo cuando iba
a visitar a un enfermo. Por las tardes, en el club, jugaba al billar, pues las
cartas no le gustaban. Era muy aficionado a emplear en la conversación palabras
y expresiones como «pachorra», «pepinillos en vinagre», «no armes líos», etc.
Al
hospital iba dos veces por semana, recorría las salas y recibía a los enfermos
de fuera. La falta absoluta de antisépticos y las ventosas le irritaban, pero
no se decidía a hacer innovación alguna ante el temor de ofender con ello a
Andrei Efímich. Tenía a éste por un viejo farsante, le creía rico y lo
envidiaba en secreto. De muy buena gana habría ocupado su puesto.
1.014. Chejov (Anton)
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