En tiempos antiguos había una aldea
que era devastada por un culebrón que llegaba volando y devoraba a sus
habitantes. Sólo quedaba ya un campesino, porque a los demás se los había comido,
cuando un día, ya al atardecer, llegó por allí un gitano. Llamó a varias casas,
pero todas estaban desiertas. Llegó por fin a la última y állí encontró, todo
atribulado, al único habitante que quedaba.
-Hola, buen hombre.
-¿A qué has venido aquí, gitano[1]? ¿Estás harto de la vida?
-¿Por qué lo dices?
-Pues porque hay un culebrón que ha
tomado la costumbre de venir aquí a devorar a la gente. A todos se los ha
comido, y sólo me ha dejado a mí hasta mañana. Pero mañana vendrá a devorarme.
Y tampoco te escaparás tú. Nos comerá a los dos.
-A lo mejor se atraganta. Mira: voy
a quedarme aquí a dormír, y mañana veré qué culebrón es ése.
Los dos pasaron allí la noche. A la
mañana siguiente se levantó de pronto una fuerte tempestad, que sacudió la
isba. Era el culebrón, que llegaba volando.
-¡Vaya! -exclamó. Esto me gusta:
dejé a un hombre, y me encuentro con dos. ¡Buen desayuno voy a tener!
-¿De verdad nos piensas devorar?
-preguntó el gitano.
-¡Claro que sí!
-Eso ni lo sueñes, bicho del
demonio. Te ibas a atragantar.
-¿Por qué dices eso? ¿Te crees más
fuerte que yo?
-¡Naturalmente! Demasiado sabes tú
que tengo yo más fuerza.
-Pues vamos a probarlo.
-Venga.
-Mira, gitano -dijo el culebrón
agarrando una piedra de moler-: esta piedra la trituro yo con una mano.
-Vamos a verlo.
El culebrón apretó el puño con
tanta fuerza, que la piedra empezó a echar chispas y se convirtió en arena.
-¡Valiente cosa! -exclamó el
gitano-. ¿Pero a que no eres capaz de estrujar una piedra hasta que rezume
agua? Mira como lo hago yo.
Encima de la mesa había una pella
de requesón envuelta en un trapo. El gitano la agarró, apretó, y chorreó el
agua al suelo.
-¿Has visto? ¿Quién tiene más
fuerza, di?
-Cierto que tienes tú la mano más
fuerte que yo. Pero, ¿y silbar?
¿Cuál de los dos silba más fuerte?
-Empieza tú y lo veremos.
El culebrón silbó con tanta fuerza
que se deshojaron los árboles.
-No lo haces mal, hermano -concedió
el gitano. Pero tampoco lo haces mejor que yo. Véndate los ojos, anda, no
vaya a ser que se te salten cuando silbe yo.
El culebrón se lo creyó y se vendó
los ojos con un pañuelo.
-¡Silba ya!
El gitano agarró una estaca y le
atizó tal golpe en la cabeza, que el culebrón gritó a voz en cuello:
-¡Basta, basta, gitano! No silbes
más porque a la primera vez han estado a punto de saltárseme los ojos.
-Como quieras. Aunque yo estoy
dispuesto a silbar un par de veces más.
-Deja, deja. No quiero discutir
más. Mejor será que nos hermanemos. Acéptame como hermano tuyo menor.
-De acuerdo.
-Entonces, hermano -dijo el
culebrón, ve ahí a la estepa, donde está paciendo un rebaño de bueyes, elige
el más gordo y traélo por el rabo para que hagamos el almuerzo.
Al gitano no le quedó más remedio
que ir a la estepa. En efecto, vio un gran rebaño de bueyes. Se puso a juntarlos
para atarlos a todos rabo con rabo. El culebrón se cansó de esperarle y fue a
ver lo que pasaba.
-¿Qué haces, que tardas tanto?
-Espera, hombre, deja que ate unos
cincuenta para llevármelos de una vez y tengamos por los menos para un mes.
-¡Cuidado que eres!... ¿Te has
creído que vamos a pasarnos aquí la vida? Con uno basta por ahora.
Conque el culebrón agarró al buey
más gordo por el rabo, lo desolló, se echó la carne al hombro y volvió a la
casa.
-Pero, hermano, ¿vamos a dejar aquí
a todos los que he estado atando?
-Sí, hombre, déjalos.
Llegaron a la isba y llenaron dos calderos de carne. Pero no había agua.
-Coge la pelleja del buey -le dijo
el culebrón al gitano- y traéla llena de agua para hacer la comida.
El gitano agarró la pelleja, y
apenas si pudo arrastrarla, vacía, hasta el pozo. Conque, ¿cómo iba a llevarla
llena? Entonces se puso a cavar alrededor del pozo. Esta vez también se cansó
el culebrón de esperar y fue a ver lo que pasaba.
-¿Pero qué haces, hermano?
-Estoy haciendo una zanja alrededor
del pozo para llevármelo entero a la isba. Así no tendremos que venir a buscar
agua.
-¡Cuidado que eres! Siempre estás
buscando complicaciones. Para hacer eso se necesita mucho tiempo.
El culebrón bajó la pelleja del
buey al pozo, la llenó de agua, la sacó y se marchó con ella a casa.
-Y tú, hermano -le dijo al gitano,
ve mientras tanto al bosque, elige un roble seco, arráncalo y tráelo, que ya
es hora de hacer lumbre.
El gitano fue al bosque y se puso a
arrancar tiras de corteza con las que empezó a trenzar cuerdas. Hizo una
larguísima y se puso a envolver con ellas los robles. El culebrón estuvo
esperando, hasta que no aguantó más y fue también al bosque.
-¿Cómo tardas tanto?
-Es que quiero abarcar unos veinte
robles de una vez con la cuerda y llevármelos con raíz y todo para que tengamos
leña bastante tiempo.
-¡Cuidado que eres! ¡Siempre has de
hacer las cosas a tu manera! -dijo el culebrón y, arrancando de cuajo el roble
más grueso, se lo llevó a la casa.
El gitano fingió un gran enojo y se
sentó en un rincón, en silencio y todo enfurruñado. El culebrón coció la carne
y le invitó a que se sentara a la mesa, pero el gitano contestó de mala manera:
-¡No quiero!
El culebrón se zampó el buey
entero, se bebió toda el agua que contenía la pelleja y le preguntó al gitano:
-¿Por qué estás tan enfadado,
hermano?
-Pues porque todo lo que yo hago te
parece mal y a todo tienes que ponerle peros.
-Bueno, déjalo ya: vamos a hacer
las paces.
-Si quieres hacer las paces
conmigo, vente a mi casa.
-¡Claro que sí! Encantado, hermano.
En seguida preparó un carro,
enganchó los tres mejores caballos y partieron los dos hacia el campamento
gitano. Cuando iban llegando, los gitanillos vieron a su padre y corrieron a su
encuentro, en cueros vivos y gritando a voz en grito:
-¡Ahí viene padre! ¡Nos trae un
culebrón!
-¿Quiénes son ésos? -preguntó el
culebrón asustado.
-Mis hijos. Se conoce que tienen
hambre. Cuidado no empiecen contigo.
El culebrón se tiró del carro y
echó a correr. El gitano vendió el carro y los tres caballos y vivió en la
abundancia.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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