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domingo, 23 de junio de 2013

El bogatir sin piernas y el bogatir ciego

En cierto reino, en cierto país vivían un zar y una zarina[1] con su hijo, el zarévich Iván. Al cuidado del zarévich estaba un hombre a quien llamaban Escudero-Katomo gorro-de-olmo.
Llegados a una edad avanzada, los padres del zarévich Iván enfer-maron y, viendo que no sanarían ya, llamaron a su hijo para decirle:
-Cuando nos hayamos muerto, obedece siempre en todo a Escudero-Katomo y respétale. De que atiendas sus consejos depende tu felicidad; si le desobedeces, morirás como una mosca.
Al día siguiente fallecieron el zar y su esposa. El zarévich Iván les dio sepultura y, siguiendo la recomendación que le habían hecho, desde entonces siempre le pidió consejo a su escudero para todos los asuntos. Así pasó el tiempo -poco o mucho, no lo sé, el zarévich alcanzó la mayoría de edad y pensó que debía casarse. Fue a ver al escudero y le dijo:
-Escudero-Katomo gorro-de-olmo: me aburro de vivir solo, y quisiera casarme.
-Me parece muy bien, y no tienes por qué esperar. Has llegado precisamente a la edad en que conviene pensar en buscar novia. Ve al salón grande, donde están los retratos de todas las zarevnas y princesas, elige la que más te guste y pide su mano.
El zarévich Iván fue al salón grande, se puso a contemplar los retratos y le gustó el de Ana la Hermosa, una princesa tan linda, que no había otra igual en el mundo. En su retrato estaba escrito que sería su esposo el pretendiente que le planteara una adivinanza y ella no acertara la respuesta; pero que, si ella acertaba, al preten-diente le cortarían la cabeza. El zarévich Iván leyó aquella inscrip-ción, se quedó muy preocupado y fue a ver a su escudero.
-He estado en el salón grande -le dijo- y me ha gustado Ana la Hermosa para novia; pero no sé si debo pedir su mano.
-Tienes razón, zarévich -contestó el escudero. Es difícil obtener su mano y, si vas tú solo, no creo que lo consigas. Pero, si me llevas a mí y haces lo que yo te diga, puede salir bien.
Entonces el zarévich Iván rogó a Katomo que le acompañara, prometiendo obedecerle en todo.
Hicieron sus preparativos y se pusieron en camino para ir a pedir la mano de la princesa Ana la Hermosa. Viajaron un año, luego otro, después un tercero, dejando atrás muchas tierras, y entonces dijo el zarévich Iván:
-Llevamos tanto tiempo de viaje, nos aproximamos ya a las tierras de la princesa Ana la Hermosa, y no hemos pensado en la adivinanza que le vamos a dar.
-Todavía tenemos tiempo de idear algo.
Siguieron adelante y, de pronto, el Escudero-Katomo gorro-de-olmo vio una bolsa tirada en el camino. La cogió, sacó todo el dinero que contenía, lo metió en su propia bolsa y dijo:
-Ahí tienes la adivinanza, zarévich Iván. Cuando te halles en presencia de la princesa, le dices lo siguiente: yendo de camino, un bien encontramos, por las buenas ese bien cogimos y con nuestro bien lo pusimos. Seguro que no acierta en toda su vida la respuesta. Cualquier otra adivinanza la acertaría al instante con sólo consultar su libro mágico, y en cuanto acertase, mandaría que te cortaran la cabeza.
Por fin llegaron el zarévich y su escudero al espléndido palacio donde vivía la hermosa princesa. Precisamente estaba ella en su balcón. Vio a los dos forasteros y mandó que les preguntasen de dónde eran y qué les traía.
-Vengo de tal reino y quiero pedir la mano de la princesa Ana la Hermosa -contestó el zarévich Iván.
Enterada la princesa de la respuesta, ordenó que el zarévich se trasladara al palacio y le dijera una adivinanza delante de todos los príncipes y los boyardos del consejo.
-Tengo hecho el voto -explicó- de casarme con quien me diga una adivinanza que yo no acierte o de hacerle morir si acierto.
-Entonces, hermosa princesa, escucha ésta -replicó el zarévich Iván. Yendo de camino, un bien encontramos, por las buenas ese bien cogimos y con nuestro bien lo pusimos.
La princesa tomó su libro mágico y lo consultó buscando la respuesta, pero no encontró nada aunque repasó hoja por hoja.
Los príncipes y los boyardos del consejo decidieron entonces que la princesa debía casarse con el zarévich Iván. Y aunque a ella no le agradaba la idea, no tuvo más remedio que prepararse para la boda, pero sin dejar de pensar en cómo podría darle largas y deshacerse del pretendiente. Y se le ocurrió exigirle cosas difíciles de hacer.
-Zarévich Iván, amable prometido mío: debemos hacer los prepa-rativos para la boda y quisiera pedirte un pequeño favor. Hay en mi reino, en tal y tal sitio, una gran columna de hierro: tráela a la cocina de palacio y hazla astillas para que no le falte leña al cocinero.
-¿Pero qué dices, princesa? Yo no he venido aquí a partir leña. Eso no es asunto mío. Para eso tengo a mi servidor, el Escudero-Katomo gorro-de-olmo.
El zarévich llamó en seguida al escudero y le ordenó llevar a la cocina la columna de hierro y hacerla astillas para que no le faltara leña al cocinero.
El Escudero-Katomo fue al lugar indicado, agarró la columna, la llevó a la cocina y la hizo astillas, pero se guardó en el bolsillo cuatro leños por si los necesitaba más adelante.
Al día siguiente le dijo la princesa al zarévich Iván:
-Zarévich Iván, amable prometido mío: mañana iremos a despo-sarnos. Yo iré en carroza y tu cabalgarás un recio corcel. Pero debes adiestrarlo primero.
-Adiestrar caballos no es asunto mío. Para eso tengo a mi servi-dor.
A renglón seguido llamó al Escudero-Katomo gorro-de-olmo y le dijo:
-Ve a las cuadras, diles a los mozos que saquen el corcel desti-nado para mí, móntalo y adiéstralo, porque mañana debo cabalgarlo yo.
El Escudero-Katomo adivinó la astucia de la princesa. Sin replicar, fue a las cuadras y ordenó a los mozos que sacaran el corcel desti-nado al zarévich. Se juntaron doce palafreneros, abrieron doce puertas quitando doce candados y sacaron a un corcel mágico sujeto por doce cadenas. El Escudero-Katomo gorro-de-olmo se acercó y no hizo más que montarse en él cuando el corcel mágico se remontó por los aires, más arriba del alto bosque, a ras de la nube andarina.
Katomo se mantenía firme en la silla, agarrado con una mano a las crines. Con la otra mano sacó un leño del bolsillo y se puso a descargarlo entre las orejas del caballo. Cuando desgastó un leño agarró otro, cuando desgastó el segundo agarró el tercero y cuando desgastó el tercero echó mano del cuarto. Tanto le golpeó, que el recio corcel no pudo aguantar más y profirió con palabra humana:
-Bátiushka Katomo: no acabes conmigo y haré lo que quieras. Todos tus deseos serán cumplidos.
-Pues escúchame bien, carne de perro -replicó el Escudero-Katomo gorro-de-olmo: mañana te montará el zarévich Iván para ir a casarse. Atiende lo que debes hacer. Cuando los mozos de cuadra te saquen al patio, el zarévich se acercará a ti y te pondrá una mano en el lomo. Tú debes estarte quieto, sin pestañear siquiera. Luego, cuando haya montado en la silla, hundes los cascos en la tierra hasta las cernejas y caminas a paso lento como si te hubieran echado encima un peso tremendo.
El recio corcel escuchó aquellas órdenes y se posó en tierra medio muerto. Katomo lo agarró por el rabo y lo tiró junto a las cuadras.
-¡Eh, vosotros! -gritó a los mozos y los cocheros. Llevaos esta carne de perro a su pesebre.
Amaneció el día siguiente. Llegada la hora de celebrar el casamiento, unos servidores condujeron hasta la puerta de palacio una carroza para la princesa y el recio corcel para el zarévich Iván. Alrededor se había juntado una multitud incalculable. Los novios salieron de los regios aposentos.
La princesa montó en su carroza y aguardó con curiosidad, pensando que el caballo mágico partiría como una flecha, con el zarévich Iván todo desgreñado, hasta esparcir sus huesos por los campos.
Pero el zarévich Iván llegó hasta el corcel, le puso una mano en el lomo, metió un pie en el estribo, y el animal no hizo el menor movimiento. El zarévich montó en la silla y el corcel mágico hundió los cascos en la tierra hasta las cernejas. Le quitaron las doce cade-nas y echó a andar a paso lento y pesado, sudando a mares.
-¡Eso es un gigante! ¡Qué fuerza tan tremenda! -exclamaba la gente contemplando al zarévich.
Los novios salían de la iglesia, ya desposados y cogidos del brazo, cuando se le ocurrió a la princesa probar una vez más la fuerza del zarévich Iván y le apretó la mano con tanta fuerza que él no pudo soportarlo: la sangre se le subió al rostro y puso los ojos en blanco.
«Ahora veo lo fuerte que eres se dijo la princesa. Bien me ha embaucado tu escudero... Pero me las pagaréis.»
Vivía la princesa Ana la Hermosa con el zarévich Iván como le cuadra a una mujer vivir con el esposo que Dios le ha dado, halagándole de palabra, pero con una idea fija en la mente: deshacerse de algún modo del Escudero-Katomo gorro-de-olmo, pues faltando el escudero podría ella fácilmente acabar con el zarévich. Sin embargo, por muy ingeniosas que fueran sus insidias, el zarévich Iván las rechazaba, confiando en su escudero.
Al cabo de un año, dijo el zarévich:
-Amable esposa mía y hermosa princesa: me gustaría ir contigo a mi país.
-Pues vamos: hace tiempo que también deseo yo conocerlo. Conque hicieron los preparativos y se pusieron en camino. El Escudero-Katomo conducía el carruaje. Al cabo de cierto tiempo, el zarévich se quedó dormido. De pronto le despertó la princesa quejándose así:
-Escucha zarévich: tú vas dormido y no te das cuenta de nada. Pero tu escudero no atiende mis órdenes y mete adrede a los caballos por todos los baches como si quisiera acabar con nosotros. He intentado advertírselo por las buenas, pero se ríe de mí. Si no le castigas, me muero.
El zarévich Iván, medio dormido todavía, se enfadó mucho con su escudero y lo dejó a merced de la princesa.
-Haz con él lo que quieras -dijo.
La princesa ordenó que le cortaran las piernas. Katomo no se defendió. «Yo sufriré -pensó; pero también se enterará el zarévich de lo que son calamidades.»
Conque le cortaron las dos piernas al Escudero-Katomo. La princesa miró luego a su alrededor y viendo un tocón bastante alto a un lado, ordenó a sus servidores que sentaran al escudero en él. Luego hizo atar al zarévich a la trasera de la carroza, dio media vuelta y regresó a su reino.
El Escudero-Katomo gorro-de-olmo se quedó sentado en lo alto del tocón, anegado en llanto y diciendo:
-Adiós, zarévich Iván. Ya te acordarás de mí.
En cuanto al zarévich, corría arrastrado por la carroza, dándose cuenta de que había cometido un error y ya no tenía remedio.
La princesa Ana la Hermosa volvió a su reino y puso al zarévich Iván a pastar las vacas: todas las mañanas salía al campo con el rebaño y por las tardes lo conducía de vuelta al corral del palacio. La princesa salía entonces a un balcón y contaba las vacas para comprobar que estaban todas. Después de contarlas mandaba al zarévich que las encerrara en el cobertizo y a la última le diera un beso debajo del rabo. Como que la última vaca sabía ya lo que debía hacer y, al llegar al portón, se detenía y levantaba el rabo...
Entre tanto, el Escudero-Katomo llevaba ya un día, y otro, y otro más sentado en su tocón sin comer ni beber y, como no podía bajarse, esperaba a que le llegara la muerte por inanición. Cerca de aquel lugar se alzaba un frondoso bosque y en ese bosque vivía un bogatir[2] muy fuerte, pero ciego, que se sustentaba de una manera muy original. En cuanto olía que pasaba por allí cerca cualquiér animal -lo mismo una liebre, un zorro que un oso-, se lanzaba detrás, y ya tenía almuerzo. Tenía el bogatir el pie ligero, y ningún animal se le escapaba.
Ocurrió, pues, que un zorro se deslizó por delante del bogatir, éste lo olió y salió corriendo detrás. Al llegar cerca del tocón, el zorro tiró hacia un lado, pero al bogatir ciego no le dio tiempo de hacer lo mismo. Con todo el ímpetu de la carrera pegó un cabezazo contra el tronco, desgajándolo de cuajo. Al caer el tocón también cayó al suelo Katomo.
-¿Quién eres? -preguntó entonces.
-Un bogatir ciego. Vivo en este bosque desde hace treinta años y sólo me alimento de los animales que cazo y aso en una hoguera. De no ser por eso, hace mucho tiempo que me habría muerto de hambre.
-¿Eres ciego de nacimiento?
-No, no es de nacimiento. Estoy ciego porque la princesa Ana la Hermosa hizo que me saltaran los ojos.
-Pues también por culpa suya estoy yo sin piernas -refirió el Escudero-Katomo gorro-de-olmo: la maldita me ha cortado las dos.
Los bogatires charlaron un rato y llegaron a la conclusión de que debían vivir juntos y juntos buscarse el sustento.
-Tú te montas sobre mis hombros -dijo el ciego- y me vas indican-do el camino. De este modo, yo te serviré con mis piernas y tú a mí con tus ojos.
Conque el ciego cargó con el cojo, que le guiaba diciendo:
-iA la derecha! ¡A la izquierda! ¡Todo derecho!...
Así vivieron cierto tiempo en el bosque, cazando liebres, zorros y osos para alimentarse. Una vez dijo el que no tenía piernas:
-¿Vamos a pasarnos toda la vida sin nadie más a nuestro lado? Tengo entendido que en cierta ciudad vive un rico mercader con su hija y que ésta es muy compasiva con los pobres y los impedidos. Ella misma les reparte limosnas. ¿Y si la trajéramos aquí, hermano? Viviría con nosotros haciendo de ama de casa...
El ciego agarró un carro, montó al cojo en él y lo condujo a la ciudad, justamente hasta delante de la casa del rico mercader. La hija, que los vio desde una ventana, salió inmediatamente a darles limosna. Se acercó al cojo.
-Toma, pobrecito, por el amor de Dios.
Al tomar la limosna, el cojo agarró a la joven de la mano, la metió en el carro y avisó al ciego. Este emprendió una carrera tan veloz que ni a caballo habrían podido darle alcance. Los bogatires llevaron a la hija del mercader a la pequeña isba que tenían en el bosque.
-Quédate aquí a vivir y atiende la casa como si fueras hermana nuestra. Impedidos como estamos, no tenemos a nadie que nos haga las comidas ni nos lave las camisas. Dios te lo pagará.
Así se quedó la hija del mercader con ellos. Los bogatires la querían y la respetaban y la tenían por hermana. Mientras ellos salían de caza, la hermana adoptiva se quedaba siempre en casa y todo lo gobernaba, guisaba, lavaba...
En esto tomó la querencia de ir por la pequeña isba una bruja Yagá pata-de-hueso y robarle las fuerzas, a través de sus blancos pechos, a la linda doncella hija del mercader. En cuanto los bogatires salían de caza, ya estaba allí la bruja Yagá. Al cabo de algún tiempo -no sé si poco o mucho- quedó demacrada, perdió peso y fuerzas. El ciego no veía nada, pero el Escudero-Katomo gorro-de-olmo se dio cuenta de que algo extraño pasaba. Se lo dijo al ciego y juntos estrecharon a preguntas a su hermanita adoptiva. Pero la bruja Yagá le había prohibido terminantemente contar nada. Por miedo, la muchacha se resistió mucho tiempo a contar lo que le sucedía, hasta que por fin la convencieron y ella lo refirió todo:
-Cada vez que os marcháis de caza, aparece inmediatamente una vieja muy vieja con cara feroz, con el pelo largo, gris, y me obliga a rebuscarle en la cabeza mientras ella me absorbe las fuerzas a través de los pechos.
-¡Esa es la bruja Yagá! -exclamó el ciego-. Espera y verás la que vamos a darle. Mañana no saldremos de caza, sino que procurare-mos acecharla y echarle el guante...
A la mañana siguiente no salieron de caza los bogatires.
-Tú, que estás sin piernas -dijo el ciego-, métete debajo del banco y estate ahí quieto mientras yo me quedo en el patio al pie de la ventana. En cuanto a ti, hermanita, siéntate junto a esta ventana cuando venga la bruja Yagá, búscale en la cabeza, pero separa un mechón de pelo y déjalo asomar al patio por encima del poyo de la ventana sin que ella se dé cuenta. Yo la sujetaré por las greñas.
Dicho y hecho. En cuanto el ciego agarró las greñas de la bruja Yagá, se puso a gritar:
-¡Eh, Katomo! Sal de debajo del banco y sujeta a esta maldita mujer mientras entro yo en casa.
Al darse cuenta del apuro en que estaba, la bruja Yagá quiso levantar la cabeza y escapar; pero como si nada... Por mucho que se debatió, fue inútil. En esto salió Katomo de debajo del banco, cayó sobre ella como una mole de piedra, le echó las manos al cuello y apretó de tal manera que hasta se le nubló la vista.
El ciego irrumpió en la isba y le dijo al cojo:
-Ahora debemos hacer una buena hoguera para quemar a esta maldita y echar sus cenizas al viento.
-¡Muchachos, por lo que más queráis...! -suplicó la bruja Yagá. Perdonadme... y haré que se cumplan todos vuestros deseos.
-Está bien, vieja lagarta -accedieron los bogatires-. Llévanos al pozo del agua de la salud y de la vida.
-Ahora mismo. Pero no me peguéis.
El Escudero-Katomo gorro-de-olmo se subió a hombros del ciego, el ciego agarró a la bruja Yagá de las greñas y la bruja Yagá los guió por la espesura del bosque hasta un pozo.
-Este es el pozo del agua de la salud y de la vida -dijo.
-Mucho cuidado, Katomo -profirió el ciego. No falles porque, si ahora nos engaña, nunca sanaremos.
El Escudero-Katomo gorro-de-olmo partió una ramita verde de un árbol y la arrojó al pozo: no había rozado aún la superficie del agua cuando se convirtió en una llamarada.
-¡Todavía eres capaz de engañarnos!...
Los bogatires estaban dispuestos a ahogar a la maldita bruja Yagá y arrojarla al pozo de las llamas, pero ella les suplicó todavía más que la primera vez, jurando a más jurar que no emplearía ya más astucias.
-Os doy firme palabra de llevaros hasta el agua que buscáis.
Accedieron los bogatires a probar una vez más, y la bruja Yagá los condujo hasta otro pozo. El Escudero-Katomo partió una ramita seca de un árbol y la arrojó al pozo. No había rozado aún la superficie del agua cuando la ramita seca empezó a echar brotes, luego hojas y flores.
-Esta sí que es el agua buena -dijo Katomo.
El ciego se humedeció los ojos con ella y al instante recobró la vista. Luego descendió al cojo hasta el agua y le volvieron a crecer las piernas. Muy contentos, los dos se decían:
-¡Ahora sí que cambiará nuestro destino! Todo volverá a ser como antes. Para empezar, debemos decidir lo que se hace con la bruja Yagá. Si la perdonamos ahora, no tendremos ni un momento de tranquilidad, porque se pasará la vida inventando jugarretas contra nosotros...
Conque regresaron hacia el pozo de las llamas y allá arrojaron a la bruja Yagá, que ardió para siempre.
El Escudero-Katomo gorro-de-olmo se casó luego con la hija del mercader y los tres volvieron al reino de Ana la Hermosa para salvar al zarévich Iván. Estaban ya cerca de la capital cuando vieron al zarévich conduciendo un rebaño.
-Oye, pastor -le preguntó el Escudero-Katomo, ¿adónde conduces ese rebaño?
-Al corral de palacio -contestó el zarévich. La propia princesa comprueba todos los días que no falta ninguna vaca.
-Mira, pastor: vamos a cambiar nuestras ropas y yo conduciré el rebaño.
-No, amigo. Eso no puede ser: si la princesa se entera, yo lo pasaré mal.
-No temas, que no ocurrirá nada. A fe del Escudero-Katomo gorro-de-olmo.
-¡Ay! -suspiró el zarévich Iván-. Si el Escudero-Katomo estuviera vivo, no tendría yo que llevar estas vacas al campo.
El Escudero-Katomo gorro-de-olmo se dio entonces a conocer. El zarévich Iván le abrazó muy fuerte, anegado en llanto.
-No pensaba que volvería a verte.
Cambiaron sus ropas y el escudero condujo el rebaño al corral de palacio. Ana la Hermosa salió al balcón, comprobó que estaban todas las vacas y ordenó que fueran encerradas en el cobertizo. Todas entraron por el portón, menos la última que se detuvo y levantó el rabo. Katomo corrió a ella:
-¿Tú que esperas, carne de perro? -gritó y, agarrándola por el rabo, la dejó desollada.
Al verlo, la princesa puso el grito en el cielo.
-¿Qué hace ese maldito pastor? ¡Traedle aquí inmediatamente!
Unos criados agarraron en seguida a Katomo y lo llevaron al palacio. Seguro de sí mismo, él se dejó conducir sin protestar. Cuando le tuvo delante, la princesa le miró y preguntó:
-¿Quién eres? ¿De dónde vienes?
-Soy el hombre a quien le cortaste las dos piernas y dejaste sentado en lo alto de un tocón. Me llamo el Escudero-Katomo gorro-de-olmo.
La princesa se dijo que de nada servirían las astucias con un hombre que había logrado recuperar las piernas cortadas y optó por pedirles perdón al zarévich y a él. Se arrepintió de sus pecados y juró amar eternamente al zarévich y obedecerle en todo.
El zarévich Iván la perdonó y desde entonces vivieron en paz y buena armonía. El bogatir, que había recobrado la vista, se quedó junto a ellos, mientras que el Escudero-Katomo volvió con su esposa a casa del rico mercader.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)


[1] Zarina (tsaritsa): Esposa del zar.
[2] Bogatir: Hombre recio, bien plantado, valiente, y de fuerza extraordinaria.

1 comentario:

  1. Hola, antes de nada quería felicitaros por la colección de cuentos recogida. Me gustaría saber vuestro email o teléfono de contacto para haceros una consulta. Mil gracias de antemano.

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