En cierto
reino, en cierto país vivían un zar y
una zarina[1]
con su hijo, el zarévich Iván. Al
cuidado del zarévich estaba un hombre
a quien llamaban Escudero-Katomo gorro-de-olmo.
Llegados
a una edad avanzada, los padres del zarévich
Iván enfer-maron y, viendo que no sanarían ya, llamaron a su hijo para decirle:
-Cuando
nos hayamos muerto, obedece siempre en todo a Escudero-Katomo y respétale. De
que atiendas sus consejos depende tu felicidad; si le desobedeces, morirás como
una mosca.
Al día
siguiente fallecieron el zar y su
esposa. El zarévich Iván les dio
sepultura y, siguiendo la recomendación que le habían hecho, desde entonces
siempre le pidió consejo a su escudero para todos los asuntos. Así pasó el
tiempo -poco o mucho, no lo sé, el zarévich
alcanzó la mayoría de edad y pensó que debía casarse. Fue a ver al escudero y
le dijo:
-Escudero-Katomo
gorro-de-olmo: me aburro de vivir solo, y quisiera casarme.
-Me
parece muy bien, y no tienes por qué esperar. Has llegado precisamente a la
edad en que conviene pensar en buscar novia. Ve al salón grande, donde están
los retratos de todas las zarevnas y
princesas, elige la que más te guste y pide su mano.
El zarévich Iván fue al salón grande, se
puso a contemplar los retratos y le gustó el de Ana la Hermosa , una princesa tan
linda, que no había otra igual en el mundo. En su retrato estaba escrito que
sería su esposo el pretendiente que le planteara una adivinanza y ella no
acertara la respuesta; pero que, si ella acertaba, al preten-diente le
cortarían la cabeza. El zarévich Iván
leyó aquella inscrip-ción, se quedó muy preocupado y fue a ver a su escudero.
-He
estado en el salón grande -le dijo- y me ha gustado Ana la Hermosa para novia; pero
no sé si debo pedir su mano.
-Tienes
razón, zarévich -contestó el
escudero. Es difícil obtener su mano y, si vas tú solo, no creo que lo
consigas. Pero, si me llevas a mí y haces lo que yo te diga, puede salir bien.
Entonces
el zarévich Iván rogó a Katomo que le
acompañara, prometiendo obedecerle en todo.
Hicieron
sus preparativos y se pusieron en camino para ir a pedir la mano de la princesa
Ana la Hermosa.
Viajaron un año, luego otro, después un tercero, dejando
atrás muchas tierras, y entonces dijo el zarévich
Iván:
-Llevamos
tanto tiempo de viaje, nos aproximamos ya a las tierras de la princesa Ana la Hermosa , y no hemos
pensado en la adivinanza que le vamos a dar.
-Todavía
tenemos tiempo de idear algo.
Siguieron
adelante y, de pronto, el Escudero-Katomo gorro-de-olmo vio una bolsa tirada en
el camino. La cogió, sacó todo el dinero que contenía, lo metió en su propia
bolsa y dijo:
-Ahí
tienes la adivinanza, zarévich Iván.
Cuando te halles en presencia de la princesa, le dices lo siguiente: yendo de
camino, un bien encontramos, por las buenas ese bien cogimos y con nuestro bien
lo pusimos. Seguro que no acierta en toda su vida la respuesta. Cualquier otra
adivinanza la acertaría al instante con sólo consultar su libro mágico, y en cuanto
acertase, mandaría que te cortaran la cabeza.
Por fin
llegaron el zarévich y su escudero al
espléndido palacio donde vivía la hermosa princesa. Precisamente estaba ella en
su balcón. Vio a los dos forasteros y mandó que les preguntasen de dónde eran y
qué les traía.
-Vengo de
tal reino y quiero pedir la mano de la princesa Ana la Hermosa -contestó el zarévich Iván.
Enterada
la princesa de la respuesta, ordenó que el zarévich
se trasladara al palacio y le dijera una adivinanza delante de todos los príncipes
y los boyardos del consejo.
-Tengo
hecho el voto -explicó- de casarme con quien me diga una adivinanza que yo no
acierte o de hacerle morir si acierto.
-Entonces,
hermosa princesa, escucha ésta -replicó el zarévich
Iván. Yendo de camino, un bien encontramos, por las buenas ese bien cogimos y
con nuestro bien lo pusimos.
La
princesa tomó su libro mágico y lo consultó buscando la respuesta, pero no
encontró nada aunque repasó hoja por hoja.
Los
príncipes y los boyardos del consejo
decidieron entonces que la princesa debía casarse con el zarévich Iván. Y aunque a ella no le agradaba la idea, no tuvo más
remedio que prepararse para la boda, pero sin dejar de pensar en cómo podría
darle largas y deshacerse del pretendiente. Y se le ocurrió exigirle cosas difíciles
de hacer.
-Zarévich Iván, amable prometido mío:
debemos hacer los prepa-rativos para la boda y quisiera pedirte un pequeño
favor. Hay en mi reino, en tal y tal sitio, una gran columna de hierro: tráela
a la cocina de palacio y hazla astillas para que no le falte leña al cocinero.
-¿Pero
qué dices, princesa? Yo no he venido aquí a partir leña. Eso no es asunto mío.
Para eso tengo a mi servidor, el Escudero-Katomo gorro-de-olmo.
El zarévich llamó en seguida al escudero y
le ordenó llevar a la cocina la columna de hierro y hacerla astillas para que
no le faltara leña al cocinero.
El
Escudero-Katomo fue al lugar indicado, agarró la columna, la llevó a la cocina
y la hizo astillas, pero se guardó en el bolsillo cuatro leños por si los
necesitaba más adelante.
Al día
siguiente le dijo la princesa al zarévich
Iván:
-Zarévich Iván, amable prometido mío:
mañana iremos a despo-sarnos. Yo iré en carroza y tu cabalgarás un recio
corcel. Pero debes adiestrarlo primero.
-Adiestrar
caballos no es asunto mío. Para eso tengo a mi servi-dor.
A renglón
seguido llamó al Escudero-Katomo gorro-de-olmo y le dijo:
-Ve a las
cuadras, diles a los mozos que saquen el corcel desti-nado para mí, móntalo y
adiéstralo, porque mañana debo cabalgarlo yo.
El
Escudero-Katomo adivinó la astucia de la princesa. Sin replicar, fue a las
cuadras y ordenó a los mozos que sacaran el corcel desti-nado al zarévich. Se juntaron doce palafreneros,
abrieron doce puertas quitando doce candados y sacaron a un corcel mágico
sujeto por doce cadenas. El Escudero-Katomo gorro-de-olmo se acercó y no hizo
más que montarse en él cuando el corcel mágico se remontó por los aires, más
arriba del alto bosque, a ras de la nube andarina.
Katomo se
mantenía firme en la silla, agarrado con una mano a las crines. Con la otra
mano sacó un leño del bolsillo y se puso a descargarlo entre las orejas del
caballo. Cuando desgastó un leño agarró otro, cuando desgastó el segundo agarró
el tercero y cuando desgastó el tercero echó mano del cuarto. Tanto le golpeó,
que el recio corcel no pudo aguantar más y profirió con palabra humana:
-Bátiushka Katomo: no acabes conmigo y
haré lo que quieras. Todos tus deseos serán cumplidos.
-Pues
escúchame bien, carne de perro -replicó el Escudero-Katomo gorro-de-olmo:
mañana te montará el zarévich Iván
para ir a casarse. Atiende lo que debes hacer. Cuando los mozos de cuadra te
saquen al patio, el zarévich se
acercará a ti y te pondrá una mano en el lomo. Tú debes estarte quieto, sin
pestañear siquiera. Luego, cuando haya montado en la silla, hundes los cascos
en la tierra hasta las cernejas y caminas a paso lento como si te hubieran
echado encima un peso tremendo.
El recio
corcel escuchó aquellas órdenes y se posó en tierra medio muerto. Katomo lo
agarró por el rabo y lo tiró junto a las cuadras.
-¡Eh,
vosotros! -gritó a los mozos y los cocheros. Llevaos esta carne de perro a su
pesebre.
Amaneció
el día siguiente. Llegada la hora de celebrar el casamiento, unos servidores
condujeron hasta la puerta de palacio una carroza para la princesa y el recio
corcel para el zarévich Iván.
Alrededor se había juntado una multitud incalculable. Los novios salieron de
los regios aposentos.
La
princesa montó en su carroza y aguardó con curiosidad, pensando que el caballo
mágico partiría como una flecha, con el zarévich
Iván todo desgreñado, hasta esparcir sus huesos por los campos.
Pero el zarévich Iván llegó hasta el corcel, le
puso una mano en el lomo, metió un pie en el estribo, y el animal no hizo el
menor movimiento. El zarévich montó
en la silla y el corcel mágico hundió los cascos en la tierra hasta las
cernejas. Le quitaron las doce cade-nas y echó a andar a paso lento y pesado,
sudando a mares.
-¡Eso es
un gigante! ¡Qué fuerza tan tremenda! -exclamaba la gente contemplando al zarévich.
Los
novios salían de la iglesia, ya desposados y cogidos del brazo, cuando se le
ocurrió a la princesa probar una vez más la fuerza del zarévich Iván y le apretó la mano con tanta fuerza que él no pudo
soportarlo: la sangre se le subió al rostro y puso los ojos en blanco.
«Ahora
veo lo fuerte que eres se dijo la princesa. Bien me ha embaucado tu
escudero... Pero me las pagaréis.»
Vivía la
princesa Ana la Hermosa
con el zarévich Iván como le cuadra a
una mujer vivir con el esposo que Dios le ha dado, halagándole de palabra,
pero con una idea fija en la mente: deshacerse de algún modo del
Escudero-Katomo gorro-de-olmo, pues faltando el escudero podría ella fácilmente
acabar con el zarévich. Sin embargo,
por muy ingeniosas que fueran sus insidias, el zarévich Iván las rechazaba, confiando en su escudero.
Al cabo
de un año, dijo el zarévich:
-Amable
esposa mía y hermosa princesa: me gustaría ir contigo a mi país.
-Pues
vamos: hace tiempo que también deseo yo conocerlo. Conque hicieron los
preparativos y se pusieron en camino. El Escudero-Katomo conducía el carruaje.
Al cabo de cierto tiempo, el zarévich
se quedó dormido. De pronto le despertó la princesa quejándose así:
-Escucha zarévich: tú vas dormido y no te das
cuenta de nada. Pero tu escudero no atiende mis órdenes y mete adrede a los
caballos por todos los baches como si quisiera acabar con nosotros. He
intentado advertírselo por las buenas, pero se ríe de mí. Si no le castigas, me
muero.
El zarévich Iván, medio dormido todavía, se
enfadó mucho con su escudero y lo dejó a merced de la princesa.
-Haz con
él lo que quieras -dijo.
La
princesa ordenó que le cortaran las piernas. Katomo no se defendió. «Yo sufriré
-pensó; pero también se enterará el zarévich
de lo que son calamidades.»
Conque le
cortaron las dos piernas al Escudero-Katomo. La princesa miró luego a su
alrededor y viendo un tocón bastante alto a un lado, ordenó a sus servidores
que sentaran al escudero en él. Luego hizo atar al zarévich a la trasera de la carroza, dio media vuelta y regresó a
su reino.
El Escudero-Katomo
gorro-de-olmo se quedó sentado en lo alto del tocón, anegado en llanto y
diciendo:
-Adiós, zarévich Iván. Ya te acordarás de mí.
En cuanto
al zarévich, corría arrastrado por la
carroza, dándose cuenta de que había cometido un error y ya no tenía remedio.
La
princesa Ana la Hermosa
volvió a su reino y puso al zarévich
Iván a pastar las vacas: todas las mañanas salía al campo con el rebaño y por
las tardes lo conducía de vuelta al corral del palacio. La princesa salía
entonces a un balcón y contaba las vacas para comprobar que estaban todas.
Después de contarlas mandaba al zarévich
que las encerrara en el cobertizo y a la última le diera un beso debajo del
rabo. Como que la última vaca sabía ya lo que debía hacer y, al llegar al
portón, se detenía y levantaba el rabo...
Entre
tanto, el Escudero-Katomo llevaba ya un día, y otro, y otro más sentado en su
tocón sin comer ni beber y, como no podía bajarse, esperaba a que le llegara la
muerte por inanición. Cerca de aquel lugar se alzaba un frondoso bosque y en
ese bosque vivía un bogatir[2]
muy fuerte, pero ciego, que se sustentaba de una manera muy original. En cuanto
olía que pasaba por allí cerca cualquiér animal -lo mismo una liebre, un zorro
que un oso-, se lanzaba detrás, y ya tenía almuerzo. Tenía el bogatir el pie ligero, y ningún animal
se le escapaba.
Ocurrió,
pues, que un zorro se deslizó por delante del bogatir, éste lo olió y salió corriendo detrás. Al llegar cerca del
tocón, el zorro tiró hacia un lado, pero al bogatir
ciego no le dio tiempo de hacer lo mismo. Con todo el ímpetu de la carrera pegó
un cabezazo contra el tronco, desgajándolo de cuajo. Al caer el tocón también
cayó al suelo Katomo.
-¿Quién
eres? -preguntó entonces.
-Un bogatir ciego. Vivo en este bosque desde
hace treinta años y sólo me alimento de los animales que cazo y aso en una
hoguera. De no ser por eso, hace mucho tiempo que me habría muerto de hambre.
-¿Eres
ciego de nacimiento?
-No, no
es de nacimiento. Estoy ciego porque la princesa Ana la Hermosa hizo que me
saltaran los ojos.
-Pues
también por culpa suya estoy yo sin piernas -refirió el Escudero-Katomo
gorro-de-olmo: la maldita me ha cortado las dos.
Los bogatires charlaron un rato y llegaron a
la conclusión de que debían vivir juntos y juntos buscarse el sustento.
-Tú te
montas sobre mis hombros -dijo el ciego- y me vas indican-do el camino. De este
modo, yo te serviré con mis piernas y tú a mí con tus ojos.
Conque el
ciego cargó con el cojo, que le guiaba diciendo:
-iA la
derecha! ¡A la izquierda! ¡Todo derecho!...
Así vivieron
cierto tiempo en el bosque, cazando liebres, zorros y osos para alimentarse.
Una vez dijo el que no tenía piernas:
-¿Vamos a
pasarnos toda la vida sin nadie más a nuestro lado? Tengo entendido que en
cierta ciudad vive un rico mercader con su hija y que ésta es muy compasiva con
los pobres y los impedidos. Ella misma les reparte limosnas. ¿Y si la
trajéramos aquí, hermano? Viviría con nosotros haciendo de ama de casa...
El ciego
agarró un carro, montó al cojo en él y lo condujo a la ciudad, justamente hasta
delante de la casa del rico mercader. La hija, que los vio desde una ventana,
salió inmediatamente a darles limosna. Se acercó al cojo.
-Toma,
pobrecito, por el amor de Dios.
Al tomar
la limosna, el cojo agarró a la joven de la mano, la metió en el carro y avisó
al ciego. Este emprendió una carrera tan veloz que ni a caballo habrían podido
darle alcance. Los bogatires llevaron a la hija del mercader a la pequeña isba que tenían en el bosque.
-Quédate
aquí a vivir y atiende la casa como si fueras hermana nuestra. Impedidos como
estamos, no tenemos a nadie que nos haga las comidas ni nos lave las camisas.
Dios te lo pagará.
Así se
quedó la hija del mercader con ellos. Los bogatires la querían y la respetaban
y la tenían por hermana. Mientras ellos salían de caza, la hermana adoptiva se
quedaba siempre en casa y todo lo gobernaba, guisaba, lavaba...
En esto
tomó la querencia de ir por la pequeña isba
una bruja Yagá pata-de-hueso y robarle las fuerzas, a través de sus blancos
pechos, a la linda doncella hija del mercader. En cuanto los bogatires salían de caza, ya estaba allí
la bruja Yagá. Al cabo de algún tiempo -no sé si poco o mucho- quedó demacrada,
perdió peso y fuerzas. El ciego no veía nada, pero el Escudero-Katomo
gorro-de-olmo se dio cuenta de que algo extraño pasaba. Se lo dijo al ciego y
juntos estrecharon a preguntas a su hermanita adoptiva. Pero la bruja Yagá le
había prohibido terminantemente contar nada. Por miedo, la muchacha se resistió
mucho tiempo a contar lo que le sucedía, hasta que por fin la convencieron y
ella lo refirió todo:
-Cada vez
que os marcháis de caza, aparece inmediatamente una vieja muy vieja con cara
feroz, con el pelo largo, gris, y me obliga a rebuscarle en la cabeza mientras
ella me absorbe las fuerzas a través de los pechos.
-¡Esa es
la bruja Yagá! -exclamó el ciego-. Espera y verás la que vamos a darle. Mañana
no saldremos de caza, sino que procurare-mos acecharla y echarle el guante...
A la
mañana siguiente no salieron de caza los bogatires.
-Tú, que
estás sin piernas -dijo el ciego-, métete debajo del banco y estate ahí quieto
mientras yo me quedo en el patio al pie de la ventana. En cuanto a ti,
hermanita, siéntate junto a esta ventana cuando venga la bruja Yagá, búscale en
la cabeza, pero separa un mechón de pelo y déjalo asomar al patio por encima
del poyo de la ventana sin que ella se dé cuenta. Yo la sujetaré por las
greñas.
Dicho y
hecho. En cuanto el ciego agarró las greñas de la bruja Yagá, se puso a gritar:
-¡Eh,
Katomo! Sal de debajo del banco y sujeta a esta maldita mujer mientras entro yo
en casa.
Al darse
cuenta del apuro en que estaba, la bruja Yagá quiso levantar la cabeza y
escapar; pero como si nada... Por mucho que se debatió, fue inútil. En esto
salió Katomo de debajo del banco, cayó sobre ella como una mole de piedra, le
echó las manos al cuello y apretó de tal manera que hasta se le nubló la vista.
El ciego
irrumpió en la isba y le dijo al
cojo:
-Ahora
debemos hacer una buena hoguera para quemar a esta maldita y echar sus cenizas
al viento.
-¡Muchachos,
por lo que más queráis...! -suplicó la bruja Yagá. Perdonadme... y haré que se
cumplan todos vuestros deseos.
-Está
bien, vieja lagarta -accedieron los bogatires-.
Llévanos al pozo del agua de la salud y de la vida.
-Ahora
mismo. Pero no me peguéis.
El
Escudero-Katomo gorro-de-olmo se subió a hombros del ciego, el ciego agarró a
la bruja Yagá de las greñas y la bruja Yagá los guió por la espesura del bosque
hasta un pozo.
-Este es
el pozo del agua de la salud y de la vida -dijo.
-Mucho
cuidado, Katomo -profirió el ciego. No falles porque, si ahora nos engaña,
nunca sanaremos.
El
Escudero-Katomo gorro-de-olmo partió una ramita verde de un árbol y la arrojó
al pozo: no había rozado aún la superficie del agua cuando se convirtió en una
llamarada.
-¡Todavía
eres capaz de engañarnos!...
Los bogatires estaban dispuestos a ahogar a
la maldita bruja Yagá y arrojarla al pozo de las llamas, pero ella les suplicó
todavía más que la primera vez, jurando a más jurar que no emplearía ya más
astucias.
-Os doy
firme palabra de llevaros hasta el agua que buscáis.
Accedieron
los bogatires a probar una vez más, y
la bruja Yagá los condujo hasta otro pozo. El Escudero-Katomo partió una ramita
seca de un árbol y la arrojó al pozo. No había rozado aún la superficie del agua
cuando la ramita seca empezó a echar brotes, luego hojas y flores.
-Esta sí
que es el agua buena -dijo Katomo.
El ciego
se humedeció los ojos con ella y al instante recobró la vista. Luego descendió
al cojo hasta el agua y le volvieron a crecer las piernas. Muy contentos, los
dos se decían:
-¡Ahora
sí que cambiará nuestro destino! Todo volverá a ser como antes. Para empezar,
debemos decidir lo que se hace con la bruja Yagá. Si la perdonamos ahora, no
tendremos ni un momento de tranquilidad, porque se pasará la vida inventando
jugarretas contra nosotros...
Conque
regresaron hacia el pozo de las llamas y allá arrojaron a la bruja Yagá, que
ardió para siempre.
El
Escudero-Katomo gorro-de-olmo se casó luego con la hija del mercader y los tres
volvieron al reino de Ana la
Hermosa para salvar al zarévich
Iván. Estaban ya cerca de la capital cuando vieron al zarévich conduciendo un rebaño.
-Oye,
pastor -le preguntó el Escudero-Katomo, ¿adónde conduces ese rebaño?
-Al
corral de palacio -contestó el zarévich.
La propia princesa comprueba todos los días que no falta ninguna vaca.
-Mira,
pastor: vamos a cambiar nuestras ropas y yo conduciré el rebaño.
-No,
amigo. Eso no puede ser: si la princesa se entera, yo lo pasaré mal.
-No
temas, que no ocurrirá nada. A fe del Escudero-Katomo gorro-de-olmo.
-¡Ay!
-suspiró el zarévich Iván-. Si el
Escudero-Katomo estuviera vivo, no tendría yo que llevar estas vacas al campo.
El
Escudero-Katomo gorro-de-olmo se dio entonces a conocer. El zarévich Iván le abrazó muy fuerte,
anegado en llanto.
-No
pensaba que volvería a verte.
Cambiaron
sus ropas y el escudero condujo el rebaño al corral de palacio. Ana la Hermosa salió al balcón,
comprobó que estaban todas las vacas y ordenó que fueran encerradas en el
cobertizo. Todas entraron por el portón, menos la última que se detuvo y
levantó el rabo. Katomo corrió a ella:
-¿Tú que
esperas, carne de perro? -gritó y, agarrándola por el rabo, la dejó desollada.
Al verlo,
la princesa puso el grito en el cielo.
-¿Qué
hace ese maldito pastor? ¡Traedle aquí inmediatamente!
Unos
criados agarraron en seguida a Katomo y lo llevaron al palacio. Seguro de sí
mismo, él se dejó conducir sin protestar. Cuando le tuvo delante, la princesa
le miró y preguntó:
-¿Quién
eres? ¿De dónde vienes?
-Soy el
hombre a quien le cortaste las dos piernas y dejaste sentado en lo alto de un
tocón. Me llamo el Escudero-Katomo gorro-de-olmo.
La
princesa se dijo que de nada servirían las astucias con un hombre que había
logrado recuperar las piernas cortadas y optó por pedirles perdón al zarévich y a él. Se arrepintió de sus
pecados y juró amar eternamente al zarévich
y obedecerle en todo.
El zarévich Iván la perdonó y desde
entonces vivieron en paz y buena armonía. El bogatir, que había recobrado la vista, se quedó junto a ellos, mientras
que el Escudero-Katomo volvió con su esposa a casa del rico mercader.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
Hola, antes de nada quería felicitaros por la colección de cuentos recogida. Me gustaría saber vuestro email o teléfono de contacto para haceros una consulta. Mil gracias de antemano.
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