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domingo, 23 de junio de 2013

El campesino timador

Erase una vieja que tenía dos hijos: el uno se murió y el otro, que era campesino, partió hacia tierras lejanas. Unos tres días después de haberse marchado éste llamó un soldado a la puerta:
-¿Podría pasar la noche aquí, abuela?
-Entra, muchacho. Y tú, ¿de dónde eres?
-Pues yo vengo del otro mundo, abuela.
-¡Pobrecito mío! Oye: a mí se me ha muerto un hijo. ¿No le habrás visto por allí?
-iPues claro que sí! Como que vivíamos en el mismo cuarto.
-¡Qué me dices!
-En el otro mundo cuida de una bandada de grullas.
-¡Hijo de mi alma! Estará muy cansado.
-¡Ya lo creo! Además, que las grullas andan siempre por entre los zarzales.
-Tendrá la ropa destrozada.
-Hecha jirones.
-Mira, muchacho: yo tengo unas cuarenta arshinas[1] de lienzo y así como diez rublos en dinero. ¿Podrías llevárselo todo a mi hijo?
-Claro que sí, abuela.
Al cabo de un tiempo, no sé si mucho o poco, se presenta el hijo:
-Hola, mátushka.
-¿Sabes que ha estado aquí uno que venía del otro mundo y me habló de tu hermano el difunto? Vivían en el mismo cuarto. Con él le mandé a tu hermano unas piezas de lienzo y diez rublos en dinero.
-Conque sí, ¿eh? -exclamó el hijo. Pues adiós, mátushka. Me voy por esos mundos. Cuando encuentre a una mujer más tonta que tú, volveré y te mantendré. Si no la encuentro, te echaré de casa.
Dio media vuelta y se largó.
Llegó a la aldea donde vivía el señor de aquellas tierras, se detuvo delante de la mansión y vio que andaba por el patio una cerda con sus lechones. El campesino cayó de rodillas, haciéndole grandes reverencias a la cerda. La bárinia, que le vio desde una ventana, ordenó a una criada:
-Anda y pregúntale a ese campesino por qué hace tantas reverencias.
-Buen hombre, ¿por qué estás de rodillas y le haces reverencias a la cerda? -preguntó la criada.
-¡Mujer! Ve y dile a la bárinia que esta cerda es hermana de mi mujer y, como mi hijo se casa mañana, he venido a invitarla a la boda. ¿No les daría permiso a la cerda para hacer de madrina y a los lechones para hacer de pajes?
La bárinia, cuando oyó aquello, le dijo a la criada:
-¿Habrá estúpido? ¡Mira que invitar a una cerda a la boda! ¡Y con los lechones además! ¡Allá él! Que se ría la gente a su costa. Ponle en seguida a la cerda mi abrigo de pieles y di que enganchen un par de caballos a un carro para que no vaya andando a la boda.
Engancharon un carro, montaron en él a la cerda toda emperifollada y a los lechones, y luego se lo dieron todo al campesino, que también montó en el carro y volvió a su casa.
A todo esto, el barin estaba de caza. Cuando regresó, su mujer le acogió muerta de risa.
-¡Ay querido! Como no estabas tú, no he podido reírme a mi gusto. Figúrate que se ha presentado un campesino, se ha puesto a hacerle reverencias a la cerda diciendo que es hermana de su mujer y luego me ha pedido que la dejara ir a la boda de su hijo para que haga de madrina y los lechones de pajes.
-Y seguro que lo has consentido.
-¡Claro que sí! He hecho que le pusieran mi abrigo de pieles y le dieran un carro con un par de caballos.
-¿Y de dónde es ese campesino?
-No lo sé, corazón.
-Pues así resulta que la tonta eres tú y no el campesino.
Muy enfadado porque habían timado a su mujer, el barin salió de estampía, montó a caballo y partió al galope detrás del campesino.
Al oír el campesino que le perseguía el barin, metió el carro y los caballos entre la espesura del bosque y fue a sentarse junto al camino, poniendo el gorro boca abajo en el suelo.
-¡Eh, tú, palurdo! -gritó el barin al verle. ¿No ha pasado por aquí un campesino con un carro de dos caballos donde iban una cerda y unos lechones?
-Claro que sí. Hace ya un buen rato.
-¿Y para dónde han tirado? ¿Cómo podría darles alcance?
-Al paso que llevas, no te costaría nada; pero el camino es muy enrevesado y podrías extraviarte. ¿Lo conoces bien?
-Mira, hombre: corre tú y tráemelos.
-¡Quia, barin! Yo no puedo apartarme de aquí: tengo un halcón debajo del gorro.
-No te preocupes, que yo vigilaré a tu halcón.
-¡Quia! Vale mucho y se te puede escapar. Entonces mi amo me arranca el pellejo a tiras.
-¿Pues cuánto cuesta?
-Lo menos trescientos rublos.
-Entonces, mira: si lo dejo escapar, te lo pago.
-No, barin. Ahora me lo prometes, sí. ¿Pero quién me dice que lo cumplirás luego?
-¡Qué desconfiado! Bueno, pues aquí tienes trescientos rublos por si acaso.
El campesino agarró el dinero, montó en el caballo del barin y se metió en el bosque al galope mientras el barin se quedaba a cuidar del gorro.
Mucho le tocó esperar al barin. Iba poniéndose ya el sol, y el campesino sin volver.
-Veré si de verdad hay un halcón debajo del gorro -se dijo el barin. Si no me ha engañado, volverá; si no, 6para qué voy a esperar?
Levantó el gorro... ¡y ni huella de halcón!
-¡Menudo sinvergüenza! Seguro que ha sido el mismo que engañó a mi mujer.
Y, muy contrariado, volvió andando a su casa.
Mientras, el campesino había vuelto ya a la suya.
-Mátushka -le dijo a la vieja-, quédate conmigo porque, desde luego, hay gente más tonta que tú en el mundo. Ya ves: sin más ni más, me han dado un carro, dos caballos, trescientos rublos y una cerda con sus lechones...

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)


[1] Arshin: Antigua medida rusa igual a 0,71 m.

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