Erase una
vieja que tenía dos hijos: el uno se murió y el otro, que era campesino, partió
hacia tierras lejanas. Unos tres días después de haberse marchado éste llamó un
soldado a la puerta:
-¿Podría
pasar la noche aquí, abuela?
-Entra,
muchacho. Y tú, ¿de dónde eres?
-Pues yo
vengo del otro mundo, abuela.
-¡Pobrecito
mío! Oye: a mí se me ha muerto un hijo. ¿No le habrás visto por allí?
-iPues
claro que sí! Como que vivíamos en el mismo cuarto.
-¡Qué me
dices!
-En el
otro mundo cuida de una bandada de grullas.
-¡Hijo de
mi alma! Estará muy cansado.
-¡Ya lo
creo! Además, que las grullas andan siempre por entre los zarzales.
-Tendrá
la ropa destrozada.
-Hecha
jirones.
-Mira,
muchacho: yo tengo unas cuarenta arshinas[1] de
lienzo y así como diez rublos en dinero. ¿Podrías llevárselo todo a mi hijo?
-Claro
que sí, abuela.
Al cabo
de un tiempo, no sé si mucho o poco, se presenta el hijo:
-Hola,
mátushka.
-¿Sabes
que ha estado aquí uno que venía del otro mundo y me habló de tu hermano el
difunto? Vivían en el mismo cuarto. Con él le mandé a tu hermano unas piezas de
lienzo y diez rublos en dinero.
-Conque
sí, ¿eh? -exclamó el hijo. Pues adiós, mátushka. Me voy por esos mundos.
Cuando encuentre a una mujer más tonta que tú, volveré y te mantendré. Si no la
encuentro, te echaré de casa.
Dio media
vuelta y se largó.
Llegó a
la aldea donde vivía el señor de aquellas tierras, se detuvo delante de la
mansión y vio que andaba por el patio una cerda con sus lechones. El campesino
cayó de rodillas, haciéndole grandes reverencias a la cerda. La bárinia, que le
vio desde una ventana, ordenó a una criada:
-Anda y
pregúntale a ese campesino por qué hace tantas reverencias.
-Buen
hombre, ¿por qué estás de rodillas y le haces reverencias a la cerda? -preguntó
la criada.
-¡Mujer!
Ve y dile a la bárinia que esta cerda es hermana de mi mujer y, como mi hijo se
casa mañana, he venido a invitarla a la boda. ¿No les daría permiso a la cerda
para hacer de madrina y a los lechones para hacer de pajes?
La
bárinia, cuando oyó aquello, le dijo a la criada:
-¿Habrá
estúpido? ¡Mira que invitar a una cerda a la boda! ¡Y con los lechones además!
¡Allá él! Que se ría la gente a su costa. Ponle en seguida a la cerda mi abrigo
de pieles y di que enganchen un par de caballos a un carro para que no vaya
andando a la boda.
Engancharon
un carro, montaron en él a la cerda toda emperifollada y a los lechones, y
luego se lo dieron todo al campesino, que también montó en el carro y volvió a
su casa.
A todo
esto, el barin estaba de caza. Cuando regresó, su mujer le acogió muerta de
risa.
-¡Ay
querido! Como no estabas tú, no he podido reírme a mi gusto. Figúrate que se ha
presentado un campesino, se ha puesto a hacerle reverencias a la cerda diciendo
que es hermana de su mujer y luego me ha pedido que la dejara ir a la boda de
su hijo para que haga de madrina y los lechones de pajes.
-Y seguro
que lo has consentido.
-¡Claro
que sí! He hecho que le pusieran mi abrigo de pieles y le dieran un carro con
un par de caballos.
-¿Y de
dónde es ese campesino?
-No lo
sé, corazón.
-Pues así
resulta que la tonta eres tú y no el campesino.
Muy
enfadado porque habían timado a su mujer, el barin salió de estampía, montó a
caballo y partió al galope detrás del campesino.
Al oír el
campesino que le perseguía el barin, metió el carro y los caballos entre la
espesura del bosque y fue a sentarse junto al camino, poniendo el gorro boca
abajo en el suelo.
-¡Eh, tú,
palurdo! -gritó el barin al verle. ¿No ha pasado por aquí un campesino con un
carro de dos caballos donde iban una cerda y unos lechones?
-Claro
que sí. Hace ya un buen rato.
-¿Y para
dónde han tirado? ¿Cómo podría darles alcance?
-Al paso
que llevas, no te costaría nada; pero el camino es muy enrevesado y podrías
extraviarte. ¿Lo conoces bien?
-Mira,
hombre: corre tú y tráemelos.
-¡Quia,
barin! Yo no puedo apartarme de aquí: tengo un halcón debajo del gorro.
-No te
preocupes, que yo vigilaré a tu halcón.
-¡Quia!
Vale mucho y se te puede escapar. Entonces mi amo me arranca el pellejo a
tiras.
-¿Pues
cuánto cuesta?
-Lo menos
trescientos rublos.
-Entonces,
mira: si lo dejo escapar, te lo pago.
-No,
barin. Ahora me lo prometes, sí. ¿Pero quién me dice que lo cumplirás luego?
-¡Qué
desconfiado! Bueno, pues aquí tienes trescientos rublos por si acaso.
El
campesino agarró el dinero, montó en el caballo del barin y se metió en el
bosque al galope mientras el barin se quedaba a cuidar del gorro.
Mucho le
tocó esperar al barin. Iba poniéndose ya el sol, y el campesino sin volver.
-Veré si
de verdad hay un halcón debajo del gorro -se dijo el barin. Si no me ha
engañado, volverá; si no, 6para qué voy a esperar?
Levantó
el gorro... ¡y ni huella de halcón!
-¡Menudo
sinvergüenza! Seguro que ha sido el mismo que engañó a mi mujer.
Y, muy
contrariado, volvió andando a su casa.
Mientras,
el campesino había vuelto ya a la suya.
-Mátushka
-le dijo a la vieja-, quédate conmigo porque, desde luego, hay gente más tonta
que tú en el mundo. Ya ves: sin más ni más, me han dado un carro, dos caballos,
trescientos rublos y una cerda con sus lechones...
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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