El pope
de cierta aldea apalabró a un bracero y le mandó a arar el campo con una
perrita y le dio una hogaza entera de pan diciéndole:
-Toma,
muchacho: esto es para que estés alimentado, y para que también lo esté la
perrita, pero a condición de que quede intacta la hogaza.
Conque el
bracero agarró y se marchó al campo y, una vez allí, se puso a arar. Estuvo
arando y venga a arar, hasta que le pareció que era hora de matar un poco el hambre
porque ya le sonaban las tripas. Pero, ¿y las recomenda-ciones del pope?
Sin
embargo, como el hambre aguza el ingenio, el bracero acabó encontrando una
solución. Conque hizo lo siguiente.
Fue
quitándole con mucho cuidado la corteza a la hogaza hasta sacar toda la miga,
sació su hambre, le dio de comer a la perrita, luego juntó la corteza igual que
estaba antes y siguió arando hasta la caída de la tarde, tan campante y como si
tal cosa.
Cuando
empezó a oscurecer, volvió a casa del pope, que estaba esperándole junto al
portón y le preguntó:
-Que tal,
muchacho, ¿estás alimentado?
-Sí -dijo
él.
El pope
preguntó otra vez:
-Y la
perrita, ¿está alimentada?
-Sí -dijo
el bracero.
Y el
pope, de nuevo:
-¿Y la
hogaza está intacta?
-Así es
-dijo el bracero. Aquí está, enterita.
Entonces
se dio cuenta el pope de la argucia del bracero, y dijo riendo:
-¡Vaya si
eres astuto! Como veo, se puede sacar provecho de ti. Me gustas por tus modales
y por tu ingenio. ¡Bravo, muchacho! Has sabido salir del paso. Quédate en mi
casa porque eres el hombre que necesito.
En
efecto, se quedó con él de bracero, pagándolé más del jornal apalabrado porque
era un muchacho resuelto, arriscado y muy avispado.
Y el
bracero vivió allí tan a gusto y regaladamente.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
No hay comentarios:
Publicar un comentario