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domingo, 23 de junio de 2013

El bufon

En cierta aldea vivía un bufón. Un día se le ocurrió al pope ir a verle y le dijo a su mujer:
-Voy donde el bufón, a ver si me gasta alguna broma.
Lo hizo como lo había pensado y se encontró al bufón yendoy viniendo po r el patio, al cuidado de su hacienda.
-Que el Señor te acompañe, bufón.
-Bienvenido, padre. ¿Hacia dónde encamina Dios tus pasos?
-A verte a ti, hijo mío. ¿No quieres gastarme alguna broma?
-Claro que sí, padre. El caso es que las he dejado donde los siete bufones amigos míos. Préstame alguna prenda de abrigo y un caballo para ir a buscarlas.
El pope le dio su caballo, su zamarra y su gorro. El bufón montó a caballo y se marchó a casa del pope.
-Mátushka -le dijo a la popesa-: el pope ha comprado trescientos puds de pescado y me ha mandado venir en su caballo para que me des el dinero. Son trescientos rublos.
La popesa le dio al instante los trescientos rublos. El bufón volvió a su casa con ellos, dejó la zamarra y el gorro en el trineo, metió el caballo dentro de la cerca y se escondió.
Al cabo de mucho rato y cansado de esperar, el pope volvió a la aldea.
-¿Dónde está el pescado? -le preguntó la popesa al verle.
-¿Qué pescado?
-¿Cómo que qué pescado? El bufón ha venido de tu parte a buscar dinero porque habías apalabrado trescientos puds de pescado. Y yo le di trescientos rublos.
Así supo el pope la broma que le había gastado el bufón.
Al día siguiente se dispuso a ir de nuevo donde el bufón. Pero el bufón, que se lo imaginaba, se vistió de mujer, tomó una rueca y se puso a hilar junto a la ventana. De pronto se presentó el pope:
-Que Dios te acompañe.
-Bienvenido.
-¿Está en casa el bufón?
-No, bátiushka.
-¿Y dónde está?
-No ha vuelto a casa desde que ayer te gastó aquella broma, bátiushka.
-¡Pero qué bribón! Tendré que venir mañana.
Fue al tercer día, y tampoco estaba el bufón en casa. «¿Para qué gasto el tiempo en venir? -se dijo el pope-. Esta muchacha debe de ser familia suya. Me la llevaré a casa y que trabaje lo que me ha estafado el otro.» Luego preguntó:
-Y tú, ¿qué parentesco tienes con el bufón?
-Soy su hermana.
-El bufón me ha estafado trescientos rublos. Conque vas a venir a mi casa a trabajar, palomita, para resarcirme de alguna manera.
-Por mí... Estoy dispuesta a ir.
Efectivamente, se marchó con el pope y allí estuvo bastante tiempo.
El pope tenía una hija moza. Un día se presentó un casamentero a pedir su mano para el hijo de un rico mercader. Pero la hija del pope no le gustó al mercader por alguna razón. Entonces pidió la mano de la criada, de la hermana del bufón.
Se celebró la boda por todo lo alto, con mucha alegría y un buen banquete.
Por la noche le dijo la recién casada al marido:
-Ayúdame a salir por la ventana, atada con este lienzo, para tomar un poco el aire. Luego, cuando sacuda yo el lienzo, tiras para que suba.
El marido la bajó al jardín. La supuesta esposa ató entonces a una cabra en su lugar, sacudió el lienzo y, cuando el recién casado tiró, se encontró con que había metido en la alcoba a una cabra.
-¡Ay, ay! A mi mujer la ha embrujado alguien...
Toda la casa acudió a sus gritos. Los amigos del novio emplearon todos los exorcismos que conocían para devolverle su forma humana, y tanto se afanaron, que la cabra quedó patitiesa.
A todo esto, el bufón volvió a su casa, se cambió de ropa y se presentó donde el pope.
-Pasa, pasa... Bienvenido... -le saludó el pope llevándole hacia la mesa.
El bufón estuvo allí un rato, sin probar bocado, hablando de unas cosas y otras, hasta que preguntó:
-¿Dónde está mi hermana, bátiushka? ¿No te la trajiste tú?
-Sí que la traje. Y ahora la he casado con un rico mercader.
-¿Cómo has podido casarla sin mi consentimiento, bátiushka? ¿Permiten eso las leyes? Iré a pedir justicia.
Se puso a porfiar el pope para que no presentara ninguna denuncia, y el bufón pidió por ello trescientos rublos. El pope se los dio.
-Está bien, bátiushka. Ahora llévame donde mi cuñado. Quiero ver cómo viven.
El pope aceptó para no meterse en discusiones. En casa del mercader fueron muy bien acogidos y agasajados. Pero, como el tiempo pasaba y no aparecía la supuesta hermana, dijo el bufón:
-¿Dónde está mi hermana? Hace mucho tiempo que no nos vemos.
Los presentes quisieron hacerse los desentendidos, pero él volvió a preguntar, y entonces le confesaron que algún malvado la había convertido en cabra.
-¡Quiero ver esa cabra!
-La cabra se ha muerto.
-No, no se ha muerto ninguna cabra. Lo que ocurre es que habéis matado a mi hermana. ¿Cómo iba a convertirse ella en cabra? Iré a presentar una denuncia contra vosotros.
Los otros, claro, empeñados en que no fuera.
-No vayas, hombre. No nos lleves a los tribunales. Pide lo que quieras a cambio.
-De acuerdo: si me dais trescientos rublos, no iré.
Conque le dieron lo que pedía. El bufón se marchó con el dinero. Hizo un ataúd como pudo, metió el dinero dentro y emprendió el camino. En esto se encontró con siete bufones.
-¿Qué llevas ahí, bufón? -le preguntaron.
-Dinero.
-¿De dónde lo has sacado?
-¿No lo veis? He vendido al difunto y ahora llevo el ataúd lleno de dinero.
Los bufones no comentaron nada, pero volvieron a sus casas, mataron a sus mujeres, las metieron en ataúdes y las cargaron en carros que llevaron a la ciudad, gritando:
-¡Difuntos, difuntos! ¿Quién quiere difuntos?
Los cosacos, que los oyeron, acudieron al galope y la emprendieron con ellos a latigazos, repitiendo:
-¿No queríais difuntos? ¡Pues los vais a tener! Y los echaron de la ciudad.
Los bufones escaparon de milagro, enterraron a sus mujeres y se encaminaron a casa del bufón para hacerle pagar su burla. Pero el bufón, que se enteró, se preparó para recibirlos.
Cuando llegaron, entraron en la casa, saludaron, se sentaron en un banco... Les extrañó que el bufón tuviera una cabra dentro de la casa. El animal anduvo correteando por allí y, de pronto, dejó caer una moneda de medio rublo.
-¿Cómo ha echado esa moneda la cabra? -preguntaron.
-¡Ah, sí! Eso es lo que suele soltar...
Los otros, en seguida, empeñados en que se la vendiera a ellos. El bufón se resistía, diciendo que la necesitaba él. Pero los otros seguían porfiando. Hasta que les pidió trescientos rublos. Los bufones se los dieron y se llevaron la cabra. Ya en su casa, la metieron en la sala, después de extender alfombras por el suelo, y esperaron el día siguiente pensando: «¡Menuda cantidad de monedas va a soltar!»
Pero, en vez de soltar dinero, lo que hizo la cabra fue poner perdidas las alfombras.
Otra vez fueron los bufones a castigar al otro. Pero él, que se lo imaginaba, le dijo a su mujer:
-Mira: voy a atarte debajo del pecho una vejiga llena de sangre. Cuando ésos vengan a pegarme, yo te pediré el almuerzo. A la primera vez no me hagas caso. A la segunda tampoco ni a la tercera. Entonces yo empuñaré un cuchillo, lo clavaré en la vejiga, brotará la sangre y tú te dejas caer como si estuvieras muerta. En ese momento yo agarraré un látigo y te pegaré con él. Al primer latigazo te rebulles un poco, al segundo te das la vuelta y al tercero te levantas y te pones a servir la mesa.
Se presentaron los bufones:
-Amigo, nos vienes engañando desde hace ya mucho tiempo y ahora te vamos a matar.
-¿Qué se le va a hacer? Si me matáis, pues me matáis. Dejadme al menos que almuerce por última vez. ¡Eh, mujer! ¡Venga la comida!
La mujer, como si tal cosa. A la segunda vez no se movió ni a la tercera tampoco. El bufón agarró entonces un cuchillo y se lo clavó en un costado. Empezó a correr la sangre y la mujer se cayó al suelo.
Los bufones estaban espantados:
-¿Qué has hecho, so perro? Ahora nos empapelarán a nosotros también.
-¿Os queréis callar? Yo tengo un látigo que la dejará nueva.
Trajo un látigo, pegó con él a su mujer una vez, y ella rebulló; al segundo latigazo se dio la vuelta y al tercero se levantó y se puso a servir la mesa.
-iVéndenos el látigo! -pidieron los bufones.
-Si lo queréis comprar...
-¿Pides mucho por él?
-Trescientos rublos.
Los bufones le dieron el dinero, agarraron el látigo y se marcharon. Al entrar en la ciudad vieron que conducían el cadáver de un hombre muy rico.
-¡Alto! -gritaron.
El duelo se detuvo.
-Vamos a resucitar al difunto.
Le pegaron con el látigo, y el difunto ni siquiera se estremeció. A la segunda vez tampoco, ni a la tercera, ni a la cuarta, ni a la quinta...
Entonces les echaron mano a ellos y la emprendieron a latigazos. A cada golpe repetían:
-¡Para que aprendáis a hacer milagros! ¡Para que aprendáis a resucitar a la gente...!
No los soltaron hasta que estuvieron medio derrengados. Volvieron a su casa casi a rastras, pero cuando se repusieron acordaron entre ellos:
-¿Hasta cuándo va estar ése burlándose de nosotros? ¡Vamos a matarle! ¡Se acabaron las contemplaciones!
Sin pensarlo más se pusieron en camino. Encontraron al bufón en su casa, le agarraron y le llevaron al río para ahogarle. El les pidió entonces:
-Dejad por lo menos que me despida de mi mujer y de mis parientes. Traedlos aquí.
Los otros accedieron y se fueron juntos en busca de la parentela del bufón, dejándole a él metido en un saco cerca de un prórub[1].
Acababan de alejarse cuando acertó a pasar por allí un soldado en un trineo tirado por un par de alazanes, y en ese momento tosió el bufón. El soldado detuvo el trineo, se apeó, desató el saco y exclamó:
-¡Pero si es el bufón! ¿Qué haces aquí metido?
-Verás: me he comprometido hoy con Fulanita -y dijo el nombre-, y entre mis amigos y yo la hemos raptado. Pero se ha enterado el padre y anda buscándonos. Como no teníamos adónde ir, nos hemos escondido en unos sacos y luego nos han llevado a sitios diferentes para que nadie se entere.
El soldado, que era viudo, le pidió al bufón:
-Deja que me meta yo en él saco.
El bufón se resistía, haciendo que no quería, y el soldado venga a porfiar, hasta que le convenció. El bufón salió, ató al soldado en el saco en su lugar y se marchó en el trineo.
Aburrido, el soldado acabó durmiéndose dentro del saco.
Los siete bufones volvieron solos, porque no encontraron a los parientes, y echaron el saco al agua, que se fue al fondo chapoteando.
Ellos regresaron a sus casas; pero no habían hecho más que llegar y sentarse cuando vieron pasar por delante al bufón montado en un trineo de dos caballos.
-¡Eh, eh! -gritaron los siete, y el otro se detuvo-. ¿Cómo te las has compuesto para salir del agua?
-¡Cuidado que sois tontos! ¿No habéis oído el ruido que hacía al caer al fondo? Era para llamar a los caballos. Hay muchos, y de raza. Estos no son de lo mejor. Los he cogido al tuntún, porque estaban más cerca. Pero, adentrándose un poco, encuentra uno cada alazán...
Los bufones se lo creyeron.
-Oye, pues échanos tú ahora a nosotros, hombre, y podremos elegir también algunos caballos.
-Si queréis...
Conque los metió a todos en sacos y los fue echando al agua uno a uno. Cuando terminó agitó una mano y dijo: 
-Ahora que os saquen de ahí los alazanes...

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)



[1] Prórub: Agujero que se abre en el hielo cuando los ríos quedan totalmente congelados, para poder sacar agua.

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