En cierta
aldea vivía un bufón. Un día se le ocurrió al pope ir a verle y le dijo a su
mujer:
-Voy
donde el bufón, a ver si me gasta alguna broma.
Lo hizo
como lo había pensado y se encontró al bufón yendoy viniendo po r el patio, al
cuidado de su hacienda.
-Que el
Señor te acompañe, bufón.
-Bienvenido,
padre. ¿Hacia dónde encamina Dios tus pasos?
-A verte
a ti, hijo mío. ¿No quieres gastarme alguna broma?
-Claro
que sí, padre. El caso es que las he dejado donde los siete bufones amigos
míos. Préstame alguna prenda de abrigo y un caballo para ir a buscarlas.
El pope
le dio su caballo, su zamarra y su gorro. El bufón montó a caballo y se marchó
a casa del pope.
-Mátushka
-le dijo a la popesa-: el pope ha comprado trescientos puds de pescado y me ha
mandado venir en su caballo para que me des el dinero. Son trescientos rublos.
La popesa
le dio al instante los trescientos rublos. El bufón volvió a su casa con ellos,
dejó la zamarra y el gorro en el trineo, metió el caballo dentro de la cerca y
se escondió.
Al cabo
de mucho rato y cansado de esperar, el pope volvió a la aldea.
-¿Dónde
está el pescado? -le preguntó la popesa al verle.
-¿Qué
pescado?
-¿Cómo
que qué pescado? El bufón ha venido de tu parte a buscar dinero porque habías
apalabrado trescientos puds de pescado. Y yo le di trescientos rublos.
Así supo
el pope la broma que le había gastado el bufón.
Al día
siguiente se dispuso a ir de nuevo donde el bufón. Pero el bufón, que se lo
imaginaba, se vistió de mujer, tomó una rueca y se puso a hilar junto a la
ventana. De pronto se presentó el pope:
-Que Dios
te acompañe.
-Bienvenido.
-¿Está en
casa el bufón?
-No,
bátiushka.
-¿Y dónde
está?
-No ha
vuelto a casa desde que ayer te gastó aquella broma, bátiushka.
-¡Pero
qué bribón! Tendré que venir mañana.
Fue al
tercer día, y tampoco estaba el bufón en casa. «¿Para qué gasto el tiempo en
venir? -se dijo el pope-. Esta muchacha debe de ser familia suya. Me la llevaré
a casa y que trabaje lo que me ha estafado el otro.» Luego preguntó:
-Y tú,
¿qué parentesco tienes con el bufón?
-Soy su
hermana.
-El bufón
me ha estafado trescientos rublos. Conque vas a venir a mi casa a trabajar,
palomita, para resarcirme de alguna manera.
-Por
mí... Estoy dispuesta a ir.
Efectivamente,
se marchó con el pope y allí estuvo bastante tiempo.
El pope
tenía una hija moza. Un día se presentó un casamentero a pedir su mano para el
hijo de un rico mercader. Pero la hija del pope no le gustó al mercader por
alguna razón. Entonces pidió la mano de la criada, de la hermana del bufón.
Se
celebró la boda por todo lo alto, con mucha alegría y un buen banquete.
Por la
noche le dijo la recién casada al marido:
-Ayúdame
a salir por la ventana, atada con este lienzo, para tomar un poco el aire.
Luego, cuando sacuda yo el lienzo, tiras para que suba.
El marido
la bajó al jardín. La supuesta esposa ató entonces a una cabra en su lugar,
sacudió el lienzo y, cuando el recién casado tiró, se encontró con que había
metido en la alcoba a una cabra.
-¡Ay, ay!
A mi mujer la ha embrujado alguien...
Toda la
casa acudió a sus gritos. Los amigos del novio emplearon todos los exorcismos
que conocían para devolverle su forma humana, y tanto se afanaron, que la cabra
quedó patitiesa.
A todo
esto, el bufón volvió a su casa, se cambió de ropa y se presentó donde el pope.
-Pasa,
pasa... Bienvenido... -le saludó el pope llevándole hacia la mesa.
El bufón
estuvo allí un rato, sin probar bocado, hablando de unas cosas y otras, hasta
que preguntó:
-¿Dónde
está mi hermana, bátiushka? ¿No te la trajiste tú?
-Sí que
la traje. Y ahora la he casado con un rico mercader.
-¿Cómo
has podido casarla sin mi consentimiento, bátiushka? ¿Permiten eso las leyes?
Iré a pedir justicia.
Se puso a
porfiar el pope para que no presentara ninguna denuncia, y el bufón pidió por
ello trescientos rublos. El pope se los dio.
-Está
bien, bátiushka. Ahora llévame donde mi cuñado. Quiero ver cómo viven.
El pope
aceptó para no meterse en discusiones. En casa del mercader fueron muy bien
acogidos y agasajados. Pero, como el tiempo pasaba y no aparecía la supuesta
hermana, dijo el bufón:
-¿Dónde
está mi hermana? Hace mucho tiempo que no nos vemos.
Los
presentes quisieron hacerse los desentendidos, pero él volvió a preguntar, y
entonces le confesaron que algún malvado la había convertido en cabra.
-¡Quiero
ver esa cabra!
-La cabra
se ha muerto.
-No, no
se ha muerto ninguna cabra. Lo que ocurre es que habéis matado a mi hermana.
¿Cómo iba a convertirse ella en cabra? Iré a presentar una denuncia contra
vosotros.
Los
otros, claro, empeñados en que no fuera.
-No
vayas, hombre. No nos lleves a los tribunales. Pide lo que quieras a cambio.
-De
acuerdo: si me dais trescientos rublos, no iré.
Conque le
dieron lo que pedía. El bufón se marchó con el dinero. Hizo un ataúd como pudo,
metió el dinero dentro y emprendió el camino. En esto se encontró con siete
bufones.
-¿Qué
llevas ahí, bufón? -le preguntaron.
-Dinero.
-¿De
dónde lo has sacado?
-¿No lo
veis? He vendido al difunto y ahora llevo el ataúd lleno de dinero.
Los
bufones no comentaron nada, pero volvieron a sus casas, mataron a sus mujeres,
las metieron en ataúdes y las cargaron en carros que llevaron a la ciudad,
gritando:
-¡Difuntos,
difuntos! ¿Quién quiere difuntos?
Los
cosacos, que los oyeron, acudieron al galope y la emprendieron con ellos a
latigazos, repitiendo:
-¿No
queríais difuntos? ¡Pues los vais a tener! Y los echaron de la ciudad.
Los
bufones escaparon de milagro, enterraron a sus mujeres y se encaminaron a casa
del bufón para hacerle pagar su burla. Pero el bufón, que se enteró, se preparó
para recibirlos.
Cuando
llegaron, entraron en la casa, saludaron, se sentaron en un banco... Les
extrañó que el bufón tuviera una cabra dentro de la casa. El animal anduvo
correteando por allí y, de pronto, dejó caer una moneda de medio rublo.
-¿Cómo ha
echado esa moneda la cabra? -preguntaron.
-¡Ah, sí!
Eso es lo que suele soltar...
Los
otros, en seguida, empeñados en que se la vendiera a ellos. El bufón se
resistía, diciendo que la necesitaba él. Pero los otros seguían porfiando.
Hasta que les pidió trescientos rublos. Los bufones se los dieron y se llevaron
la cabra. Ya en su casa, la metieron en la sala, después de extender alfombras
por el suelo, y esperaron el día siguiente pensando: «¡Menuda cantidad de
monedas va a soltar!»
Pero, en
vez de soltar dinero, lo que hizo la cabra fue poner perdidas las alfombras.
Otra vez
fueron los bufones a castigar al otro. Pero él, que se lo imaginaba, le dijo a
su mujer:
-Mira:
voy a atarte debajo del pecho una vejiga llena de sangre. Cuando ésos vengan a
pegarme, yo te pediré el almuerzo. A la primera vez no me hagas caso. A la
segunda tampoco ni a la tercera. Entonces yo empuñaré un cuchillo, lo clavaré
en la vejiga, brotará la sangre y tú te dejas caer como si estuvieras muerta.
En ese momento yo agarraré un látigo y te pegaré con él. Al primer latigazo te
rebulles un poco, al segundo te das la vuelta y al tercero te levantas y te
pones a servir la mesa.
Se
presentaron los bufones:
-Amigo,
nos vienes engañando desde hace ya mucho tiempo y ahora te vamos a matar.
-¿Qué se
le va a hacer? Si me matáis, pues me matáis. Dejadme al menos que almuerce por
última vez. ¡Eh, mujer! ¡Venga la comida!
La mujer,
como si tal cosa. A la segunda vez no se movió ni a la tercera tampoco. El
bufón agarró entonces un cuchillo y se lo clavó en un costado. Empezó a correr
la sangre y la mujer se cayó al suelo.
Los
bufones estaban espantados:
-¿Qué has
hecho, so perro? Ahora nos empapelarán a nosotros también.
-¿Os
queréis callar? Yo tengo un látigo que la dejará nueva.
Trajo un
látigo, pegó con él a su mujer una vez, y ella rebulló; al segundo latigazo se
dio la vuelta y al tercero se levantó y se puso a servir la mesa.
-iVéndenos
el látigo! -pidieron los bufones.
-Si lo
queréis comprar...
-¿Pides
mucho por él?
-Trescientos
rublos.
Los
bufones le dieron el dinero, agarraron el látigo y se marcharon. Al entrar en
la ciudad vieron que conducían el cadáver de un hombre muy rico.
-¡Alto!
-gritaron.
El duelo
se detuvo.
-Vamos a
resucitar al difunto.
Le
pegaron con el látigo, y el difunto ni siquiera se estremeció. A la segunda vez
tampoco, ni a la tercera, ni a la cuarta, ni a la quinta...
Entonces
les echaron mano a ellos y la emprendieron a latigazos. A cada golpe repetían:
-¡Para
que aprendáis a hacer milagros! ¡Para que aprendáis a resucitar a la gente...!
No los
soltaron hasta que estuvieron medio derrengados. Volvieron a su casa casi a
rastras, pero cuando se repusieron acordaron entre ellos:
-¿Hasta
cuándo va estar ése burlándose de nosotros? ¡Vamos a matarle! ¡Se acabaron las
contemplaciones!
Sin
pensarlo más se pusieron en camino. Encontraron al bufón en su casa, le
agarraron y le llevaron al río para ahogarle. El les pidió entonces:
-Dejad
por lo menos que me despida de mi mujer y de mis parientes. Traedlos aquí.
Los otros
accedieron y se fueron juntos en busca de la parentela del bufón, dejándole a
él metido en un saco cerca de un prórub[1].
Acababan
de alejarse cuando acertó a pasar por allí un soldado en un trineo tirado por
un par de alazanes, y en ese momento tosió el bufón. El soldado detuvo el
trineo, se apeó, desató el saco y exclamó:
-¡Pero si
es el bufón! ¿Qué haces aquí metido?
-Verás:
me he comprometido hoy con Fulanita -y dijo el nombre-, y entre mis amigos y yo
la hemos raptado. Pero se ha enterado el padre y anda buscándonos. Como no
teníamos adónde ir, nos hemos escondido en unos sacos y luego nos han llevado a
sitios diferentes para que nadie se entere.
El
soldado, que era viudo, le pidió al bufón:
-Deja que
me meta yo en él saco.
El bufón
se resistía, haciendo que no quería, y el soldado venga a porfiar, hasta que le
convenció. El bufón salió, ató al soldado en el saco en su lugar y se marchó en
el trineo.
Aburrido,
el soldado acabó durmiéndose dentro del saco.
Los siete
bufones volvieron solos, porque no encontraron a los parientes, y echaron el
saco al agua, que se fue al fondo chapoteando.
Ellos
regresaron a sus casas; pero no habían hecho más que llegar y sentarse cuando
vieron pasar por delante al bufón montado en un trineo de dos caballos.
-¡Eh, eh!
-gritaron los siete, y el otro se detuvo-. ¿Cómo te las has compuesto para
salir del agua?
-¡Cuidado
que sois tontos! ¿No habéis oído el ruido que hacía al caer al fondo? Era para
llamar a los caballos. Hay muchos, y de raza. Estos no son de lo mejor. Los he
cogido al tuntún, porque estaban más cerca. Pero, adentrándose un poco,
encuentra uno cada alazán...
Los
bufones se lo creyeron.
-Oye,
pues échanos tú ahora a nosotros, hombre, y podremos elegir también algunos
caballos.
-Si
queréis...
Conque
los metió a todos en sacos y los fue echando al agua uno a uno. Cuando terminó
agitó una mano y dijo:
-Ahora que os saquen de ahí los alazanes...
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
[1] Prórub: Agujero que se abre en el hielo cuando los ríos quedan
totalmente congelados, para poder sacar agua.
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