Un campesino estaba arando
cuando llegó un oso y le dijo:
-Te voy a partir el
espinazo.
-No, no me hagas nada.
Mira: voy a sembrar nabos y, si quieres, me quedo yo con las raíces y te doy
los tallos.
-Está bien -aceptó el oso.
Pero, como me engañes, que no se te ocurra venir a buscar leña al bosque.
Dicho lo cual, desapareció
en la espesura.
Cuando llegó la época, el
campesino se puso a recoger los nabos, y el oso vino en seguida del bosque.
-Vamos a repartir la
cosecha -exigió.
-De acuerdo -accedió el
campesino. Te llevaré los tallos -y le llevó una carretada de hojas.
El oso se quedó tan
satisfecho de la partición. En cuanto al campesino, cargó los nabos en su carro
y se fue a la ciudad a venderlos. Por el camino se encontró con el oso.
-¿A dónde vas, hombre?
-Pues, voy a la ciudad a
vender estas raíces.
-Dame una para ver a qué
sabe.
El campesino le dio un
nabo, y el oso se puso furioso en cuanto lo probó.
-¡Ah! -rugió-. Me has
engañado, ¿eh? Estas raíces están muy ricas. Pues, ya lo sabes: como vengas al
bosque a cortar leña, te destrozaré.
El campesino volvió de la
ciudad y no se atrevía a ir al bosque. Cuando se le terminó la leña, quemó todo
lo que pudo quemar -los vasares, los bancos, las artesas...; pero, finalmente,
no le quedó más remedio que ir al bosque.
Conducía su trineo con
mucho cuidado, cuando de pronto apareció una zorra.
-¿Qué te ocurre, buen
hombre? -le preguntó. ¿Por qué andas tan despacio?
-Porque le tengo miedo al
oso, que está enfadado conmigo y ha dicho que me destrozará.
-No hagas caso. Tú ponte a
cortar leña mientras yo hago ruido por aquí. Y si el oso te pregunta qué
ocurre, tú le contestas que andan cazando a los lobos y los osos.
No hizo más que ponerse a
cortar leña el campesino, cuando llegó el oso a todo correr y gritando:
-Oye, viejo, ¿a qué se debe
todo ese ruido?
-Es que andan cazando a los
lobos y los osos -contestó el campesino.
-Mira, buen hombre: méteme
en el trineo, tápame con la leña y luego átame con una cuerda para que se crean
que es un tronco lo que llevas.
El campesino lo metió en el
trineo, lo ató con una cuerda y luego se puso a pegarle en la cabeza con el
revés del hacha hasta que lo dejó patitieso.
Llegó corriendo la zorra y
preguntó:
-¿Y el oso?
-Ahí está muerto.
-Bueno, pues ahora tienes
que recompensarme de alguna manera.
-Claro que sí, zorrita.
Vamos a mi casa y te convidaré.
El campesino se montó en su
trineo y la zorra echó a correr delante. Viéndose ya cerca de su casa, el
campesino silbó a sus perros y los azuzó contra la zorra. La zorra partió a
toda velocidad hacia el bosque y se metió en su guarida. Cuando estuvo ya
escondida, empezó a preguntar:
-Ojos, ojitos míos, ¿qué
hacíais vosotros mientras yo corría?
-Mirar al suelo para que no
tropezaras.
-Y vosotras, orejitas, ¿qué
hacíais?
-Escuchar con mucho cuidado
para saber si se acercaban los perros.
-Y tú, rabito mío, ¿qué
hacías?
-Pues yo -contestó el rabo-
lo que hacía era pegarte en las patas para ver si te enredabas, te caías y los
perros te clavaban los dientes.
-¡Ah, sí! ¡Pues, que te
coman a ti los perros, so canalla!
Y, sacando el rabo de la
guarida, la zorra les gritó a los perros:
-¡Ahí tenéis el rabo! Os lo
podéis comer.
Los perros tiraron del
rabo, sacaron a la zorra y se la comieron. Muchas veces ocurre eso, y las
culpas del rabo las paga la cabeza.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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