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domingo, 23 de junio de 2013

El campesino, el oso y la zorra

Un campesino estaba arando cuando llegó un oso y le dijo:
-Te voy a partir el espinazo.
-No, no me hagas nada. Mira: voy a sembrar nabos y, si quieres, me quedo yo con las raíces y te doy los tallos.
-Está bien -aceptó el oso. Pero, como me engañes, que no se te ocurra venir a buscar leña al bosque.
Dicho lo cual, desapareció en la espesura.
Cuando llegó la época, el campesino se puso a recoger los nabos, y el oso vino en seguida del bosque.
-Vamos a repartir la cosecha -exigió.
-De acuerdo -accedió el campesino. Te llevaré los tallos -y le llevó una carretada de hojas.
El oso se quedó tan satisfecho de la partición. En cuanto al campesino, cargó los nabos en su carro y se fue a la ciudad a venderlos. Por el camino se encontró con el oso.
-¿A dónde vas, hombre?
-Pues, voy a la ciudad a vender estas raíces.
-Dame una para ver a qué sabe.
El campesino le dio un nabo, y el oso se puso furioso en cuanto lo probó.
-¡Ah! -rugió-. Me has engañado, ¿eh? Estas raíces están muy ricas. Pues, ya lo sabes: como vengas al bosque a cortar leña, te destrozaré.
El campesino volvió de la ciudad y no se atrevía a ir al bosque. Cuando se le terminó la leña, quemó todo lo que pudo quemar -los vasares, los bancos, las artesas...; pero, finalmente, no le quedó más remedio que ir al bosque.
Conducía su trineo con mucho cuidado, cuando de pronto apareció una zorra.
-¿Qué te ocurre, buen hombre? -le preguntó. ¿Por qué andas tan despacio?
-Porque le tengo miedo al oso, que está enfadado conmigo y ha dicho que me destrozará.
-No hagas caso. Tú ponte a cortar leña mientras yo hago ruido por aquí. Y si el oso te pregunta qué ocurre, tú le contestas que andan cazando a los lobos y los osos.
No hizo más que ponerse a cortar leña el campesino, cuando llegó el oso a todo correr y gritando:
-Oye, viejo, ¿a qué se debe todo ese ruido?
-Es que andan cazando a los lobos y los osos -contestó el campesino.
-Mira, buen hombre: méteme en el trineo, tápame con la leña y luego átame con una cuerda para que se crean que es un tronco lo que llevas.
El campesino lo metió en el trineo, lo ató con una cuerda y luego se puso a pegarle en la cabeza con el revés del hacha hasta que lo dejó patitieso.
Llegó corriendo la zorra y preguntó:
-¿Y el oso?
-Ahí está muerto.
-Bueno, pues ahora tienes que recompensarme de alguna manera.
-Claro que sí, zorrita. Vamos a mi casa y te convidaré.
El campesino se montó en su trineo y la zorra echó a correr delante. Viéndose ya cerca de su casa, el campesino silbó a sus perros y los azuzó contra la zorra. La zorra partió a toda velocidad hacia el bosque y se metió en su guarida. Cuando estuvo ya escondida, empezó a preguntar:
-Ojos, ojitos míos, ¿qué hacíais vosotros mientras yo corría?
-Mirar al suelo para que no tropezaras.
-Y vosotras, orejitas, ¿qué hacíais?
-Escuchar con mucho cuidado para saber si se acercaban los perros.
-Y tú, rabito mío, ¿qué hacías?
-Pues yo -contestó el rabo- lo que hacía era pegarte en las patas para ver si te enredabas, te caías y los perros te clavaban los dientes.
-¡Ah, sí! ¡Pues, que te coman a ti los perros, so canalla!
Y, sacando el rabo de la guarida, la zorra les gritó a los perros:
-¡Ahí tenéis el rabo! Os lo podéis comer.
Los perros tiraron del rabo, sacaron a la zorra y se la comieron. Muchas veces ocurre eso, y las culpas del rabo las paga la cabeza.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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