Erase un
zar muy curioso, que siempre andaba escuchando debajo de las ventanas.
Y también
érase un mercader que tenía tres hijas. Un día estaban las hijas hablando con
él.
-¡Ojalá
se casara conmigo el panadero del zar! -dijo una.
-¡Ojalá el escudero del zar
me tomara por esposa! -dijo otra.
-Pues a
mí me gustaría casarme con el propio zar -dijo la tercera. Le daría dos hijos
y una hija.
Toda esta
conversación la escuchó el zar. Al poco tiempo hizo todo lo que ellas habían
deseado: la mayor se casó con el panadero; la mediana con el escudero y la
menor con el propio zar.
El zar
vivía feliz con su esposa. Esta se quedó embarazada y le llegó el momento de
dar a luz. El zar quiso llamar a la partera, pero las hermanas de su mujer le
dijeron:
-¿Para
qué? Nosotras podemos perfectamente atenderla.
En cuanto
la zarina dio a luz un niño, ellas lo escondieron, dijeron al zar que su esposa
había tenido un perrillo, y al recién nacido lo echaron, metido en una caja, al
estanque que había en el jardín del palacio. .
El zar se
enfadó mucho con su mujer y quería matarla a cañonazos, pero unos reyes
forasteros que estaban allí le convencieron de que, por ser la primera vez,
debía perdonarla.
Conque el
zar la perdonó hasta ver lo que ocurría otra vez.
Al cabo
de un año, la zarina quedó embarazada otra vez y dio a luz un hijo. Las
hermanas fueron a decirle al zar que había tenido un gatito.
Más
enfadado todavía, el zar quiso ejecutar a su mujer sin dilación. Pero también
le hablaron, le convencieron y, después de reflexionar, decidió esperar hasta
la tercera vez.
Las
hermanas metieron también al segundo hijo en una caja y lo echaron al estanque.
Por
tercera vez quedó embarazada la zarina y tuvo una hermosa niña.
Las
hermanas informaron al zar de que su esposa había dado a luz un monstruo.
Furioso,
el zar hizo montar un patíbulo para ahorcar a su mujer; pero reyes de otras
tierras que estaban allí le dijeron:
-Mejor
será que hagas construir una ermita junto a la iglesia para encerrarla en ella
y que todo el que vaya a misa la escupa en la cara.
Así lo
hizo el zar. Pero resultó que, en lugar de escupirla, todo el que pasaba por
allí le dejaba un bollo o un pastelillo.
En cuanto
a los niños que había tenido, y que las tías arrojaron al estanque, el
jardinero del zar los fue recogiendo y educando.
Estos
hijos del zar crecían a ojos vistas: en meses lo que otros en años; en horas lo
que otros en días... Los zaréviches se hicieron tan galanes, que nadie podría
imaginárselo ni describirlo, y la zarevna, una muchacha de belleza sin igual.
Entonces
le pidieron al jardinero permiso para construirse su propia casa fuera de la
ciudad. El jardinero consintió, ellos levantaron una grande y hermosa casa y
empezaron a vivir en ella.
A los
hermanos les gustaba ir a cazar liebres. Una vez que salieron de caza y la
hermana se quedó sola llegó por la casa una vieja muy viejecita y le dijo a la
muchacha:
-Tenéis
una buena casa, y muy bien puesta; pero os faltan tres cosas.
-¿Qué
cosas son ésas? Yo diría que tenemos de todo...
-Os falta
-explicó la vieja- el ave parlera, el árbol cantarín y el agua de la vida.
Regresaron
los hermanos de la caza, y la hermana les dijo nada más verlos:
-Parece
que tenemos de todo, hermanos; pero nos faltan tres cosas.
-¿Y qué
nos falta, hermanita? -preguntaron ellos.
-Nos
falta -contestó- el ave parlera, el árbol cantarín y el agua de la vida.
Entonces
habló el hermano mayor:
-Dame tu
bendición, hermanita, y yo iré a buscar esas cosas extra-ordinarias. En caso de
que muera o de que me maten, vosotros os enteraréis porque voy a clavar esta
navajita en la pared y, si empieza a gotear sangre de ella, será señal de que
he muerto.
El
hermano partió y, anda que te anda, llegó a un bosque. Vio a un viejo muy
viejecito sentado en las ramas de un árbol y le preguntó:
-¿Dónde
podría conseguir el ave parlera, el árbol cantarín y el agua de la vida?
El viejo
le dio una bolita.
-Mira
hacia dónde rueda esta bolita y síguela -le dijo.
La bolita
echó a rodar, llegó hasta una montaña muy alta y no se la vio más. El zaréuích,
que había ido siguiéndola, empezó a subir la montaña. Cuando llegó a la mitad,
desapareció de pronto.
Inmediatamente,
en la casa empezó a gotear sangre de la navajita. La hermana le dijo al hermano
mediano que había muerto el mayor, puesto que goteaba sangre de la navajita.
-Entonces,
hermanita -contestó el mediano, ahora iré yo a buscar el ave parlera, el árbol
cantarín y el agua de la vida.
Ella le
dio su bendición y el hermano partió. Anda que te anda, al cabo de no sé
cuántas verstas llegó a un bosque. Vio a un viejo muy viejecito sentado en las
ramas de un árbol y le preguntó:
-¿Sabes
tú, abuelo, dónde podría encontrar el ave parlera, el árbol cantarín y el agua
de la vida?
-Toma esta
bolita -contestó el viejo dándole una- y camina hacia donde ella vaya rodando.
El viejo
le lanzó una bolita, que echó a rodar, y el zarévich fue detrás. La bolita
llegó rodando hasta una montaña muy alta y ya no se la vio más. El zarévich
empezó a subir montaña arriba y, cuando llegó a la mitad, desapareció de
pronto.
La
hermana, que estuvo esperándole muchos años, pensó: «Se conoce que también ha
perecido mi otro hermano.» Y fue ella la que partió en busca del ave parlera,
del árbol cantarín y del agua de la vida.
Había
andado no sé si poco o mucho, cuando llegó a un bosque. Vio a un viejo muy
viejecito sentado en las ramas de un árbol y le preguntó:
-Abuelito:
¿dónde encontraría yo el ave parlera, el árbol cantarín y el agua de la vida?
-Tú no
llegarías. Otros más listos que tú lo intentaron y no han vuelto.
-Dímelo,
por favor -insistió la muchacha.
-Bueno,
pues toma esta bolita y síguela.
Echó a
rodar la bolita, y la muchacha fue tras ella. Al cabo del tiempo -no sé si poco
o mucho- llegó la bolita hasta el pie de una montaña muy alta. La muchacha
empezó a subir a la montaña. Oyó voces que le gritaban: «¿Adónde vas? ¡Te vamos
a matar! ¡Te vamos a devorar!» Pero ella, como si tal cosa, continuó subiendo
hasta llegar arriba. Y allí estaba el ave parlera.
La
muchacha cogió al ave y le preguntó:
-¿Dónde
podría encontrar el árbol cantarín y el agua de la vida?
El ave se
lo dijo. Llegó donde estaba el árbol cantarín, todo cubierto de pájaros que
gorjeaban, partió una ramita y continuó su camino. Llegó a la fuente del agua
de la vida, llenó un jarrito y se lo llevó.
Conforme
iba bajando de la montaña, tomó un poco de agua y salpicó el suelo. Al instante
aparecieron los hermanos diciendo:
-¡Cuánto
tiempo hemos dormido, hermanita!
-Es
verdad, hermanos. Y habríais dormido hasta la eternidad de no ser por mí
-contestó ella, y luego añadió: He encontrado el ave parlera, el árbol
cantarín y el agua de la vida.
Los
hermanos se alegraron mucho y, cuando llegaron a su casa, plantaron la ramita
del árbol cantarín. En seguida creció por todo el jardín, cubierto de pájaros
que gorjeaban.
Un día
que habían ido de caza, los hermanos se encontraron con el zar. Aquellos
jóvenes cazadores le agradaron al zar, quien les invitó a visitarle.
-Le
pediremos permiso a nuestra hermana. Si ella nos deja, iremos sin falta.
Volvieron
de cazar y, cuando la hermana los acogió con todo cariño, le preguntaron:
-¿Te
parece que vayamos a ver al zar? Nos ha hecho el honor de invitarnos.
La
zarevna accedió y ellos salieron para palacio. El zar los recibió muy bien, los
agasajó con todo lo mejor. Ellos se comportaron con gran cortesía y, al
despedirse, rogaron al zar que honrara su casa.
Transcurrido
algún tiempo los visitó efectivamente el zar. Ellos se deshicieron en
atenciones y en agasajos, le enseñaron el árbol cantarín y el ave parlera... El
zar exclamó sorprendido:
-Yo soy
zar y no tengo nada igual.
La
hermana y los hermanos le dijeron entonces:
-Nosotros somos vuestros hijos.
El zar,
enterado de todo lo sucedido, se llevó una gran alegría, se quedó con ellos
para siempre, e hizo salir a su esposa de la ermita. Así vivieron juntos muchos
años, gozando de todas las dichas.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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