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domingo, 23 de junio de 2013

El arbol cantarin y el ave parlera

Erase un zar muy curioso, que siempre andaba escuchando debajo de las ventanas.
Y también érase un mercader que tenía tres hijas. Un día estaban las hijas hablando con él.
-¡Ojalá se casara conmigo el panadero del zar! -dijo una. 
-¡Ojalá el escudero del zar me tomara por esposa! -dijo otra.
-Pues a mí me gustaría casarme con el propio zar -dijo la tercera. Le daría dos hijos y una hija.
Toda esta conversación la escuchó el zar. Al poco tiempo hizo todo lo que ellas habían deseado: la mayor se casó con el panadero; la mediana con el escudero y la menor con el propio zar.
El zar vivía feliz con su esposa. Esta se quedó embarazada y le llegó el momento de dar a luz. El zar quiso llamar a la partera, pero las hermanas de su mujer le dijeron:
-¿Para qué? Nosotras podemos perfectamente atenderla.
En cuanto la zarina dio a luz un niño, ellas lo escondieron, dijeron al zar que su esposa había tenido un perrillo, y al recién nacido lo echaron, metido en una caja, al estanque que había en el jardín del palacio.    .
El zar se enfadó mucho con su mujer y quería matarla a cañonazos, pero unos reyes forasteros que estaban allí le convencieron de que, por ser la primera vez, debía perdonarla.
Conque el zar la perdonó hasta ver lo que ocurría otra vez.
Al cabo de un año, la zarina quedó embarazada otra vez y dio a luz un hijo. Las hermanas fueron a decirle al zar que había tenido un gatito.
Más enfadado todavía, el zar quiso ejecutar a su mujer sin dilación. Pero también le hablaron, le convencieron y, después de reflexionar, decidió esperar hasta la tercera vez.
Las hermanas metieron también al segundo hijo en una caja y lo echaron al estanque.
Por tercera vez quedó embarazada la zarina y tuvo una hermosa niña.
Las hermanas informaron al zar de que su esposa había dado a luz un monstruo.
Furioso, el zar hizo montar un patíbulo para ahorcar a su mujer; pero reyes de otras tierras que estaban allí le dijeron:
-Mejor será que hagas construir una ermita junto a la iglesia para encerrarla en ella y que todo el que vaya a misa la escupa en la cara.
Así lo hizo el zar. Pero resultó que, en lugar de escupirla, todo el que pasaba por allí le dejaba un bollo o un pastelillo.
En cuanto a los niños que había tenido, y que las tías arrojaron al estanque, el jardinero del zar los fue recogiendo y educando.
Estos hijos del zar crecían a ojos vistas: en meses lo que otros en años; en horas lo que otros en días... Los zaréviches se hicieron tan galanes, que nadie podría imaginárselo ni describirlo, y la zarevna, una muchacha de belleza sin igual.
Entonces le pidieron al jardinero permiso para construirse su propia casa fuera de la ciudad. El jardinero consintió, ellos levantaron una grande y hermosa casa y empezaron a vivir en ella.
A los hermanos les gustaba ir a cazar liebres. Una vez que salieron de caza y la hermana se quedó sola llegó por la casa una vieja muy viejecita y le dijo a la muchacha:
-Tenéis una buena casa, y muy bien puesta; pero os faltan tres cosas.
-¿Qué cosas son ésas? Yo diría que tenemos de todo...
-Os falta -explicó la vieja- el ave parlera, el árbol cantarín y el agua de la vida.
Regresaron los hermanos de la caza, y la hermana les dijo nada más verlos:
-Parece que tenemos de todo, hermanos; pero nos faltan tres cosas.
-¿Y qué nos falta, hermanita? -preguntaron ellos.
-Nos falta -contestó- el ave parlera, el árbol cantarín y el agua de la vida.
Entonces habló el hermano mayor:
-Dame tu bendición, hermanita, y yo iré a buscar esas cosas extra-ordinarias. En caso de que muera o de que me maten, vosotros os enteraréis porque voy a clavar esta navajita en la pared y, si empieza a gotear sangre de ella, será señal de que he muerto.
El hermano partió y, anda que te anda, llegó a un bosque. Vio a un viejo muy viejecito sentado en las ramas de un árbol y le preguntó:
-¿Dónde podría conseguir el ave parlera, el árbol cantarín y el agua de la vida?
El viejo le dio una bolita.
-Mira hacia dónde rueda esta bolita y síguela -le dijo.
La bolita echó a rodar, llegó hasta una montaña muy alta y no se la vio más. El zaréuích, que había ido siguiéndola, empezó a subir la montaña. Cuando llegó a la mitad, desapareció de pronto.
Inmediatamente, en la casa empezó a gotear sangre de la navajita. La hermana le dijo al hermano mediano que había muerto el mayor, puesto que goteaba sangre de la navajita.
-Entonces, hermanita -contestó el mediano, ahora iré yo a buscar el ave parlera, el árbol cantarín y el agua de la vida.
Ella le dio su bendición y el hermano partió. Anda que te anda, al cabo de no sé cuántas verstas llegó a un bosque. Vio a un viejo muy viejecito sentado en las ramas de un árbol y le preguntó:
-¿Sabes tú, abuelo, dónde podría encontrar el ave parlera, el árbol cantarín y el agua de la vida?
-Toma esta bolita -contestó el viejo dándole una- y camina hacia donde ella vaya rodando.
El viejo le lanzó una bolita, que echó a rodar, y el zarévich fue detrás. La bolita llegó rodando hasta una montaña muy alta y ya no se la vio más. El zarévich empezó a subir montaña arriba y, cuando llegó a la mitad, desapareció de pronto.
La hermana, que estuvo esperándole muchos años, pensó: «Se conoce que también ha perecido mi otro hermano.» Y fue ella la que partió en busca del ave parlera, del árbol cantarín y del agua de la vida.
Había andado no sé si poco o mucho, cuando llegó a un bosque. Vio a un viejo muy viejecito sentado en las ramas de un árbol y le preguntó:
-Abuelito: ¿dónde encontraría yo el ave parlera, el árbol cantarín y el agua de la vida?
-Tú no llegarías. Otros más listos que tú lo intentaron y no han vuelto.
-Dímelo, por favor -insistió la muchacha.
-Bueno, pues toma esta bolita y síguela.
Echó a rodar la bolita, y la muchacha fue tras ella. Al cabo del tiempo -no sé si poco o mucho- llegó la bolita hasta el pie de una montaña muy alta. La muchacha empezó a subir a la montaña. Oyó voces que le gritaban: «¿Adónde vas? ¡Te vamos a matar! ¡Te vamos a devorar!» Pero ella, como si tal cosa, continuó subiendo hasta llegar arriba. Y allí estaba el ave parlera.
La muchacha cogió al ave y le preguntó:
-¿Dónde podría encontrar el árbol cantarín y el agua de la vida?
El ave se lo dijo. Llegó donde estaba el árbol cantarín, todo cubierto de pájaros que gorjeaban, partió una ramita y continuó su camino. Llegó a la fuente del agua de la vida, llenó un jarrito y se lo llevó.
Conforme iba bajando de la montaña, tomó un poco de agua y salpicó el suelo. Al instante aparecieron los hermanos diciendo:
-¡Cuánto tiempo hemos dormido, hermanita!
-Es verdad, hermanos. Y habríais dormido hasta la eternidad de no ser por mí -contestó ella, y luego añadió: He encontrado el ave parlera, el árbol cantarín y el agua de la vida.
Los hermanos se alegraron mucho y, cuando llegaron a su casa, plantaron la ramita del árbol cantarín. En seguida creció por todo el jardín, cubierto de pájaros que gorjeaban.
Un día que habían ido de caza, los hermanos se encontraron con el zar. Aquellos jóvenes cazadores le agradaron al zar, quien les invitó a visitarle.
-Le pediremos permiso a nuestra hermana. Si ella nos deja, iremos sin falta.
Volvieron de cazar y, cuando la hermana los acogió con todo cariño, le preguntaron:
-¿Te parece que vayamos a ver al zar? Nos ha hecho el honor de invitarnos.
La zarevna accedió y ellos salieron para palacio. El zar los recibió muy bien, los agasajó con todo lo mejor. Ellos se comportaron con gran cortesía y, al despedirse, rogaron al zar que honrara su casa.
Transcurrido algún tiempo los visitó efectivamente el zar. Ellos se deshicieron en atenciones y en agasajos, le enseñaron el árbol cantarín y el ave parlera... El zar exclamó sorprendido:
-Yo soy zar y no tengo nada igual.
La hermana y los hermanos le dijeron entonces: 
-Nosotros somos vuestros hijos.
El zar, enterado de todo lo sucedido, se llevó una gran alegría, se quedó con ellos para siempre, e hizo salir a su esposa de la ermita. Así vivieron juntos muchos años, gozando de todas las dichas.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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