Erasé una
vieja que tenía un hijo bobo. Conque el bobo se encontró un día tres guisantes
y los plantó en el campo, fuera del pueblo. Cuando las matas empezaron a crecer,
él se puso a vigilarlas. De ese modo sorprendió una vez a una cigüeña que
estaba picoteándolas. El bobo se acercó sigilosamente y echó mano a la cigüeña.
-¡Ahora
te mato! -le dijo.
-No me
mates, no, y te haré un regalo -rogó la cigüeña.
-¡Venga!
-accedió el bobo.
La
cigüeña le regaló entonces un caballo con estas palabras:
-Cuando
quieras dinero, dile a este caballo «¡so!». Y cuando tengas ya bastante, le
dices «¡arre!».
El bobo
agarró al caballo por la brida y, para montarse en él, le dijo «¡so!». El
caballo se desbarató entonces, convirtiéndose en monedas de plata. El bobo
soltó la carcajada, gritó «¡arre!», y las monedas de plata se convirtieron
nuevamente en caballo.
El bobo
se despidió de la cigüeña, condujo al caballo hacia su casa y, después de
cruzar el patio, lo metió en la isba[1]
donde vivía con su madre.
-Mátushka[2]
-recomendó con mucha seriedad, a este caballo no le digas «iso!». Dile
«¡arre!» -y se marchó de nuevo a vigilar las matas de guisantes.
La madre
se quedó un buen rato preguntándose por qué le habría hecho aquella
recomendación su hijo.
-¿Y si
dijera «¡so!» a pesar de todo?
No hizo
más que pronunciar aquella palabra, cuando el caballo se desbarató,
convirtiéndose en monedas de plata. La mujer, que apenas si podía creer lo que
veía, se apresuró a recoger el dinero y guardarlo en un cofrecillo. Cuando le
pareció suficiente, dijo «¡arre!».
El bobo,
entre tanto, sorprendió de nuevo a la cigüeña picoteando los guisantes, la
agarró y la amenazó de muerte. Pero la cigüeña dijo:
-No me
mates, y te haré un regalo.
Esta vez
le ofreció un mantel, explicándole:
-Cuando
quieras comer tienes que decir «idespliégate!». Y cuando hayas terminado,
«irecógete!».
El bobo
hizo en seguida la prueba, y en cuanto dijo «¡desplié-gate!» se extendió el
mantel cubierto de manjares y de bebidas.
Sació su
hambre y su sed, dijo «irecógete!», y el mantel se enrolló él solo. El bobo lo
llevó a su casa, advirtiéndole a la madre:
-A este
mantel, mátushka, no le digas
«¡despliégate!», sino «irecógete!».
Luego
volvió el bobo al cuidado de sus matas de guisantes. La madre hizo con el
mantel lo mismo que con el caballo. Dijo «¡despliégate!», y se dio el gran
festín. Luego dijo «irecógete!», y el mantel se enrolló él solo.
Una vez
más pescó el bobo a la cigüeña picoteando los guisantes, y la cigüeña le regaló
una flauta, diciéndole cuando ya remontaba el vuelo:
-¡Oye,
bobo! Tienes que decir «¡que salgan de la flauta!».
Así lo
hizo el bobo, para desgracia suya, porque apenas pronunció aquellas palabras
salieron de la flauta dos mocetones armados con sendas estacas y se liaron a
atizarle al bobo hasta que el pobre se desplomó. La cigüeña gritó desde arriba
«¡que vuelvan a la flauta!», y los dos mocetones desaparecieron.
El bobo
llegó a su casa y le dijo a la madre:
-No digas
«¡que salgan de la flauta!», mátushka.
Debes decir «¡que vuelvan a la flauta!».
Pero
apenas salió el bobo a casa de unos vecinos, la madre cerró la puerta con el
pestillo y dijo «¡que salgan de la flauta!». Al instante surgieron los dos
mocetones con las estacas y se liaron a pegar a la vieja, que gritaba a voz en
cuello.
Al oírla
volvió el bobo a todo correr, pero se encontró con que estaba echado el
pestillo de la puerta. Sin embargo, se le ocurrió gritar «¡que vuelvan a la
flauta!, ¡que vuelvan a la flauta!».
Cuando la
vieja se repuso un poco de la paliza, abrió la puerta al bobo, que entró
diciendo:
-¿Estás
viendo, mátushka? Ya te advertí lo
que tenías que decir...
Al bobo
se le ocurrió un día dar un festín, invitando a grandes señores y boyardos. Cuando todos llegaron y
estuvieron ya sentados, el bobo metió el caballo en la isba y le dijo:
-¡So, mi
buen caballo!
El
caballo se desbarató al instante, convirtiéndose en monedas de plata. Los
invitados se sorprendieron mucho, pero en seguida se lanzaron sobre el dinero,
metiéndoselo en los bolsillos. El bobo dijo entonces «¡arre!», y el caballo
volvió a aparecer, pero sin cola.
Viendo el
bobo que era hora de agasajar a los invitados, sacó el mantel y dijo
«idespliégate!». El mantel se desplegó, cubierto de un sinfín de manjares y
bebidas. Encantados, los invitados se pusieron a beber y comer. Cuando
consideró que todos estaban satisfechos, el bobo dijo «irecógete!», y el mantel
se enrolló él solo.
Los
invitados empezaron a bostezar y le pidieron con sorna al bobo:
-¿Por qué
no nos enseñas alguna otra maravilla?
-Con
mucho gusto -contestó el bobo, y trajo la flauta.
A los
invitados se les ocurrió gritar «¡que salga algo de la flauta!». Al instante
surgieron los dos mocetones con sus estacas y empezaron a atizarlos a más y
mejor. Tanto les pegaron, que los invitados se vieron obligados a devolver el
dinero robado y escapar de allí a toda prisa.
En cuanto
al bobo y su madre, se quedaron con el caballo, el mantel y la flauta y
vivieron sin que les faltara de nada.
Cuento folklorico ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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