Cuando aquella noche,
suspendido el concierto, por indisposición del violinista, volvieron a casa
Carmen y Ventura, Roberto, que se había quedado en casa muy dormidito, despertó
con dolor en la garganta. Otro tenía, en la garganta también, su padre; pero al
ver al niño calenturiento, medio ahogado, Ventura se sintió bien de repente, o
mejor, no volvió a sentirse. Ocho días duró la enfermedad del niño, y en todo
ese tiempo el padre no pensó en sus propios males. Carmen nada sabía de las
nuevas penas de su esposo, pues creía que era un secreto para él y para el
mundo entero su debilidad, que ella misma maldecía. Velaba al pie de la cuna,
queriendo satisfacer con la penitencia del amor de madre puesto en tortura las
culpas de pensamiento de la esposa infiel.
Ni una palabra de
Ventura pudo hacerle sospechar que su falta estaba descubierta.
Roberto murió a los
ocho días. Carmen estuvo enferma de peligro. Ya convaleciente, Ventura le
dijo:
-Carmen, tu madre
podría cuidarte muy bien, mejor que yo. Allá en tu pueblo hay otros aires...
Allí la salud vendrá de prisa.
-Sí, vamos... -contestó
ella.
-No, yo no. Vas tú
sola.
-¿Y tú?
-¡Yo me quedo... con mi
hijo!
1.028. Alas «Clarin» (Leopoldo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario