Bien se acordaba; a
Roberto le habían metido en una caja estrecha y larga, es decir, no muy larga;
¡el pobre niño era tan chiquitín! Había crecido poco. ¿Qué importaba ya? La
caja tenía chapas de metal blanco y estaba pintada de azul...
Ventura se vio solo en
su casa. Ya podía hacer lo que quisiera. Si era una extravagancia, que fuese...
Demasiadas veces se había sometido a los caprichos de los demás. Y ahora iba él
a hacer su gusto. Ya estaba de acuerdo con el guarda del cementerio. Su dinero
le había costado. Salió a las doce de la noche; debajo de la capa llevaba un
bulto, que no debía de pesar mucho. Ventura corría por la carretera; después
dejó el camino real; tomó a la izquierda... allí era... aquella masa negra.
Llegó a una verja... dio tres golpes en el hierro. Abrieron.
-¿Es V., señorito?
-Sí, Ventura.
El guarda se llamaba
como él. Era un viejo con cara risueña.
-Venga V. por aquí.
Cuidado no tropiece V. con las cruces. No haga el menor ruido, no se despierten
los perros... ¡Ya están aquí! ¿Ve usted? ¡Silencio, Canelo; chito, Ney!...
La luna se asomó para
ver la extraña ceremonia.
-Con franqueza,
señorito; yo me fío de usted... pero... la verdad... en esa caja cabe un recién
nacido y algo más gordo... Yo no digo que haya
trampa... pero... la verdad... ver y creer.
Ventura respondió:
-¿Dice V. que es aquí?
-Sí, señor, debajo de
esa cruz amarilla está el chiquitín.
Ventura se sentó en el
suelo. Apoyó un codo en el bulto que puso a su lado sobre la tierra y dijo:
-Cave V., Ventura.
Cavó el otro Ventura, y
pronto tropezó el hierro con la madera.
-Ya está ahí.
-Limpie V. otro poco,
que se vea la tapa...
Se vio la tapa azul, ya
muy sucia y raída... El músico se tendió a lo largo en el camposanto.
-Ahora meta V. eso ahí
dentro.
-Señorito, yo
quisiera...
-Abra V. con esa llave.
Ventura cogió el bulto
que había traído Rodríguez. Era una caja negra, parecida a un ataúd de niño, y
tenía chapas de plata. El guarda abrió y vio dentro un violín con las cuerdas
rotas.
-Ahora haga V. lo
convenido.
La caja negra cayó
sobre la azul, y encima fue cayendo la tierra. Ventura Rodríguez se había
puesto en pie, al borde de la sepultura. El enterrador, que trabajaba
inclinado, se irguió de repente y miró con miedo al músico... ¡Un hombre que
enterraba un violín!... ¡Si sería!...
Rodríguez adivinó el
pensamiento, y sonriente dijo:
-No tema V.; no estoy
loco.
Madrid, J unio
1883.
1.028. Alas «Clarin» (Leopoldo)
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