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lunes, 25 de marzo de 2013

El silvano y el viandante

En una antigua selva del Lacio, poblada (por la imagina­ción de los primitivos) de semidioses, como ser driadas, silva­nos, sátiros, ninfas, ondinas, faunos, que nosotros hemos trans­formado en duendes, gnomos, enanos, hadas, hechiceros del bosque, brujas benéficas, y otros entes imaginarios, vivían ale­gre y frugalmente un silvano, la dríada su consorte, y siete vás­tagos, a cual más travieso. Servíales de habitación una anchí­sima gruta, casi escondida por el ramaje de las encinas, alcar­noques, campeches, nísperos y acacias aromáticas.
Un día fresco de Otoño acertó a pasar por aquel rincón selvático un ciudadano de Roma, gran lector de las Eglogas y las Geórgicas de Virgilio; y, como comenzase a llover, refu­gióse en la caverna que a su vista se ofrecía, ignorando que es­tuviese habitada.
El silvano con todos los suyos tendidos sobre el verde musgo alredor de sus escudillas y rimeros de frutas silvestres, iban a comenzar el ejercicio masticatorio, sin mantel ni herra­mientas, pero con un excelente apetito.
Conoció el virgiliano que era un intruso en aquella rústica morada, y quiso dar media vuelat, pero el silvano brincó como cabro y, acercándosele, lo invitó cortesmente a la mesa:
-"Vivimos aquí como manda la madre natura, y así no le podré ofrecer más que lo producido por la tierra generosa con ayuda del hombre: frutas, queso, pan, recién ordeñada leche, y una taza de caldo con legumbres: este piscolabis no se parece ni en sombras con las cenas y banquetes de Murena, pero le ofrezco cuanto tengo".
Agradeciendo con discretas razones el ofrecimiento, ten­dióse el viandante sobre el flanco izquierdo en el musgo, a falta de acubitorio, y comenzó a satisfacer su hambre. Como el caldo hervía, soplaza en la taza antes de tomar cada sorbo, y como el aire que se colaba por el antro era más que fresco, llevábase a menudo ambas manos a la boca para desentumecerlas con el aliento.
"¡No me gusta esta maniobra!" pensó para sus barbas el silvano. "Boca que sirve para lo frío lo mistno que para lo caliente es falsa. ¡Lejos de mi hogar los hombres de dos caras!"
Y sin duda expulsara al viajero de inmediato si éste, to­mando un puñado de castañas, no hubiese eschado a romper con un discurso gratulatorio de estómago agradecido que puede competir con el espetado por Don Quijote a los cabreros que le dieron de cenar la noche que siguió a la feroz batalla del Viz­caíno, o con la arenga que pronunció ante las libertados Galeo­tes, y aun con el panegírico que hizo de los contrahechos pas­tores y fingidas ninfas de la Arcadia donde el Triste Figura y Rocinante, Sancho Panza y el Rucio fueron, después de largos días de abundante bucólica y de idilios, prosaicamente topados, revueltos y pisoteados por una manada de toros trahumantes.
El discurso del romano hizo caer de su burro, al silvano, de­mostrándole que el hecho de soplar sobre los dedos para calen­tarlos y sobre el potaje para enfriarlo no implica ni remota­mente doblez o falsía.

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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