El fabulista griego asistió, pues, a aquellas bodas,
que eran las nupcias de un tirano. Viendo a los representantes del pueblo
soberano embaulando pescado y carne como el puño, empinando el codo para
ahogar las penas pretéritas, abandonándose a toda suerte de manifestaciones
groseras de una alegría de inconscientes, díjoles:
"En los tiempos prehistóricos, antes de la ruina
de Troya, antes de la expedición de los Argonáutas, antes de Deucalión y del
Diluvio, antes de la guerra de los Titanes; en una palabra, cuando la Tierra era toda un bañado
sin límites, el pueblo innumerable de las ranas tuvo conocimiento de que el Sol
iba a casarse con Casiopea ¡nada menos! Al punto, la gente pantanosa puso el
grito más allá de las nubes, quejándose de su mala suerte y del peligro de
muerte universal que la amenazaba:
-"Si se casa con Casiopea y llega a tener hijos
¿dónde habrá lomo ni costillas que aguanten tantos soles? Nos achicharra,
mejor dicho, nos cuece en los estanques ahora que está solo: ¿qué será cuando
Casiopea y sus descendientes junten sus fuegos con los del Sol! No solamente
los esteros sino las mismos mares y ríos se van a quedar en seco. Muerte
horrible nos espera al pie de los juncos, espadañas, mimbreras y cañaverales,
abrasados por el fuego solar...
Y bajaremos al reino de las sombras, en los campos de
asfodelos, cabe las negras aguas de la laguna Estigia, beberemos en la sondas
del Leteo...¡y nadie recordará más la ranuna progenie!"
Así habló el fabulista griego a aquella gente alegre.
Pero todo fué predicar en desierto. Los tragaldabas no pensaban. en el
porvenir, ni en sus hijos que deberían tolerar al tirano que se casaba ese día,
y, además, a sus vástagos que lo eclipsarían en alcaldadas y arbitrariedades.
1.087.1 Daimiles
(Ham) - 017
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