¿Cómo salir de este berenjenal? ¿Quién solucionará tan
pavoroso problema?
Nosotros, ateniéndonos al refrán, axioma, dicho, o lo
que sea, afirmando que "no vale la pena ponerse calvo antes de
tiempo", nos iremos derecho al cuento, sin entrar en más averiguaciones,
dejando que filólogos, historiadores, sabios, geólogos, caballeros andantes y
escuderos por andar, se pelen las barbas, se quemen las cejas, se pongan canos y
se rompan los cuernos en tan ardua empresa.
Erase un viejecito, caballero asnalmente, que acertó,
por desgracia, a pasar a la vera de un florido alfalfar.
-"¡Para mis barbas!", exclamó, "si el
prado, no es estupendo y está clamando ¡cómeme! ¡cómeme! ¡Quién fuera caballo,
burro, rinoceronte!”.
Esto diciendo desmonta de su jumento, le retira
cabestro y albarda, y dándole una palmada en el cogote, le señala la abunciante
mesa servida, mientras él se aferra de las alforjas de la bucólica y busca al
pie de un alcornoque donde recostarse, para echar un remiendo al estómago.
El borrico entonó el rebuzno más estentóreo que haya
brotado de un gaznate asinino, dió cuatro corcovos, soltó media docena de
coces al aire, corrió de un lado para otro chasqueando el rabo, se revolcó,
rascó y frotó por todos los costados dando roznidos de satisfacción y,
finalmente, comenzó a cortar al rape la verde alfalfa, ronzando con fruición
desbordante.
Cuando más engolfados estaban amo y borrico en la operación
masticatoria, aparecen de súbito en el confin de la pradera dos bergantes
amigos desaforados de lo ajeno. Brinca el viejo, carga con todo, corre al
asno, lo encabestra y enalbarda, monta y sacudiéndole las ijadas con el recio
rebenque:
"¡Arre, burro, arre que llegan los barrabases!”
comienza a gritar. Pero el jumento no se movía más que un morrillo o un mojón.
"¡Que vienen los barrabases te digo, bestia! ¡Arre,
burro, arre por los dientes del lobo! ¡Arre, que te deslomo!". Y hacía
llover a diestro y a siniestro rebencazos como granizo, tocando el tambor con
los carcaños en la panza del empacado jumento.
A esta sazón, imitando sin saberlo a la burra de
Balaán, pregunta el asno:
-"Dígame, gran Sancho Panza, esos barrabases que
dice ¿me pondrán doble albarda o carga triple?".
"¡No, hombre, no!", respondió el
ex-gobernador, "te pondrán la misma albarda que llevas y una carga más o
menos igual... Pero ¡muévete, condenado, que ya llegan!".
-"¿Para qué vamos a huir?", prosigue la
bestia bachillera. "Será mejor que sigamos comiendo. ¡Total, servir a
escuderos, jueces, caballeros y salteadores de camino, es la misma casa!..."
Y Sancho Zancas no tuvo más remedio que caerse de su
burro y echar a correr como un gamo antes que lo alcanzasen a él también los
malandrines. Los cuales no eran otro sino Ginés de Pasamante (o Ginesillo de
Paropillo) y el estudiante que, con otra sarta de pillos condenados a las
galeras, Don Quijote había librado de la Santa Hermandad en
la desgraciada aventura de los galeotes, donde hubo asáz de torniscones,
cazolasos con el yelmo de Mambrino, tortas, y mojicones.
"En la farsa
mal concertada de este mundo ¿qué le puede importar al oprimido, al
esclavo, servir a un patrón más que a otro?”.
1.087.1 Daimiles
(Ham) - 017
No hay comentarios:
Publicar un comentario