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lunes, 25 de marzo de 2013

El remendón y el banquero

Justamente en la esquina de las calles Juncal y Rincón de Montevideo, vivían frente por frente, allá por los años de 1896-1898 (que me parece estarlos viendo aún) cierto banquero y un zapatero remendón. Aquel, redondo, colorado, bajote (un verdadero proyecto de apoplejía fulminante); este, de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de su casa. Uno había llegado de Liverpool, el otro de Marsala: el inglés siempre cejijunto, el siciliano optimista siempre.
Era en los tiempos en que se formaban de calle a calle, de barrio a barrio, "guerrillas" de muchachos para "cascotearse" (quien esto escribe confiesa avergonzado que tomaba parte en tales deportes, particularmente en un callejón sin salida que existía (¿existe todavía?) en la calle Sarandí entre Juncal y la Plaza Matriz). Volviendo al cuento, el remendón era un canario hamburgués para el canto, mejor dicho, era una alondra de Sicilia. Sabiendo que, para no ser corrido, lo mejor es no correrse, y a los muchachos hay que ganarlos, y no ahuyentarlos malamente, so pena de recibir una granizada de ladrillazos, el hombre cantaba de sol a sol, y comenzaba por tomarle el pelo a los de su propio oficio, con incontenible júbilo y algazara de los chicuelos:

Zapatero remendero
Come tripas de carnero.

"A la puerta de un sastre
Todas son tiras,

Y a las de un zapatero
Todas mentiras.

Tienen los zapateros
En el cogote
Un letrero que dice
¡Viva el cerote!".

"Un zapatero fué a misa
Y no sabía rezar,
Y andaba por los altares
¿Zapatos que remendar?".

Tenía el remendón una hija casadera que lo volvía loco por su antojo de casarse con un desuellacaras que na tenía dónde caerse muerto. Tres veces por día, cantábale el zapatero:

No te enamores, mi niña,
De maestro de barbero,
Que se acuestan sin cenar
Y amanecen sin dinero".

Se convenció la chica, y aceptó los cortejos de un astroso peón de mueblería barata, después de calabacear al rapista. Este se vengó publicando en El Alarido, revista mensual del gremio, lo siguiente:

"Tú me diste calabazas,
Me las comí con tomate;
Más prefiero calabazas
Que no entrar en su linaje".

Al mes siguiente, arrepentido, remitióle una elegía:

"Cuando doblen las campanas,
No preguntes quién murió;
Porque ausente de tu vista
¿Quién ha de ser sino Pepe González Pérez?"

Importunaba, pues, la chica al zapatero con su nuevo "dragón", mas cuando ella le decia:

-Lo quiero carpintero
Que saque astillas.

El replicaba, sonriendo:

-Sí, hija, y que las saque
De tus costillas.

Cierto día vió pasar un estudiante galgo que lo llamó gringo. Inmediatamente entonó en Sol mayor, can modulaciones en su relativo Mi menor:

"Un estudiante tunante
Quiso pintar la Luna,
Y del hambre que tenía
Pintó un plato de aceituna".

"La capa del estudiante
Parece un jardín de flores,
Toda llena de remiendos
De diferentes colores".

Otro día, y estaba garuando espeso, una pandilla de muchachos le preguntó: "¿Nada de nuevo, don Tomás?
Respondió cantando:

"En mi casa hay un patio
Tan particular,
Que en lloviendo se moja
Como los demás".

Viendo pasar un viñatero alegre, comenzó :

"En El Manga los serenos
Dicen que no beben vino,
Y con el vino que beben
Puede moler un molino".

"Un borracho se murió
Y dejó en su testamento
Que lo enterrasen en viña
Para chupar los sarmientos".

Cada día pasaba, a hora fija, el sacristán de la iglesia matriz, gran tomador de tabaco rapé o en polvo, y don Tomás infaltáblemente sacaba la mano por la reja de la ventana cantando a voz en cuello (el sacristán era algo duro de oídos):

"El tabaco de polvo,
Según se dice,
Se toma en todas partes
Por las narices".

Habíale cobrado cierta ojeriza a un dependiente de almacén sito entonces en la esquina de Juncal y Plaza Independencia, frente aja Zapatería Eléctrica, o de la luz eléctrica (no recuerdo bien), y contiguo a una Posada española; en cuanto lo veía pasar cuesta abajo camino del muelle, bramaba en Sol sostenido menor:

"Cuando Dios crió al erizo
Lo crió de mala gana;
Por eso el animalito
Tiene tan suave la lana".

Con lo cual quería referirse a los pelos rojizos, más bien cerdosos, del individuo que los peinaba en cepillo. Y como el desdichado del dependiente era, además, viudo de un ojo, el remendón proseguía:

"Mire usted con la gracia
Que mira un tuerto,
Con un ojo cerrado
Y el otro abierto".

Consultóle una joven a quien un viejo calabaza pretendía, y te preguntó:

-"Qué haré, maese Tomás, que no puedo librarme de ese moscardón?”.
Y el zapatero, siempre al compás de su martillo, cantó:

"Una niña le echó a un calvo
Por una ventana cal,
Y por no decirle calvo
Le dijo: ¡cal vá! ¡cal vá!".

Y, como él sabía, aunque la hiña se lo ocultó, que era amiga de gatos amarillos, prosiguió:

"No te fíes de los gatos
Aunque los veas sin uñas,
Porque en viéndose apretados
Hasta con el rabo aruñan".

Debíale un escribano dos capelladas y dos medias suelas, amén de los tacones, y jamás se los pagaba. No bien lo veía asomar, camino de un estudio, comenzaba don Tomás:

"Primero que suba al cielo
El alma de un escribano,
Tintero, papel y pluma
Han de bailar el fandango".

A los malos médicos y a los "practicantes" los mascaba y no los tragaba. Uno de estos vivía pared por medio con don Tomás, y las echaba de libre pensador, materialista, y otras yerbas (para decirlo todo, el tipo era imbécil). El zapatero cantaba dos veces por día en Ré menor:

"Médicos y cirujanos
No van a misa mayor,
Porque les dicen los muertos:
Ahí pasa el que me mató".

Un pobrecito que había tomado un pan, no sé de dónde, para desayunarse de tres días, y había parado en la cárcel, cuando otros se paseaban en carroza siendo candidatos a presidio, le contó la triste historia de su encarcelamiento. Conforme veía pasar el coche celular de la "polecía", empezaba don Tomás a rugir:

"En el patio de la cárcel
Hay escrito con carbón:
"Aquí el bueno se hace malo,
Y el malo se hace peor".

Y como un criticón hipocondríaco censurase su letra y su música, respondióle:

"La gracia para cantar
No se compra ni se hereda;
Se la da Dios a quien quiere
Y a mí me dejó sin ella".

No se dió por aludido el otro, y prosiguió el remendón:

"Escuchándole un sordo
Cantaba un mudo
Y un ciego los miraba
Con disimulo".

Pero el criticastro ni por esas; conque no tuvo más remedio don Tomás que rematarlo can la copla:

"Para divertir su afán
Cantaba a su reja un loco:
-Unos estamos por poco,
Y otros por poco no están".

● ●

"¿Y el inglés banquero?".
-El banquero de Albión sólo cantaba dos veces por año; una coreando el God save the King, con cierto carraspeo sintomático; dormía poco; y más de una vez deseó cordialmente que sesenta mil satanases cargasen con el remendón porque, docenas de veces, al ir a conciliar el sueño a las cuatro de la madrugada, comenzaba el siciliano a mugir, sin alusiones personales:

"¡Qué hinchado y qué fanfarrón
Entre las ramas habita!
Pues sepan que fué pepita
-Aunque ya lo ven melón".

Y entonces, pero a las once horas en punto, tomando el aperitivo, el día de san Jorge, replicaba el banquero, cantanda por segunda vez en el año:

"Del hidalgo montañés
Don Juan Pérez de Quiñones
Eran las camisas nones,
Y no llegaban a tres".

Quejábase el rubio financista de que no se vendiese en Montevideo sueño como se venden comestibles y bebidas... Finalmente se decidió a llamar al zapatero:
"¡Buenos días, digo, buenas tardes, míster Tomás! ¿Quiere decirme cuánto gana por año?".
-"¿Por año? ¡Jamás lo he averiguado, lord John Bull. Yo no cuento de ese modo", prosiguió riendo de oreja a oreja, "ni me cuido de amontonar esterlinas para mañana. Con poder alcanzar el fin de Diciembre sin deudas ¡listo el pollo! Cada día trae su labor y su pan... ¿que más se quiere?...
-"Yes; se ve que usted, míster Tomás, puede dormir. Y ahora dígame: ¿cuánto gana por día?".
-"Asigún, lord John Bull; hay días flacos, hay días, no diré gordos, porque entonces yo también sería banquero, "ma peró" no tan flacos... regulares "ecco!". Lo malo es que, entre los domingos y los lunes, las fiestas de guardar y los días "fariados" se pasa la mitad del año en, huelga... aunque yo me voy a cazar o a pescar.
-"Yes. ¡All Right! Yo quiero sacarlo de apreturas. Aquí tiene, míster Tomás, quinientas libras esterlinas. Guárdelas bien, y vaya remediando sus necesidades presentes..."

El remendón creyó que todo el oro de England venta a sus manos, y rehusaba tocarlo, pero él lord de Liverpool insistió tanto que don Tomás cargó con el gato y llevóle a su casa. Sin decir palabra a nadie entierra el tesoro en un sotanillo donde arrojaba las tiras y recortes cuerunos, enterrando, junto con las esterlinas, su buen humor y sus cantares.
Comenzó a sacar cuentas, a trazar planes, y a consumirse en cuidados, temores, sospechas, alucinaciones. Ya no podía dormir. Nadie le oyó más cantar. Los muchachos mismos, sus amigos, no lograban hacerle atacar una copla, ni en carnaval...
"El pobre don Tomás está enfermo, decían, ¿no se irá a morir?". Y se desbandaban cuchicheando: "¡Qué lástima sería!".
Su casa iba empeorando; el trabajo no era ya por lo fino, porque el remendón se distraía acechando todo el día a los transeúntes. Cabalmente esos días azotaba el barrio una racha de robos. Si de noche hacía ruido algún gato, brincaba el zapatero: alguien mandaba el gato a hurtarle sus esterlinas.
Por fortuna llegó la Cuaresma: leyó la Semana Santa en su libro de misa (que a la Matriz no iba, por temor de ser robado), alguien le leyó la historia del Berrugo de La Puchera y, como quien despierta de un largo sueño y atroz pesadilla, bramó, dando un puñetazo:
-"¡Corpo di mille bombe! ¿Y voy a pasar mis últimos años de vida pensando en ese estiércol de satanás? ¡Fuera con él!".
Llegó en diez zancadas a la pieza de lord John Bull, a quien ya no despertaba por la madrugada con sus cantos, y tendiéndole la taleguilla:
-"¡Aquí tiene, amable vecino, todo su oro! Devuélvame, por Dios, mi sueño, mi buen humor y mis cantos".
Un grupo de rapabarbas, pincharratas, destripaterrones, pica-pleitos y "cuchillos" del Hospital Maciel, canocidos suyos, que sospechaban la presencia del oro en casa del remendón, le hicieron el vacío cuando supieron la devolución del gato a su dueño, y hasta le trataron de "bos" negándole el "usté".

La voz de don Tomás se elevó nuevamente, con su timbre y afinación inconfundibles:

"Cuando yo tenía dinero
Me llamaban don Tomás,
Y ahora que no lo tengo,
Me llaman Tomás no más".

Llegó a sus oídos la hazaña de un caco de guantes blancos, attaché de no recuerdo qué Legación y traduciendo la cuarteta de Hugo Fóscolo, cantaba:

En tiempo de las bárbaras naciones
Pendían de las cruces los ladrones;
Pero ahora en el siglo de las luces
Del pecho del ladrón penden las cruces.

En el almacén nombrado más arriba solía reunirse un congreso de bergantes que empinaban el codo más de lo que permite la "Lay" y, viéndolos pasar balanceándose como en puente de buque con mar gruesa, cantaba:

"Un borrachón padecía
Fiebre y sed; y en el recargo
A su médico decía:
Quíteme la fiebre usía
Que de la sed me encargo yo".

Un domingo vínole a ver, diz que para pedirle trabajo, pero en realidad para sonsacarle dos reales y jugarlos en Maroñas, un vago conocido, y don Tomás comenzó a cantar:

"Con ceño bastante adusto,
Por Dios y Santa María
Un joven sano y robusto
Me pidió limosna un día.
-Vete a cavar, dije yo.
Y arrugando el entrecejo:
-Limosna, me contestó,
Le pido a usted, no consejo".

Quejábase un quidam de la poca conciencia de los odontólogo,y en sus trabajos profesionales, y el zapatero le contó y cantó:

"Ansioso un higo comía
Cuenta a Gil el viejo Arbelo,
Y ¡tris! saltó un diente al suelo
De sólo tres que tenía.
-Es bien raro este accidente
Estando maduro el higo.
-Y aquél contestóle: -Amigo
Más maduro estaba el diente".

Un lechero de malas pulgas, solía discutir con don Tomás porque desconfiaba de la pureza del blanco néctar, a causa de que los tarros de hojalata que lo contenían levaban una chapa de bronce que decía Aguada; y el vasco se esforzaba por darle a entender que era el lugar de provzniencia: La Aguada, donde había vivido don Matusalén el mentado.
Pero el siciliano cantaba:

"Un viejo a un labrador
Díjole con cara adusta:
-¡Pasto al mulo, y del mejor!
Y, él contestó: -Sí, señor;
Tengo del que a usted le gusta".

Andaban los pobres maestros de escuela esperando, por Junio, el sueldo de Enero, y el remendón, viendo pasar algún dómine fantasma, cantaba con ritmo y tono fúnebres:

"Aquí yace don Andrés
Aquel que con tanta gloria
Iba enseñando el francés,
La gramática, la historia...
Y los dedos de los pies".

Viendo con cuanta facilidad triunfa de todos el dinero, poderoso caballero, meneaba la cabeza disgustado, y rugía:

"En el cielo manda Dios,
Los diablos en el infierno,
Y en este pícaro mundo
El que manda es el dinero".

Oyendo las quejas de un mequetrefe de la calle Salsipuedes que rebuznaba:

"En la calle en que vivo
(¡Maldita sea!)
Viven cuatro pavotas
A cual más fea".

le retrucó en fusas y semifusas:

"Cuentan de un hombre aburrido
Y de genio furibundo,
Que exclamaba enfurecido:
"Si es como este el otro mundo,
En llegando... me suicido".

Al siguiente día, acertó a pasar frente a su ventana el escribano de marras, taconeando, seguido de un cuzco, y don Tomás comenzó a bramar:

"El perro de san Roque
No tiene rabo
Porque unos escribanos
Se lo han robado.
¡Mira, perrito!
Cuídate de escribanos,
Que están malditos".

La moche de san Juan se la pasaba con los chicos al lado de las fogatas cantando a dúo con ellos :

"Recotín, recotán,
Las campanas de San Juan;
Unas piden vino
Y otras piden pan".

"Y aserrín, aserrán,
Las maderas de San Juan;
Los del rey aserran bien,
Los de la reina también;

Los del duque
Truque, truque;
Los del dique
Trique, trique".

Y luego, en un solo elegíaco, rugía atronando el espacio donde danzaban rojizas sombras:

"A los niños formales
Dios los bendice
Y a los que no son buenos
Les da lombrices".

"Al niño que es bueno
y da su lección,
La mamá lo lleva
A la Exposición;
Y al niño que es malo
Y desaplicado
Taita Dios lo vuelve
Tuerto y jorobado".

El día de san Fidel de Sigmaringen, Patrón de la gente de Ley que aboga, vió cruzar la calle Rincón en dirección al Cabildo a un picapleitos del codo a la mano, con más ínfulas que la tiara -del rey Asuero, y sin más lo retrató:

"Aventuras, vida y fin
Del enano don Crispín".

Y sabiendo que el leguleyo tenía más vueltas que el laberinto de Creta, añadió refiriéndose al Santo del día:

"Es santo el que fué abogado...
¡Grande es el poder divino:
Le costó ser capuchino
Y morir martirizado"

Comprobando la ejemplar puntualidad de los poderes públicos en abonar su sueldo al personal docente, prevenía a un estudiante, cuyos pantalones estaban traicionando al dueño en salve, la parte, diciéndole: "Acuérdate...

Que enseñando a los demás
Sólo enseñarás... los codos,
¡Si no enseñas algo más!

Contemplando los bochinches y batifondos sociales y políticos, las cuarteladas y revoluciones, la campiña desierta, movía tristemente la cabeza, cantando en el tono de las Lamentaciones de Jeremías:

"Salimos de Guate-mala
Y entramos en Guate-peor;
Cambia el pandero de manos
Pero de sonidos, no".

Es lo último que le oyó cantar quien esto escribe, pues se enibarcó, rumbo a Buenos Aires, el viernes 13 de Enero de 1899 para comenzar sus estudios de latinidad. Le consta, sin embargo, que se mudó don Tomás, andando el tiempo, allá por la Blanqueada o las Tres Cruces, huyendo del aquelarre urbano cada vez más diabólico, y que los paisanos y horticultores del pago le oían cantar a menudo:

"¡Qué dulce es dormir en calma,
Cuando a lo lejos susurran
Los árboles que se mecen,
Las aguas que se derrumban!"

De lord Jonh Bull, no supo más nada.

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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