Era
en los tiempos en que se formaban de calle a calle, de barrio a
barrio, "guerrillas" de muchachos para "cascotearse"
(quien esto escribe confiesa avergonzado que tomaba parte en tales
deportes, particularmente en un callejón sin salida que existía
(¿existe todavía?) en la calle Sarandí entre Juncal y la Plaza
Matriz). Volviendo al cuento, el remendón era un canario hamburgués
para el canto, mejor dicho, era una alondra de Sicilia. Sabiendo que,
para no ser corrido, lo mejor es no correrse, y a los muchachos hay
que ganarlos, y no ahuyentarlos malamente, so pena de recibir una
granizada de ladrillazos, el hombre cantaba de sol a sol, y comenzaba
por tomarle el pelo a los de su propio oficio, con incontenible
júbilo y algazara de los chicuelos:
Zapatero
remendero
Come
tripas de carnero.
"A
la puerta de un sastre
Todas
son tiras,
Y
a las de un zapatero
Todas
mentiras.
Tienen
los zapateros
En
el cogote
Un
letrero que dice
¡Viva
el cerote!".
"Un
zapatero fué a misa
Y
no sabía rezar,
Y
andaba por los altares
¿Zapatos
que remendar?".
Tenía
el remendón una hija casadera que lo volvía loco por su antojo de
casarse con un desuellacaras que na tenía dónde caerse muerto. Tres
veces
por día, cantábale el zapatero:
No
te enamores, mi niña,
De
maestro de barbero,
Que
se acuestan sin cenar
Y
amanecen sin dinero".
Se
convenció la chica, y aceptó los cortejos de un astroso peón de
mueblería barata, después de calabacear al rapista. Este se vengó
publicando en El
Alarido,
revista mensual del gremio, lo siguiente:
"Tú
me diste calabazas,
Me
las comí con tomate;
Más
prefiero calabazas
Que
no entrar en su linaje".
Al
mes siguiente, arrepentido,
remitióle una elegía:
"Cuando
doblen las campanas,
No
preguntes quién murió;
Porque
ausente de tu vista
¿Quién
ha de ser sino Pepe González Pérez?"
Importunaba,
pues, la chica al zapatero con su nuevo "dragón",
mas cuando ella le decia:
-Lo
quiero carpintero
Que
saque astillas.
El
replicaba, sonriendo:
-Sí,
hija, y que las saque
De
tus costillas.
Cierto
día vió pasar un estudiante galgo que lo llamó gringo.
Inmediatamente entonó en Sol mayor, can modulaciones en su relativo
Mi menor:
"Un
estudiante tunante
Quiso
pintar la Luna,
Y
del hambre que tenía
Pintó
un plato de aceituna".
"La
capa del estudiante
Parece
un jardín de flores,
Toda
llena de remiendos
De
diferentes colores".
Otro
día, y estaba garuando espeso, una pandilla de muchachos le
preguntó: "¿Nada de nuevo, don Tomás?
Respondió
cantando:
"En
mi casa hay un patio
Tan
particular,
Que
en lloviendo se moja
Como
los demás".
Viendo
pasar un viñatero alegre, comenzó :
"En
El Manga los serenos
Dicen
que no beben vino,
Y
con el vino que beben
Puede
moler un molino".
"Un
borracho se murió
Y
dejó en su testamento
Que
lo enterrasen en viña
Para
chupar los sarmientos".
Cada
día pasaba, a hora fija, el sacristán de la iglesia matriz, gran
tomador de tabaco rapé o en polvo, y don Tomás infaltáblemente
sacaba la mano por la reja de la ventana cantando a voz en cuello (el
sacristán era algo duro de oídos):
"El
tabaco de polvo,
Según
se dice,
Se
toma en todas partes
Por
las narices".
Habíale
cobrado cierta ojeriza a un dependiente de almacén sito entonces en
la esquina de Juncal y Plaza Independencia, frente aja Zapatería
Eléctrica, o de la luz eléctrica (no recuerdo bien), y contiguo a
una Posada española; en cuanto lo veía pasar cuesta abajo camino
del muelle, bramaba en Sol sostenido menor:
"Cuando
Dios crió
al erizo
Lo
crió de mala gana;
Por
eso el animalito
Tiene
tan suave la lana".
Con
lo cual quería referirse a los pelos rojizos, más bien cerdosos,
del individuo que los peinaba en cepillo. Y como el desdichado del
dependiente era, además, viudo de un ojo, el remendón proseguía:
"Mire
usted con la gracia
Que
mira un tuerto,
Con
un ojo cerrado
Y
el otro abierto".
Consultóle
una joven a quien un viejo calabaza pretendía, y te preguntó:
-"Qué
haré, maese Tomás, que no puedo
librarme de ese moscardón?”.
Y
el zapatero, siempre al compás de su martillo, cantó:
"Una
niña le echó a un calvo
Por
una ventana cal,
Y
por no decirle calvo
Le
dijo: ¡cal
vá! ¡cal vá!".
Y,
como él sabía, aunque la hiña se lo ocultó, que era amiga
de gatos amarillos, prosiguió:
"No
te fíes de los gatos
Aunque
los veas sin uñas,
Porque
en viéndose apretados
Hasta
con el rabo aruñan".
Debíale
un escribano dos capelladas y dos medias suelas, amén de los
tacones, y jamás se los pagaba. No bien lo veía asomar, camino de
un estudio, comenzaba don Tomás:
"Primero
que suba al cielo
El
alma de un escribano,
Tintero,
papel y pluma
Han
de bailar el fandango".
A
los malos médicos y a los "practicantes" los mascaba y no
los tragaba. Uno de estos vivía pared por medio con don Tomás, y
las echaba de libre pensador, materialista, y otras yerbas (para
decirlo todo, el tipo era imbécil). El zapatero cantaba dos veces
por día en Ré menor:
"Médicos
y cirujanos
No
van a misa mayor,
Porque
les dicen los muertos:
Ahí
pasa el que me mató".
Un
pobrecito que había tomado un pan, no sé de dónde, para
desayunarse de tres días, y había parado en la cárcel, cuando
otros se paseaban en carroza siendo candidatos a presidio, le contó
la triste historia de su encarcelamiento. Conforme veía pasar el
coche celular de la "polecía", empezaba don Tomás a
rugir:
"En
el patio de la
cárcel
Hay
escrito con carbón:
"Aquí
el bueno se hace malo,
Y
el malo se hace peor".
Y
como un criticón hipocondríaco censurase su
letra y su música, respondióle:
"La
gracia para cantar
No
se compra ni se hereda;
Se
la da Dios a quien quiere
Y
a mí me dejó sin ella".
No
se dió por aludido el otro, y prosiguió el remendón:
"Escuchándole
un sordo
Cantaba
un mudo
Y
un ciego los miraba
Con
disimulo".
Pero
el criticastro ni por esas;
conque no tuvo más remedio don Tomás que rematarlo can la copla:
"Para
divertir su afán
Cantaba
a su reja un loco:
-Unos
estamos por poco,
Y
otros por poco no están".
● ●
"¿Y
el inglés banquero?".
-El
banquero de Albión sólo cantaba dos veces por año; una coreando el
God
save the King,
con cierto carraspeo sintomático; dormía poco; y más de una vez
deseó cordialmente que sesenta mil satanases cargasen con el
remendón porque, docenas de veces, al ir a conciliar el sueño a las
cuatro de la madrugada, comenzaba el siciliano a mugir, sin alusiones
personales:
"¡Qué
hinchado y qué fanfarrón
Entre
las ramas habita!
Pues
sepan que fué pepita
-Aunque
ya lo ven melón".
Y
entonces, pero a las once horas en punto, tomando el aperitivo, el
día de san Jorge, replicaba el banquero, cantanda por segunda vez en
el año:
"Del
hidalgo montañés
Don
Juan Pérez de Quiñones
Eran
las camisas nones,
Y
no llegaban a tres".
Quejábase
el rubio financista de que no se vendiese en Montevideo sueño como
se venden comestibles y bebidas... Finalmente se decidió a llamar al
zapatero:
"¡Buenos
días, digo, buenas tardes, míster Tomás! ¿Quiere decirme cuánto
gana por año?".
-"¿Por
año? ¡Jamás lo he averiguado, lord John Bull. Yo no cuento de ese
modo", prosiguió riendo de oreja a oreja, "ni me cuido de
amontonar esterlinas para mañana. Con poder alcanzar el fin de
Diciembre sin deudas ¡listo el pollo! Cada día trae su labor y su
pan... ¿que más se quiere?...
-"Yes;
se ve que usted, míster Tomás, puede dormir. Y ahora dígame:
¿cuánto gana por día?".
-"Asigún,
lord John Bull; hay días flacos, hay días, no diré gordos, porque
entonces yo también sería banquero, "ma peró" no tan
flacos... regulares "ecco!". Lo malo es que, entre los
domingos y los lunes, las fiestas de guardar y los días "fariados"
se pasa la mitad del año en, huelga... aunque yo me voy a cazar o a
pescar.
-"Yes.
¡All Right!
Yo quiero sacarlo de apreturas. Aquí tiene, míster Tomás,
quinientas libras esterlinas. Guárdelas bien, y vaya remediando sus
necesidades presentes..."
El
remendón creyó que todo el oro de England venta a sus manos, y
rehusaba tocarlo, pero él lord de Liverpool insistió tanto que don
Tomás cargó con el gato y llevóle a su casa. Sin decir palabra a
nadie entierra el tesoro en un sotanillo donde arrojaba las tiras y
recortes cuerunos, enterrando, junto con las esterlinas, su buen
humor y sus cantares.
Comenzó
a sacar cuentas, a trazar planes, y a consumirse en cuidados,
temores, sospechas, alucinaciones. Ya no podía dormir. Nadie le oyó
más cantar. Los muchachos mismos, sus amigos, no lograban hacerle
atacar una copla, ni en carnaval...
"El
pobre don Tomás está enfermo, decían, ¿no se irá a morir?".
Y se desbandaban cuchicheando: "¡Qué lástima sería!".
Su
casa iba empeorando; el trabajo no era ya por lo fino, porque el
remendón se distraía acechando todo el día a los transeúntes.
Cabalmente esos días azotaba el barrio una racha de robos. Si de
noche hacía ruido algún gato, brincaba el zapatero: alguien mandaba
el gato a hurtarle sus esterlinas.
Por
fortuna llegó la Cuaresma: leyó la Semana Santa en su libro de misa
(que a la Matriz no iba, por temor de ser robado), alguien le leyó
la historia del Berrugo de La
Puchera
y, como quien despierta de un largo sueño y atroz pesadilla, bramó,
dando un puñetazo:
-"¡Corpo
di mille bombe! ¿Y
voy a pasar mis últimos años de vida pensando en ese estiércol de
satanás? ¡Fuera con él!".
Llegó
en diez zancadas a la pieza de lord John Bull, a quien ya no
despertaba por la madrugada con sus cantos, y tendiéndole la
taleguilla:
-"¡Aquí
tiene, amable vecino, todo su oro! Devuélvame, por Dios, mi sueño,
mi buen humor y mis cantos".
Un
grupo de rapabarbas, pincharratas, destripaterrones, pica-pleitos y
"cuchillos" del Hospital Maciel, canocidos suyos, que
sospechaban la presencia del oro en casa del remendón, le hicieron
el vacío cuando supieron la devolución del gato a su dueño, y
hasta le trataron de "bos" negándole el "usté".
La
voz de don Tomás se elevó nuevamente, con su timbre y afinación
inconfundibles:
"Cuando
yo tenía dinero
Me
llamaban don Tomás,
Y
ahora que no lo tengo,
Me
llaman Tomás no más".
Llegó
a
sus oídos la hazaña de un caco de guantes blancos, attaché
de no recuerdo qué Legación y traduciendo la cuarteta de Hugo
Fóscolo, cantaba:
En
tiempo de las bárbaras naciones
Pendían
de las cruces los ladrones;
Pero
ahora en el siglo de las luces
Del
pecho del ladrón penden las cruces.
En
el almacén nombrado más arriba solía reunirse un congreso de
bergantes que empinaban el codo más de lo que permite la "Lay"
y, viéndolos pasar balanceándose como en puente de buque con mar
gruesa, cantaba:
"Un
borrachón padecía
Fiebre
y sed; y en el recargo
A
su médico decía:
Quíteme
la fiebre usía
Que
de la sed me encargo yo".
Un
domingo vínole a ver, diz que para pedirle trabajo, pero en realidad
para sonsacarle dos reales y jugarlos en Maroñas, un vago conocido,
y don Tomás comenzó a cantar:
"Con
ceño bastante adusto,
Por
Dios y Santa María
Un
joven sano y robusto
Me
pidió limosna un día.
-Vete
a cavar, dije yo.
Y
arrugando el entrecejo:
-Limosna,
me contestó,
Le
pido a usted, no consejo".
Quejábase
un quidam
de la poca conciencia de los odontólogo,y en sus trabajos
profesionales, y el zapatero le contó y cantó:
"Ansioso
un higo comía
Cuenta
a Gil el viejo Arbelo,
Y
¡tris! saltó un diente al suelo
De
sólo tres que tenía.
-Es
bien raro este accidente
Estando
maduro el higo.
-Y
aquél contestóle:
-Amigo
Más
maduro estaba el diente".
Un
lechero de malas pulgas, solía discutir con don Tomás porque
desconfiaba de la pureza del blanco néctar, a causa de que los
tarros de hojalata que lo contenían levaban una chapa de bronce que
decía Aguada;
y el vasco se esforzaba por darle a entender que era el lugar de
provzniencia: La Aguada, donde había vivido don Matusalén el
mentado.
Pero
el siciliano cantaba:
"Un
viejo a un labrador
Díjole
con cara adusta:
-¡Pasto
al mulo, y del mejor!
Y,
él contestó: -Sí, señor;
Tengo
del que a usted le gusta".
Andaban
los pobres maestros de escuela esperando, por Junio, el sueldo de
Enero, y el remendón, viendo pasar algún dómine fantasma, cantaba
con ritmo y tono fúnebres:
"Aquí
yace don Andrés
Aquel
que con tanta gloria
Iba
enseñando el francés,
La
gramática, la historia...
Y
los dedos de los pies".
Viendo
con cuanta facilidad triunfa de todos el dinero, poderoso caballero,
meneaba la cabeza disgustado, y rugía:
"En
el cielo manda Dios,
Los
diablos en el infierno,
Y
en este pícaro mundo
El
que manda es el dinero".
Oyendo
las quejas de un mequetrefe de la calle Salsipuedes que rebuznaba:
"En
la calle en que vivo
(¡Maldita
sea!)
Viven
cuatro pavotas
A
cual más fea".
le
retrucó en fusas y semifusas:
"Cuentan
de un hombre aburrido
Y
de genio furibundo,
Que
exclamaba enfurecido:
"Si
es como este el otro mundo,
En
llegando... me suicido".
Al
siguiente día, acertó a pasar frente a su ventana el escribano de
marras, taconeando, seguido de un cuzco, y don Tomás comenzó a
bramar:
"El
perro de san Roque
No
tiene rabo
Porque
unos escribanos
Se
lo han robado.
¡Mira,
perrito!
Cuídate
de escribanos,
Que
están malditos".
La
moche de san Juan se la pasaba con los chicos al lado de las fogatas
cantando a dúo con ellos :
"Recotín,
recotán,
Las
campanas de San Juan;
Unas
piden vino
Y
otras piden pan".
"Y
aserrín, aserrán,
Las
maderas
de San Juan;
Los
del rey aserran bien,
Los
de la reina también;
Los
del duque
Truque,
truque;
Los
del dique
Trique,
trique".
Y
luego, en un solo
elegíaco, rugía atronando el espacio donde danzaban rojizas
sombras:
"A
los niños formales
Dios
los bendice
Y
a los que no son buenos
Les
da lombrices".
"Al
niño que es bueno
y
da su lección,
La
mamá lo lleva
A
la Exposición;
Y
al niño que es malo
Y
desaplicado
Taita
Dios lo vuelve
Tuerto
y jorobado".
El
día de san Fidel de Sigmaringen, Patrón de la gente de Ley que
aboga, vió cruzar la calle Rincón en dirección al Cabildo a un
picapleitos del codo a la mano, con más ínfulas que la tiara -del
rey Asuero, y sin más lo retrató:
"Aventuras,
vida y fin
Del
enano don Crispín".
Y
sabiendo que el leguleyo tenía más vueltas que el laberinto de
Creta, añadió
refiriéndose al Santo del día:
"Es
santo el que fué abogado...
¡Grande
es el poder divino:
Le
costó ser capuchino
Y
morir martirizado"
Comprobando
la ejemplar puntualidad de los poderes públicos en abonar su sueldo
al personal docente, prevenía a un estudiante, cuyos pantalones
estaban traicionando al dueño en salve, la parte, diciéndole:
"Acuérdate...
Que
enseñando a los demás
Sólo
enseñarás... los codos,
¡Si
no enseñas algo más!
Contemplando
los bochinches y batifondos sociales y políticos, las cuarteladas y
revoluciones, la campiña desierta, movía tristemente la cabeza,
cantando en el tono de las Lamentaciones de Jeremías:
"Salimos
de Guate-mala
Y
entramos en Guate-peor;
Cambia
el pandero de manos
Pero
de sonidos, no".
Es
lo último que le oyó cantar quien esto escribe, pues se enibarcó,
rumbo a Buenos Aires, el viernes 13 de Enero de 1899 para comenzar
sus estudios de latinidad. Le consta, sin embargo, que se mudó don
Tomás, andando el tiempo, allá por la Blanqueada o las Tres Cruces,
huyendo del aquelarre urbano cada vez más diabólico, y que los
paisanos y horticultores del pago le oían cantar a menudo:
"¡Qué
dulce es dormir en calma,
Cuando
a lo lejos susurran
Los
árboles que se mecen,
Las
aguas que se derrumban!"
De
lord Jonh Bull, no supo más nada.
1.087.1
Daimiles
(Ham) - 017
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