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lunes, 25 de marzo de 2013

El sueño de un baturro

Supongamos que esto sucedió en los tiempos heroicos del Carmelo reformado, cuando los dos genios insuperados de la Mística, santa Teresa y san Juan de la Cruz, se enfrentaban con el mismo Felipe II, cuantimás con los follones de calza entera, capilla larga y herreruelo y con los trotaconventos.
Este baturro soñó, pues, que veía en los mismos cielos a un Virrey de las Indias Occidentales gozando de la posesián del Bien incomprensible que llamamos Dios, la Deidad, la Divinidad.
El mismo baturro vió en otra región muy distinta un falso monje, un pseudo solitario, un ermitaño apócrifo, de esos que se ven en la novela picaresca española de los siglos XVI, XVII y XVIII: la Celestina de Fernando de Rojas, el Patrañuelo de Juan de Timoneda, Lazarillo de Tormes de Diego Hurtado de Mendoza, Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán; Marcos Obregón, de Vélez de Guevara; las Novelas Ejemplares, de Cervantes; La Niña de los embustes, La Garduña de Sevilla y el Bachiller Trapaza, de Alonso del Castillo Solórzano, y Gil Blas de Santillana, de Lesage, obra escrita en francés, y restituída a España por el Padre Isla, el autor del risueño Fray Gerundio de Campazas.
El baturro, pues, vió, pero no conoció, a ese tal ermitaño que pudo ser hermano de "El Ratón que renunció al mundo", metido en un lugar de tormentos acompañado de otros galeotes y salteadores de camino.
-"¡Rediez, aquí hay una equivocación!" rugió el asturiana. "¿Cómo se entiende? Un Virrey en el Cielo, y un ermitaño en los quintos infiernos... A lo mejor san Pedro se equivocó de boleto ¡moño!".
Y en esto despierta trasudando y nervioso.
Con la llegada del día se va a consultar el caso can el párroco de Venta Nueva. Oído el relato del sueño, el anciano cura de almas, le dice:
-"No te extrañe, hijo, el cuadro contemplado en tu visión. La experiencia me ha demostrado que Dios (y la Escritura trae más de un caso) nos avisa y enseña en esas horas de profundo recogimiento del descanso nocturno. El supuesto ermitaño que viste atormentado es un vivillo que se disfrazaba de religioso para frecuentar los palacios durante su vida terrestre; el Virrey practicó las obras de Misericordia espirituales y corporales, y buscaba a menudo la soledad y el retiro para vacar a Dios. ¿Tú recuerdas, verdad. cuántas y cuáles son las Obras de Misericordia?
-"¡Señor Cura, me agarra su merced sin Perros! ¡ Rediez, lo que es no saber leer! Yo aprendí eso cuando iba a la Doctrina, hará cuarenta años... pero después ¿sabe, señor Cura? se me borraron del magín. Sólo recuerdo ¡a ver!.. sí, sólo recuerdo dos:

Dar de comer al que ha sed,
Dar de beber al que ha hambre.

"Si yo hubiese sido Gobernador, como Sancho Panza, las habría pedido por escrito y, supuesto que yo no sé leer ni escribir, se las habría dado a mi confesor para que me las encajase y recapacitase cuando hubiera sido menester...".
-"Tienes una memoria formidable, hijo, posiguió el anciano sonriendo, y puede competir con la de Sancho cuando salió de Sierra Morena y recitó al Cura y al Barbero la carta de Don Quijote de la Mancha a la sin par Dulcinea del Toboso. Pero, puesto que deseas que te encaje y recapacite esa lección olvidada, sépaste que las Obras de Misericordia san catorce, siete espirituales y siete corporales, por este orden:

Obras de Misericordia corporales:

1ª Dar de comer al hambriento.
2ª Dar de beber al sediento.
3ª Vestir al desnudo.
4ª Dar posada al peregrino.
5ª Visitar a los enfermos.
6ª Visitar a los presos.
Enterrar a los muertos.

Obras de Misericordia espirituales

1ª Dar buen consejo al que lo ha menester.
2ª Enseñar al que no sabe.
3ª Corregir al que yerra.
Consolar al triste.
5ª Perdonar las injurias.
6ª Sufrir can paciencia las molestias de nuestros prójimos.
7ª Rogar a Dios por vivos y muertos.

"Esas obras de rogar a Dios por los vivos y los muertos, y darles sepultura, siempre las he hecho", señor Cura. Pero no he compren-dido bien aquello que dijo del Virrey que buscaba el retiro y la soledad...".
Aquí el sacerdote veterano exhaló un suspiro tan hondo que parecía un gemido: era la incontenible nostalgia de quien ha suspirado por el silencio, el estudio, la soledad, el recogimiento interior, la vida contemplativa, y ha debido arrojarse en etl entrevero de la moderna sociedad; moderna, digo, para distinguirla de la contemporánea, infinitamente más ruidosa y derramada.
A esta sazón, entra en la casa parroquial el Boticario, amigo del Cura, gran lector de los antiguos autores, amante de la Poesía, cultor de Virgilio, Dante y Petrarca, admirador de Garcilasso de la Vega, de Fray Luis de León y san Juan de la Cruz con quienes había departido en Salamanca.
Con él pudo el anciano tratar a fondo el tema de la Soledad. En cuanto iniciaba en latín algún paso del Mantuano, seguía el Boticario en castellana traducción para solaz y enseñanza del Baturro que los escuchaba boquiabierto:

"¡Oh una y muchas veces venturosos
Los labradores, si estimar supiesen
Los bienes de que gozan! ¡Venturosos
Los que del seno de la madre tierra
Centuplicados los suaves frutos
En posesión pacífica reciben,
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

"Antes que todo, aquellas
Más que nada en el mundo
Dulces al corazón, divinas Musas,
A quienes, de su culto sacerdote,
Con infinito anhelo amo y adoro,
Piadosas en su gremio me reciban.
Los caminos me enseñen
Del cielo, el voltear de las estrellas,
Las ausencias del Sol, las mutaciones
De la Luna; quien hace que de pronto
Trema la tierra; cual oculta fuerza
Entumece y desborda
Sobre diques al mar; cómo él de nuevo
Torna en su lecho a reposar en calma:
Quien los soles de hibierno precipita
Impaciente en las olas del Océano.
Y quien retarda las estivas noches.
Si no alcanzare mi talento humilde
Tan altas maravillas, y en mi pecho
Vital calor al entusiasmo falta,
Sin otra gloria que el amor tranquilo
Del campo, el campo buscaré y las selvas,
Selvas y valles, y encantados ríos.
“... ... ... ... ... ...

Pasando luego a los compatriotas muertos diecisiete años atrás, el Cura comienza emocionado la Oda de Fray Luis de León:

"Qué descansada vida
La del que huye el mundanal ruido,
Y sigue la escondida

Senda por donde han ido
Los pocos sabios que en el mundo han sido!

Continúa el Boticario en contrapunto acabando la pieza inmortal. El anciano entonces inicia la Oda segunda:

"Virtud, hija del cielo,
La más ilustre empresa de la vida
En el escuro suelo
Luz tarde conocida
Senda que guía al bien poco seguida.

Tú dende la hoguera
Al cielo levantaste al fuerte Alcides,
Tú en la más alta esfera
Con las estrellas mides
Al Cid, clara victoria de mil lides".

"¡Rediez! ¡Qué poesías tan simbólicas! ¡Y qué textuales, sobre todo, señor Cura y amigo Boticario!", exclama a esta sazón el Baturro. "Así da gusto oír coplas ¡rediez! Y no esas bajezas de Mingo Revulgo y los disparates de Calainos que ¡vamos! le dan a uno ganas de tirarse contra un colchón y matarse ¡moño!".
Riéranse los contrapuntistas, y prosiguió el Cura:

"Cuando contemplo el cielo
De innumerables luces adornado,
Y miro hacia el suelo
De noche rodeado,
En sueño y olvido sepultado;

El amor y la pena
Despiertan en mi pecho una ansia ardiente;
Despiden larga vena
Los ojos hechos fuente:
La lengua dice al fin con voz doliente:

Morada de grandeza,
Templo de claridad y hermosura,
Mi alma que a tu alteza
Nació, ¿qué desventura
La tiene en esta cárcel baja, oscura?

¿Qué mortal desatino
De la verdad aleja así el sentido,
Que de tu bien divino
Olvidado, perdido,
Sigue la vana sombra, el bien fingido?

El hombre está entregado
Al sueño, de su suerte no cuidando,
Y con paso callado
El cielo vueltas dando
Las horas del vivir le va hurtando.»
“... ... ... ... ... ...

-"Pues lo que es a mí, interrumpió rústicamente el Baturro, "lo que es a mí no me las ha hurtado, por lo menos la pasada noche. ¡Rediez! como he sufrido con lo que yo pensé haber sido una equivocación de san Pedro! Los estoy viendo todavía, al Virrey en el Paraíso y al falso ermitaño en los quintos infiernos, y siguen temblándome las carnes..."
Preguntó el Boticario al Cura que qué significaban esas palabras y él, con la venia del Baturro, le refirió el sueño. A lo cual respondió el Boticario:
-"Sin duda ese Virrey habrá cumplido en tiempo oportuno aquello que mi santo amigo Fray Luis de León dice en su Oda Al Aparta-miento:

"¡Oh ya seguro puerto
De mi tan luengo error! ¡Oh deseado
Para reparo cierto
Del grave mal pasado,
Reposo alegre, dulce, descansado!

Techo pajizo a donde
Jamás hizo morada el enemigo
Cuidado, ni se esconde
Envidia en rostro amigo,
Ni voz perjura, ni mortal testigo:

Sierra que vas al cielo
Altísima, y que gozas del sosiego
Que no conoce el suelo
A donde el vulgo ciego
Ama el morir ardiendo en vivo fuego:

Recíbeme en tu cumbre,
Recíbeme que huyo perseguido
La errada muchedumbre,
El trabajo perdido,
La falsa paz, el mal no merecido.

Y dó está más sereno
El aire me coloca, mientras curo
Los daños del veneno
Que bebí mal seguro,
Mientras el mancillado pecho apuro.

Mientras que poco a poco
Borro de la memoria cuanto impreso
Dejó allí el vivir loco
Por todo su proceso
Varío entre gozo vano, y caso avieso.

En ti, casi desnudo
De este corporal velo, y de la asida
Costumbre roto el nudo
Traspasaré la vida
En gozo, en paz, en luz no escurecida
“... ... ... ... ... ...

Exhaló aquí un gran suspiro el viejo pastor de almas, y después de encumbrar la vida contemplativa de san Benito, de san Antonio ermitaño, de san Pacomio y san Basilio, de san Francisco de Asís siempre embebido en Dios por las plazas y los desiertos, cantó, por así decir, la heroica empresa que la Madre Teresa, cubierta de lodo por sus infames detractores, y el frailecito Juan, echado a la cárcel conventual por sus hermanos en Religión, habían emprendido cuarenta años atrás y llevado casi a término.
Recitó casi sollozando, las liras inmortales (que desde su aparición aprendiera de memoria) de la Noche Oscura del Alma y del Cántico Espiritual, y las insondables estrofas de la Llama, concluyendo con las primeras coplas sobre un Extasis de alta contemplación:

"Entréme donde no supe,
Y quedéme no sabiendo,
Toda ciencia trascendiendo.

Yo no supe donde entraba,
Porque cuando allí me vi,
Sin saber donde me estaba,
Grandes cosas entendí;
No diré lo que sentí,
Que me quedé no sabiendo,
Toda ciencia trascendiendo.

De paz y de piedad
Era la ciencia perfeta,
En profunda soledad,
Entendida vía reta;
Era cosa tan secreta,
Que me quedé balbuciendo,
Toda ciencia trascendiendo.

Estaba tan embebido
Tan absorto y ajenado
Que se quedó mi sentido
De todo sentir privado;
Y el espíritu dotado
De un entender no entendiendo
Toda ciencia trascendiendo.
...........................................”

La llegada de un espolique pidiendo el santo Viático para un enfermo de su familia, interrumpió el espiritual banquete. Boticario y Baturro se ofrecen a acompañar en sendas mulas al sacerdote que, sin perder un instante, vuela, desafiando el Cierzo, a administrar los últimos consuelos y auxilios, en la Montaña, al espíritu próximo a emprender el viaje que no tiene retorno.

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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