Este baturro soñó, pues, que veía en los
mismos cielos a un Virrey de las Indias Occidentales gozando de la posesián del
Bien incomprensible que llamamos Dios, la Deidad, la Divinidad.
El mismo baturro vió en otra región muy
distinta un falso monje, un pseudo solitario, un ermitaño apócrifo, de esos que
se ven en la novela picaresca española de los siglos XVI, XVII y XVIII: la Celestina de Fernando de Rojas, el Patrañuelo de Juan de Timoneda, Lazarillo de Tormes de Diego Hurtado de
Mendoza, Guzmán de Alfarache, de
Mateo Alemán; Marcos Obregón, de
Vélez de Guevara; las Novelas Ejemplares,
de Cervantes; La Niña de los embustes,
La Garduña de Sevilla y el Bachiller Trapaza, de Alonso del
Castillo Solórzano, y Gil Blas de
Santillana, de Lesage, obra escrita en francés, y restituída a España por
el Padre Isla, el autor del risueño Fray
Gerundio de Campazas.
El baturro, pues, vió, pero no conoció, a ese
tal ermitaño que pudo ser hermano de "El Ratón que renunció al
mundo", metido en un lugar de tormentos acompañado de otros galeotes y
salteadores de camino.
-"¡Rediez, aquí hay una
equivocación!" rugió el asturiana. "¿Cómo se entiende? Un Virrey en
el Cielo, y un ermitaño en los quintos infiernos... A lo mejor san Pedro se
equivocó de boleto ¡moño!".
Y en esto despierta trasudando y nervioso.
Con la llegada del día se va a consultar el
caso can el párroco de Venta Nueva. Oído el relato del sueño, el anciano cura
de almas, le dice:
-"No te extrañe, hijo, el cuadro
contemplado en tu visión. La experiencia me ha demostrado que Dios (y la
Escritura trae más de un caso) nos avisa y enseña en esas horas de profundo
recogimiento del descanso nocturno. El supuesto ermitaño que viste atormentado
es un vivillo que se disfrazaba de religioso para frecuentar los palacios
durante su vida terrestre; el Virrey practicó las obras de Misericordia
espirituales y corporales, y buscaba a menudo la soledad y el retiro para vacar
a Dios. ¿Tú recuerdas, verdad. cuántas y cuáles son las Obras de Misericordia?
-"¡Señor Cura, me agarra su merced sin
Perros! ¡ Rediez, lo que es no saber leer! Yo aprendí eso cuando iba a la
Doctrina, hará cuarenta años... pero después ¿sabe, señor Cura? se me borraron
del magín. Sólo recuerdo ¡a ver!.. sí, sólo recuerdo dos:
Dar de
comer al que ha sed,
Dar de
beber al que ha hambre.
"Si yo hubiese sido Gobernador, como
Sancho Panza, las habría pedido por escrito y, supuesto que yo no sé leer ni
escribir, se las habría dado a mi confesor para que me las encajase y
recapacitase cuando hubiera sido menester...".
-"Tienes una memoria formidable, hijo,
posiguió el anciano sonriendo, y puede competir con la de Sancho cuando salió
de Sierra Morena y recitó al Cura y al Barbero la carta de Don Quijote de la
Mancha a la sin par Dulcinea del Toboso. Pero, puesto que deseas que te encaje
y recapacite esa lección olvidada, sépaste que las Obras de Misericordia san
catorce, siete espirituales y siete corporales, por este orden:
Obras de
Misericordia corporales:
1ª Dar de comer al hambriento.
2ª Dar de beber al sediento.
3ª Vestir al desnudo.
4ª Dar posada al peregrino.
5ª Visitar a los enfermos.
6ª Visitar a los presos.
7ª Enterrar
a los muertos.
Obras de
Misericordia espirituales
1ª Dar buen consejo al que lo ha menester.
2ª Enseñar al que no sabe.
3ª Corregir al que yerra.
4ª Consolar
al triste.
5ª Perdonar las injurias.
6ª Sufrir can paciencia las molestias de
nuestros prójimos.
7ª Rogar a Dios por vivos y muertos.
"Esas obras de rogar a Dios por los vivos
y los muertos, y darles sepultura, siempre las he hecho", señor Cura. Pero
no he compren-dido bien aquello que dijo del Virrey que buscaba el retiro y la
soledad...".
Aquí el sacerdote veterano exhaló un suspiro
tan hondo que parecía un gemido: era la incontenible nostalgia de quien ha
suspirado por el silencio, el estudio, la soledad, el recogimiento interior, la
vida contemplativa, y ha debido arrojarse en etl entrevero de la moderna
sociedad; moderna, digo, para distinguirla de la contemporánea, infinitamente
más ruidosa y derramada.
A esta sazón, entra en la casa parroquial el
Boticario, amigo del Cura, gran lector de los antiguos autores, amante de la
Poesía, cultor de Virgilio, Dante y Petrarca, admirador de Garcilasso de la
Vega, de Fray Luis de León y san Juan de la Cruz con quienes había departido en
Salamanca.
Con él pudo el anciano tratar a fondo el tema
de la Soledad. En cuanto iniciaba en latín algún paso del Mantuano, seguía el
Boticario en castellana traducción para solaz y enseñanza del Baturro que los
escuchaba boquiabierto:
"¡Oh una y muchas veces venturosos
Los labradores, si estimar supiesen
Los bienes de que gozan! ¡Venturosos
Los que del seno de la madre tierra
Centuplicados los suaves frutos
En posesión pacífica reciben,
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ...
"Antes que todo, aquellas
Más que nada en el mundo
Dulces al corazón, divinas Musas,
A quienes, de su culto sacerdote,
Con infinito anhelo amo y adoro,
Piadosas en su gremio me reciban.
Los caminos me enseñen
Del cielo, el voltear de las estrellas,
Las ausencias del Sol, las mutaciones
De la Luna; quien hace que de pronto
Trema la tierra; cual oculta fuerza
Entumece y desborda
Sobre diques al mar; cómo él de nuevo
Torna en su lecho a reposar en calma:
Quien los soles de hibierno precipita
Impaciente en las olas del Océano.
Y quien retarda las estivas noches.
Si no alcanzare mi talento humilde
Tan altas maravillas, y en mi pecho
Vital calor al entusiasmo falta,
Sin otra gloria que el amor tranquilo
Del campo, el campo buscaré y las selvas,
Selvas y valles, y encantados ríos.
“... ... ... ... ... ...
Pasando luego a los compatriotas muertos
diecisiete años atrás, el Cura comienza emocionado la Oda de Fray Luis de León:
"Qué
descansada vida
La del que
huye el mundanal ruido,
Y sigue la
escondida
Senda por
donde han ido
Los pocos
sabios que en el mundo han sido!
Continúa el Boticario en contrapunto acabando
la pieza inmortal. El anciano entonces inicia la Oda segunda:
"Virtud,
hija del cielo,
La más
ilustre empresa de la vida
En el
escuro suelo
Luz tarde
conocida
Senda que
guía al bien poco seguida.
Tú dende la
hoguera
Al cielo
levantaste al fuerte Alcides,
Tú en la
más alta esfera
Con las
estrellas mides
Al Cid,
clara victoria de mil lides".
"¡Rediez! ¡Qué poesías tan simbólicas! ¡Y
qué textuales, sobre todo, señor Cura y amigo Boticario!", exclama a esta
sazón el Baturro. "Así da gusto oír coplas ¡rediez! Y no esas bajezas de
Mingo Revulgo y los disparates de Calainos que ¡vamos! le dan a uno ganas de
tirarse contra un colchón y matarse ¡moño!".
Riéranse los contrapuntistas, y prosiguió el
Cura:
"Cuando contemplo el cielo
De innumerables luces adornado,
Y miro hacia el suelo
De noche rodeado,
En sueño y olvido sepultado;
El amor y la pena
Despiertan en mi pecho una ansia ardiente;
Despiden larga vena
Los ojos hechos fuente:
La lengua dice al fin con voz doliente:
Morada de grandeza,
Templo de claridad y hermosura,
Mi alma que a tu alteza
Nació, ¿qué desventura
La tiene en esta cárcel baja, oscura?
¿Qué mortal desatino
De la verdad aleja así el sentido,
Que de tu bien divino
Olvidado, perdido,
Sigue la vana sombra, el bien fingido?
El hombre está entregado
Al sueño, de su suerte no cuidando,
Y con paso callado
El cielo vueltas dando
Las horas del vivir le va hurtando.»
“... ... ... ... ... ...
-"Pues lo que es a mí, interrumpió
rústicamente el Baturro, "lo que es a mí no me las ha hurtado, por lo
menos la pasada noche. ¡Rediez! como he sufrido con lo que yo pensé haber sido
una equivocación de san Pedro! Los estoy viendo todavía, al Virrey en el
Paraíso y al falso ermitaño en los quintos infiernos, y siguen temblándome las
carnes..."
Preguntó el Boticario al Cura que qué
significaban esas palabras y él, con la venia del Baturro, le refirió el sueño.
A lo cual respondió el Boticario:
-"Sin duda ese Virrey habrá cumplido en
tiempo oportuno aquello que mi santo amigo Fray Luis de León dice en su Oda Al Aparta-miento:
"¡Oh ya seguro puerto
De mi tan luengo error! ¡Oh deseado
Para reparo cierto
Del grave mal pasado,
Reposo alegre, dulce, descansado!
Techo pajizo a donde
Jamás hizo morada el enemigo
Cuidado, ni se esconde
Envidia en rostro amigo,
Ni voz perjura, ni mortal testigo:
Sierra que vas al cielo
Altísima, y que gozas del sosiego
Que no conoce el suelo
A donde el vulgo ciego
Ama el morir ardiendo en vivo fuego:
Recíbeme en tu cumbre,
Recíbeme que huyo perseguido
La errada muchedumbre,
El trabajo perdido,
La falsa paz, el mal no merecido.
Y dó está más sereno
El aire me coloca, mientras curo
Los daños del veneno
Que bebí mal seguro,
Mientras el mancillado pecho apuro.
Mientras que poco a poco
Borro de la memoria cuanto impreso
Dejó allí el vivir loco
Por todo su proceso
Varío entre gozo vano, y caso avieso.
En ti, casi desnudo
De este corporal velo, y de la asida
Costumbre roto el nudo
Traspasaré la vida
En gozo, en paz, en luz no escurecida
“... ... ... ... ... ...
Exhaló aquí un gran suspiro el viejo pastor de
almas, y después de encumbrar la vida contemplativa de san Benito, de san
Antonio ermitaño, de san Pacomio y san Basilio, de san Francisco de Asís
siempre embebido en Dios por las plazas y los desiertos, cantó, por así decir,
la heroica empresa que la Madre Teresa, cubierta de lodo por sus infames
detractores, y el frailecito Juan, echado a la cárcel conventual por sus
hermanos en Religión, habían emprendido cuarenta años atrás y llevado casi a
término.
Recitó casi sollozando, las liras inmortales
(que desde su aparición aprendiera de memoria) de la Noche Oscura del Alma y del Cántico
Espiritual, y las insondables estrofas de la Llama, concluyendo con las primeras coplas sobre un Extasis de alta contemplación:
"Entréme donde no supe,
Y quedéme no sabiendo,
Toda ciencia trascendiendo.
Yo no supe
donde entraba,
Porque
cuando allí me vi,
Sin saber
donde me estaba,
Grandes
cosas entendí;
No diré lo
que sentí,
Que me
quedé no sabiendo,
Toda
ciencia trascendiendo.
De paz y de
piedad
Era la
ciencia perfeta,
En profunda
soledad,
Entendida
vía reta;
Era cosa
tan secreta,
Que me
quedé balbuciendo,
Toda
ciencia trascendiendo.
Estaba tan
embebido
Tan absorto
y ajenado
Que se
quedó mi sentido
De todo
sentir privado;
Y el
espíritu dotado
De un
entender no entendiendo
Toda
ciencia trascendiendo.
...........................................”
La llegada de un espolique pidiendo el santo
Viático para un enfermo de su familia, interrumpió el espiritual banquete.
Boticario y Baturro se ofrecen a acompañar en sendas mulas al sacerdote que,
sin perder un instante, vuela, desafiando el Cierzo, a administrar los últimos
consuelos y auxilios, en la Montaña, al espíritu próximo a emprender el viaje
que no tiene retorno.
1.087.1 Daimiles (Ham) - 017
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