Como reguero de pólvora cundió la noticia entre los
zorros de que había llegado u!na nueva familia de aves, cuya carne vencía en sabor
a las demás, incluso la de faisán. Toda la zorrería se alborotó con la
noticia, y quiso probar la carne india. Por unánime consenso, fué deputado el
zorro Rabilargo para la cacería del exótico pollo. Este raposo se las vió
negras antes de alcanzar lo que pretendía, porque los pavos no se descuidaban
un punto, y sólo un gato montés hubiera podido trepar a la fortaleza que los
defendía.
-"¡Por vida de mi abuelo Candileja esto no va a
seguir así! ¡No, caramba, no! Bastante se han mofado ya de mí. ¡Ahora verán
quién es Rabilargo!"
Esto decía una noche de Luna llena, harto ya de las
cuchufletas'que sus camaradas le repetían en francés:
"¿Qué tal la carne del poulet d'Inde? ¿Es sabrosa la
dinde? ¿Es rico el dindón? ¿Qué
tal la pulpa de dindonneau?"
Como dijimos, el' astro de las ruinas rielaba sobre el
arroyo vecino, el silencio era sólo interrumpido por algún rebuzno, el mayar de
los gatos, el gruñir de algún gorrino, el canto horario del gallo, el chirrido
de los grillos, el croar de las ranas en el cercano estanque, algún aullido
fúnebre de perro supersticioso, algún chillido de murciélago que pasaba veloz
con reflejos cobrizos, el fragor y estruendo de los batanes quedaban unos
golpes a compás, con un cierto crujir de hierros y cadenas, acompañado del
furioso ruido del salto de agua que de una altísima peña se precipitaba donde
los mazos golpeaban alternativamente... y pare usted de contar.
El resplandor lunar, en vez de impedir, ayudó las
maniobras del Rabilargo que apeló aquí a todo el costal de sus malicias y
arsenal de sus ardides y estratagemas. Comenzó por correr alrededor del árbol
como quien persigue una presa; se empinó luego contra el tronco fingiendo
querer trepar a lo alto; después giró sobre sí mismo vertiginosamente como
perro que quiere atraparse el rabo; arrojóse cuan largo era por el suelo,
estirando manos y patas, con un palmo de lengua fuera, fingiendo estar muerto...
De súbito, dió un brinco de dos metros, se agazapó, barriendo las hojas secas
con su cola erizada y dando gañidos; salió como un tiro de arcabuz, de repente,
corrió cien metros y tornó a agazaparse al pie del árbol gruñendo; volvió a
saltar, a brincar, dando chillidos... En fin, tales macacadas hizo que pavos,
pavas y pavitos estaban ya mareados.
De ello debió percatarse Rabilargo porque, a esta
sazón, apeló al ardid supremo: buscando un claro del ramaje por donde se
filtraba el rayo de Luna, comenzó a menear con movímiento ondulatorio su
plateada cola, refractando la luz como pieza de bruñido acero... A los pocos
minutos un pavo encandilado cayó gluglutando: Rabilargo le rompe el gaznate de
un mordisco y ¡vuelta a la maniobra! Poco después, una pava graznando siguió el
mismo camino, por culpa del maldito rabo luego se vino al suelo titando un
pavito ya talludito... Y así, en menos de una hora, Rabilargo hízose dueño de
media docena de gallipavos que se llevó triunfante al senado zorruno, el cual
lo ascendió a capitán y lo condecoró con la medalla a mérito.
Así fué
cómo los pavos, por fijarse demasiado en el raposo, cayeron en sus manos.
¡Hubiéranse entregado al sueño, y nada les habría acaecido!
1.087.1 Daimiles
(Ham) - 017
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