Translate

lunes, 25 de marzo de 2013

Rabilargo y los pavos

Cuando por primera vez llegaron a Europa los pavos, oriundos de la América del Norte (donde los hay enormes y sin número), los bautizaron en Francia con el nombre de "pollos de India", y conociendo su costumbre de trepar a los árboles para dormir al abrigo de alimañas, procuraron que el corral estuviese flanqueado por buenas arboledas.
Como reguero de pólvora cundió la noticia entre los zorros de que había llegado u!na nueva familia de aves, cuya carne vencía en sabor a las demás, incluso la de faisán. Toda la zo­rrería se alborotó con la noticia, y quiso probar la carne india. Por unánime consenso, fué deputado el zorro Rabilargo para la cacería del exótico pollo. Este raposo se las vió negras antes de alcanzar lo que pretendía, porque los pavos no se descuidaban un punto, y sólo un gato montés hubiera podido trepar a la for­taleza que los defendía.
-"¡Por vida de mi abuelo Candileja esto no va a seguir así! ¡No, caramba, no! Bastante se han mofado ya de mí. ¡Aho­ra verán quién es Rabilargo!"
Esto decía una noche de Luna llena, harto ya de las cuchu­fletas'que sus camaradas le repetían en francés:
"¿Qué tal la carne del poulet d'Inde? ¿Es sabrosa la din­de? ¿Es rico el dindón? ¿Qué tal la pulpa de dindonneau?"
Como dijimos, el' astro de las ruinas rielaba sobre el arroyo vecino, el silencio era sólo interrumpido por algún rebuzno, el mayar de los gatos, el gruñir de algún gorrino, el canto hora­rio del gallo, el chirrido de los grillos, el croar de las ranas en el cercano estanque, algún aullido fúnebre de perro supersticioso, algún chillido de murciélago que pasaba veloz con reflejos cobri­zos, el fragor y estruendo de los batanes quedaban unos golpes a compás, con un cierto crujir de hierros y cadenas, acompa­ñado del furioso ruido del salto de agua que de una altísima peña se precipitaba donde los mazos golpeaban alternativa­mente... y pare usted de contar.
El resplandor lunar, en vez de impedir, ayudó las manio­bras del Rabilargo que apeló aquí a todo el costal de sus mali­cias y arsenal de sus ardides y estratagemas. Comenzó por co­rrer alrededor del árbol como quien persigue una presa; se empinó luego contra el tronco fingiendo querer trepar a lo al­to; después giró sobre sí mismo vertiginosamente como perro que quiere atraparse el rabo; arrojóse cuan largo era por el suelo, estirando manos y patas, con un palmo de lengua fuera, fingiendo estar muerto... De súbito, dió un brinco de dos me­tros, se agazapó, barriendo las hojas secas con su cola erizada y dando gañidos; salió como un tiro de arcabuz, de repente, co­rrió cien metros y tornó a agazaparse al pie del árbol gruñen­do; volvió a saltar, a brincar, dando chillidos... En fin, tales macacadas hizo que pavos, pavas y pavitos estaban ya ma­reados.
De ello debió percatarse Rabilargo porque, a esta sazón, apeló al ardid supremo: buscando un claro del ramaje por don­de se filtraba el rayo de Luna, comenzó a menear con moví­miento ondulatorio su plateada cola, refractando la luz como pieza de bruñido acero... A los pocos minutos un pavo encan­dilado cayó gluglutando: Rabilargo le rompe el gaznate de un mordisco y ¡vuelta a la maniobra! Poco después, una pava graznando siguió el mismo camino, por culpa del maldito rabo luego se vino al suelo titando un pavito ya talludito... Y así, en menos de una hora, Rabilargo hízose dueño de media docena de gallipavos que se llevó triunfante al senado zorruno, el cual lo ascendió a capitán y lo condecoró con la medalla a mérito.

Así fué cómo los pavos, por fijarse demasiado en el raposo, cayeron en sus manos. ¡Hubiéranse entregado al sueño, y nada les habría acaecido!

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

No hay comentarios:

Publicar un comentario