"Ellos en tanto embístense sañudos,
Toros valientes, en igual porfía;
Heridas menudean,
Negra sangre chorrean
Los cuernos traban con bramar tremendo,
Y las florestas y el lejano Olimpo
Repiten de la riña el sordo estruendo,
Y no será que retornar se vean
A un mismo establo entrambos contendores.
Destiérrase el vencido,
En remotas comarcas ignoradas
Su afrenta va a esconder y sus dolores,
Y a llorar sin venganza el bien perdido:
Volviendo las miradas
A su nativo establo, así se aleja
Del que reino fué de sus mayores.
Pero no para siempre: allá rehace
Sus fuerzas en silencio: lecho duro
Mulle en medio de peñas, donde yace
Noches enteras; espinosas hierbas
Y agudos juncos pace.
Embistiendo algún tronco se ejercita,
O al aire corneando; tal se ensaya,
Y esparramanda polvo, a la pelea.
Luego, al sentirse reparado y fuerte,
Tiendas levanta, al enemigo busca
Descuidado, y sobre él se precipita,
Así en medio del piélago blanquea
Onda naciente así su seno agita,
Y a la distante playa
Mueve ufana su pompa; así retumba
Entre escollos horrísona, y cayendo
Como soberbio monte se derrumba;
El agua en tanto suena
Desde el fondo en hirvientes remolinos,
Y arroja por encima “negra arena".
Ahora, al cuento. Las ranas de un bañado eran testigos
de una contienda análoga por su ferocidad, y una de las mismas suspiraba,
croando no sé qué lamentos...
-"¿Qué te pasa, verdosa, que estás dale que dale
como hidrópico sin remedio?" pregúntale un ranún de los más obtusos.
-"¿Y me lo pregunta, overo? ¡Tan menguado es que
no ve el peligro que nos acecha! Acabarán su duelo estos dos ia,sectos, y lo
que va a suceder es que el victorioso volverá a la vacada que pace en aquellos
pastizales con sus terneros, y el vencido se quedará en el campo anegadizo,
buscará los cañaverales, las cortaderas y espadañas, se echará por las mimbreras,
querrá comer berros... y entonces ¿dónde habrá costillas que soporten tal
fardo? Nos hará papilla con sus pezuñas..."
-"Eso será el día que los batracios críen pelos,
o la semana sin jueves, o allá para las calendas griegas", replicó el ranún con cierto retintín.
Una hora después, el toruno, mal ferido y derrotado,
chapuceaba en el estero, buscando reponerse de la batalla y ocultar su
desmantelado testuz. El primero a quien aplastó con una pezuña, fué el ranún erudito y cuatro más que le
estaban a los lados; las tres pezuñas restantes no se quedaron a la zaga.
Sin moverse gran cosa el cornúpeta despachaba para las
estigias ondas un centenar de batracios por día.
"¡Bien se ve, concluye La Fontain , que en todo
tiempo los pequeños han sufrido de las necedades y la prepotencia del grande!"
1.087.1 Daimiles
(Ham) - 017
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