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lunes, 25 de marzo de 2013

Los dos toros y las ranas

Aunque es Fedro quien nos da el tema del presente apó­logo, así dejaré yo de citar a Virgilio como volverme samoyedo. ¿Dónde hallaremos más gráficamente descritos los tope­tazos de dos brutos taurinos que en libro tercero de las Geór­gicas!

"Ellos en tanto embístense sañudos,
Toros valientes, en igual porfía;
Heridas menudean,
Negra sangre chorrean
Los cuernos traban con bramar tremendo,
Y las florestas y el lejano Olimpo
Repiten de la riña el sordo estruendo,
Y no será que retornar se vean
A un mismo establo entrambos contendores.
Destiérrase el vencido,
En remotas comarcas ignoradas
Su afrenta va a esconder y sus dolores,
Y a llorar sin venganza el bien perdido:
Volviendo las miradas
A su nativo establo, así se aleja
Del que reino fué de sus mayores.
Pero no para siempre: allá rehace
Sus fuerzas en silencio: lecho duro
Mulle en medio de peñas, donde yace
Noches enteras; espinosas hierbas
Y agudos juncos pace.
Embistiendo algún tronco se ejercita,

O al aire corneando; tal se ensaya,
Y esparramanda polvo, a la pelea.
Luego, al sentirse reparado y fuerte,
Tiendas levanta, al enemigo busca
Descuidado, y sobre él se precipita,
Así en medio del piélago blanquea
Onda naciente así su seno agita,
Y a la distante playa
Mueve ufana su pompa; así retumba
Entre escollos horrísona, y cayendo
Como soberbio monte se derrumba;
El agua en tanto suena
Desde el fondo en hirvientes remolinos,
Y arroja por encima “negra arena".

Ahora, al cuento. Las ranas de un bañado eran testigos de una contienda análoga por su ferocidad, y una de las mis­mas suspiraba, croando no sé qué lamentos...
-"¿Qué te pasa, verdosa, que estás dale que dale como hidrópico sin remedio?" pregúntale un ranún de los más ob­tusos.
-"¿Y me lo pregunta, overo? ¡Tan menguado es que no ve el peligro que nos acecha! Acabarán su duelo estos dos ia,­sectos, y lo que va a suceder es que el victorioso volverá a la vacada que pace en aquellos pastizales con sus terneros, y el vencido se quedará en el campo anegadizo, buscará los caña­verales, las cortaderas y espadañas, se echará por las mimbre­ras, querrá comer berros... y entonces ¿dónde habrá costi­llas que soporten tal fardo? Nos hará papilla con sus pezu­ñas..."
-"Eso será el día que los batracios críen pelos, o la se­mana sin jueves, o allá para las calendas griegas", replicó el ranún con cierto retintín.
Una hora después, el toruno, mal ferido y derrotado, cha­puceaba en el estero, buscando reponerse de la batalla y ocul­tar su desmantelado testuz. El primero a quien aplastó con una pezuña, fué el ranún erudito y cuatro más que le estaban a los lados; las tres pezuñas restantes no se quedaron a la zaga.
Sin moverse gran cosa el cornúpeta despachaba para las estigias ondas un centenar de batracios por día.

"¡Bien se ve, concluye La Fontain, que en todo tiempo los pequeños han sufrido de las necedades y la prepotencia del grande!"

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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