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lunes, 25 de marzo de 2013

Los explotadores del mundo

Si quisiéramos ventilar la cuestión de ciertas explotaciones incongruentes, deberíamos llamar a asamblea universal los ele­mentos: agua, tierra, aire y fuego; los minerales, las plantas, los animales y, más que todos, el hombre.
Hasta cierto punto, es una tarea ya realizada en la magna reunión de la Cuchilla Grande cuando los vivientes, de la hor­miga al elefante y al hombre expusieron sus grandes méritos (modestia aparte) y sus puntos de vista ante el Padre Noé.
Con todo, ya que Abstemius nos da el tema de un nuevo requisitorio, vamos al terreno. Oigamos a los reos.
-"Haga el favor misiá Agua de no extralimitarse ¿quie­re?" le dice la Tierra al húmedo elemento "Bastantes islas y costas me ha comido ya, sin contar la Atlántida ¡caramba!"
Pero los mares, los ríos, los grandes lagos, y hasta las mí­seras cañadas, siguen extralimitándose en playas, campos y ciudades.
-“¡Qué modo de bufar, caray! ¿No puede controlarse un poco, don Ventarrón de la Fosca Vista?" pregunta ingénua­mente la llama de un farol colonial, o de un candil, que brota de una pella o amasijo de grasa de potro. "Me parece que se puede usted pasear por la redondez de la tierra sin tanto aspavien­to... Porque mire que llevarse techos, arrancar de cuajo los árboles añosos, tumbar chimeneas, es una colosal extralimi­tación?"
-"¡Oiga usted, señor fantasioso de las ardientes leguas! ¿No le basta el carbón y la leña seca que cada día le cedemos, que ha de venir a incendiar los bosques?" susurraba en su ramaje una joven acacia florida. "Ya la vida se ha vuelto imposible con estos aprovechadores y ni Diana puede con ellos, ni Neptuno", suspiró, viendo acercarse la llama que la devoraría.
-"íQué barbaridad y crueldad! ¿Háse visto salvajismo mayor que la de este planeta ridículo que no sabe echar un poco de lava y fuego de sus entrañas, ni hacer un movimiento, sin que destruya ciudades, devaste regiones enteras, asesine pobla­ciones a granel? ¡Si esto no es el colmo de la extralimitación, levántense ahora mismo Herculano y Pompeya, Lisboa y Mes­sina, Mendoza, San Francisco y Valparaíso, levántese con ellos todo Chile, y díganlo!" Así exclamaba una nube blanca nave­gando por el espacio zafirino.
Podríamos seguir así de arriba abajo la jerarquía de los seres, y siempre toparíamos can escenas análogas.
Para el bien y para el mal, los entes, muy de ordinario, se pasan a la otra alforja, ignoran, o casi, el justo medio.
Los cereales se van en vicio, y hay que soltar el ganado en las sementeras para raparlos; las flores y las plantas y los ár­boles brotan, echan ramas y crecen lujuriosamente, obligando al hombre a servirse del hierro y del fuego para delimitar los reinos de Flora, de Céres, de Pomona y de Baco.
En cuanto a los animales, peor es meneallo: si habrán tragado sangre humana y comido lomo y pulpa de bosquimano, de pigmeo, de zulú! Pero no sabían con quien las iban a haber... ¡Bonito es el hombre para dejar extralimitarse a los irraciona­les! (Ver El Hombre y la Víbora; El Hombre y los Animales). Han desaparecido del globo géneros, especies, razas y familias enteras de animales aéreos, terrestres y acuáticos por las ex­tralimitaciones del rey de la creación... ¡Menos mal que ya comienza a reaccionar, aunque más no sea que por interés! Pero los desaparedidos no volverán, ni llamándolos por onda corta. Ni para ellos ni para el mortal, puede la Edad de oro volver; como cantara Ovidio:

Aurea prima sata est ae,tas, quae, víndice nullo,
Sponte sua, sine lege, fidem rectumque colebat.
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Y como canta Virgilio en las Geórgicas:

"Antes de Jove manos no se hallaron
Que tratasen los campos; aun entónces
Partirlos ni acotarlos fué costumbre;
Que era todo de todos, y la tierra
El fruto anticipaba a los deseos.
Jove a las negras sierpes su nociva
Ponzana dió; por él a ser rapaces
Los lobos-se enseñaron; manda al ponto
Revolverse y bramar; las ricas mieles
Agosta que las hojas goteaban;
Esconde el gérmen de la luz, y extingue
El vino natural que antes huía
Como agora las aguas, en arroyos;
Porque, recursos meditando, el hombre
Paso tras paso a la invención se alzase
De las útiles artes, a los surcos
Pidiendo espigas, y en secretas venas
Del pedernal herido hallando el fuego.
Entonces sobre sí, no antes usados,
Huecos troncos nadar sienten los ríos;
Sigue el nauta en su anhelo
Las estrellas del cielo,
Y de él Pléyades, Híadas, la clara
Artos de Licaón, nombre reciben".
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Ille malum virus serpéntibus addidit atris
Praedarique lupos jussit, pontumque mover¡.

Volviendo a nuestro tema, confesemos que la moderación es virtud rara, porque los apetitos reinan en el hombre desorde­nadamente y lo impelen con fuerza a lo vedado: nítimur in vé­titum, decía un antiguo. La "áurea mediocridad" del cantor de Venusa, el "nada en demasía" de Terencio, el "modo en las cosas" de la sátira horaciana, son ideales-límites de los que aún estamos lejos... aun los que nos creemos de muy allá, y hace­mos profesión de "amar a Dios sobre todas las cosas, y al pró­jimo como a nostoros mismos".

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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