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lunes, 25 de marzo de 2013

Raposilla, el caballo y el lobo

Una zorrita de las más pizpiretas, de corta edad pero de largos alcances visuales, olfativos y telepáticos, topó casi de na­rices con un descendiente de Rocinante, más puesto en carnes. Era la primera vez que veía un caballo y, naturalmente, se asombró. Por innato instinto, dió media vuelta, y con un trote que parecía carrera, fué a dar cuenta de su hallazgo a un lobo vecino suyo, cartulario por más señas.
Dicen graves autores (y en esto yo me lavo las manos) que este sujeto (que por cierto no había inventado la pólvora) era pariente por línea colateral de un lobazo que, desesperado de hambre al fin de un riguroso Invierno, quiso engatusar un caballo frisón y salió con las muelas deshechas, según ya vimos en la narración de El Caballo y el Lobo médico.
Llega, pues, la raposilla al antro de maese Lobo gañendo sofocada:
-"¡Venga, maestro, y verá un espléndido animal paciendo, en nuestros campos; jamás he visto cuadrúpedo más elegante, mejorando lo presente; íestoy como deslumbrada, carambita!".
El lobo se atusó gravemente los bigotes, pensativo además, los ojos clavados en la hojarasca y, por fin, preguntó:
-"Dime, chiquilla, esa bestia que has visto ¿te parece que es de fuerzas mayores que las nuestras? ¿Qué catadura tiene? ¡A ver! Hazme aquí un esbozo, un boceto, un rasguño, una si­lueta, un escorzo, una caricatura... lo que quieras, porque yo apruebo a Napoleón que decía: "hágame usted un croquis; un croquis me dice más que tres discursos".
-“¡Pero, maestro!” saltó la raposa riendo, "todavía no sé distinguir la o ¡y quiere que sepa dibujar a ojo! ¿No estará usted soñando?
"¡Calla, hija, que tienes razón de sobra! Es que una mal­dita muela me tiene loco desde anoche; pero yo te voto a tal que saltará en menos tiempo que salta una liebre, o me pelaré las barbas donde yo digo entre dientes..."
-"Caminando, maestro, se le dormirá o adormecerá ese dolor agudo. ¿No quiere llegarse hasta la pradera? ¡Venga! ¿Quién nos asegura que ese animal no es buena presa para nosotros todos? Quizás nos lo manda la fortuna...".
"Fortuna será, Raposilla, que salga bien librado yo de estas andanzas con tales dolores de muela; pero, en fin, ya que te empeñas, vamos".
No hubieran bien llegado aún al ejido do pacia el Rocinan­te cuando el lobo, respingando, ululó:
-"¡Pero si es un caballo como un pino de oro! ¡Por vida de mi abuelo, chica, que plato! Con decirte que se me ha esfu­mado el dolor de quijada con solo verlo... Ahora, despacito y con maña, acercarnos a ese esclavo del hombre".
El tataranieto del Rocin andante poco tardó en percibir la pareja zorrolobuna, y en un tris estuvo que no emprendiese veloz carrera hacia las casas; el bicho era algo desconfiado, y nada amigo de entes selváticos. Pero la zorrita, engolosina­da por las palabras de maese Lobo, habíase ya acercado al corcel:
-"¿Su gracia, señoría? El maestro y esta servidora esta­mos a las órdenes de usiría. Deseamos saber el ilustre nom­bre..."
-"¡Con el mayor gusto!", respondió el caballo cortés; ca­balmente me lo acaba de grabar el herrero mayor de su Majes­tad, en el blasón de oro que veis aquí". Y levantó la pata dere­cha, mostrando una herradura estupenda.
-"Si tenéis buena vista", prosiguió el equino, podréis leer mi nombre, apellido y alcurnia..."
No le gustó a la zorrita el ademán y, sin la menor malicia, sólo por saber que a maese Lobo le gustaba la lisonja, replicó sonriente:
-"Aun no voy a la escuela, señoría, y no sé si me manda­rán mis padres, porque tienen mucha tarea en los gallineros y corrales; pero mi tío, aquí presente, es muy leído, y conoce la mar de libros..."
-"No desageres, muchacha, que sólo alcancé el bachille­rato". Y, mirando la cara socarrona del caballo, añadió con cierto retintín:
-“Servidor de vuecencia en todo lo que mande: soy ba­chiller por Filadelfia, que no hay más que bachillear. Voy a leer esos jeroglíficos del blasón acerado de usiría...". E hizo ademán de buscar, y montar a caballo sobre su hocico unas ga­fas fantasmales o imaginarias. (Para no ocultar nada, debo decir que este lobo era de unas entendederas más tupidas que caldo de habas, y podía darle quince mil y raya al vivaracho que puso a asar la mantequilla).
Puestas a caballo sobre el hocico, como dijimos, las gafas de bachiller por Filadelfia, se fué acercando al caballo que ha­bía ancogido aun más la pata, y cuando se disponía a leer, aglz­zando la vista, una coz formidable le alcanza los morros con la rapidez del rayo, como soltada por una catapulta, haciéndole papilla todo el sistema bucal y masticatorio, y mandando rodar buen trecho su bachilleresca persona.
Del gaznático de la Raposilla brotó agudísimo chillido, y saliendo por el puntiagudo hocico, taladró las nubes que pa­saban bajo la bóveda azul. El rocín puso pies en polvorosa, y la zorrita se encontró en cuatro saltos cabe el cretino que se­guía aun patas arriba, gruñendo miserablemente. Le prestó los primeros auxilios, y luego llamó a los vecinos; acudieron algu­nos lobos y lo transportaron a lugar seguro, reteniendo a duras penas la risa. Decía uno de. ellos al mal ferido bachiller:
-“¿En dónde habéis vos aprendido, nora en tal y en tal se os diga, a poneros a tiro de una coz de caballo, de mulo, o de asno que sea! ¿Era vuestro amigo ese corcel? ¡No olvidéis, desdichado, que el sabio y el prudente desconfían de quien no conocen!".
-"¡Amén!", respondió comido de furor y saña el descala­brado bachiller, rascándose rabiosamente el costillaje.

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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