Al cabo de siete horas de sinfonía superpolifónica,
que por poco no acabó a farolazos al llegar la noche, se logró mayoría para el
envío de la gabela y de la comisión de vasallaje. Por unanimidad, fué designado
el loro como orador oficial, y el mico como jefe de protocolo y maestro de ceremonias
a seguirse en la diplomática expedición. Recibieron ambos sendos escritos
para que no fueran a decir sino lo que la asamblea quería que se dijese.
Faltaba ahora el rabo por desollar: ¿qué llevarían
como tributo? ¿Pieles, colmillos, plumas, forraje, fruta en cantidad? ¡Ahí
estaba el diablo del busilis! Porque, cabalmente, el Rinoceronte en su edicto
decía de modo categórico: "Y ¡nos mandamos, prescribimos y ordenamos, que
nadie sea osado a traernos otra cosa que no sea dinero sonante y contante, y en
su defecto, oro veinticuatro quilates, al natural". (Es evidente que el
tipo trabajaba en sociedad con los ingleses).
Afortunadamente, un Rajá que ya conocemos (aquel que
protegía al Mercachifle) tenía por jefe a un príncipe poseedor de varias minas
de oro, quien suministró todo el metal necesario en pepitas y acuñado: un
cargamento.
Ofreciéranse a transportar la gabela el caballo y el
asno, el dromedario y el mulo. Listo ya el flete, lista la caravana, listos los
personajes de la embajada, dió la señal de romper la marcha el mono, desde la
jiba del dromedario.
Al tercer día de viaje se dan de manos a boca con el
tigre bengala que (y esto después se supo, sólo que sería historia muy larga de
contar) les había ganado la delantera por caminos de atajo. Poco faltó que no
soltase una feroz maldición el mono presidente, pero haciendo a mal tiempo
buena cara.
"¿Adónde bueno camina vuecencia, mi señor
Tigre?", preguntó, dando a su espinazo la figura de ojiva.
-"Ya lo ves, al palacio real, con mi tributo. Suerte
grande ha sido encontrarme con la honorable embajada. ¡Feliz casualidad!
Llevamos la misma derrota, y me hago un deber de amparar vuestro tesoro cantra
cualquiera. Sólo pido que este mi paquete de metálico sea llevado entre los
cuatro cargueros...".
Así se hizo. ¿Quién osaría darle portazo al trigre
bengala" Se comió y bebió dignamente, ya que el erario público pagaba el
viático, y fué reanudada la marcha.
Llegaron el siguiente día al confín del bosque de
baobabs que cruzaban y dieron en dilatados pastizales en flor, regados por
múltiples arroyos, poblados de lanares, vacunos, antílopes y gacelas. Al tigre
se le hizo agua la boca y decidió no pasar más allá ni dilatar por más tiempo
el golpe que fraguaba.
-"Proseguid, caros amigos, vuestro camino sin perder
tiempo, y llevad al emperador la embajada y el tributo; porque yo, mísero, me
siento atacado de pericarditis, y deberé buscar verbena o cedrón u otra hierba
medicinal, y entregarme unos días al reposo. Devolvedme mi dinero, que me
podría hacer falta".
El mono se ejecuta, castañeteando para su coleto cien
maldiciones al ladrón, y manda abrir los cofres.
Como si de súbito hubiese mejorado, el Tigre con una
alegría que le reventaba por la acelerada piel, va de uno a otro mueble
maullando con ronroneos:
-"¡Cuántos vástagos han producido mis monedas, por
Kali! Mirad cómo crecen y crecen: hay miles de ellos que son casi tan grandes
como sus madres ¡por Visnú! Todo esto me pertenece, es claro. Basta hojear un
Tratado de Minas y Canteras". Y menudeando zarpazos deja poco menos que
vacíos los cofres.
El presidente y los miembros de la embajada se miran
atarugados, pero ninguno se atreve a protestar; los mismos cargueros se
escandalizan del poco peso de la restante carga, pero. ¿quiénes eran ellos para
discutir con el bengala! Así que todos reanudaron, mohinos y silenciosos, la
marcha.
Llegan, refieren los hechos al Leopardo ya la Pantera negra, secretario
uno y dactilógrafa la otra del emperador, mas nadie se da por aludido.
¿Qué iban a hacer ¡caramba! los felinos contra el
Tigre bengala? Como dice el refrán: "De corsario y corsario sólo se ganan
los barriles de agua". No vale la pena armar camorra para empatar.
1.087.1 Daimiles
(Ham) - 017
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