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lunes, 25 de marzo de 2013

La tortuga y los dos patos

Entre los habitantes de una república acuática, sita no lejos de Pando, vivían muchos años ha dos patos silvestres y una tortuga.
Llegó su amistad a ser proverbial entre la gente lacustre: patos y quelonios estaban, como se dice, "a partir de un confite", o mejor dicho, de un rábano, ya que no son los confites para las lagunas.
A causa de unas manchitas que tiene el Sol (extensiones de centenas de miles de kilómetros con un fuego infernal) y que dan la cara a la Tierra periódicamente, se originaron olas de calor que fueron secando el estanque en un santiamén. Los pal­mípedos se vieron en vísperas de emigrar, porque ¿cómo par­par, barbotar, chapucear, y menos nadar, a un estero redu­cido a barro seco, agrietado y hecho rajas?...
Una de esas mañanas, pues, antes que el alborada cediese el horizonte a la aurora, y el Sol les chamuscase los plumones, ambos patos se encaminan, dando tumbos y parpando, al hueco de la tartaruga.
-"Cara amiga, la suerte está echada, el dado se tiró, álea jacta est; nosotros también vamos a cruzar el Rubicón, digo, el Santa Lucía, y buscar por los bañados del Río Negro aguas más abundantes y profundas..."
-"Dejándome a mí metida en estos lodos resecos... ¡Ay, amigos, qué triste vida me espera! No hubieran procedido así vuestros tatarabuelos, llegados de las lagunas Pontinas allá por 1820, y de quienes fui tan amiga. Segura estoy de que, si hubiesen tenido que cambiar de laguna, me habrían llevado consigo”.
Y se echó a llorar a mares, a lágrima viva y a moco ten­dido, cosa muy comprensible dada su edad, que frisaba en los cien abriles.
Los dos patos marcaban el paso ante la amiga, barbotando en el aire, y pensando, con algún ¡cuá! ¡cuá! ¡cuá! de tarde en cuando. De repente, uno de ellos aferra con el pico casi plano la punta de una estaca, ofreció el otro extremo a su compinche que lo sujetó y batiendo alas, exclamó como Arquímedes: "¡Eu­reka! ¡lo hallé!"
La tartaruga enjugando sus lágrimas preguntó qué pa­saba.
-"Lo que pasa es que va a volar con nosotros, cara ami­ga, y hoy mismo. La llevaremos por los aires como una prin­cesa, verá el Cerro, la plaza Artolas, el Buceo, la Blanqueada, las Tres Cruces... y, si le parece, la llevaremos hasta Norte América ¡caramba! Verá docenas de repúblicas con bastante canallocracia, estados que se dicen unidos, caciques con plu­mas y con frac, caudillos gordos y votantes flacos, caballos de comisario que no pierden una sola carrera, pulperos rebautiza­dores de vino, diputados y concejales que ya deletrean, pero todavía confunden el Aconcagua con el Mar de Azof, mil usos y costumbres diversas de blancos, negros, indios, mulatos, mes­tizos, zambos y cuarterones... ¡vamos, que será usted el Uli­ses u Odyseos de las tortugas!"
-"¡Madre mía!" respondió la encaparazonada, juntando ambas manos, digo, ambos muñones anteriores sobre el pico, y poniendo en blanco los ojos adormilados. "¿Y no se están mo­fando ahora estos bribones de esta ingenua tartaruga!"
-"¿Qué mofas ni que chufetas está usted pensando, ami­ga? Ahora verá si sale volando o no".
Y los patos, aferrando la estaca por los cabos, se la pre­sentan al quelonio por el medio:
"¡Abra ese pica, amiga, tome el palo, ajústelo bien, y guárdese mucho de soltarlo mientras volemos!" le dicen.
Levantan al punto el vuelo, rumbo a la capital, para en­filar luego y llegar por etapas a la boscosa región del Río Ne­gro.      `
Por doquiera que pasaban, gentes y animales contempla­ban estupefactos el nunca visto vuelo de una tartaruga de par con ánades silvestres.
-“¡Esta si que le ganaría la carrera a la liebre, al galgo, al mismo lucero del alba!" vociferaba una lavandera del arro­yo Miguelete. "¡Qué modo de volar! ¡por todos los bagres!  Y todavía con la casa a cuestas! ¡cuerpo de mil cangrejos!".
Encendió, un "charuto", tagarnina, mata-vizcacha, o como los llamáremos, soltó cuatro bocanadas de humo capaces de marear a un bisonte, escupió por el colmillo, y prosiguió sem­pre crescendo:
-"¡Milagro! ¡Vengan a ver por las nubes a la reina de las tortugas volando para la plaza Zabala!..."
-"¡La reina, bien dicho !La soy y seré..." chilló desde arriba la chocha tortuga, abriendo el pico y soltando la estaca.
Tuvo la lavandera el tiempo justo de dar un brinco y la­dearse lo más posible para no quedar descalabrada y acabar como Esquilo, en el Horóscopo de estas narraciones.
-"¡Por vida de cien mil mojarras, qué porrazo!" vociferó abriendo tamaños ojos la dama renegrida, y contemplando la tortuga hecha tortilla. "¡Pero esta sopa de tartaruga no la pier­do yo! Y de no ¿con qué me saco de encima el estupendo chucho que me pesqué?"

Y la reina de los quelonios, por parlotear, dió consigo en la olla de una cambá, tronchando en ciernes el viaje más ma­ravilloso que pudo soñar una tortuga lacustre.

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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