Para matar el tiempo y ahogar el gusano de la conciencia,
fuéronse con gentil compás de pies a la taberna menos lejana de donde llegaban,
traídos por las auras vespertinas, briznas de canciones báquicas. Acercándose
al bodegón, distinguieron claramente que con aguardentosa voz desentonaba un
arriero:
"Si es
o no invención moderna,
Vive Dios
que no lo sé,
Pero
delicada fué
La
invención de la taberna.
Porque allí
llegó sediento,
Pido vino
de lo nuevo,
Mídenlo,
dánmelo, bebo,
Págolo y
vóyme contento".
.
Entraron, y tanto menudearon los saques que por poco
se arma allí, entre las tres o cuatro docenas de parroquianos un rifirrafe
igual al que se describió en el asunto de El
Rajá y el Mercachifle.
Por fin salieron los dos Cacos haciendo eses y,
apuntalándose mutuamente, se fueron llegando a la espesura donde el asno los
esperaba.
Verlos llegar y comenzar a soltar los mayores rebuznos
que se hayan oído en la comarca, fué todo uno. Respondiéronle todos los burros
de la región, ladraron perros, mayaran gatos, las lechuzas chirriaron, cantaron
los gallos, los cerdos gruñeron, chillaron los murciélagos, las ranas croaron,
y los grillos a dúo con las chicharras parecían castañuelas eléctricas en el
estupendo concierto que alumbraba el plateado resplandor de Selene.
-"¡Qué hacemos, Agapito, con los burros que hemos garbeado?", comenzó Celedonio
dejándose caer al pie de un alcarnoque.
-"Pues, tú dirás, compadre", le respondió el
otro que ya estaba tendido en el césped. Y es bueno notar que los ladrones
veían doble, merced a la mezcla y abundancia de caldos que habían trasegado a
sus estómagos, por no decir odres.
El caso es que Agapito quería guardar el jumento y
Celedonio quería venderlo esa misma noche a una banda de zíngaros.
La desaveniencia comenzó insensiblemente a tornarse en
discusión, la discusión en reyerta, la reyerta en desafío, y el desafío en
pugilato, y como el fresquete noctámbulo les había disipado la mitad de los
vapores vitivinícolos, ambos amigos arremetían el uno contra el otro con tanto
brío, y menudearon con tanta priesa sin darse punto de reposo las puñadas que adoquiera
que ponían la mano no dejaban cosa sana.
Mientras los mojicones, puñetazos, coces y torniscones
llovían más menudo que granizo y más espeso que hígado haciendo retumbar los
cráneos y los esternones de los astrosos bebedores, un quidam que los habían
seguido a la distancia, se llegó al borrico, montó sobre él, y desapareció.
Cuando amainaron los porrazos y cesó la tormenta de bofetones,
ambos compadres, rnohinos y maltrechos, cayeron en la cuenta de que el problema
planteado por ellos había sido solucionado por el desconocido compinche.
Lo mismo sucedió en el Pleito por la Ostra ,
y en otros muchos litigios en que se jugaba la posesión de una provincia o de
un reino. Así lo enseña la
Historia.
1.087.1 Daimiles
(Ham) - 017
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