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lunes, 25 de marzo de 2013

Los ladrones y el asno

Dos baturros, semigitanos por las uñas, habían hurtado un borrico que ocultaron en el monte, mientras iba llegando la nocturna sombra.
Para matar el tiempo y ahogar el gusano de la concien­cia, fuéronse con gentil compás de pies a la taberna menos lejana de donde llegaban, traídos por las auras vespertinas, briznas de canciones báquicas. Acercándose al bodegón, dis­tinguieron claramente que con aguardentosa voz desentonaba un arriero:

"Si es o no invención moderna,
Vive Dios que no lo sé,
Pero delicada fué
La invención de la taberna.

Porque allí llegó sediento,
Pido vino de lo nuevo,
Mídenlo, dánmelo, bebo,
Págolo y vóyme contento".
.
Entraron, y tanto menudearon los saques que por poco se arma allí, entre las tres o cuatro docenas de parroquianos un rifirrafe igual al que se describió en el asunto de El Rajá y el Mercachifle.
Por fin salieron los dos Cacos haciendo eses y, apuntalán­dose mutuamente, se fueron llegando a la espesura donde el asno los esperaba.
Verlos llegar y comenzar a soltar los mayores rebuznos que se hayan oído en la comarca, fué todo uno. Respondiéronle to­dos los burros de la región, ladraron perros, mayaran gatos, las lechuzas chirriaron, cantaron los gallos, los cerdos gruñe­ron, chillaron los murciélagos, las ranas croaron, y los grillos a dúo con las chicharras parecían castañuelas eléctricas en el estupendo concierto que alumbraba el plateado resplandor de Selene.
-"¡Qué hacemos, Agapito, con los burros que hemos gar­beado?", comenzó Celedonio dejándose caer al pie de un alcar­noque.
-"Pues, tú dirás, compadre", le respondió el otro que ya estaba tendido en el césped. Y es bueno notar que los ladrones veían doble, merced a la mezcla y abundancia de caldos que ha­bían trasegado a sus estómagos, por no decir odres.
El caso es que Agapito quería guardar el jumento y Cele­donio quería venderlo esa misma noche a una banda de zíngaros.
La desaveniencia comenzó insensiblemente a tornarse en discusión, la discusión en reyerta, la reyerta en desafío, y el desafío en pugilato, y como el fresquete noctámbulo les había disipado la mitad de los vapores vitivinícolos, ambos amigos arremetían el uno contra el otro con tanto brío, y menudearon con tanta priesa sin darse punto de reposo las puñadas que ado­quiera que ponían la mano no dejaban cosa sana.
Mientras los mojicones, puñetazos, coces y torniscones llo­vían más menudo que granizo y más espeso que hígado hacien­do retumbar los cráneos y los esternones de los astrosos bebedo­res, un quidam que los habían seguido a la distancia, se llegó al borrico, montó sobre él, y desapareció.
Cuando amainaron los porrazos y cesó la tormenta de bo­fetones, ambos compadres, rnohinos y maltrechos, cayeron en la cuenta de que el problema planteado por ellos había sido solucionado por el desconocido compinche.

Lo mismo sucedió en el Pleito por la Ostra, y en otros mu­chos litigios en que se jugaba la posesión de una provincia o de un reino. Así lo enseña la Historia.

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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