La guerra del Peloponeso había entrado en su vigésimo
quinto aniversario y se acercaba el día en que Lacedemonia, con su moral
espartana, humillaría a Atenas decadente.
Cierto zorro, sargento por mérito de guerra, recorría
la campaña, seguido de un cabrón archibarbudo de los más cornúpetas. Si el
raposo no era lerdo, el chivo era, créase o no, un lince. Iban ambos en busca
de agua para la compañía acampada en la planicie de un árido cerro y, aunque seguían
las mismas enseñas grecianas, el cabro y el raposo se mascaban y no se
tragaban.
Dieron, por fin, en un pozo asaz profundo al que
bajaron no se sabe cómo (hay diversas hipótesis), y donde se hartaron de beber,
quedando "propiamente" como odres.
Tratábase de remontar a la superficie:
-"Cabo lampiño, dijo a esta sazón el Zorro al
barbudo Cabrón, hemos bebido, la compañía nos espera, y en la tardanza está
el peligro: ¡hay que salir de aquí! Según los reglamentos militares, la
retirada debe hacerse por escalones, a menos que se oiga el "¡sauve qui peut!" iSalva tu
alma! que no es nuestro caso. Empínate, pues, apoyando tus manos en la mampostería,
humilla el testuz para que tu cornamenta quede horizontal bajo mis pies.
Subiré por tu lomo, me apoyaré en tus astas y, de un brinco, alcanzaré el
brocal desde donde, tendiéndote las manos, por no decir zarpas, te ayudaré a
salir del pozo...
Había que obedecer o pasar por ante un consejo de
guerra.
-“¡Yo te voy a dar retirada por escalones, y brincos y
subidas, pillo redomado!” berreó sotto
voce el Cabro mientras, obedeciendo la orden de su sargento que así le
quería abandonar con engaños, tomaba la posición indicada al tiempo que el
raposo se atusaba, satisfecho de su caletre, el rígido bigote.
-“¡Lísto el escalón, mi sargento!" berreó con
sorna el Chivo, ya en posición reglamentaria.
-"¡Bravo, Lampiño, mereces una citación en la
orden del día y la tendrás!” gruñó el Zorro trepando por el espinazo y
afirmando las patas en los cuernos del caporal Cabro para tomar el impulso que
lo pondría en el brocal del pozo...
De repente el escalón cede, rueda el sargento felón al
agua panza arriba, y el cabo, sirviéndose del odre flotante como de un
trampolín, logra en un supremo esfuerzo ganar la salida.
-“¡Sosténgase a flote, sargento, mientras corro a
buscar a quien lo saque de ese baño al cual llegamos tan torpemente uno y otro,
y en donde pretendía plantarme!"
Tal dijo el Cabrón a guisa de despedida; y como oyera
ladridos de alanos y dogos, emprende la retirada, no por escalones, sino en
veloz carrera.
1.087.1 Daimiles
(Ham) - 017
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