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lunes, 25 de marzo de 2013

El veterano y sus hijos

Había acompañado a Buonaparte de Rívoli a las Pirámides, de Marengo a Austerlitz, de Auerstaedt y Jena a Friedland y Wagram, de Zaragoza a Madrid, de Vilna a Smolensko y a Moscou, de Leipzig a Montereau, de Grenoble a Waterloo; y ahora, cargado de cicatrices y de años, esperaba en su pobre cabaña de orillas del Pó la muerte libertadora.
Los brazos abiertos del Cristo crucificado se cernían sobre su catre de dolor, flanqueado por la imagen de la Vérgine de Miguel Angel, y la de san Mauricio, de la Legión Tebana.
En las paredes laterales veíanse algunas tricromías que la pátina del tiempo había vuelto amarillentas, representando escenas de la epopeya napoleónica.
En la pared frontera campeaba un cuadro impresionante de la Italia de principios del siglo XIX, encadenada, sin corona ni cetro, sin armas, llorosa y desangrada, tal como la pintara el estupendo poeta Leopardi, tres de cuyos versos podían aún leerse al pie de la majestuosa y humillada matrona:

Piangi, che ben hai donde, Italia mía
Le genti a vincer nata
E nella fausta sorte e nella ría".

Después de haber cumplido como buen cristiano preparando su pasaporte en la forma que lo hiciera el protagonista de El Labrador y sus hijos, llamó el veterano a sus hijos, que eran siete, y mostrándoles un haz de gruesos mimbres, dijo al menor de ellos :
"Trata, hijo, de romper ese haz para alimentar la chimenea".
Obedece el joven leñador y procura con todas sus fuerzas partir en dos el apretado haz, pero pronto tiene que darse por vencido.
-"Pásalo a tu hermano que te sigue", le dice el anciano valetudinario.
Toma el aludido, a su vez, los mimbres atados y se esfuerza, mas sin éxito, por hacer dos manojos de uno. Los hermanos se van sucediendo así hasta el séptimo sin llegar a cumplir la erden del padre yacente.
"¡Alcanzadme el haz!" dice entonces éste: "veréis cuán fácilmente lo parto por la mitad".
Los hombres se miran acongojados, creyendo que el padre delira, pero obedecen. Toma a esta sazón el moribundo los mimbres uno tras otro, después de desatarlos, y con un leve esfuerzo de sus manos temblorosas los va rompiendo todos.
-"La unión hace la fuerza invencible, hijos, y la desunión echa por tierra a los más poderosos: no lo olvidéis nunca. Ha sido la historia de Atenas, de Roma, de Carlomagno, de Napoleón. Nuestra patria gloriosa, hoy inerme, proseguirá su misión milenaria el día en que todos sus hijos, del Naciente al Poniente, del Austro al Septentrión, de todos los confines de la tierra se habrán juntado en uno como el haz de los lictores romanos que aterró a los soberbios y exaltó a los vencidos...

"Tu régere imperio pópulos romane memento
Debellare superbos, parcere subjectis".

Y juntando sus demacradas manos en una postrera plegaria, el viejo legionario del príncipe Eugenio rindió su espíritu al Creador.

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