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lunes, 25 de marzo de 2013

El tigre y el zorro

Aquellos cuatro búfalos iban siempre juntos, como si fue­sen cuatrillizos, al campo, al bosque, al río, a la sierra. De sólo verlos daba escalofrío, tal era la impresión de formidable fuer­za y feroz empuje que daba aquella pelirroja y albinegra mole compacta erizada de descomunales cuernos. No había hombres ni león, ni fiera alguna que se aventurase a atacar tamaño ma­cizo de sabrosa carne trashumante.
Cierto día, el tigre, llevando por guía y consejero al zorro más astuto y ladino de la zorrería, exploraba la comarca en bus­ca de lugar apto para celadas tigrescas.
De súbito, en un claro del monte, aparecen los cuatro cor­núpetas en formación cerrada, camino del abrevadero, cabe el ribazo del arroyo cercano.
-"¡Cómo! ¿Acaso los vacunos no habían olfateado la pre­sencia de un enemigo carnicero?" preguntará aquí el lector escéptico.
Desde lejos, efectivamente, habían olido el tigre los búfa­los, pero se les dió un ardite del felino, como lo probaron dos de los vacunos arremetiendo contra él y haciéndole poner pies en polvorosa, seguido del zorro que corría que se las pelaba.
Bien alongados ya del peligro y pasado el sofocón, mien­tras los taurinos bebían y se bañaban a toda su anchura y li­bertad de movimientos, tigre y zorro tienen consejo de guerra. Se resuelve inducir a los cuatro mastodontes a no desconfiar, a saber separarse de tarde en cuando para explorar mejor la re­gión boscosa.
-"¡Buenas tardes, valientes búfalos!" comienza por decir el raposo de vuelta, bajando el hocico y barriendo con su esco­billón la pista del ribazo. "¡Morrocotudo susto nos habéis dado, por vida del Minotáuro! Allá está mi amo y señor soplando y temblando aún, sin poderse explicar el por qué de vuestro re­pentino ataque a cuatro. ¡Si uno solo de vosotros puede poner en fuga al más valiente de los tigres y de los leones!"
Halagados los vacunos, soltaron aquí al unísono un brami­do que hizo retemblar los barrancos del arroyo, y escarbando el suelo, rabo cruzado sobre el lomo, dan comienzo a un cuarteto vocal estupendo y atronador. Los pobres búfalos habían tra­gado el anzuelo.
-"¡Si esto no es polifonia vocal, y de la más impresionan­te, venga Orlando de Lassus y dígalo!" prosiguió el zorro. "Y a propósito, siguió diciendo, ¿saben que no harían mal, sino muy bien, en visitar los múltiples pastizales de la comarca? Los co­nozco palmo a palmo, y me ofrezco a acompañar a uno, después de otro a mis valientes señores los búfalos. No hay señal de hombre por allá, y me consta que la fiera que se atreva a ata­car un búfalo de vuestro empuje aún está por nacer..."
Aceptada la oferta, disgregóse desde el día siguiente la cuadriga vacuna, y en cuatro semanas quedó aniquilada por las zarpas del tigre que, trepado en la horcajadura de un árbol cer­cano al abrevadero, esperaba al búfalo que volvía solo, se aba­lanzaba sobre él y, a fuerza de garras y quijadas lo ponía fue­ra de combate.

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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