Cuando
las cumbres se encendían de sol grande y nuevo, y los sembrados de
la llanura y las tierras arboladas, los hondones y el río, aun
quedaban en el misterio de un remanso de noche, pasaban entre las
sierras dos águilas, y se perdían excelsas, hundidas en el cielo de
otros paisajes.
Si
era mañana recatada y blanca de nieblas, las nieblas dóciles a los
costados de los montes, recogidas en la fronda, tendidas castamente
al amor del río y viajeras encima de la anchura de todo el valle,
las águilas hendían el blanco humo y parecían negras, más
solitarias y bravas, como la de los Alpes que viera Oberman
conmovido de grandeza.
Y
por las tardes, cuando las cumbres recibían la morada dotación de
sol grande y rendido y se iban apagando las laderas y el azul se
desnudaba fundiéndose en palidez de cansancio, tornaban lentas las
nobles aves.
Algunos
días las águilas resbalaban muy altas, sin estremecer sus alas,
trazando ondas y ruedos de vuelo:
...Y
los senderos abiertos en la serranía y en los cultivos, los buenos
senderos que no nos parecen en quietud, sino que se deslicen por lo
liviano y lo fragoso como tranquilos manantiales; y los barrancos
hoscos y húmedos o pedregosos y sedientos; y los gruesos verdores de
los pinares; y los gentiles chopos asomados al río; y los tiernos
campos regadizos y los añosos olivares que suben las laderas; y los
casales esparcidos en la soledad, todo el valle, hondura, eminencias
y cielo, todo estaba como ennoblecido, espiritualizado y sellado de
la adustez y grandeza melancólica de las dos aves, que anidaban en
la desgarradura de un peñasco.
...
Y llegó al valle de las águilas un hombre prendado del silencio, de
la fuerza y de la paz de las montañas.
Habitó
una casería resplandeciente de blancura, y desde la quietud
horaciana de su huerta, fragante de manzanos, y en sus paseos por
veredas y campos lindados de acequias, se entretuvo mirando la marcha
serena de las águilas que le dejaba como una estela melancólica de
deseos. Amó su vuelo dichoso, celó su salida y retorno, y su alma
viajó sobre las fuertes alas.
Habló
con los campesinos, y le dijeron que ya sus abuelos conocieron
siempre dos águilas en el valle.
¡Oh,
si él pudiera contemplarlas muy cerca; sentir todo el poderío y
altivez de los ojos que se incendian de sol; tocar, abrazarse a sus
cuerpos ardientes; respirar el viento de sus alas ungidas de
inmensidad, de silencio, de espacio! ¡Si él pudiera tenerlas!
Logró
saber el nidal, y quiso verlo.
Subió
graderías de tierras paniegas; entróse por los breñales; se
arrastró por desnudeces de peñascos enemigos; se laceraron sus pies
y le sangraron las manos. En el magno silencio retumbaba su vida y se
agarró desalentado, rendido al peñón abrupto. No podía llegar.
Sonó
sobre su frente un estruendo de alas, y las águilas se remontaron, y
giraban dulcemente mirando al hombre, que descendió entristecido al
valle.
...Ya
no tuvo quietud el espíritu de aquel sóñador. Aborrecía, amaba y
envidiaba las águilas. Las quería suyas. Es que sólo en la
posesión se alcanza el cabal conocimiento de lo deseado.
Lo
dijo al campesino de su casa, hombre descarnado, recio, que al
sonreir enseñaba una dentadura blanca que parecía cuajada en un
solo hueso, muy frío:
-¿Que
quiere las águilas dice?
-Las
quiero; pero las quiero ahora.
-¡Ahora!
¡Si ahora están perdidas por otros campos!
-Las
esperaremos.
-Pues
subamos cuándo estén; aun de noche, nos apostaremos, y al venir el
día las acabamos.
-¿Muertas
hemos de cogerlas?
-Muertas;
mire que pueden con perros y corderos. ¡Si pasaran cerca del señor,
oiría temblar y aplastarse el aire como en tormenta!
Hubiera
preferido tenerlas vivas, pero no disponían de lazos ni armadijos
para lograrlo.
Viólas
llegar doradas al sol de la tarde. Estuvieron deslizándose en el
crepúsculo.
Mirábalas
atormentado de ansiedad y remordimiento.
-¿Las
tendremos? -exclamó cuando ellas se posaron y desaparecieron.
-Muertas,
sí.
-¡Pues...
muertas!
Todavía
de noche, salieron; él no quiso armas; el labrador traía un fusil
viejo, feroz, enorme, como un arcabuz. Sabía las trochas, los
repliegues y docilidades de la serranía. Y ahorró cansancio y
sufrimiento al amo, que trepaba sin cuidados de riesgos ni caídas,
ávido de la llegada.
Caminaba
en el cielo la dulce llama de un lucero. Y comenzó a mostrarse la
palidez del alba. Subían los hombres agarrándose a las rocas,
resbalando por las recias vegetaciones parásitas de las lisuras. Y
de pronto el rústico oprimió los hombros del caballero para que se
abatiera, porque estaban junto al peñón del nidal.
Postróse
el joven; sentía en lo profundo de su vida la intranquilidad que
produce el penetrar en el claustro de un codiciado secreto.
Se
fijó en su guía, que caminaba bestialmente, usando las manos,
impidiéndose el aliento, plegándose para acecharlo todo.
¿Tendría
él la misma apariencia en su crueldad?
Los
dos hombres se miraron. Oían el rumor de las vidas perseguidas,
descuidadas en su nobleza.
Pero
otra vez fueron señoreados por la violencia. Y sonó un estampido
perpetuado por todas las montañas.
Entonces
pasó una bramante ola de aire estremecido, y una de las águilas
hundióse en el valle; luego se alzó fijándose en el azul, y su
grito se derramaba en las inmensidades.
-¡Ha
caído una, la hembra! -aullaba el campesino.
El
joven percibió una convulsión ruidosa de huesos, de plumas, de
pico, de garras...
Sentado
en el portal, como un suplicante, miraba el soñador a sus pies el
águila desangrada.
La
pobre ave tenía el cuello roto, las alas dobladas, las patas
rígidas... ¿Dónde la realeza y el poderío del águila, si él la
hallaba tan mísera como un ave de corral degollada?
En
el
centro del valle se cernía el águila solitaria. Dos veces descendió
a su querencia y oyóse su grito de infortunio.
Y
en el esplendor de la tarde se elevó inmensamente, internándose
para siempre en otros paisajes.
Y
el valle quedó mutilado, vulgarizado, sin misterio. Fué en una
mañana otoñal cuando el soñador alejóse hacia la ciudad.
Sentía
la amargura del silencio de su alma, su alma como un valle sin
magnificencia de águilas vivas, fuertes y gloriosas.
¡Vuelen
siempre sobre las cumbres de nuestra alma águilas ideales que
tengan sol de esperanza y nieblas de misterio purísimo!
Codiciarlas,
acercarlas es verlas empequeñecidas, probar el hastío o hundirse en
desventura eterna, viéndolas alejarse y perderse. Sean más grandes
que nosotros.
En
la posesión se consigue todo el conocimiento de lo amado... ¡pero
el valle se queda sin águilas!...
1908.
1.093.1 Miro (Gabriel) - 044
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