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miércoles, 24 de septiembre de 2014

El reloj

Hogar es familia unida tiernamente y siempre. El padre, en sus pláticas, es amigo llano de los hijos, mientras la madre, en los descansos de su labor, los mira sonriendo. Una templada contienda entre los hermanos hace que aquél suba a su jerarquía patriarcal y decida y amoneste con dulzura. Viene la paz, y el padre y los hijos se vierten puras confianzas, y toda la casa tiene beatitud y calma de un trigal en abrigaño de sierra, bajo el sol.
A los retraídos aposentos de muebles enfundados suele llegar frescura y vida de risa moza; y vuelto el silencio, síguese la voz del padre que cuenta de su infancia, de la casa de los abuelos ... y las memorias de las costumbres de antaño, celebradas buenamente en familia, se trenzan con las travesuras infantiles de lbs hijos, ya hombres, que están atendiendo. Y, el íntimo y sereno contenta-miento acaba cuando el padre queda con la mirada alta y distraída recordando el verdor de su vida; suspira, o bien murmura: "¡En fin!", y mira al reloj. Entonces, los hijos besan su frente y su mano y la mano y la frente de la madre...
Los muebles también son amados. Macizos, grandes y poderosos, sin alindamiento ni gracia de catálogos de mueblistas falaces. Los labraron pacientes y humildes oficiales en cipreses, nogales, caobas. Los fundadores del hogar, entonces prometidos, vieron los árboles, arrancados en heredades propias o traídos de bosques remotos, y aspiraron de los troncos la fragancia de su limpia y noble ancianidad.
Estos viejos muebles han asistido a los regocijos y quebrantos de la casa y sufrieron con bondad y complacencia de abuelo los antojos y agravios de los hijos peq,ueños. Las maderas se han hecho prietas, tomadas como de una pátina de vetustez y carilio.
Un reloj era lo predilecto de todo el ajuar.
Comprólo el padre en la húmeda tienda de un viejo artesano. Dos generaciones del mismo linaje habían ya conocido a este hombre en la senectud. Su obrador estaba en un portal cerrado por cancel. Luz de aceite con verde pantalla alumbraba su cráneo redondo de monje, inclinado para estudiar con recia lupa las entrañas de cualquier mecanismo.
Este reloj era el decano de todos, y formaba grande óvalo de ébano con taracea de aceros oxidados; las horas teníalas de traza latina, protegidas por un cristal grueso y hermoso; su latido era muy reposado y la campana sonaba como grave nota de órgano, y su vibración entraba a todas las habitaciones, derramándose en sus ámbitos mansamente, como el tañido de un Angelus aldeano.
Para la familia era este reloj un antepasado o el pecho de un antepasado de todos los relojes de sus mayores, de corazón sonoro y sabia voz. En la casa vivía de su origen; y tanto lo humanizó la piadosa fantasía del padre y lo respetaron todos, que, sin necesidad de nianifiesto entredicho, sólo sus manos santas y augustas curaban del reloj y proveían su cuerda, despacio y blandamente, mientras la esposa y los hijos miraban como miramos al médico cuando visita y escucha a un enfermo nuestro.
Esto acontecía una vez semanal y en precisa hora. Al tañerla el pecho de ébano del antepasado cometía la vanidad de prepararse ruidosamente. La familia se burlaba.
-Es preciso y no tenéis razón para esas malicias -decía el padre. ¡Son cuarenta años de buenos servicios!
Y el reloj parecía mirar a todos muy gravemente por las cuentas de las llaves, entre las VIII y las IV.
...Llegó un día en que las entrañas del noble reloj padecieron flaqueza y agotamiento. Daba las horas con doliente fatiga; de tañido a tañido mediaban silencios intranquilizadores. Nadie lo tocaba ni atendía. Otro, pequeño, mudo, de mesita de enfermero, gozaba los cuidados y miradas de todos.
La estancia del decano, que era el comedor, se halla desierta, sin risas ni pláticas. El padre moría lentamente.
Y el lacerado. corazón del buen reloj no tuvo la caricia de las santas manos y desprendióse del pecho, rompiéndose. Alguien que pasaba entonces oyó un golpe y un crujido de lastimera música y todo el óvalo de ébano resonó mucho tiempo. Detúvose aterrado. No se hendía el silencio con la medida del péndulo. Acercóse y lo halló, derribado.
Cundió la noticia con misterio desolador de augurio.
Buscóse al dejo de la tienda, y ya no vino, sino un mozo, nieto de aquel mecánico, que cargó sobre sus anchos hombros al pobre antepasado de todos los relojes del bogar. Y en tanto qué salían por corredores y aposentos, el mazuelo de las horas, al ludir con la recia espiral, produjo una trémula lamentación que se esparció por los ámbitos de las salas de muebles enfundados.


Y al mes lo trajeron. Ya había muerto el padre. La madre y los hijos recorrían las salas, los dormitorios, el comedor... Todo, ¡qué grande ahora!
Estaban cenando. Y de súbito se miraron estremecidos, hablán-dose con los ojos su desventura. Luego los alzaron como para adorar sagrada reliquia. Y del pecho de ébano salieron profundas y tem-pladas las horas, derramándose en todos los recintos y dejando fugaz ilusión de padre vivo...

1908.

1.093.1 Miro (Gabriel) - 044

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