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miércoles, 24 de septiembre de 2014

Corpus

(La f¡esta de Nuestro Señor)

Acabado el enjalbiego, dijo la señora tía, ya doblada por senectud, al sobrinico huérfano:
-Anda, Ramonete, anda; y acuéstate, como a buen seguro hicieron ya todos los muchachos; que muy de mañana se ha de ir a la parroquia.
-¿Qué hay entierro o casamiento, señora tía?
-Pues, descabezado, ¿qué no recuerdas el día que es? ¿Qué dijo el señor maestro?
-¡Que no había escuela!
-¿Y no paró en hablar de la grande fiesta de Nues­tro Señor?
-Sí dijo de fiesta, señora tía, sí dijo.
-¿Y no entendiste que había de ser la del Corpus, la más preciosa y bendita, hijo Ramonete?
-Sí que podrá ser, señora tía; que Damián y Ja­vierico, los de la Corrionera, y Luis y Gabriel y Barberá dijeron que estrenaban botas de cordones y gorras de visera reluciente y trajes de...
-Anda, Ramonete, hijo; anda y acuéstate, que bien supiste las fantasías de los rapaces... Corpus es maña­na, y el señor rector predica, con que...
Y el sobrinito huérfano bebió de una cántara que estaba a la serena; besó la mano seca y rugosa de la señora tía, y se internó muy despacio en la negrura del portal.
Desde lo hondo llamó tímidamente:
-íSeñora tía! ¡Señora tía!
-¡Ay, Ramonete; ay, hipo! ¿Qué antojo es ése?
-¿Ha de venir pronto, señora tía? ¡Mire que todo está fosco, y en lo corral sentí ruido y pasó como una fantasma, señora tía!
-¡Ay, hijo Ramonete! Encomiéndate al buen Án­gel; mira que recelo que todo eso es el Enemigo que te lo hace ver...
A poco sosegaba el chico; y la vieja cerró con caute­la el postigo; guardóse en la faltriquera del refajo la llave, trabajadosa y pesada como de puertas de ciudad, y fuése a la casa de la mayordoma de la Congregación, cuyo zaguán bullía de gente devota y picotera. El señor rector y otro eclesiástico forastero paseaban graveniente, celando al vicario, recién afeitado, que aleteaba en un ruedo de doncellas afanadas por acabar el recamado de cañutillo de la nueva palia para el Sagrario. En un apo­sento alto, los mozos ensayaban el "Credo" de la misa.
Ya cerca de la media noche entraba la señora tía en su dormitorio. El sobrinico quejábase con pesadilla.
-¡Hijo Ramonete…! -llamó la vieja, signándose, y luego suspiré: íNo sosiega una con criaturas!
Acostada, percibió la congoja de Ramonete. Y ella sopló al candil y rezó tres veces su jaculatoria: "San Pedro, con vuestra licencia, voy a dormir; las puertas de mi casa las guarde la Santísima Trinidad; mis ven­tanas, San Joaquín y Santa Ana; mi aposento, el San­tísirno Sacramento:"
Ramonete despertó espantado al sentir en su carne las manos afíladas, de la fantasma. Se había caído de la cama. Subióse muy medroso; ensanchó los ojos y gimió:
-¡Señora tía!... ¡Señora tía!
Y estuvo aguardando.
La señora tía roncaba.
-¡Hijo! ¿Qué rogodeo es éste?... A buen seguro que te pudrirías durmiendo si no te tuviera a mi cuida­do... ¿Pues que no oíste aquel estrépito de campanas y de morteretes, que no parecía sino que era venida la fin del mundo? ¡Y la bulla de los mozos que llegaban del monte con sus costales de chopo y romero para en­ramar la casa, de Nuestro Señor! ¿No piensas en la fies­ta? Darán las seis y te estarás ahí como un gusano... Anda, hijo Ramonete; anda, despabila; y en tanto que yo avío la clueca y los cochinos, colócate este delantal lavado y el pañolico de pita..., y venga, Ramonete; anda hijo, que vayamos a la parroquia para bien acomo­darnos…
Y la señora tía salióse muy ahina a su corral, donde la pollada y los cerdos la recibieron con alborozo y contiendas de gula.
Atolondrada, se incorporó el sobrino; entróse las cal­zas, que sujetó a las rodillas con ataderas verdes; luego descuidó su atavío para estregarse los ojos. Un dulce emperezamiento le rendía, y se acostó, diciéndose: lCor­pus, Corpus es! ¡La fiesta de Nuestro Señor! ¿Qué será Corpus?"
Desde la pocilga acuciábale la señora tía:
-Hijo Ramonete, ¿qué negocio tan largo es el que me llevas, que no acabas de salir?
Muy azorado levantóse de nuevo el sobrino. Se puso las alpargatas y salió a bañarse la cara en la pila del pozo.
La señora tía ya estaba en su cámara mudándose las haldas; prendió su mantellina de pana negra y raída con larga cruz de ébano tendida sobre el seno; recogió del clavo de la cabecera su rosario de dieces cabales y llevóse de la mano al sobrinico sin permitirle enmendar la lazada del cenojil, que se le había desceñido.
-jAy, señora tía, que se me cae una calza!
-¡Hijo Ramonete! ¿Qué nuevo antojo dices para ir reacio?
-¡Mire, señora tía, que muestro el calcañar!
-Obra es del Enemigo, hijo Ramonete, para que no oigamos al señor predicador.
Y tiraba del zagalico, que había de jadear y brincar como un chivo zaguero para poder seguirla.
Cuando llegaron a la iglesia colgaba los muros el vi­cario, ayudado de dos mozos. Otros esparcían juncia y espadañas en las losas.
Una lámpara pestañeaba en la lobreguez de la capilla de las benditas Ánimas.
Vino la mayordoma de la cofradía. Las hijas traje­ron una butaca de su sala, que había de servir para el oficiante.
-¡Hijo Ramonete, no miras cuánto lujo!... Ahora quédate sin menearte ni resollar en este puesto, y yo iré a cumplir mi trabajo.
Y la señora tía acercóse al hormiguero de amigas que colocaban la palia nueva.
Quedó Ramonete custodio del codiciado asiento, y pensaba: "¡Corpus, Corpus! ¡La fiesta de Nuestro Señor ¿Qué será Corpus!" Y miraba a los muchachos que pasaban libres y gozosos. Todos estre-naban ropas; chupaban regalicia. Damián y Javierico traían bastones de hombrecito, y Barberá lucía cadena de reloj y todo.
...Ramonete se aburría... "Corpus... Corpus... Corpus..." Y se quedó dormido.
...Lo despertó muy enojada la señora tía.
-Hijo Ramonete, ¿no acabarás de afrentarme? Atiende, que está aquí todo el pueblo y nos conoce... Mira que comenzó la fiesta...
Descaecía el sobrino entre la muchedumbre, y pare­cióle que su estómago recogía como un ávido olfato olo­res mezclados de pisadas verduras, de cera ardiente, de sudor de carne labradora, de telas tiesas y nuevas ...
Los cantores gritaban rudamente el Gloria in excelsis Deo.
La señora tía, de rato en rato, mandaba al sobrini­co: "Ponte en pies, hijo Ramonete...” "Anda, hijo, y ponte de hinojos...” "Ahora, Ramonete, puedes asen­tarte en tierra si te cansas..."
Hacíalo puntualmente el sobrino, y suspiraba de can­sancio y hastío.
-¡Señora tía! ¡Señora tía!
-¡Calla, hijo Ramonete, calla y mira a Nuestro Se­ñor, que te ve desde la Custodia!
Subió Ramonete la mirada por el altar y la puso me­drosamente en el viril, en cuyo centelleo se apagaba la blancura de la hostia.
Estuvo Ramonete muy quieto, muy quieto, y sin apar­tarse de la contemplación, musitó:
-iSeñora tía, no me mira Nuestro Señor!
Y sudaba y se removía buscando descanso con la mu­danza de actitud.
Avizorábale indignada la vieja.
-Pero, hijo Ramonete, ¿qué nuevo antojo te dió?
-¡Ay, señora tía, es que... es que me estoy ori­nando!...
-¡En la casa de Dios esos pensamientos!... Reza, hijo Ramonete, que todo es el Enemigo que te posee... Pero, calla, hijo, que el señor rector subióse ya al púl­pito... ¡Qué bendición de hombre!
Ramonete miró a lo alto. Los anteojos del señor rec­tor resplandecían como los del señor maestro en la mal­humorada lección de los lunes...
Ya era mediodía cuando la vieja y el sobrino huér­fano volvieron al portal de su casa.
La quejumbre de los goznes inquietó a los cerdos.
-Vamos, vamos, ¿no conocéis al ama?
Y la risica de la señora tía fuése entrando por los oscuros cuartos, hasta que sonó muy zalamera y des­pejada en el corral calentado de sol, ruidoso de moscas. De la umbría de la pila y de la leña salieron las gallinas.
Ramonete aguardaba.
Al entrar, reparó en él la señora tía.
-¡Mustio hoy, Ramonete! ¿Pues qué maquinas, Ra­monete?
Y alcanzó del último vasar de la alacena un cuarto de hogaza; goteó la miga con aceite de la alcuza, aña­diále sal, y se lo entregó, diciéndole:
-Anda, Ramonete, y hártate; la señora tía come en casa de la mayordoma, que da comida a la congrega­ción y a los señores curas. Pero, hijo, no voy a regalo, sino a faena, que bien me conoces, y no acertara lleván­dote. Hártate cuanto quieras, pues eres chico... Y ya sabes que en la procesión hemos de vernos. Amigos tie­nes, pero mira cuál es tu comportamiento, que quedaste a mi guarda... ¡no se diga, hijo Ramonete, no se diga de nosotros!...

Estaba en quietud toda la aldea; y por las calles re­pasaban muy bajas las golondrinas. En la sombra de un cornijal sesteaba un perro.
Ramonete se acercó a la casa de la mayordoma y oyó voces de gargantas espesadas al engullir. La señora tía no sosegaba de hablar.
Ramonete se alejó mordiendo el pan y marchóse al ejido. Comía y miraba el valle ancho, suave y arbolado.
Lo abría un río de aguas silenciosas donde se miraban las trémulas frondas de los chopos.
Y el paisaje le envió toda su tristeza en aquella tarde de la fiesta de Nuestro Señor.
De Ta aldea surgió una vocecita campanil que parecía volar entre la colina y perderse en los campos.
Estuvo atendiendo, y sus ojos se regocijaron y pensó: "¿Será Gregorico?... Gregorico es, que dijo que hela­ría limón para Corpus." Y guardóse en sus bolsillos los zoquetes que le quedaban, y tornó al pueblo.
Ya estaban empaliados los principales balcones y las calles rociadas.
En el cantón de la plaza estaba Gregorico cercado de muchachos que lamían la garrafa con la mirada.
Llegó Ramonete al grupo y saludó risueño y humil­de al vendedor; pero los ojos claros y fríos de Gregori­co no le acogieron amigos. ¡Oh! Gregorico no tenía cara de chico, sino de hombre abobado y cermeño. Miraba desdeñoso la rapacería anhelante; destapaba la helado­ra; con el largo cazo arrancaba de las paredes del cañón los grumos de dulce y alzando la mano caía estrepitoso el rico y codiciado suco de oro ... Y cuando algún lu­gareño le compraba de su refresco, él le servía solemne­mente con hazañería y melindre de poner, en aparien­cia, más de lo que cabía en el vaso de vidrio recio y nublado. Y luego preguntaba chancero: "¿Va otro? ¡Vaya otro!"
Ramonete se perecía de risa para celebrarle la chan­za. Y Grego-rico no lo notaba.
Vinieron Barberá y Damián y Javierico y también reftescaron, que llevaban dineros. Bebían muy despa­cio contemplados por Ramonete.
Gregorico explicó menudamente la mixtura y cuando dijo del azúcar, Ramonete, que ansiaba intervenir y con­graciarse, preguntó:
-¿Y es "asúcar morena", verdad?
-¡Morena, morena será! ¡Qué va ser morena! -gri­taron, burlándose, los otros; y miraron y se acercaron más a Gregorico para desagraviarle.
Arrepentido Ramonete, oseó con humildad las mos­cas que revoleaban tenaces sobre la abierta vasija. Pero Gregorico no estimó la fineza, y antecogiendo vasera y garrafa se alejó voceando, rodeado de muchachos.

...Como suele en los rediles
en torno de los tarros de la leche
zumbar de moscas numeroso enjambre,
cuando ya llega la estación florida
y ordeñan el ganado...

que dijo el padre Homero.
-Corpus, Corpus, Corpus... La fiesta de Nuestro Señor -íbase diciendo el sobrinico huérfano y volvió al ejido y se tendió en su llano torrado de sol.
De abajo, de un olmo ribereiio, brotaba, esparcién­dose en el silencio de la tarde campesina, la apasionada cántiga de un ruiseñor.
Súbitamente cayó sobre la gran paz estruendo de cam­panas y alarida de banda. En el azul aparecían copos de humo, reventaban los cohetes y el tronar se arrastra­ba de montaña a montaña. Pasaron muy alto los gorrio­nes de la aldea, refugiándose en el valle.
-... Corpus, Corpus, Corpus... -decía Ramonete. Y se afligió su alma.
La procesión -apareció en la calle frontera al ejido. Todos los aldeanos y labradores del término iban alum­brando.
Vió Ramonete a la señora tía delante de la mayor­doma. Un viejo agobiado por su capa pardal acercóse a hablarla. Y la señora tía abandonó su puesto para buscar al sobrinico huérfano; su diestra empuñaba un cirio doblado, rendido.
-¡Hijo Ramonete! ¿No tienes compasión de la se­ñora tía? ¿Habré de coserte a mis faldas? ¡Pues no ves que todo el pueblo acompaña a Nuestro Señor!
Y se lo llevó agarrado hasta la fila de los piadosos congregantes.
En un remanso de la procesión, ocurriósele a la se­ñora tía secretear con la mayordoma, y los cirios de las dos devotas gotearon espesamente en la cabeza del ra­paz. Quiso éste apartarse, y, al hacerlo, derribó la can­dela de la mayordoma.
Entonces la señora tía creyó morirse de vergüenza.
-¡Ay, hijo Ramonete, hijo Ramonete! ¿Te mordió alguna sierpe, o es que en verdad te ha poseído el Ene­migo?...


... Ya muy estrellado el cielo entraban en su casa la señora tía y el sobrinico huérfano.
-¿Cómo tropezabas tanto, hijo Ramonete?
-Es que me estaba durmiendo, señora tía.
-Bien dices, hijo; a mi también me rinde el sueño, que si tu divertimiento te cansó, yo estoy majada del trajinar de todo el día. Y mejor será acostarnos, que no conviene la cena tarde; y mira, hijo Ramonete, que ma­ñana hay escuela y no todo ha de ser holgar y regalarse.
Y la señora tía tornó su alcoba.
El sobrinico huérfano sollozó.
-Pues cómo, hijo Ramonete; ¿ya te dormiste y te anda la pesadilla?
-¡No es, durmiendo, señora tía, que estoy llorando, estoy llorando de verdad!­
-¡Llorando, hijo Ramonete, llorando en la noche de la grande fiesta de Nuestro Señor!
-¡Corpus, Corpus, Corpus!... La fiesta fué de Da­mián, Gabriel y Javierico y Barberá, que yo...
-¡Ay, hijo Ramonete, rézale al buen Angel, y mira no murmures, hijo, no sea que te castigue el Nuestro Señor!...
Ramonete no podía ya dormirse. Tenía hambre y miedo. Y gimió:
-¡Señora tía! ¡Señora tía!
La señora tía roncaba ...

1908

1.093.1 Miro (Gabriel) - 044


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