(La f¡esta de Nuestro
Señor)
Acabado
el enjalbiego, dijo la señora tía, ya doblada por senectud, al sobrinico
huérfano:
-Anda,
Ramonete, anda; y acuéstate, como a buen seguro hicieron ya todos los
muchachos; que muy de mañana se ha de ir a la parroquia.
-¿Qué
hay entierro o casamiento, señora tía?
-Pues,
descabezado, ¿qué no recuerdas el día que es? ¿Qué dijo el señor maestro?
-¡Que no
había escuela!
-¿Y no
paró en hablar de la grande fiesta de Nuestro Señor?
-Sí dijo
de fiesta, señora tía, sí dijo.
-¿Y no
entendiste que había de ser la del Corpus, la más preciosa y bendita, hijo
Ramonete?
-Sí que
podrá ser, señora tía; que Damián y Javierico, los de la Corrionera, y Luis y
Gabriel y Barberá dijeron que estrenaban botas de cordones y gorras de visera
reluciente y trajes de...
-Anda,
Ramonete, hijo; anda y acuéstate, que bien supiste las fantasías de los rapaces...
Corpus es mañana, y el señor rector predica, con que...
Y el
sobrinito huérfano bebió de una cántara que estaba a la serena; besó la mano
seca y rugosa de la señora tía, y se internó muy despacio en la negrura del portal.
Desde lo
hondo llamó tímidamente:
-íSeñora
tía! ¡Señora tía!
-¡Ay, Ramonete;
ay, hipo! ¿Qué antojo es ése?
-¿Ha de
venir pronto, señora tía? ¡Mire que todo está fosco, y en lo corral sentí ruido
y pasó como una fantasma, señora tía!
-¡Ay,
hijo Ramonete! Encomiéndate al buen Ángel; mira que recelo que todo eso es el
Enemigo que te lo hace ver...
A poco
sosegaba el chico; y la vieja cerró con cautela el postigo; guardóse en la
faltriquera del refajo la llave, trabajadosa y pesada como de puertas de
ciudad, y fuése a la casa de la mayordoma de la Congregación, cuyo zaguán
bullía de gente devota y picotera. El señor rector y otro eclesiástico
forastero paseaban graveniente, celando al vicario, recién afeitado, que
aleteaba en un ruedo de doncellas afanadas por acabar el recamado de cañutillo
de la nueva palia para el Sagrario. En un aposento alto, los mozos ensayaban
el "Credo" de la misa.
Ya cerca
de la media noche entraba la señora tía en su dormitorio. El sobrinico
quejábase con pesadilla.
-¡Hijo
Ramonete…! -llamó la vieja, signándose, y luego suspiré: íNo sosiega una con
criaturas!
Acostada,
percibió la congoja de Ramonete. Y ella sopló al candil y rezó tres veces su
jaculatoria: "San Pedro, con vuestra licencia, voy a dormir; las puertas
de mi casa las guarde la Santísima Trinidad; mis ventanas, San Joaquín y Santa
Ana; mi aposento, el Santísirno Sacramento:"
Ramonete
despertó espantado al sentir en su carne las manos afíladas, de la fantasma. Se
había caído de la cama. Subióse muy medroso; ensanchó los ojos y gimió:
-¡Señora
tía!... ¡Señora tía!
Y estuvo
aguardando.
La
señora tía roncaba.
-¡Hijo!
¿Qué rogodeo es éste?... A buen seguro que te pudrirías durmiendo si no te
tuviera a mi cuidado... ¿Pues que no oíste aquel estrépito de campanas y de
morteretes, que no parecía sino que era venida la fin del mundo? ¡Y la bulla de
los mozos que llegaban del monte con sus costales de chopo y romero para enramar
la casa, de Nuestro Señor! ¿No piensas en la fiesta? Darán las seis y te
estarás ahí como un gusano... Anda, hijo Ramonete; anda, despabila; y en tanto
que yo avío la clueca y los cochinos, colócate este delantal lavado y el
pañolico de pita..., y venga, Ramonete; anda hijo, que vayamos a la parroquia
para bien acomodarnos…
Y la
señora tía salióse muy ahina a su corral, donde la pollada y los cerdos la
recibieron con alborozo y contiendas de gula.
Atolondrada,
se incorporó el sobrino; entróse las calzas, que sujetó a las rodillas con
ataderas verdes; luego descuidó su atavío para estregarse los ojos. Un dulce
emperezamiento le rendía, y se acostó, diciéndose: lCorpus, Corpus es! ¡La
fiesta de Nuestro Señor! ¿Qué será Corpus?"
Desde la
pocilga acuciábale la señora tía:
-Hijo
Ramonete, ¿qué negocio tan largo es el que me llevas, que no acabas de salir?
Muy
azorado levantóse de nuevo el sobrino. Se puso las alpargatas y salió a
bañarse la cara en la pila del pozo.
La
señora tía ya estaba en su cámara mudándose las haldas; prendió su mantellina
de pana negra y raída con larga cruz de ébano tendida sobre el seno; recogió
del clavo de la cabecera su rosario de dieces cabales y llevóse de la mano al sobrinico
sin permitirle enmendar la lazada del cenojil, que se le había desceñido.
-jAy,
señora tía, que se me cae una calza!
-¡Hijo
Ramonete! ¿Qué nuevo antojo dices para ir reacio?
-¡Mire,
señora tía, que muestro el calcañar!
-Obra es
del Enemigo, hijo Ramonete, para que no oigamos al señor predicador.
Y tiraba
del zagalico, que había de jadear y brincar como un chivo zaguero para poder
seguirla.
Cuando
llegaron a la iglesia colgaba los muros el vicario, ayudado de dos mozos.
Otros esparcían juncia y espadañas en las losas.
Una
lámpara pestañeaba en la lobreguez de la capilla de las benditas Ánimas.
Vino la
mayordoma de la cofradía. Las hijas trajeron una butaca de su sala, que había
de servir para el oficiante.
-¡Hijo
Ramonete, no miras cuánto lujo!... Ahora quédate sin menearte ni resollar en este
puesto, y yo iré a cumplir mi trabajo.
Y la
señora tía acercóse al hormiguero de amigas que colocaban la palia nueva.
Quedó
Ramonete custodio del codiciado asiento, y pensaba: "¡Corpus, Corpus! ¡La
fiesta de Nuestro Señor ¿Qué será Corpus!" Y miraba a los muchachos que
pasaban libres y gozosos. Todos estre-naban ropas; chupaban regalicia. Damián y
Javierico traían bastones de hombrecito, y Barberá lucía cadena de reloj y
todo.
...Ramonete
se aburría... "Corpus... Corpus... Corpus..." Y se quedó dormido.
...Lo
despertó muy enojada la señora tía.
-Hijo
Ramonete, ¿no acabarás de afrentarme? Atiende, que está aquí todo el pueblo y
nos conoce... Mira que comenzó la fiesta...
Descaecía
el sobrino entre la muchedumbre, y parecióle que su estómago recogía como un
ávido olfato olores mezclados de pisadas verduras, de cera ardiente, de sudor
de carne labradora, de telas tiesas y nuevas ...
Los cantores
gritaban rudamente el Gloria in excelsis Deo.
La
señora tía, de rato en rato, mandaba al sobrinico: "Ponte en pies, hijo
Ramonete...” "Anda, hijo, y ponte de hinojos...” "Ahora, Ramonete,
puedes asentarte en tierra si te cansas..."
Hacíalo
puntualmente el sobrino, y suspiraba de cansancio y hastío.
-¡Señora
tía! ¡Señora tía!
-¡Calla,
hijo Ramonete, calla y mira a Nuestro Señor, que te ve desde la Custodia!
Subió
Ramonete la mirada por el altar y la puso medrosamente en el viril, en cuyo
centelleo se apagaba la blancura de la hostia.
Estuvo
Ramonete muy quieto, muy quieto, y sin apartarse de la contemplación, musitó:
-iSeñora
tía, no me mira Nuestro Señor!
Y sudaba
y se removía buscando descanso con la mudanza de actitud.
Avizorábale
indignada la vieja.
-Pero,
hijo Ramonete, ¿qué nuevo antojo te dió?
-¡Ay,
señora tía, es que... es que me estoy orinando!...
-¡En la casa
de Dios esos pensamientos!... Reza, hijo Ramonete, que todo es el Enemigo que
te posee... Pero, calla, hijo, que el señor rector subióse ya al púlpito...
¡Qué bendición de hombre!
Ramonete
miró a lo alto. Los anteojos del señor rector resplandecían como los del señor
maestro en la malhumorada lección de los lunes...
Ya era
mediodía cuando la vieja y el sobrino huérfano volvieron al portal de su casa.
La
quejumbre de los goznes inquietó a los cerdos.
-Vamos,
vamos, ¿no conocéis al ama?
Y la
risica de la señora tía fuése entrando por los oscuros cuartos, hasta que sonó
muy zalamera y despejada en el corral calentado de sol, ruidoso de moscas. De
la umbría de la pila y de la leña salieron las gallinas.
Ramonete
aguardaba.
Al
entrar, reparó en él la señora tía.
-¡Mustio
hoy, Ramonete! ¿Pues qué maquinas, Ramonete?
Y
alcanzó del último vasar de la alacena un cuarto de hogaza; goteó la miga con
aceite de la alcuza, añadiále sal, y se lo entregó, diciéndole:
-Anda,
Ramonete, y hártate; la señora tía come en casa de la mayordoma, que da comida
a la congregación y a los señores curas. Pero, hijo, no voy a regalo, sino a
faena, que bien me conoces, y no acertara llevándote. Hártate cuanto quieras,
pues eres chico... Y ya sabes que en la procesión hemos de vernos. Amigos tienes,
pero mira cuál es tu comportamiento, que quedaste a mi guarda... ¡no se diga,
hijo Ramonete, no se diga de nosotros!...
Estaba
en quietud toda la aldea; y por las calles repasaban muy bajas las
golondrinas. En la sombra de un cornijal sesteaba un perro.
Ramonete
se acercó a la casa de la mayordoma y oyó voces de gargantas espesadas al
engullir. La señora tía no sosegaba de hablar.
Ramonete
se alejó mordiendo el pan y marchóse al ejido. Comía y miraba el valle ancho,
suave y arbolado.
Lo abría
un río de aguas silenciosas donde se miraban las trémulas frondas de los
chopos.
Y el
paisaje le envió toda su tristeza en aquella tarde de la fiesta de Nuestro
Señor.
De Ta
aldea surgió una vocecita campanil que parecía volar entre la colina y perderse
en los campos.
Estuvo
atendiendo, y sus ojos se regocijaron y pensó: "¿Será Gregorico?...
Gregorico es, que dijo que helaría limón para Corpus." Y guardóse en sus
bolsillos los zoquetes que le quedaban, y tornó al pueblo.
Ya
estaban empaliados los principales balcones y las calles rociadas.
En el
cantón de la plaza estaba Gregorico cercado de muchachos que lamían la garrafa
con la mirada.
Llegó
Ramonete al grupo y saludó risueño y humilde al vendedor; pero los ojos claros
y fríos de Gregorico no le acogieron amigos. ¡Oh! Gregorico no tenía cara de
chico, sino de hombre abobado y cermeño. Miraba desdeñoso la rapacería
anhelante; destapaba la heladora; con el largo cazo arrancaba de las paredes
del cañón los grumos de dulce y alzando la mano caía estrepitoso el rico y
codiciado suco de oro ... Y cuando algún lugareño le compraba de su refresco,
él le servía solemnemente con hazañería y melindre de poner, en apariencia,
más de lo que cabía en el vaso de vidrio recio y nublado. Y luego preguntaba
chancero: "¿Va otro? ¡Vaya otro!"
Ramonete
se perecía de risa para celebrarle la chanza. Y Grego-rico no lo notaba.
Vinieron
Barberá y Damián y Javierico y también reftescaron, que llevaban dineros.
Bebían muy despacio contemplados por Ramonete.
Gregorico
explicó menudamente la mixtura y cuando dijo del azúcar, Ramonete, que ansiaba
intervenir y congraciarse, preguntó:
-¿Y es
"asúcar morena", verdad?
-¡Morena,
morena será! ¡Qué va ser morena! -gritaron, burlándose, los otros; y miraron
y se acercaron más a Gregorico para desagraviarle.
Arrepentido
Ramonete, oseó con humildad las moscas que revoleaban tenaces sobre la abierta
vasija. Pero Gregorico no estimó la fineza, y antecogiendo vasera y garrafa se
alejó voceando, rodeado de muchachos.
...Como suele en los rediles
en torno de los tarros de la leche
zumbar de moscas numeroso enjambre,
cuando ya llega la estación florida
y ordeñan el ganado...
que dijo
el padre Homero.
-Corpus,
Corpus, Corpus... La fiesta de Nuestro Señor -íbase diciendo el sobrinico
huérfano y volvió al ejido y se tendió en su llano torrado de sol.
De
abajo, de un olmo ribereiio, brotaba, esparciéndose en el silencio de la tarde
campesina, la apasionada cántiga de un ruiseñor.
Súbitamente
cayó sobre la gran paz estruendo de campanas y alarida de banda. En el azul
aparecían copos de humo, reventaban los cohetes y el tronar se arrastraba de
montaña a montaña. Pasaron muy alto los gorriones de la aldea, refugiándose en
el valle.
-...
Corpus, Corpus, Corpus... -decía Ramonete. Y se afligió su alma.
La
procesión -apareció en la calle frontera al ejido. Todos los aldeanos y
labradores del término iban alumbrando.
Vió
Ramonete a la señora tía delante de la mayordoma. Un viejo agobiado por su
capa pardal acercóse a hablarla. Y la señora tía abandonó su puesto para buscar
al sobrinico huérfano; su diestra empuñaba un cirio doblado, rendido.
-¡Hijo
Ramonete! ¿No tienes compasión de la señora tía? ¿Habré de coserte a mis
faldas? ¡Pues no ves que todo el pueblo acompaña a Nuestro Señor!
Y se lo
llevó agarrado hasta la fila de los piadosos congregantes.
En un
remanso de la procesión, ocurriósele a la señora tía secretear con la
mayordoma, y los cirios de las dos devotas gotearon espesamente en la cabeza
del rapaz. Quiso éste apartarse, y, al hacerlo, derribó la candela de la
mayordoma.
Entonces
la señora tía creyó morirse de vergüenza.
-¡Ay,
hijo Ramonete, hijo Ramonete! ¿Te mordió alguna sierpe, o es que en verdad te
ha poseído el Enemigo?...
... Ya
muy estrellado el cielo entraban en su casa la señora tía y el sobrinico
huérfano.
-¿Cómo
tropezabas tanto, hijo Ramonete?
-Es que
me estaba durmiendo, señora tía.
-Bien dices,
hijo; a mi también me rinde el sueño, que si tu divertimiento te cansó, yo
estoy majada del trajinar de todo el día. Y mejor será acostarnos, que no
conviene la cena tarde; y mira, hijo Ramonete, que mañana hay escuela y no
todo ha de ser holgar y regalarse.
Y la
señora tía tornó su alcoba.
El
sobrinico huérfano sollozó.
-Pues
cómo, hijo Ramonete; ¿ya te dormiste y te anda la pesadilla?
-¡No es,
durmiendo, señora tía, que estoy llorando, estoy llorando de verdad!
-¡Llorando,
hijo Ramonete, llorando en la noche de la grande fiesta de Nuestro Señor!
-¡Corpus,
Corpus, Corpus!... La fiesta fué de Damián, Gabriel y Javierico y Barberá, que
yo...
-¡Ay,
hijo Ramonete, rézale al buen Angel, y mira no murmures, hijo, no sea que te
castigue el Nuestro Señor!...
Ramonete
no podía ya dormirse. Tenía hambre y miedo. Y gimió:
-¡Señora
tía! ¡Señora tía!
La
señora tía roncaba ...
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1.093.1 Miro (Gabriel) - 044
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