Estaba
Sigüenza a la ventana de su desván-alcoba.
En
la calle, el guía acomodaba aquel asno de paso prudentísimo, de
orejas grises, remedadoras de hojas de pitas.
Pronto
Sigüenza dejaría Parcent. El médico entró.
Este
hombre callado, pesaroso, y el viajero, habían hablado parcamente
durante la estada del último en el pueblo. Pero sus almas se
acompañaron, y ahora, al separarse, dolíase Sigüenza de la soledad
que amenazaba a su amigo. ¿Era éste un singular temperamento
humilde, desconfiado, triste, o un corazón colmado de aflicciones
adorables, sagradas, que no se atrevía a declarar?
Marchábase
Sigüenza, sin saber un momento de aquella vida recatada siempre con
nieblas tranquilas.
Descendieron
al vestíbulo.
La
mesonera, la moza y la abuela del niño que padeciera hambre les
rodearon.
El
huésped, echado sobre una jamba del portal, reía sosegadamente.
¡Oh,
la mañana es dorada y azul; desde allí se alcanza un trozo de
verdes campos! Es díaa para amarse. El huésped habrá gozado de
copioso almuerzo; tal vez de su mujer, limpia, apetitosa como fruto
primerizo.
Son
solos, los dos para los dos. Gozarse y vivir...
Y
el forastero se le acercó, diciéndole:
-¡Qué
bien ríe usted, qué bien!
El
otro, parpadeando picarescamente, exclamó:
-¿Y
a que no sabe, a que no sabe de qué me río?
Sí
que lo adivinaba Sigüenza. Y a la llana comienza el comento de la
influencia del día sereno, azul, regocijante; de la mujer moza, del
vientre satisfecho. Pero el huésped embazó su decir y, apartándose
con él, solemne y enigmático, hablóle de un hombre que estaba
fuera, mezcla de campesino y lugareño. La cara teníala arada y
morena, pero sus blancas patillas señoriles autorizábanle en
aquella tierra de rasurados, las toscas alpargatas menoscababan su
ecuestre porte; mas un bastón fino, liso, acaramelado, de puño de
hueso y alta contera metálica, asido con suavidad, le restituía
parte de su distinción perdida.
-Mírelo,
mírelo.
Ya
lo hacía Sigüenza cabalmente sin comprender palabra.
-Es
hombre de riñón cubierto, con dinero, más que ninguno -explicaba
el otro, y quiso ser el jefe de los conservadores, de nosotros. ¡Cómo
'había de serlo! ¿Verdad?
Sigüenza
dijo que ¡claro!
-¡Cómo
había de serlo, si nosotros tenemos al que tenemos de siempre! Se
fué con los liberales y lo nombraron jefe. Y mandón y todo, bien
rabia cuando viene alguien al lugar y van con nosotros, sea por lo
que sea, Ahora está ahí, y se despulsa porque usted le salude y se
pare a hablarle para darnos después que sentir... y usted ni le ha
mirao tan siquiera. Yo lo he visto, y yo sé cómo estará por
dentro... ¡Pues no me he de reir!
Y
el huésped se golpeaba gozoso los muslos.
He
aquí -pensó Sigüenza contemplándole- hombre que puede, que debe
amar y nada más.que amar a sus hermanos, a los brutos, a las cosas,
a todo, a todo ... Y ved, que cría y anida odios bellacos.
Prontamente
encontró sencillo que tal aconteciera.
Mujer
y vientre, mujer y vientre. ¡Cómo sentir otro amor que no fuera el
propio grosero, el de su vientre, y a su hembra!
El
amor -ha escrito Kant, como inclinación, no se ordena; pero amar por
deber, aun cuando no nos induzca a ello ninguna inclinación o
aunque nos aleje del objeto una repugnancia natural e insuperable, es
un amor práctico y no un amor patológico, un amor que reside en la
voluntad y no en la inclinación de la sensibilidad, en los
principios que deben dirigir la conducta y no en una tierna simpatía;
y este amor es el único que puede ordenarse."
¡Mas
¿iba a curarse el huésped de querer artificialmente, ya que de modo
natural no podía?
Un
pensamiento trivial, pueril, invadió a Sigüenza, deslizándose
entre la metafísica del filósofo de Koenigsbag. ¿Le hablaría o no
al lugareño de patillas blancas, de alpargatas rudas y bastón
cogido delicadamente?
Si
el mesonero había dicho verdad, de Sigüenza dependía la ventura de
aquel cuitado corazón.
Maravillas
del destino: ¡Sigüenza inquietar a un cacique!
"Me
acercaré. Pero, y el otro ¿no sufriría las espinas y acometidas de
los más bravíos celos?"
Y
Sigüenza, que, corno llevo apuntado en estas páginas, se apoca
fácilmente, cabalgó para libertarse, huyendo de tamaña duda.
Despidióse.
Vocearon en el hostal.
...Ya
pasaba junto al jefe de los liberales. ¿Le saludaría, Señor, le
saludaría?
Fuera
ilusión de Sigüenza, efecto de la suave luz de la mañana o
amargura verdadera y honda, aquel hombre ostentaba un noble gesto de
atribulado.
Gritó
el huésped otro adiós.
...Bajaban
por las calles solitarias, llenas de sol. En la última cimbreábase
la leprosa flaca, larga, retorcida.
En
la tienda de harina hablaban mujeres, bullían chicuelos, golpeaba un
martillo. Desde fuera veíase la cabeza estirada y cetrina del
tendero caída sobre la mesita zapateril.
...Otra
vez silencio; casas cerradas, tapias rojizas y... el paisaje bañado
de oro, el paisaje opulento, rumoroso, bello, entristecido, como alma
a quien no se comprende.
...Quedaba
atrás el cobrizo montón del pueblo. Allí, los que padecen el mal
espantable y ven la vida de los sanos sin saber de sus deleites y se
abajan y huyen como envilecidos... Solos, solos. Sus almas están
solas.
Así
pensaba Sigüenza gustando corno un melancólico contento, porque él
hablara con los míseros y sintiera hondas lástimas. Pero miróse a
si mismo justamente. ¿Por qué fué él a esos pueblos levantinos?
Amor no le llevó, sino la sed de ver.
Entonces
contempló la campiña muda, reposada, y como si le trajese la visión
de toda la tierra, se dijo bruscamente: "Falta amor, falta
amor... Los hombres no se alivian, no se amparan... Un día cálido y
jocundo; el júbilo por la salud y el goce de la carne; la unción de
ternura que la belleza nos regala; momentos deleitosos del espíritu
hacen amar inmensamente de natural manera. Amor, entonces, place,
conmueve, regocija..., pero luego se apaga, se torna en la acritud y
sequedad de un deber.
"Amor
es amar solamente por amor; et este amor nunca se pierde nin
mengua... más dígovos: que este amor yo nunca lo vi fasta hoy."
Ha dicho el infante don Juan Manuel, señor de Escalona ("De las
Maneras del Amor") .
"...
Y si este mandamiento (el del Amor) -declara la Santa de Ávila- se
guardase en el mundo, como se ha de guardar, creo a todos los otros
sería gran ayuda de guardarse; mas u más u menos nunca acabamos de
guardarle con perfección" ("Camino de Perfección",
VI).
Salía
al camino de un bancal labrado una olivera añosa y desgarrada; y
las mitades de sus troncos con sendas frondas remedaban dos viejos
luchadores, acometiéndose ferozmente, dadas al viento sus cabelleras
blancas, intonsas.
El
viajero miró de nuevo el pueblo.
A
un extremo, apartado, alzábase el casal donde bebiera agua fría de
pozo y descansara en la tarde apacible que riñeron el gallo-hidalgo
y el gallo-gran señor, de cresta femenina.
La
era centelleaba cubierta de paja. Rodaba, trillándola, una bestia.
Más lejos movíanse dos manchas negras y alargadas. Hacíanlas los
pavos, los pavos que odiaban y perseguían como los hombres.
El
guía aplastó sañudo con su enorme pie un espeso hormiguero.
-¡Ladronas!
-dijo.
Rasó
la mejilla de Sigüenza una furiosa moscarda que le dejó en el oído
el bordanazo de su zumbar.
Sonaba
la fuente. El agua era de luz. Abejitas la probaban y entrábanse por
la verde felpa de la hierba nacida en la pila.
"Esos
seres, modelos de sociables, también se acaban, se aniquilan en
guerras estupendas..." ¡Falta amor; en todo falta amor!
Nosotros
démonos nuestro alivio, aunque amor no invada y enternezca nuestra
alma. No aguardemos a que ese patológico y universal amor nos lleve
a hacer el bien. Acaso no lo sintamos nunca.
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El
paisaje ha respirado la fragancia de sus entrañas generosas. Está
quieto bajo la inundación de oro.
Entre
el limpio follaje de los árboles aparece la seda lujosa del cielo.
Una
alondra ha cantado su quejumbre en la lluvia de sol.
...Sigüenza
besa el ambiente para besar la bella mañana campesina.
Julio,
1902.
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