Una tarde de mayo, el
doctor don Pánfilo Saviaseca estaba más triste que un saco de tristezas
arrimado a una pared.
¡Ea! Se había cansado
de estudiar aquella tarde. ¡Estaba tan hermoso el sol, y la tierra, y todo!
Leía a Kant; estaba en
aquello de si la percepción del yo es o no conocimiento analítico a priori.
Esto era en el Retiro,
en lo más retirado del Retiro, si vale hablar así. Pánfilo estaba sentado en un
banco de musgo.
Con que..., ¿en qué
quedamos?... ¿Es o no es conocimiento analítico el que tenemos del yo? Así
meditaba en el instante en que una galguita, muy mona, vino a posar las
extremidades torácicas sobre La crítica
de la razón pura.
Era la realidad, la
ciencia del porvenir en figura de perro, que se le echaba encima al buen sabio
y le llamaba al sentimiento positivo de las cosas.
La galga no estaba
sola. Se oyó una voz argentina que gritaba:
-¡Merlina, aquí! Merlina,
¡eh!, Merli... Usted dispense,
caballero, estos perros... no saben lo que hacen. Pero, Merlina, ¿qué es esto?..., etcétera, etc., etc.
Y, en fin, que Eufemia,
su tía, que tenía muchas ganas de casarla, y hacía bien, y don Pánfilo,
hablaron y pensaron juntos.
Resultó que eran
vecinos, y como la niña no tenía novio, ni de dónde le viniera, y como don Pánfilo
se había convencido de que el yo no puede vivir sin el tú para que llegue a ser
aquél, y que más vale ser nosotros que yo solo, hubo boda, no sin que derramase
algunas lágrimas la tía, que lo había tramado todo.
Eufemia era una rubia
hermosa.
Pero no tenía nada de
particular, a no ser su primo, que no tenía nada de general, porque era alférez
de Ingenieros, agregado, por supuesto.
Don Pánfilo, una vez
dispuesto a ser un fiel y enamoradísimo esposo, se devanaba los sesos, aquellos
grandísimos sesos que tenía, para encontrarle algo de particular a Eufemia;
pero no dio en la cuenta de que el primo era lo único que tenía Eufemia digno
de llamar la atención.
Pero, ¿por qué se había
casado Eufemia? No, no era Héctor
hombre que retrocediese ante los obstáculos de esta índole; había leído
demasiados libros malos para que semejante contratiempo le acobardase a él,
agregado de un Cuerpo facultativo.
Formó planes, que
envidiaría cualquier novelista adúltero de Francia, y se dispuso a comenzar la
novela de su vida, que hasta entonces había corrido monótona entre guardias,
formaciones y pronunciamientos.
1.005. Pardo Bazan (Emilia)
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