Dejábamos al doctor
Pánfilo entre San Marcos y la puente.
Era una tarde de mayo.
Pánfilo escribía la última cuartilla de su obra, que iba a ser inmortal, y que
se titulaba: Eufemia. Investigaciones
acerca de la dignidad y finalidad racional de la vida humana. Endemonología
aplicada, basada en una arquitectónica racional de la biología psíquica,
especialmente la prasológica.
Un rayo de sol, que
entraba por la ventana, caía sobre el papel que iba emborronando el doctor.
Escribía esto: «...Tal ha sido el propósito del autor; demostrar con argumentos
tomados de la realidad viva que el predominio de la felicidad se observa ya hoy
en nuestras sociedades civilizadas, sin necesidad de recurrir a la hipótesis
probable, pero no necesaria, de ulterior sanción de otros mundos mejores. Debe,
sí, el filósofo recurrir a la experiencia, pero no fijando sólo su examen en la
propia individual; pues nada significa el apasionado testimonio del que lamenta
desgracias peculiares; hay otra experiencia, que una sabia y bien ordenada
estadística moral y civil puede suministrarnos, y en ella podrá ver cada cual,
y mejor el filósofo, que sea lo que quiera de la propia fortuna...»
Al llegar a «fortuna»
sintió el filósofo que le sacudían el papel.
EraMerlina, la galguita de mi cuento, que se había subido a la mesa y
se paseaba arrogante sobre Las
investigaciones acerca de la dignidad, etcétera, etc.
Pánfilo suspendió su
trabajo. Un recuerdo dulcísimo, el más querido de su vida, le trajo lágrimas a
los ojos.
A Merlina debía el doctor su felicidad propia, individual, sin
necesidad de endemonologías ni de arquitectónicas biológicas, sólo por una
casualidad, por una indiscreción de la perra, según frase de Eufemia.
Embelesado por este
recuerdo, se detuvo el doctor largo rato, pasando la mano izquierda por el lomo
de Merlina.
La galguita se dejaba
querer. Pero de pronto dio un brinco, saltó de la mesa a la ventana y apoyó las
patas delanteras sobre un tiesto. Las orejas se le pusieron tiesas, y aulló
Merlina con señales de impaciencia. Parecía que deseaba arrojarse por la
ventana.
Se levantó de su
poltrona el doctor para ver lo que causaba tal impresión en su galguita.
En el jardín, dentro de
la glorieta, Héctor González y Eufemia Rivero y González representaban en aquel
momento la escena culminante de Francesca
da Rimini.
Pánfilo oyó el
chasquido de... El lector puede imaginarse qué clase de chasquidos se usan en
tales casos.
El autor de las Investigacionesretrocedió
instintivamente, se desplomó sobre el sillón y ocultó la cabeza entre las
manos.
Cuando volvió al
sentido y abrió los ojos, vio delante, en un papel blanco, unas palabras, que
se le antojaban escritas con una tinta de color de rosa.
Leyó: «...podrá ver
cada cual, y mejor el filósofo, que sea lo que quiera de la propia fortuna...»
Pánfilo cogió con gran
parsimonia la pluma, y concluyó el párrafo: «...la Humanidad , en conjunto,
prospera, y es feliz en esta tierra con la conciencia del progreso y del fin
bueno que aguarda al cabo a todas las criaturas. Para el que sepa elevarse a
esta contemplación del bien general, como el más importante aun para el propio
interés, bien puede decirse que el cielo comienza en la tierra».
Pánfilo había terminado
su obra, la obra de su vida entera, la que le había gastado el cerebro y los
ojos.
Por cierto que sintió
en ellos algo extraño: miraba a todas partes, y aquel matiz halagüeño que veía
en la tinta dominaba en todos los objetos.
¡Pobre doctor! Se había
declarado la enfermedad cuyos síntomas no había conocido: el daltonismo.
Desde aquel día,
Pánfilo todo lo vio de color de rosa.
Nota. -Pánfilo, en griego, viene a ser el
que todo lo ama.
Lo cual, en castellano,
significa: Quien más pone, pierde más.
En cuanto a Eufemia,
siguió viviendo convencida: primero, de que su esposo era un sabio; segundo, de
que amarle era su obligación.
El dogma era el mismo
siempre: sólo se había relajado la disciplina.
1.005. Pardo Bazan (Emilia)
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