La humanidad de la tierra; se había
cansado de dar vueltas mil y mil veces alrededor de las mismas ideas, de las
mismas costumbres, de los mismos dolores y de los mismos placeres. Hasta se
había cansado de dar vueltas alrededor del mismo sol. Este cansancio último lo
había descubierto un poeta lírico del género de los desesperados que, no
sabiendo ya qué inventar, inventó eso: el cansancio
del sol. El tal poeta era francés, como no podía menos, y decía en
el prólogo de su libro, titulado Heliofobe: «C'est bte de tourner toujours comete c'à. A quoi
bon cette sotisse eternelle?... Le soleil, ce bourgeois, m'embète avec ses
platitudes...», etc., etc.
El traductor español de este libro
decía. «Es bestia esto de dar
siempre vueltas así. ¿A qué bueno
esta tontería eterna? El sol, ese burgués, me embiste con sus platitudes
enojosas. Él cree
hacernos un gran favor quedándose ahí plantado, sirviendo de fogón en esta gran
cocina económica que se llama el sistema planetario. Los planetas son los
pucheros puestos a la lumbre; y el himno de los astros, que Pitágoras creía
oír, no es más que el grillo del hogar,
el prosaico chisporroteo del carbón y el bullir del agua de la caldera...
¡Basta de olla podrida! Apaguemos el sol, aventemos las cenizas del hogar. El
gran hastío de la luz meridiana ha inspirado este pequeño libro. ¡Que
él es sincero! ¡Que él es
la expresión fiel de un orgullo noble que desprecia favores que no ha
solicitado, halagos de los rayos lumínicos que le parecen cadenas insoportables».
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tendrá bello el sol obstinándose en ser benéfico; al fin es un tirano; la
emancipación de la humanidad no será completa hasta el día que desatemos este
yugo y dejemos de ser satélites de ese reyezuelo miserable del día, vanidoso y
fanfarrón, que después de todo no es más que un esclavo que signé la carrera
triunfal de un señor invisible».
El prólogo seguía diciendo
disparates que no hay tiempo para copiar aquí, y el traductor seguía soltando
galicismos.
Ello fue que el libro hizo furor, sobre todo en el África
Central y en el Ecuador, donde todos aseguraban que el sol ya los tenía fritos.
Se vendieron 800 millones de
ejemplares franceses y 300 ejemplares de la traducción española; verdad es que
estos no en la Península ,
sino en América, donde continuaban los libreros haciendo su agosto sin
necesidad de entenderse con la antiquísima metrópoli.
Después del poeta vinieron los
filósofos los políticos sosteniendo lo que ya se llamaba universalmente la Heliofobia.
La ciencia discutió en Academias,
Congresos y sección de variedades
en los periódicos:
1.º, si la vida sería posible separando la Tierra del Sol y dejándola
correr libre por el vacío hasta engancharse con otro sistema;
2.º, si habría
medio, dado lo mucho que las ciencias físicas habían adelantado, de romper el
vago de Febo y dejarse caer en lo infinito.
Los sabios dijeron que sí y que no,
y que qué sabían ellos, respecto de ambas cuestiones.
Algunos especialistas prometieron
romper la fuerza centrípeta como quien corta un pelo; pero pedían una
subvención, y la mayor parte de los Gobiernos seguían con el agua al cuello y
no estaban para subvencionar estas cosas. En España, donde también había
Gobierno y especialistas, se redujo a prisión a varios arbitristas que
ofrecieron romper toda relación solar en un dos por tres.
Las oposiciones, que eran tantas
como cabezas de familia había en la nación, pusieron el grito en el cielo:
dijeron los Perezistas y los Alvarezistas y los Gomezistas, etc., etc., que era
preciso derribar aquel Gobierno opresor de la ciencia, etc.
Los Obispos, contra los cuales
hasta la fecha no habían prevalecido las puertas del infierno, ensalzaban a
todos los sabios e ignorantes que se declaraban heliófilos.
«Bueno estaba que se acabase el
mundo; que poco valía, pero debía acabarse como en el texto sagrado se tenía
dicho que había de acabar, y no por enfriamiento, como sería seguro que
concluiría si en efecto nos alejába-mos del sol...».
Una revista científica y
retrógrada, que se llamaba La Harmonía ,
recordaba a los heliófobos una
porción de textos bíblicos, amenazán-doles con el fin del mundo.
Decía el articulista:
«¡Ah, miserables! Queréis que la Tierra se separe del Sol,
huya del día, para convertirse en la estrella
errática, a la cual está reservada eternamente la obscuridad y las
tinieblas, como dice San Judas Apóstol en su Epístola Universal, v. 13. Queréis
lo que ya está anunciado, queréis la muerte; pero oid la palabra de verdad:
«Y en aquellos días buscarán los
hombres la muerte, y no la hallarán; y desearán morir, y la muerte huirá de
ellos. (Apocalipsis, cap. IX, v. 6.) -Porque vuestro tormento es como tormento
de escorpión; vuestro mortal hastío, vuestro odio de la luz, vuestro afán de
tinieblas, vuestro cansancio de pensar y sentir, es tormento de escorpión; y
queréis la muerte por huir de las langostas
de cola metálica con aguijones y con cabello de mujer, por huir de
las huestes de Abaddón. En vano, en vano buscáis la muerte del mundo antes de
que llegue su hora, y por otros caminos de los que están anunciados. Vendrá la
muerte, sí, y bien pronto; se acabará el tiempo, como está escrito; los cuatro
ángeles vendrán en su día para matar la tercera parte de los hombres. Pero no
habéis de ser vosotros, mortales, quien dé las señales del exterminio. ¡Ah,
teméis al sol! Sí, teméis que de él descienda el castigo; teméis que el sol sea
la copa de fuego que ha de derramar el ángel sobre la tierra; teméis quemaros
con el calor, y morís blasfemando y sin arrepentiros, como está anunciado.
(Apocalipsis, 16-9.) -En vano, en vano queréis huir del sol, porque está
escrito que esta miserable Babilonia será quemada con fuego. (Ibid., 18-8.)».
Los sabios y los filósofos nada
dijeron a La Harmonía , que no
leían siquiera. Los periódicos satíricos con caricaturas fueron los que se
encargaron de contestar al periodista babilónico,
como le llamaron ellos, poniéndolo como ropa de pascua, y en caricaturas de
colores.
Un sabio muy acreditado, que
acababa de descubrir el bacillus del
hambre, y libraba a la humanidad doliente con inoculaciones de caldo gordo, sabio aclamado por el
mundo entero, y que ya tenía en todos los continentes más estatuas que pelos en
la cabeza, el Dr. Judas Adambis, natural de Mozambique, emporio de las ciencias
a la sazón, Atenas moderna, Judas Adambis tomó cartas en el asunto y escribió
una Epístola Universal, cuya
primera edición vendió por una porción de millones.
Un periódico popular de la época,
conservador todavía, daba cuenta de la carta del doctor Adambis, copiando los
párrafos culminantes.
El periódico, que era español,
decía: «Sentimos no poder publicar íntegra esta interesantísima epístola, que
esta, llamando la atención de todo el mundo civilizado, desde la Patagonia a la Mancha , y desde el helado hasta el ardiente polo; pero no
podemos concederle más espacio, porque hoy es día de toros y de lotería, y no
hemos de prescindir ni de la lista grande, ni de la corrida, la cual no pasó de
mediana, entre paréntesis. Dice así el Dr. Judas Adambis:
«...Yo
creo que la humanidad de la tierra debe, en efecto, romper las cadenas que la
sujetan a este sistema planetario, miserable y mezquino para los vuelos de la
ambición del hombre. La solución que el poeta francés nos propuso es magnífica,
sublime... pero no es más que poesía. Hablemos claro, señores. ¿Qué es lo que
se desea? Romper un yugo ominoso, como dicen los políticos avanzados de la
cáscara amarga. ¿Es que no puede llamarse la tierra libre e independiente,
mientras viva sujeta a la cadena impalpable que la ata al sol y la luna dé
vueltas alrededor del astro tiránico, como el mono que, montado en un perro y
con el cordel al cuello, describe circunferencias alrededor de su dueño
haraposo? ¡Ah, no, señores! No es esto. Aquí hay algo más que esto. No negaré
Yo que esta dependencia del sol nos humilla; sí, nuestro orgullo padece con
semejante sujeción. Pero eso es lo de menos. Lo que quiere la humanidad es algo
más que librarse del sol... es librarse de la vida.
»Lo que causa hastío insoportable a
la humanidad no es tanto que el sol esté plantado en medio del corro,
haciéndonos dar vueltas a la pista con sus latigazos de fuego, que una
antigüedad remota llamó las flechas de Apolo, como las vueltas mismas; esto,
esto es lo tedioso: este volteo por lo infinito. Hubo un tiempo, los sabios
pueden decirlo, feliz para el mundo: fue el tiempo en que se creyó en el
progreso indefinido.
»La ignorancia de tales épocas
hacía creer a los pensadores que los adelantos que podían notar en la vida
humana, refiriéndose a los ciclos históricos a que su escasa ciencia les
permitía remontarse, eran buena prueba de que el progreso era constante. Hoy
nuestro conocimiento de la historia del planeta no nos consiente formarnos
semejantes ilusiones; los cientos de siglos que antiguamente se atribuían a la
vida humana como hipótesis atrevida, hoy son perfectamente conocidos, con todos
los pormenores de su historia; hoy sabemos que el hombre vuelve siempre a las
andadas, que nuestra descendencia está condenada a ser salvaje, y sus
descendientes remotos a ser, como nosotros, hombres aburridos de puro civilizados.
Este es el volteo insoportable, aquí está la broma pesada, lo que nos iguala al
mísero histrión del circo ecuestre... No se trata de una de tantas filosofías
pesimistas, charlatanas y
cobardes que han apestado al mundo. No se trata de una teoría, se trata de un
hecho viril: del suicidio universal. La ciencia y las relaciones
internacionales permiten hoy llevar a cabo tal intento. El que suscribe sabe
cómo puede realizarse el suicidio de todos los habitantes del globo en un mismo
segundo. ¿Lo acepta la humanidad?».
1.005. Pardo Bazan (Emilia)
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