Don Ángel no perdonaba medio de
desacreditar al otro. Para ello mentía si era preciso. De él salió la
sospecha de que el título de Resma pudiera ser falso. Aquel rumor, que él fue
alimentando, se convirtió en una intriga de
partido más adelante; y combinadas las fuerzas de los cuervistas o
antihigienistas con las del bando político contrario al en que militaba don
Torcuato, se fue condensando la nube que, al fin, estalló sobre la cabeza del
pobre médico, que tuvo que escapar del pueblo, acusado, no se sabe si con
razón, de falsario.
Respiró todo Laguna, respiró el
alcalde, respiró el director del hospital, respiró Perico el fontanero,
respiraron también el capellán del cementerio, los matarifes, las pescaderas,
el señor del boliche, y respiró Cuervo, que si era cruel con su enemigo, tenía
la disculpa de que él también defendía su reino.
Sí, su reino, que no era de este
mundo ni del otro, sino un término medio (dicho sea con su permiso). Su reino
estaba con un pie en la sepultura.
Y, sin embargo, nada menos
fúnebre y ajeno al imperio pavoroso de las larvas que la vida y obras, ingenio
y ánimo, gustos y tendencias de don Angel.
Así como
pudo decirse, con razón de Leopardi que en su poesía desesperada, a pesar de que
la inspira la musa de la muerte, no hay nada que repugne a los sentidos, porque
allí no se ve el aparato tétrico y repulsivo del osario, ni se huele la
podredumbre, ni se ve la tarea asquerosa de los gusanos, ni se oyen los
chasquidos de los esqueletos, del propio modo en la persona de Cuervo y en su
ambiente se notaba una especie de pulcritud moral, en que la limpieza
consistía en la ausencia de todo signo de muerte, de toda idea
o
sensación de descomposición, podredumbre
o
aniquilamiento.
Justamente las grandes y
arraigadas simpatías que don Ángel se había ganado en todo Laguna y sus
parroquias rurales nacían de esta atmósfera de vida, robustez, apetito y
sosiego que rodeaba a nuestro hombre. Había quien aseguraba que con verle se
les abrían las ganas de comer a las personas afligidas por un duelo. Si algún
lector supone que esto es inverosímil, recordando que don Ángel vestía de
negro y enseñaba apenas un centíme tro de cuello de camisa, y esto poco no muy
blanco, a ese lector le diré con buenos modos que, por culpa de su indiscreta
advertencia, tengo que declarar lo siguiente: que la limpieza material no
había sido una de las virtudes cívicas por las cuales había ganado la ciudad
años atrás el título de heroica y muy leal: los lagunenses, que cuando eran
alcaldes o barrenderos no barrían bien las calles, y que fuesen lo que fuesen
las ensuciaban sin escrúpulo, no tenían clara conciencia de que Mahoma había
obrado como un sabio, imponiendo a sus creyentes el deber de lavarse tantas
veces. Ciudadano había que se estimaba limpio de una vez para siempre, después
de recibir el agua bautismal. Pero dejo este incidente enojoso e importuno.
Sí, lo repito; Cuervo, sea lo que
quiera de su limpieza material, era la alegría de los duelos. Me explicaré.
Pero antes, y por no faltar al orden, considerémosle en sus relaciones con los
moribundos y su familia.
1.005. Pardo Bazan (Emilia)
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