Translate

sábado, 17 de mayo de 2014

Cuervo - Cap. VI

Don Ángel no perdonaba medio de des­acreditar al otro. Para ello mentía si era preci­so. De él salió la sospecha de que el título de Resma pudiera ser falso. Aquel rumor, que él fue alimentando, se convirtió en una intriga de partido más adelante; y combinadas las fuerzas de los cuervistas o antihigienistas con las del bando político contrario al en que mili­taba don Torcuato, se fue condensando la nube que, al fin, estalló sobre la cabeza del pobre médico, que tuvo que escapar del pue­blo, acusado, no se sabe si con razón, de fal­sario.


Respiró todo Laguna, respiró el alcalde, respiró el director del hospital, respiró Perico el fontanero, respiraron también el capellán del cementerio, los matarifes, las pescaderas, el señor del boliche, y respiró Cuervo, que si era cruel con su enemigo, tenía la disculpa de que él también defendía su reino.
Sí, su reino, que no era de este mundo ni del otro, sino un término medio (dicho sea con su permiso). Su reino estaba con un pie en la sepultura.
Y, sin embargo, nada menos fúnebre y ajeno al imperio pavoroso de las larvas que la vida y obras, ingenio y ánimo, gustos y ten­dencias de don Angel.


Así como pudo decirse, con razón de Leo­pardi que en su poesía desesperada, a pesar de que la inspira la musa de la muerte, no hay nada que repugne a los sentidos, porque allí no se ve el aparato tétrico y repulsivo del osario, ni se huele la podredumbre, ni se ve la tarea asquerosa de los gusanos, ni se oyen los chasquidos de los esqueletos, del propio modo en la persona de Cuervo y en su am­biente se notaba una especie de pulcritud moral, en que la limpieza consistía en la au­sencia de todo signo de muerte, de toda idea
o          sensación de descomposición, podredumbre
o          aniquilamiento.
Justamente las grandes y arraigadas sim­patías que don Ángel se había ganado en todo Laguna y sus parroquias rurales nacían de esta atmósfera de vida, robustez, apetito y sosiego que rodeaba a nuestro hombre. Había quien aseguraba que con verle se les abrían las ganas de comer a las personas afligidas por un duelo. Si algún lector supone que esto es inverosímil, recordando que don Ángel ves­tía de negro y enseñaba apenas un centíme tro de cuello de camisa, y esto poco no muy blanco, a ese lector le diré con buenos modos que, por culpa de su indiscreta advertencia, tengo que declarar lo siguiente: que la limpie­za material no había sido una de las virtudes cívicas por las cuales había ganado la ciudad años atrás el título de heroica y muy leal: los lagunenses, que cuando eran alcaldes o ba­rrenderos no barrían bien las calles, y que fuesen lo que fuesen las ensuciaban sin es­crúpulo, no tenían clara conciencia de que Mahoma había obrado como un sabio, impo­niendo a sus creyentes el deber de lavarse tantas veces. Ciudadano había que se estima­ba limpio de una vez para siempre, después de recibir el agua bautismal. Pero dejo este incidente enojoso e importuno.
Sí, lo repito; Cuervo, sea lo que quiera de su limpieza material, era la alegría de los due­los. Me explicaré. Pero antes, y por no faltar al orden, considerémosle en sus relaciones con los moribundos y su familia.

1.005. Pardo Bazan (Emilia)

No hay comentarios:

Publicar un comentario