En Laguna se formaron dos
partidos: el de Cuervo y el de don Torcuato. El del doctor tenía su órgano en
la Prensa, Juan Claridades; el de Cuervo, no; ni lo quería, ni lo necesitaba.
«¡Puf! ¡Papeluchos!», decía don Ángel, que despreciaba la Prensa local con todo
su corazón. Cuervo no escribía, hablaba; pero como él era bienquisto (frase
favorita suya) de toda la población, y estaba en todas partes, sus
palabras tenían mucha mayor publicidad que los artículos del otro. Hablaba y
recitaba letrillas, único género literario que él creía digno de ocupar su
ingenio. De noche, en la cama, o tal vez mientras velaba a un moribundo, o
cuando después seguía su cadáver camino del cementerio, se entretenía en
componer aquellas «cuchufletas», según las llamaba siempre; las aprendía de
memoria, daba en seguida la noticia del hallazgo a un amigo íntimo, diciéndole
al oído: «Cayó una», y el amigo, delante de otros pocos íntimos, le decía:
«Vamos, don Ángel, venga eso...: ya sabemos que cayó otra»; y después de
hacerse rogar, sonriendo y rascándose la cabeza someramente, comenzaba con voz
muy baja y, mirando a las puertas y ventanas, como si temiese que por allí
pudiese entrar el otro:
«¿Quién...?», etc., etc.
Casi todas las letrillas de
Cuervo comenzaban así: preguntando quién era esto o lo otro, o quien hacía tal
o cual cosa; y resultaba, allá en el estribillo, que eran don Torcuato. Podía
Cuervo
prescindir del quién; pero de los interrogantes, difícil-mente; y de los estribillos
de pie quebrado, de ninguna manera. Tenía el ingenio satírico muy en su punto,
y la conciencia de él; pero no creía posible que la sátira pudiese tener otra
forma que la letrilla; ni la letrilla podía en rigor prescindir del pie
quebrado. En cuanto a los ripios, no le arredraban, y con un candor que los
legitimaba hasta cierto punto, emple ábalos sin miedo, y aun en dar con los más
rebuscados fundaba el quid del arte, por lo que toca a la expresión. Así, por
ejemplo, si para insultar al otro le llamaba por el apellido, ya se sabía que
había de decir:¿Quién con cara de Cuaresma...?, etc. Y después venía
infaliblemente en un verso de dos sílabas, con punto y aparte, como decía don
Ángel; venía, digo, Resma. Y si le preguntaban: «Pero, don Ángel, ¿qué pito
toca ahí la Cuaresma?», se encogía de hombros y solía decir: «Sic vos nin
vobis.» Latín que, según él, no pasaba de ahí, y significaba: Esto no es para
vosotros. Porque es de notar, siquiera sea de paso, que aunque
Cuervo había
estudiado en el Seminario hasta el segundo año de Filosofía, y no había sido
mal estudiante, desde el punto y hora en que se decidió a ahorcar los hábitos,
se propuso olvidar la traducción y el orden (frase suya), y lo consiguió a poco
tiempo. A pesar de esto, su excelente memoria conservaba casi todo el Nebrija
sin entender palabra, muchos versos y cerca de medio misal romano. La misa de
difuntos y casi todos los cantos relativos al entierro y demás ceremonias
fúnebres, es claro que los sabía con las notas correspondientes del sonsonete
religioso, y tampoco paraba mientes en la traducción que pudieran tener.
1.005. Pardo Bazan (Emilia)
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