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sábado, 17 de mayo de 2014

Cuervo - Cap. IV

En Laguna se formaron dos partidos: el de Cuervo y el de don Torcuato. El del doctor tenía su órgano en la Prensa, Juan Clarida­des; el de Cuervo, no; ni lo quería, ni lo nece­sitaba. «¡Puf! ¡Papeluchos!», decía don Ángel, que despreciaba la Prensa local con todo su corazón. Cuervo no escribía, hablaba; pero como él era bienquisto (frase favorita suya) de toda la población, y estaba en todas partes, sus palabras tenían mucha mayor publici­dad que los artículos del otro. Hablaba y reci­taba letrillas, único género literario que él creía digno de ocupar su ingenio. De noche, en la cama, o tal vez mientras velaba a un moribundo, o cuando después seguía su ca­dáver camino del cementerio, se entretenía en componer aquellas «cuchufletas», según las llamaba siempre; las aprendía de memo­ria, daba en seguida la noticia del hallazgo a un amigo íntimo, diciéndole al oído: «Cayó una», y el amigo, delante de otros pocos ín­timos, le decía: «Vamos, don Ángel, venga eso...: ya sabemos que cayó otra»; y después de hacerse rogar, sonriendo y rascándose la cabeza someramente, comenzaba con voz muy baja y, mirando a las puertas y venta­nas, como si temiese que por allí pudiese en­trar el otro:
«¿Quién...?», etc., etc.
Casi todas las letrillas de Cuervo comenza­ban así: preguntando quién era esto o lo otro, o quien hacía tal o cual cosa; y resultaba, allá en el estribillo, que eran don Torcuato. Podía


Cuervo prescindir del quién; pero de los inter­rogantes, difícil-mente; y de los estribillos de pie quebrado, de ninguna manera. Tenía el ingenio satírico muy en su punto, y la con­ciencia de él; pero no creía posible que la sá­tira pudiese tener otra forma que la letrilla; ni la letrilla podía en rigor prescindir del pie quebrado. En cuanto a los ripios, no le arre­draban, y con un candor que los legitimaba hasta cierto punto, emple ábalos sin miedo, y aun en dar con los más rebuscados fundaba el quid del arte, por lo que toca a la expresión. Así, por ejemplo, si para insultar al otro le llamaba por el apellido, ya se sabía que había de decir:¿Quién con cara de Cuaresma...?, etc. Y después venía infaliblemente en un verso de dos sílabas, con punto y aparte, co­mo decía don Ángel; venía, digo, Resma. Y si le preguntaban: «Pero, don Ángel, ¿qué pito toca ahí la Cuaresma?», se encogía de hom­bros y solía decir: «Sic vos nin vobis.» Latín que, según él, no pasaba de ahí, y significa­ba: Esto no es para vosotros. Porque es de notar, siquiera sea de paso, que aunque


Cuervo había estudiado en el Seminario hasta el segundo año de Filosofía, y no había sido mal estudiante, desde el punto y hora en que se decidió a ahorcar los hábitos, se propuso olvidar la traducción y el orden (frase suya), y lo consiguió a poco tiempo. A pesar de esto, su excelente memoria conservaba casi todo el Nebrija sin entender palabra, muchos versos y cerca de medio misal romano. La misa de difuntos y casi todos los cantos relativos al entierro y demás ceremonias fúnebres, es claro que los sabía con las notas correspon­dientes del sonsonete religioso, y tampoco paraba mientes en la traducción que pudieran tener.

1.005. Pardo Bazan (Emilia)

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