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lunes, 9 de diciembre de 2013

Una cosa en nolan

Al Sur de donde se cruzan la carretera que va de Leesville a Hardy, en el estado de Missouri, y el brazo Este del río May, existe una casa abandonada. Nadie ha vivido en ella desde el verano de 1879, por lo que se está desmoronando a pasos agigantados. Durante los tres años anteriores a la fecha mencionada estuvo ocupada por la familia de Charles May, uno de cuyos antepasados dio nombre al río junto al cual se encuen­tra. La familia de Mr. May estaba formada por la esposa, un hijo mayor y dos chicas. El hijo se llamaba John; los nombres de las hijas son desconocidos para el autor de estos apuntes.
John May era de carácter taciturno y malhumora­do, poco propenso a la ira, y con un don inusual: un odio resentido, implacable. Su padre era todo lo con­trario. De temperamento alegre y jovial, aunque con un gran genio que se incendiaba como una llama en una brizna de paja. No abrigaba resentimientos y buscaba rápidamente la reconciliación una vez aplaca­da su ira. Tenía un hermano, que vivía cerca de allí, y que poseía un carácter muy distinto al suyo; toda la vecindad decía que John había heredado la forma de ser de su tío.
Un día se produjo un malentendido entre padre e hijo; hubo duras palabras, y el padre dio un puñetazo al hijo en la cara. John se secó con lentitud la sangre que le había causado el golpe, clavó los ojos en el agresor ya arrepentido y dijo con frialdad: «Morirás por esto.»
Estas palabras fueron oídas por los hermanos Jack­son, que se acercaban a ellos en aquel momento; pero, al verles enzarzados en una discusión pasaron de largo y, al parecer, inadvertidos. Charles May relató después el desgraciado acontecimiento a su esposa y le explicó que le había pedido excusas a su hijo por el precipitado golpe, pero había sido inútil. El joven no sólo recha­zaba las disculpas, sino que se negaba a retirar su terrible amenaza. A pesar de todo no hubo una ruptura abierta de relaciones: John siguió viviendo con la familia y las cosas continuaron como siempre.
Un domingo por la mañana, en junio de 1879, unas dos semanas después de que ocurrieran estos hechos, Charles May salió de la casa inmediatamente después del desayuno, con una pala. Dijo que iba a abrir un agujero en una fuente que se encontraba a una milla de distancia, en el bosque, para que el ganado tuviera agua. John se quedó en la casa durante unas horas, ocupado en afeitarse, escribir cartas y leer el periódico. Su disposición era la usual, quizás parecía un poco más malhumorado y hosco.
Se marchó a las dos. Regresó a las cinco. Por alguna razón no relacionada con un interés especial en sus movimientos, la hora de salida y de llegada fue advertida por su madre y sus hermanas, tal y como quedó atestiguado en su proceso por asesinato. Les llamó la atención que su ropa estuviera húmeda en algunas zonas, como si (así lo señaló la acusación) hubiera intentado borrar manchas de sangre. Su acti­tud era extraña, su aspecto salvaje. Aduciendo que se encontraba enfermo, se fue a su cuarto y se acostó.
Charles May no regresó. Los vecinos más cercanos fueron alertados a la caída de la tarde, y durante aquella noche y el día siguiente se llevó a cabo su búsqueda por el bosque donde se encontraba la fuente. No se produjo otro resultado que el descubrimiento de las huellas de los dos hombres en la arcilla que había alrededor de la fuente. John May, mientras tanto, había empeorado de lo que el médico local denominó fiebre cerebral, y en su delirio hablaba de asesinato, pero sin decir quién creía que había sido asesinado, ni a quién culpaba del hecho. Pero los hermanos Jackson sacaron a relucir aquella amenaza; fue arrestado como sospechoso y un sheriff se encargó de vigilarle en su casa. La opinión pública se puso rápidamente en con­tra de John y, de no haber sido por la enfermedad, habría sido colgado por la muchedumbre. Estando así las cosas, el martes se convocó una reunión de los vecinos y se nombró un comité para que se encargara del caso y tomara las medidas que fueran oportunas.
Para el miércoles todo había cambiado. De la ciu­dad de Nolan, que está a unas ocho millas, llegó una historia que arrojó una luz completamente diferente sobre el asunto. Nolan constaba de una escuela, una herrería, una tienda y media docena de viviendas. La tienda era dirigida por un tal Henry Odell, primo de Charles May. La tarde del domingo en que desapare­ció May, Mr. Odell y cuatro vecinos suyos, hombres de confianza, estaban sentados en la tienda, fumando y charlando. El día era caluroso, y las dos puertas, la de delante y la de atrás, estaban abiertas. A eso de las tres, Charles May, a quien tres de ellos conocían, entró por la puerta principal y pasó hacia el fondo. Iba sin abrigo ni sombrero. No les miró, y tampoco les devol­vió el saludo, circunstancia que no les sorprendió porque estaba gravemente herido. Sobre la ceja iz­quierda tenía una herida, un profundo corte del que brotaba sangre que le cubría toda la parte izquierda de la cara y del cuello y empapaba su camisa gris. Aunque parezca mentira, la idea predominante en las mentes de los presentes era que había mantenido una pelea y se dirigía al arroyo que había detrás de la casa para lavarse.
Tal vez se produjo un sentimiento de delicadeza, un detalle característico de la etiqueta de las regiones apartadas, que les contuvo a la hora de seguirle y ofrecerle ayuda; las actas del juicio, de donde está extraído principalmente este relato, tan solo mencio­nan el hecho. Esperaron a que volviera, pero no lo hizo.
Limitando el arroyo, detrás de la tienda, un bosque se extiende unas seis millas hasta las colinas de Medi­cine Lodge. Tan pronto como se supo en los contornos de la casa del desaparecido que había sido visto en Nolan, se produjo un cambio repentino en el estado de ánimo y en la disposición de la gente. El comité de vigilancia dejó de existir sin cumplir la formalidad de llegar a una resolución. La búsqueda por las tierras boscosas en torno al río May se interrumpió y casi toda la población masculina de la región se trasladó a la zona de Nolan y de las colinas de Medicine Lodge. Pero no se encontró rastro alguno de aquel hombre.
Una de las extrañas circunstancias de este extraño caso es el procesamiento formal y posterior juicio por el asesinato de un hombre cuyo cuerpo nadie afirmaba haber visto, ni nadie sabía que hubiera muerto. Cono­cemos más o menos los caprichos y extravagancias de la ley fronteriza, pero este ejemplo, según se cree, es único. Sea como fuere, está constatado que al recobrar­se de su enfermedad John May fue procesado por el asesinato de su padre. El abogado de la defensa, al parecer, no tuvo nada que objetar y el caso fue consi­derado en relación con sus circunstancias. El fiscal se mostró apocado y superficial; la defensa estableció fácilmente una coartada en lo referente al occiso. Si en el momento en que John May debía de haber asesina­do a Charles May, si es que lo hizo, Charles May se encontraba a varias millas de distancia de donde John May debía de haber estado, es evidente que el occiso debió de encontrar la muerte a manos de algún otro.
John May fue absuelto, abandonó el país enseguida y no se ha vuelto a saber nada de él desde aquel día. Poco después, su madre y hermanas dejaron St. Louis. Al pasar la granja a manos de un individuo, que es dueño también de las tierras colindantes, en las que tiene su propia vivienda, la casa May quedó vacía y desde entonces tiene la misteriosa reputación de estar encantada.
Un día, después de que la familia May hubiera dejado aquella tierra, unos niños que jugaban en los bosques que hay en torno al río May, encontraron oculta bajo una capa de hojas secas, aunque parcial­mente a la vista por el hozar de los cerdos, una pala.
Estaba casi nueva y limpia, a no ser por una mancha de sangre y orín que tenía en el borde. Las iniciales «C.M.» aparecían grabadas en el mango de la herra­mienta.
Este descubrimiento reavivó en cierto grado la emo­ción pública suscitada en los meses anteriores. Se examinó cuidadosamente la tierra del lugar en que había sido encontrada la pala, y el resultado fue el descubrimiento del cadáver de un hombre. Había sido enterrado a unos dos o tres pies de profundidad y el lugar había sido cubierto con una capa de hojas secas y ramas. No parecía muy descompuesto, hecho que se atribuyó a alguna propiedad conservadora de aquel terreno, rico en mineral.
Encima de la ceja izquierda presentaba una herida, un profundo corte del que había manado sangre, que le cubrió toda la parte izquierda de la cara y del cuello y manchó su camisa gris. El cráneo había resultado partido por el golpe. Ese cuerpo era el de Charles May.
Pero, ¿qué fue entonces lo que pasó por la tienda de Mr. Odell en Nolan?

1.007. Briece (Ambrose)

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