Al Sur de donde se cruzan la carretera que va de
Leesville a Hardy,
en
el estado de Missouri,
y
el brazo Este del río May, existe una casa abandonada. Nadie ha vivido en ella
desde el verano de 1879, por lo que se está desmoronando a pasos agigantados.
Durante los tres años anteriores a la fecha mencionada estuvo ocupada por la
familia de Charles May, uno de cuyos antepasados dio nombre al río junto al
cual se encuentra. La familia de Mr. May estaba formada por la esposa, un hijo mayor
y dos chicas. El hijo se llamaba John; los nombres de las hijas son desconocidos
para el autor de estos apuntes.
John May era de carácter taciturno y malhumorado, poco
propenso a la ira, y con un don inusual: un odio resentido, implacable. Su
padre era todo lo contrario. De temperamento alegre y jovial, aunque con un
gran genio que se incendiaba como una llama en una brizna de paja. No abrigaba
resentimientos y buscaba rápidamente la reconciliación una vez aplacada su
ira. Tenía un hermano, que vivía cerca de allí, y que poseía un carácter muy
distinto al suyo; toda la vecindad decía que John había heredado la forma de
ser de su tío.
Un día se produjo un malentendido entre padre e
hijo; hubo duras palabras, y el padre dio un puñetazo al hijo en la cara. John se secó
con lentitud la sangre que le había causado el golpe, clavó los ojos en el
agresor ya arrepentido y dijo con frialdad: «Morirás por esto.»
Estas palabras fueron oídas por los hermanos Jackson, que se
acercaban a ellos en aquel momento; pero, al verles enzarzados en una discusión
pasaron de largo y, al parecer, inadvertidos. Charles May relató después el
desgraciado acontecimiento a su esposa y le explicó que le había pedido excusas
a su hijo por el precipitado golpe, pero había sido inútil. El joven no sólo
rechazaba las disculpas, sino que se negaba a retirar su terrible amenaza. A
pesar de todo no hubo una ruptura abierta de relaciones: John siguió viviendo con la
familia y las cosas continuaron como siempre.
Un domingo por la mañana, en junio de 1879, unas dos
semanas después de que ocurrieran estos hechos, Charles May salió de la casa
inmediatamente después del desayuno, con una pala. Dijo que iba a abrir un
agujero en una fuente que se encontraba a una milla de distancia, en el bosque,
para que el ganado tuviera agua. John se quedó en la casa durante unas horas, ocupado en
afeitarse, escribir cartas y leer el periódico. Su disposición era la usual,
quizás parecía un poco más malhumorado y hosco.
Se marchó a las dos. Regresó a las cinco. Por alguna
razón no relacionada con un interés especial en sus movimientos, la hora de
salida y de llegada fue advertida por su madre y sus hermanas, tal y como quedó
atestiguado en su proceso por asesinato. Les llamó la atención que su ropa
estuviera húmeda en algunas zonas, como si (así lo señaló la acusación) hubiera
intentado borrar manchas de sangre. Su actitud era extraña, su aspecto
salvaje. Aduciendo que se encontraba enfermo, se fue a su cuarto y se acostó.
Charles May no regresó. Los vecinos más cercanos fueron
alertados a la caída de la tarde, y durante aquella noche y el día siguiente se
llevó a cabo su búsqueda por el bosque donde se encontraba la fuente. No se
produjo otro resultado que el descubrimiento de las huellas de los dos hombres
en la arcilla que había alrededor de la fuente. John May, mientras
tanto, había empeorado de lo que el médico local denominó fiebre cerebral, y en
su delirio hablaba de asesinato, pero sin decir quién creía que había sido
asesinado, ni a quién culpaba del hecho. Pero los hermanos Jackson sacaron a
relucir aquella amenaza; fue arrestado como sospechoso y un sheriff se
encargó de vigilarle en su casa. La opinión pública se puso rápidamente en contra
de John y, de no
haber sido por la enfermedad, habría sido colgado por la muchedumbre. Estando
así las cosas, el martes se convocó una reunión de los vecinos y se nombró un
comité para que se encargara del caso y tomara las medidas que fueran
oportunas.
Para el miércoles todo había cambiado. De la ciudad
de Nolan, que está a unas ocho millas, llegó una historia que arrojó una luz
completamente diferente sobre el asunto. Nolan constaba de una escuela, una
herrería, una tienda y media docena de viviendas. La tienda era dirigida por un
tal Henry Odell, primo
de Charles May.
La
tarde del domingo en que desapareció May, Mr. Odell y cuatro vecinos suyos,
hombres de confianza, estaban sentados en la tienda, fumando y charlando. El
día era caluroso, y las dos puertas, la de delante y la de atrás, estaban abiertas.
A eso de las tres, Charles May, a quien tres de ellos conocían, entró por la puerta
principal y pasó hacia el fondo. Iba sin abrigo ni sombrero. No les miró, y
tampoco les devolvió el saludo, circunstancia que no les sorprendió porque
estaba gravemente herido. Sobre la ceja izquierda tenía una herida, un
profundo corte del que brotaba sangre que le cubría toda la parte izquierda de
la cara y del cuello y empapaba su camisa gris. Aunque parezca mentira, la idea
predominante en las mentes de los presentes era que había mantenido una pelea y
se dirigía al arroyo que había detrás de la casa para lavarse.
Tal vez se produjo un sentimiento de delicadeza, un
detalle característico de la etiqueta de las regiones apartadas, que les
contuvo a la hora de seguirle y ofrecerle ayuda; las actas del juicio, de donde
está extraído principalmente este relato, tan solo mencionan el hecho.
Esperaron a que volviera, pero no lo hizo.
Limitando el arroyo, detrás de la tienda, un bosque
se extiende unas seis millas hasta las colinas de Medicine Lodge. Tan
pronto como se supo en los contornos de la casa del desaparecido que había sido
visto en Nolan, se produjo un cambio repentino en el estado de ánimo y en la
disposición de la gente. El comité de vigilancia dejó de existir sin cumplir la
formalidad de llegar a una resolución. La búsqueda por las tierras boscosas en
torno al río May
se
interrumpió y casi toda la población masculina de la región se trasladó a la
zona de Nolan y de las colinas de Medicine Lodge. Pero no
se encontró rastro alguno de aquel hombre.
Una de las extrañas circunstancias de este extraño
caso es el procesamiento formal y posterior juicio por el asesinato de un
hombre cuyo cuerpo nadie afirmaba haber visto, ni nadie sabía que hubiera
muerto. Conocemos más o menos los caprichos y extravagancias de la ley
fronteriza, pero este ejemplo, según se cree, es único. Sea como fuere, está
constatado que al recobrarse de su enfermedad John May fue
procesado por el asesinato de su padre. El abogado de la defensa, al parecer,
no tuvo nada que objetar y el caso fue considerado en relación con sus
circunstancias. El fiscal se mostró apocado y superficial; la defensa
estableció fácilmente una coartada en lo referente al occiso. Si en el momento
en que John
May debía de haber asesinado a Charles May, si es que lo hizo, Charles
May se
encontraba a varias millas de distancia de donde John May debía de
haber estado, es evidente que el occiso debió de encontrar la muerte a manos de
algún otro.
John May fue absuelto, abandonó el país enseguida y no se ha
vuelto a saber nada de él desde aquel día. Poco después, su madre y hermanas
dejaron St.
Louis. Al pasar la granja a manos de un individuo, que es dueño también de
las tierras colindantes, en las que tiene su propia vivienda, la casa May quedó
vacía y desde entonces tiene la misteriosa reputación de estar encantada.
Un día, después de que la familia May hubiera
dejado aquella tierra, unos niños que jugaban en los bosques que hay en torno
al río May, encontraron
oculta bajo una capa de hojas secas, aunque parcialmente a la vista por el
hozar de los cerdos, una pala.
Estaba casi nueva y limpia, a no ser por una mancha
de sangre y orín que tenía en el borde. Las iniciales «C.M.» aparecían grabadas
en el mango de la herramienta.
Este descubrimiento reavivó en cierto grado la emoción
pública suscitada en los meses anteriores. Se examinó cuidadosamente la tierra
del lugar en que había sido encontrada la pala, y el resultado fue el
descubrimiento del cadáver de un hombre. Había sido enterrado a unos dos o tres
pies de profundidad y el lugar había sido cubierto con una capa de hojas secas
y ramas. No parecía muy descompuesto, hecho que se atribuyó a alguna propiedad
conservadora de aquel terreno, rico en mineral.
Encima de la ceja izquierda presentaba una herida,
un profundo corte del que había manado sangre, que le cubrió toda la parte
izquierda de la cara y del cuello y manchó su camisa gris. El cráneo había
resultado partido por el golpe. Ese cuerpo era el de Charles May.
Pero, ¿qué fue entonces lo que pasó por la tienda de
Mr. Odell en
Nolan?
1.007. Briece (Ambrose)
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