“En el nombre del Profeta... higos”
Voces del vendedor de higos Turco
Supongo que todo el mundo ha oído
hablar de mí. Mi nombre es Signora Psyche Zenobia. Esto lo sé con seguridad.
Sólo mis enemigos me llaman Suky Snobbs. Me han asegu rado
que Suky es una vulgar corrupción de Psyche, que es una palabra griega que
significa “el alma” (esa soy yo, soy toda espíritu), y a veces, “una mariposa”,
lo que, sin duda, alude al aspecto que tengo con mi nuevo traje de satén
carmesí, con el mantelet árabe azul cielo y las orlas de agraffas
verdes, y los siete faralaes de aurículas de color naranja. En cuanto a
Snobbs..., cualquier persona que se tomara la molestia de mirarme dos veces se
daría cuenta de que mi nombre no es Snobbs. Miss Tabitha Turnip propagó ese
rumor, movida por pura envidia. ¡Precisa mente
Tabitha Turnip! ¡La pobre infeliz! Pero ¿qué se podía esperar de un nabo como
ella? Me pregunto si conocerá el viejo adagio acerca de “sacar sangre de un
nabo”, etcétera (recordar: decírselo en la primera ocasión que surja, recordar
también tirarle de las narices). ¿Por dónde iba? ¡Ah! Me han asegu rado que Snobbs no es más que una corrupción de
Zenobia, y que Zenobia fue una reina (igual que yo. El Doctor Moneypenny
siempre me llama la Reina
de Corazones), y que Zenobia, al igual que Psyche, es griego del bueno, y que
mi padre era “un griego”, y que, en consecuencia, tengo derecho a mi
patronímico, que es Zenobia, y no Snobbs. La única que me llama Suky Snobbs es
Tabitha Turnip; yo soy la
Signora Psyche Zenobia.
Como ya dije antes, todo el mundo ha oído hablar de mí. Yo
soy esa Signora Psyche Zenobia, tan justamente célebre como secretaria
corresponsal de la “Asociación Singular, Operativa, Moral de Bellas, y
Retoños, Oficial de Salmodias Originales, Libros, Odontólogos, Tratados,
Estudios, Ditirambos, En, Azote, de la Zafiedad , Universal, Localizada”. El Doctor Moneypenny fue el que se
inventó el nombre, y dice que lo eligió así porque suena grandioso, como un
tonel de ron vacío. (Es un hombre vulgar, que a veces..., pero es un hombre
profundo.) Todos ponemos las iniciales de la sociedad detrás de nuestros
nombres, como lo hacen los miembros de la R. S. A. (Real Sociedad de las Artes), de la S. D. U. K. (Sociedad para la Difusión de Conocimientos
Útiles), etcétera, etcétera. El Doctor Moneypenny dice que la “S” viene de
rancio, y que “D. U. K.” quiere decir pato (lo que no es cierto), y que lo que
significa “S. D. U. K. es pato rancio, y no la sociedad de lord Brougham, pero,
por otra parte, el doctor Moneypenny es un hombre tan raro, que nunca se sabe
seguro cuándo está diciendo la verdad. En cualquier caso, siempre añadimos al
final de nuestros nombres de las siglas A. S. O. M. B. R. O. S. O. L. O. T. E.
D. E. A. Z. U. L. Es decir, “Asociación Singular Operativa, Moral, de Bellas, y
Retoños, Oficial, de Salmodias Originales, Libros, Odontólogos, Tratados,
Estudios, Ditirambos, En Azote, de la Zafiedad , Universal, Localizada”, una letra por
cada palabra, lo que introduce una clara mejora con respecto a Lord Brougham.
El Dr. Moneypenny insiste en que las iniciales son toda una definición de
nuestro verdadero carácter, pero que me aspen si sé a lo que se refiere.
A pesar de los buenos oficios del doctor y de los enormes
esfuerzos que hizo la asociación para hacerse notar, no tuvo un gran éxito
hasta que yo me uní a ella. La verdad es que los miembros utilizaban un tono
excesivamente frívolo en sus discusiones. Los papeles que se leían todos los
sábados por la tarde se caracterizaban más por su estupidez que por su profundidad.
No eran más que un revoltillo de sílabas. No existía ninguna investigación
acerca de las causas primeras, de los primeros principios. De hecho, no existía
investigación alguna acerca de nada. No se prestaba ninguna atención al
grandioso aspecto de la “Adecuación de las Cosas”. En pocas palabras, no había
nadie que escribiera cosas tan bonitas como éstas. Era todo de bajo nivel,
¡mucho! Carecía de profundidad, de erudición, de metafísica, no había nada de
lo que los eruditos llaman espiritualidad, y que los incultos han decidido
estigmatizar llamándolo jerga. (El doctor M. dice que “Jerga” se escribe con
“j” mayúscula, pero yo sé lo que me hago.)
Cuando me uní a la sociedad, mi propósito era introducir
un mejor estilo tanto en el pensamiento como en los escritos, y todo el mundo
sabe hasta qué punto he tenido éxito. Conseguimos ahora tan buenas
publicaciones en la A. S.
O. M. B. R. O. S. O. L. O. T. E. D. E. A. Z. U. L. como se puedan encontrar incluso
en Blackwood. Digo Blackwood, porque me han asegu rado que la mejor literatura sobre cualquier
tema es la que aparece en las páginas de la tan Justamente celebrada revista.
La utilizamos ahora como modelo para todos nuestros temas, y, en consecuencia,
estamos consiguiendo una gran notoriedad a gran velocidad. Y, después de todo,
tampoco es tan difícil componer un artículo con el sello de Blackwood, siempre y cuando uno se tome la cuestión
con seriedad. Por supuesto, que no me refiero a los artículos políticos. Todo
el mundo sabe cómo se hacen éstos,
desde que el doctor Moneypenny nos lo explicó. El señor Blackwood tiene unas
tijeras de sastre y tres aprendices a sus órdenes. Uno de ellos le alcanza el Times, otro el Examiner, y el tercero el “Nuevo compendio de
Argot Moderno de Gulley”. El señor B. se limita a cortar y entremezclar. Eso
queda hecho rápidamente. Todo consiste en mezclar un poco del Examiner, “Argot Moderno” y el Times, después otro poquito del Times, “Argot Moderno” y del Examiner, y después del Times, el Examiner y “Argot Moderno”.
Pero el mérito fundamental de la revista radica en la variedad
de sus artículos; y de, entre éstos, los mejores vienen bajo el encabezamiento
de lo que el señor Moneypenny llama las “Bizarreríes” (lo que quiera que
pueda significar eso), y el resto de la gente llama las intensidades. Este es un tipo de literatura que
aprendí a apreciar hace largo tiempo, aunque sólo a raíz de mi última visita al
señor Blackwood (como representante de la sociedad) he llegado a conocer el
método exacto de su creación. El método es muy sencillo, aunque no tanto como
el de los artículos políticos. Cuando llegué a ver al señor B., y una vez que
le hice saber los deseos de la
Sociedad , me recibió con gran cortesía, llevándome a su estudio
y dándome una clara explicación de la totalidad del proceso.
-Mi querida señora -dijo él, evidentemente impresionado
por mi aspecto majestuoso, ya que llevaba puesto el traje de satén carmesí, con
las agraffas verdes y las aurículas de color naranja.
-Mi querida señora -dijo él, siéntese. La cuestión parece
ser ésta: en primer lugar, su escritor de intensidades debe utilizar una tinta
muy negra, y una pluma muy grande, con un plumín muy romo. ¡Y fíjese usted
bien, mis psyche Zenobia! -continuó,-después de una pausa, con gran energía y
solemnidad- ¡Fíjese usted bien! ¡Esa pluma jamás-debe-ser-arregla-da!
Ahí, madame, está el secreto, el alma de la intensidad. Yo me atrevo a decir
que ni un solo individuo, por muy genial que haya sido, ha escrito jamás con
una buena pluma, entiéndame usted, un buen artículo. Puede usted partir del supuesto
que cuando un manuscrito se puede leer, no vale la pena leerlo. Este es el
principio guía de nuestra fe, y si no está usted de acuerdo con él, habremos de
dar por terminada nuestra entrevista.
Hizo una pausa. Pero como yo, por supuesto, no tenía ningún
deseo de dar por terminada la entrevista, acepté aquella proposición tan
evidente, que era además una verdad de la que había sido consciente desde
siempre. Él pareció satisfecho y siguió con su perorata.
-Puede parecer pedante por mi parte, Miss Psyche Zenobia,
el recomendarle un artículo, o una serie de artículos a guisa de modelo o materia de estudio, y aún así, no
obstante, tal vez fuera lo mejor que le señalara unos cuantos casos. Veamos.
Estaba el “muerto viviente”, ¡algo fantástico! Era el relato de las sensaciones
de un caballero que había sido enterrado antes de que la vida hubiera
abandonado su cuerpo... Estaba repleta de buen gusto, terror, sentimiento, metafísica
y erudición. Hubiera uno jurado que su autor había nacido y había sido criado
en el interior de un ataúd. También tuvimos las “Confesiones de un comedor de
Opio” ¡Espléndido, realmente espléndido! una imag inación
gloriosa, filosofía profunda, agudas especulaciones, abundancia de fuego y de
furia, todo bien sazonado con toques de lo ininteligible. Aquello era una
cháchara de la buena, y la gente se la tragó encantada. Tenían la impresión de
que Coleridge era el autor, pero no era así. Fue creado por mi babuino preferido,
Juniper, con la ayuda de una Jarra de Hollands con agua, “caliente y sin
azúcar”. (Esto me hubiera costado trabajo creerlo si me lo hubiera contado una
persona que no fuera el señor Blackwood, que me asegu ró
que era cierto.) Estaba también “El Experimentalista Involuntario”, que trataba
de un caballero que fue asado en un homo, y salió vivo y en buen estado, si
bien, desde luego, muy hecho. Estaba también “el Diario de un Doctor Extinto”,
cuyo mérito radicaba en la presencia de mag níficos
disparates y una indiscriminada utilización del griego, ambos muy del gusto del
público. También estaba “El hombre de la campana”, que, dicho sea de paso, Miss
Zenobia, es una obra que no puedo dejar de recomendar a su atención. Es la
historia de una persona joven, que se queda dormida bajo el badajo de la
campana de una iglesia, y es despertada por el sonar de la campana tocando a
funeral. El sonido le vuelve loco, y, en consecuencia, saca su cuadernito y nos
describe sus sensaciones. Después de todo, lo fundamental son las sensaciones,
que supondrán para usted diez guineas la página. Si desea usted escribir con
fuerza, Miss Zenobia, preste minuciosa atención a las sensaciones.
-Eso mismo haré, Mr. Blackwood -dije yo.
-¡Magnífico! -replicó. Ya veo que es usted un discípulo
de los que a mí me gustan. Pero debo ponerla au fait en conocimiento de los detalles necesarios para la
composición de lo que podríamos llamar un genuino artículo de Blackwood con el
sello de lo sensacional, del tipo que supongo que usted comprenderá que
considero el ideal bajo cualquier circunstancia.
-El primer requisito a cumplir es el meterse uno en una
situación en la que nadie haya estado antes. El homo, por ejemplo... ese fue un
verdadero éxito. Pero si no tiene usted a mano un horno, o una campana grande,
y si no le resulta cómodo caerse desde un globo, o que se le trague la tierra
en un terremoto, o quedarse atascada en una chimenea, tendrá que conformarse
con imag inarse una situación
semejante. Yo preferiría, no obstante, que viviera usted la experiencia en
cuestión. Nada ayuda tanto a la imag inación
como un conocimiento experimental del asunto a tratar. “La verdad es extraña”,
sabe usted, “más extraña que la ficción”, aparte de ser mucho más apropiada.
Al llegar aquí le asegu ré
que tenía un mag nífico par de ligas,
y que pensaba colgarme de ellas en la primera oportunidad.
-¡Espléndido! -replicó él-, hágalo; aunque ahorcarse está
ya algo visto. Tal vez pueda usted hacer algo mejor. Tómese una buena dosis de
pildoras de Brandreth, y después venga a explicarnos sus sensaciones. No
obstante, mis instrucciones se aplican exactamente igual a cualquier caso de
desgracia o accidente, y es perfectamente fácil que antes de llegar a su casa,
le golpeen en la cabeza, le atropelle un autobús o le muerda un perro rabioso,
o se ahogue en una alcantarilla. Pero continuemos con lo que íbamos diciendo.
-Una vez decidido el tema, debe usted tomar en consideración
el tono o estilo de su narración. Existe, por supuesto, el tono didáctico, el
tono entusiasta, el tono natural, todos suficientemente conocidos. Pero también
está el tono lacónico, o seco, que se ha puesto de moda últimamente. Consiste
en escribir con frases cortas. Algo como esto: Nunca se es demasiado breve.
Nunca, demasiado mordaz. Siempre, un punto. Jamás, un párrafo.
-También está el tono elevado, difuso e interjectivo. Algunos
de nuestros mejores novelistas son adictos a este estilo. Todas las palabras
deben ser como un torbellino, como una peonza sonora, y sonar de forma muy
parecida, lo que suple muy bien la falta de significado. Este es el mejor
estilo que se debe adoptar cuando el escritor tiene demasiada prisa para pensar.
-También es bueno el tono metafísico. Si conoce usted
palabras ampulosas, ahora es el momento de utilizarlas. Hable de las escuelas
Jónica y Eleática, de Architas, Gorgias y Alcmaeon. Diga algo acerca de lo
subjetivo y de lo objetivo. Insulte, por supuesto, a un hombre llamado Locke.
Desdeñe usted todo en general, y si algún día se le escapa algo un poco demasiado
absurdo, no tiene porqué tomarse la molestia de borrarlo, añada simplemente una
nota a pie de página, diciendo que está usted en deuda por la profunda
observación citada arriba con la “Kritik der reinem Vernunf”, o con “Metaphysische
Anfangsgründe der Naturwissenschaft”.
Esto le hará parecer erudita y... y... sincera.
-Hay varios otros tonos igualmente célebres, pero mencionaré
tan sólo dos más, el tono trascendental y el tono heterogéneo. En el primero,
todo consiste en ver la naturaleza de las cosas con mucha más profundidad que
ninguna otra persona. Esta especie de don del tercer ojo resulta muy eficaz
cuando se aborda adecuadamente. Leer un poco el Dial le ayudará a usted
mucho. Evite usted en este caso las palabras altisonantes. Utilícelas lo más
pequeñas posible y escríbalas al revés. Ojee los poemas de Channing y cite lo
que dice acerca de un “pequeño hombrecillo gordo con una engañosa demostración
de Can”. Introduzca algo acerca de la Unidad Suprema. No
diga ni una sola palabra acerca de la Dualidad Infernal.
Sobre todo, trabaje con insinuaciones. Insinúelo todo, no afirme nada. Si
tuviera usted el deseo de escribir “pan y mantequilla”, no se le ocurra hacerlo
de una forma directa. Puede usted decir todo lo que se aproxime al “pan y
mantequilla”. Puede hacer insinuaciones “acerca del pastel de trigo negro, e
incluso puede usted llegar a hacer insinuaciones acerca del porridge, pero si
lo que quiere usted decir de verdad es pan y mantequilla, sea usted prudente,
mi querida Miss Psyche, y bajo ningún concepto se le ocurra a usted decir “pan
y mantequilla”.
Le asegu ré que
jamás lo liaría en toda mi vida. Me besó y continuó hablando:
-En cuanto al tono heterogéneo, no es más que una juiciosa
mezcla, a partes iguales, de todos los demás tonos del mundo, y consiste, por
lo tanto, en una mezcla de todo lo profundo, extraño, grandioso, picante,
pertinente y bonito.
-Supongamos entonces que usted ya ha decidido el tema y el
tono a utilizar. La parte más importante, de hecho, el alma de la cuestión,
está aún por hacerse. Me refiero al relleno. No es lógico suponer que una Dama, ni tampoco un caballero, si
a eso vamos, haya llevado la vida de un ratón de biblioteca. Y, no obstante y
por encima de todo, es necesario que el artículo tenga un aire de erudición, o
al menos pueda ofrecer pruebas de que su autor ha leído mucho. Ahora le
explicaré cómo hay que hacer para lograr ese aire. ¡Fíjese! -dijo, sacando tres
o cuatro volúmenes de aspecto ordinario y abriéndolos al azar-. Echando un
vistazo a casi cualquier libro del mundo, podrá usted percibir de inmediato la
existencia de pequeñas muestras de cultura o bel-esprit-ismo, que son precisa mente
lo que hace falta para sazonar adecuadamente un artículo modelo Blackwood.
Podría usted ir apuntando unos cuantos, según se los voy leyendo. Voy a hacer
dos divisiones: en primer lugar, Hechos Picantes para la Elaboración de Símiles, y, en segundo lugar. Expresiones
Picantes para Ser Introducidas Cuando la Ocasión lo Requiera. ¡Ahora escriba!
Y yo escribí lo que él dictaba.
HECHOS PICANTES PARA HACER SÍMILES.- “Originalmente, no
había más que tres musas, Melete, Mneme, Aoede: meditación, memoria y canto”.
Puede usted sacar mucho partido de ese pequeño hecho si lo utiliza adecuadamente.
Debe saber que no es un hecho demasiado conocido, y parece recherché. Debe usted poner mucha atención en
ofrecer el dato con un aire de total improvisa ción.
-Otra cosa. “El río Alpheus pasaba por debajo del mar, y
resurgía sin que hubiera sufrido merma la pureza de sus aguas.” Un tanto
manido, sin duda, pero si se adorna y se presenta adecuadamente, parecerá más
fresco que nunca.
-Aquí hay algo mejor. “El Iris Persa parece poseer para
algunas personas un aroma muy fuerte y exquisito, mientras que para otras
resulta totalmente carente de olor.” Esto es espléndido, y... ¡muy delicado! Se
altera un poco, y puede dar un resultado prodigioso. Vamos a buscar algo más en
el terreno de la botánica. Nada da mejor resultado que eso, especialmente con
la ayuda de un poco de latín. ¡Escriba!
-“El Epidendrum
Flos Aeris, de Java. Tiene una flor de extraordinaria
belleza, y sobrevive aún cuando ha sido arrancada. Los nativos la cuelgan del
techo y disfrutan de su fragancia durante años.” ¡Esto es mag nífico! Con esto ya tenemos suficientes Símiles.
Procedamos ahora con las Expresiones Picantes.
-EXPRESIONES PICANTES. “La Venerable novela China
Ju-kiao-li”. ¡Espléndido! Introduciendo estas pocas palabras con
destreza, demostrará usted su íntimo conocimiento de la lengua y literatura
chinas. Con la ayuda de esto posiblemente pueda usted arreglárselas sin el
árabe, el sánscrito o el chickasaw. No obstante, no se puede uno pasar sin algo
de español, latín y griego. Tendré que buscarle algún pequeño ejemplo de cada
uno. Cualquier cosa es suficiente, ya que debe usted depender de su ingenio
para hacer que encaje en su artículo. ¡Escriba!
-“Aussi tendré que Zaire”, tan tierno como Zaire; francés.
Alude a la frecuente repetición de la frase la tendré Zaire, en la tragedia francesa que lleva
ese nombre. Adecuadamente introducida demostrará no sólo su conocimiento de
esta lengua, sino también la amplitud de sus lecturas y de su ingenio. Puede
usted decir, por ejemplo, que el pollo que estaba comiendo (escriba un artículo
acerca de cómo estuvo a punto de asfixiarse por culpa de un hueso de pollo) no
resultaba del todo aussi tendré
que Zaire. ¡Escriba!
Ven muerte tan escondida,
Que no te sienta venir
Porque el placer de morir
No me torne a dar la vida[1]
-Eso es español, de Miguel de
Cervantes. Esto puede usted meterlo muy à propos, cuando esté usted en los últimos espasmos de la
agonía por culpa del hueso de pollo. ¡Escriba!
“Il Pover’
huomo che non se’n era accorto,
Andava combattendo, e era morto”
Esto, como sin duda habrá notado,
es italiano, de Ariosto. Significa que un gran héroe, en el ardor del combate,
sin darse cuenta de que estaba muerto, seguía luchando, muerto como estaba. La
aplicación de esto a su propio caso es evidente, ya que espero, Miss Psyche,
que dejará usted pasar al menos una hora y media antes de morir ahogada por el
hueso de pollo. ¡Escriba, por favor!
“Und
sterb’, ish doch, so sterb’ich denn
Durch sie durch sie!”
-Esto es alemán, de Schiller. “Y si
muero, al menos muero por ti... ¡por ti!”. Aquí es evidente que se dirige usted
a la causa de su desastre, el pollo. De hecho, ¿qué caballero (o si a eso
vamos, qué dama) con sentido común no moriría, me gustaría saber, por un capón
bien engordado de la raza Molucca, relleno de alcaparras y setas, y servido en
una ensaladera con gelatina de naranja en mosaiques? ¡Escriba! (Los sirven preparados así en
Tortoni’s.) ¡Escriba, hágame el favor!
-Aquí hay una bonita frase en latín, que además es rara
(uno no puede ser demasiado recherché ni breve al hacer citas en latín,
se está haciendo tan vulgar): ignoratio elenchi. El ha cometido un ignoratio elenchi, es decir, ha comprendido
las palabras de lo que ha dicho usted, pero no su contenido. El hombre es un
tonto, ¿comprende? Algún pobre
idiota al que usted se dirige mientras se ahoga con el hueso de pollo, y que,
por lo tanto, no sabe de lo que estaba usted hablando. Tírele a la cara el ignoratio elenchi, e instantáneamente
le habrá usted aniquilado. Si osa replicar, puede usted hacerle una cita de
Lucano (aquí está), que los discursos no son más que anemonae verborum, palabras anémona.
La anémona, a pesar de sus brillantes colores, carece de olor. O, si empieza a
ponerse violento, puede caer sobre él con insomnio Jovis, el arrobamiento
jupiteriano, una frase que Silius Itálicus (fíjese, aquí) aplica a las ideas
pomposas y grandilocuentes. Esto, sin duda, le herirá en lo más vivo. No podrá
hacer nada mejor que dejarse caer y morir. ¿Tendría usted la amabilidad de
escribir?
-En griego tenemos que buscar algo bonito, por ejemplo,
algo de Demóstenes.
Аνερο φενων χατ παχλτν μυχετατ
Existe una traducción
tolerablemente buena de esto en Hudibras.
“Porque aquel que huye puede volver
a luchar. Lo que jamás podría hacer el que ha sido muerto.”
En un artículo Blackwood, nada queda tan bien como el griego.
Las mismas letras tienen un cierto aire de profundidad. ¡Observe tan sólo,
Madame, el aspecto astuto de esa épsilon! ¡Esa “pi” debería, sin duda, ser
obispo! ¿Puede haber alguien más listo que esa omicrón? ¡Fíjese en esa tau! En
pocas palabras, no hay nada como el griego para un artículo de verdadera
sensación. En el caso presente, la aplicación que puede usted hacer dé esto es
de lo más evidente. Lance usted la frase, junto con algún terrible juramento y
a modo de ultimátum al villano cabezota e inútil, que fue incapaz de comprender
lo que le estaba diciendo en relación con el hueso de pollo. Él aceptará la
insinuación y se irá, puede usted estar segura.
Estas fueron todas las instrucciones que el Sr. B. pudo
darme acerca de aquel tema, pero, en mi opinión, eran más que suficiente. Al
cabo de un tiempo, fui capaz de escribir un genuino artículo de Blackwood, y decidí seguir haciéndolo a partir
de entonces. Al despedirnos, el Sr. B. me propuso comprarme el artículo una vez
que lo hubiera escrito, pero como no podía ofrecerme más que cincuenta guineas
por hoja, decidí que sería mejor dárselo a nuestra sociedad, antes que
sacrificarlo por una suma tan escasa. A pesar de su tacañería, el caballero
tuvo todo tipo de consideración conmigo en los demás aspectos, y me trató de
hecho con la mayor educación. Sus palabras de despedida se grabaron profundamente
en mi corazón, y espero recordarlas siempre con gratitud.
-Mi querida Miss Zenobia- me dijo con los ojos inundados
de lágrimas-, ¿existe cualquier otra cosa que pueda yo hacer para favorecer el
éxito de su laudable labor? ¡Déjeme reflexionar! Cabe dentro de lo posible que
no pueda usted, en un cierto margen de tiempo, a... a... ahogarse, o...
asfixiarse con un hueso de pollo, o... o... ahorcarse, o... ser mordida por
un... ¡pero espere! Ahora que lo pienso, tenemos un par de espléndidos bulldogs
en el patio, unos animales mag níficos,
se lo asegu ro, salvajes y todo
eso... de hecho, son justo lo que usted necesita. En cuestión de cinco minutos
se la habrán comido entera, con todo y aurículas (aquí tiene usted mi
reloj), y ¡piense usted tan sólo en las sensaciones! ¡Tom, Peter, aquí! Dick,
maldito seas, deja salir a esos -pero como yo realmente tenía mucha prisa , y no podía perder ni un minuto más, tuve, muy
para mi disgusto, que acelerar mi partida y, en consecuencia, me despedí
inmediatamente, y de una manera
algo más brusca de lo que la cortesía recomienda en otras circunstancias.
Mi objetivo fundamental, una vez terminada mi visita al
señor Blackwood, era el meterme en algún tipo de dificultad inmediatamente,
siguiendo sus recomendaciones, y con este propósito pasé la mayor parte del día
vagando por Edimburgo, en busca de aventuras desesperadas, aventuras que fueran
adecuadas a la intensidad de mis emociones, y que se adaptaran a las ambiciosas
características del artículo que había decidido escribir. Durante esta
excursión me acompañaba un sirviente negro, Pompey, y mi perrita faldera, “Diana”,
a la que había traído conmigo desde Filadelfia. No obstante, no fue hasta bien
entrada la tarde cuando, por fin, tuve éxito en mi ardua empresa. Fue entonces
cuando ocurrió un importante suceso, cuya sustancia y resultados son los
referidos en el artículo de Blackwood que sigue.
1.011. Poe (Edgar Allan)
[1] Esta
cita y las sucesivas, vienen en sus idiomas originales respectivos.
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