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lunes, 1 de julio de 2013

El mensajero veloz

En cierto reino, en cierto país, había unos pantanos intransitables. Para llegar de un extremo al otro por el camino que los rodeaba, había que cabalgar tres años al galope y más de cinco al trote. Al lado mismo del camino vivía un hombre muy pobre que tenía tres hijos: Iván, Vasili y Semión el zagal.
Aquel hombre pobre hizo el propósito de desecar los pantanos, tender puentes y construir un camino recto para que un hombre a pie pudiera ir de un lado a otro en tres semanas, y en tres días un jinete.
Puso manos a la obra en unión de sus hijos y, con el tiempo, logró lo que se había propuesto: quedaron tendidos los puentes y el camino recto construido.
Volvió el hombre a su casucha y le dijo a Iván, el hijo mayor:
-Ve hasta un puente, querido hijo, métete debajo y escucha lo que dice la gente de nosotros, si habla bien o mal.
Iván obedeció al padre y se escondió debajo de un puente. Allí estaba, cuando acertaron a pasar dos frailes, que iban diciendo:
-Al que ha construido este puente y este camino, Dios ha de concederle lo que le pida.
Apenas oyó estas palabras, Iván salió de su escondite.
-Este puente -explicó- lo hemos construido mi padre, mis hermanos y yo.
-¿Y qué quieres-pedirle a Dios? -preguntaron los frailes.
-Pues quisiera que me diese dinero para toda la vida -respondió Iván.
-Está bien. Sal al campo. En pleno campo encontrarás un viejo roble. Debajo de ese roble hay una cueva profunda y en esa cueva una gran cantidad de oro, plata y piedras preciosas. Empuña una pala, cava allí y Dios te dará dinero para toda la vida.
Iván fue al campo, sacó mucho oro, plata y piedras preciosas de debajo del roble y las llevó a su casa.
-¿Qué tal, hijo? -preguntó el padre-. ¿Has visto a algún caminante o a algún jinete que fuera por el puente? ¿Qué dice la gente de nosotros?
Iván refirió al padre que había visto a dos frailes y que le habían recompensado para toda la vida.
Al día siguiente envió el padre a Vasili, el hijo mediano. Vasili se metió debajo de un puente y se puso a escuchar. Pasaron dos frailes y dijeron al llegar frente al sitio donde él se encontraba:
-Al que ha construido este puente y este camino, Dios ha de concederle lo que le pida.
Apenas oyó estas palabras, Vasili fue hacia los frailes.
-Este puente -les dijo- lo hemos construido mi padre, mis hermanos y yo.
-¿Y qué quieres pedirle a Dios? -preguntaron los frailes.
-Pues yo le pediría pan para toda la vida.
-Está bien. Ve a tu casa, abre un surco y siémbralo: Dios te dará pan para toda la vida.
Vasili fue a su casa, se lo contó todo al padre, abrió un surco y lo sembró de trigo.
Al tercer día envió el pobre campesino a su hijo menor. Semión el zagal se metió debajo de un puente a escuchar. Pasaron por el puente los dos frailes y, al llegar junto a él, dijeron:
-Al que ha construido este puente y este camino, Dios ha de concederle lo que le pida.
Semión el zagal oyó estas palabras, se presentó ante los frailes y dijo:
-Este puente lo hemos construido mi padre, mis hermanos y yo.
-¿Y qué quieres pedirle a Dios?
-Pues le pediría a Dios la merced de servir como soldado a nuestro gran soberano.
-¡Pídele otra cosa! El servicio es muy duro. Si te metes a soldado, caerás prisionero del rey de los mares y muchas serán las lágrimas que derrames.
-Demasiado sabéis vosotros, a vuestra edad, -que quien no llora en este mundo llorará luego en el otro.
-En fin... Ya que es tu deseo servir al zar, nosotros te damos nuestra bendición para ello.
Con estas palabras, los frailes posaron sus manos sobre Semión, convirtiéndolo en ciervo veloz.
Corrió el ciervo hacia su casa. El padre y los hermanos, que le vieron venir por la ventana, salieron a toda prisa de la isba para atraparle. El ciervo dio media vuelta, llegó de una carrera hasta los frailes, y éstos le convirtieron en lebrato.
El lebrato partió hacia su casa. El padre y los hermanos, que le vieron, salieron a toda prisa de la isba para cazarlo, pero él dio media vuelta, llegó de una carrera hasta los frailes, y éstos le convirtieron en pajarillo con la cabecita de oro.
El pajarillo voló hacia su casa, se posó en el poyo de una ventana abierta, pero el padre y los hermanos, que lo vieron, quisieron echarle mano. El pajarillo remontó el vuelo y volvió donde los frailes, que le devolvieron su forma humana diciéndole:
-Ahora, Semión el zagal, ve a servir al zar. Si necesitaras llegar muy aprisa a alguna parte, ya te hemos enseñado cómo puedes convertirte en ciervo, en lebrato o en pajarillo con la cabecita de oro.
Semión el zagal fue a su casa y le pidió a su padre permiso para ir a servir al zar.
-¿Cómo vas a ir tú al servicio? -objetó el pobre campesino. Eres demasiado pequeño y te falta entendimiento.
-Tienes que dejarme ir, bátiushka. Es la voluntad de Dios.
El padre acabó cediendo. Semión el zagal hizo sus preparativos, se despidió del padre y de los hermanos y emprendió el camino.
Al cabo de cierto tiempo -no sé si poco o mucho- llegó al palacio real y se presentó al zar.
-Majestad: os ruego que me concedáis la venia para hablar.
-Di lo que sea, Semión el zagal.
-Majestad: os ruego que me admitáis para servir en vuestro ejército.
-¡Qué dices! Todavía eres pequeño y tienes poco entendimiento. ¿Qué vas a hacer en el servicio militar?
-Aunque soy pequeño y tengo poco entendimiento, serviré tan bien como los demás. Para ello confío en Dios.
El zar accedió, le admitió como soldado y dispuso que quedara a su servicio personal.
Transcurrió el tiempo y, de pronto, cierto rey le declaró una guerra cruenta a aquel zar. El zar comenzó los preparativos para ponerse en campaña y, en las fechas fijadas, estaban listas todas las tropas. Semión el zagal pidió también ir a la guerra. El zar no pudo negarse y lo llevó con él cuando se pusieron en campaña.
Mucho tiempo caminaron el zar y su ejército y muchas tierras dejaron atrás hasta encontrarse ya cerca del enemigo. A los tres días comenzaría la batalla. El zar se dio cuenta entonces de que no tenía su maza de combate ni su afilada espada: habían quedado olvidadas en palacio. ¿Con qué iba a defenderse? ¿Con qué iba a batir a las fuerzas enemigas?
El zar hizo un llamamiento a todas las tropas preguntando si alguien se ofrecía a traerle de palacio, con la mayor rapidez, su maza de combate y su espada afilada. A quien realizara ese servicio, le daría por esposa a su hija, la zarevna María, con medio reino como dote, y le dejaría el reino entero a su muerte.
Se presentaron muchos voluntarios: unos se ofrecían a ir y venir en tres años, otros en dos y algunos incluso en un solo año. En cuanto a Semión el zagal, informó a su soberano:
-Majestad: yo puedo ir a palacio y traer la maza de combate y la espada afilada en tres días.
Encantado, el zar le tomó de la mano, le besó en los labios y al instante le escribió a la zarevna María una carta acreditando al mensajero para que le entregara la maza de combate y la espada afilada.
Semión recibió la carta de manos del zar y se puso en camino.
A una versta del campamento, se convirtió en ciervo veloz y partió como una flecha disparada por un arco. Cansado, al cabo de mucho correr, se convirtió en lebrato y siguió adelante con toda la celeridad de las liebres. Luego, también cansado de mucho correr, y con las patas maltrechas, se convirtió de lebrato en pajarillo con la cabecita de oro. Más raudo todavía, vuela que te vuela, llegó en día y medio al reino donde se encontraba la zarevna María. Recobró su forma humana, entró en el palacio y le entregó la carta del zar. La zarevna María la tomó y preguntó después de leerla:
-¿Cómo has conseguido cruzar tantas tierras en tan poco tiempo?
-Pues de esta manera...
El mensajero se convirtió en ciervo veloz, dio unas vueltas corriendo por la estancia y luego se acercó a la zarevna María, recostando la cabeza sobre sus rodillas. La zarevna tomó unas tijeras y le cortó al ciervo un mechón de pelo de la cabeza.
El ciervo se transformó después en lebrato, pegó unos cuantos brincos por la estancia y saltó a las rodillas de la zarevna, que también le cortó un mechón de pelo.
Finalmente, el lebrato se convirtió en pajarillo con la cabecita de oro, revoloteó un poco por la estancia, fue a posarse sobre la mano de la zarevna, y ésta le cortó unas plumitas de oro de la cabeza. Luego lo ató todo en un pañuelo -el mechón del ciervo, el mechón del lebrato y las plumitas de oro del pajarillo, y lo guardó.
El pajarillo de la cabecita de oro tomó de nuevo su forma de mensajero. La zarevna le sirvió comida y bebida, le equipó para el viaje de vuelta y le entregó la maza de combate y la espada afilada del zar.
Al despedirse se dieron un largo beso y Semión el zagal emprendió el regreso al campamento del zar. De nuevo corrió como ciervo veloz y como raudo lebrato, después voló como pajarillo y, al final del tercer día, divisó el regio campamento a escasa distancia. Le faltarían trescientos pasos para llegar, cuando se tendió a la orilla del mar a descansar un poco debajo de un codeso. Tan fatigado estaba, que al poco rato quedó profundamente dormido. Entonces acertó a pasar por allí un general que, viendo al mensajero dormido, lo arrojó al mar y, apoderándose de la maza de combate y de la espada afilada, se las llevó al soberano diciendo:
-Majestad: aquí tenéis la maza de combate y la espada afilada que yo mismo he ido a buscar. En cuanto a ese bocazas de Semión el zagal, seguro que tarda lo menos tres años en ir y venir.
El zar dio las gracias al general, inició la batalla contra el enemigo, sobre el que obtuvo una gloriosa victoria en poco tiempo.
En cuanto a Semión el zagal, como se ha dicho, cayó al mar. Inmediatamente lo apresó el rey de los mares y se lo llevó a la sima más profunda. Allí se pasó Semión un año entero, pero le entró nostalgia y, muy triste, se puso a llorar amargamente.
-¿Qué es eso, Semión el zagal? ¿Sientes nostalgia? -preguntó el rey de los mares acudiendo a él.
-Así es, majestad.
-¿Quieres volver a tierra rusa?
-Si vuestra majestad es tan amable...
A medianoche, el rey de los mares sacó a Semión a la orilla y él volvió al agua. Semión el zagal comenzó entonces a rogar a Dios entre lágrimas:
-Señor, déjame ver el sol.
Pero, antes de que amaneciera, llegó el rey de los mares, lo agarró y volvió a llevárselo a las profundidades marinas.
Allí vivió Semión el zagal un año más. Le entró nostalgia y se puso a llorar con mucha amargura.
-¿Sientes nostalgia? -preguntó el rey de los mares.
-Mucha.
-¿Quieres volver a tierra rusa?
-Sí, majestad.
A medianoche, el rey de los mares lo sacó a la orilla y él volvió al agua. Semión el zagal comenzó entonces a rogar a Dios entre lágrimas:
-Señor, déjame ver el sol.
Pero, apenas clareaba, llegó el rey de los mares, lo agarró y se lo llevó a la profundidad.
Vivió Semión el zagal un tercer año en el mar y, de la nostalgia, se puso a llorar amargamente, con desconsuelo.
-¿Qué te ocurre, Semión? ¿Sientes nostalgia? -preguntó el rey de los mares. ¿Quieres volver a tierra rusa?
-Sí, majestad.
El rey de los mares lo sacó a la orilla y él volvió al agua. Semión el zagal se puso entonces a rogar a Dios llorando:
-Señor, déjame ver el sol.
El sol lo iluminó todo de pronto con sus rayos y el rey de los mares no pudo apresar ya a Semión.
Entonces Semión el zagal tomó el camino de su país. Se convirtió primero en ciervo, luego en lebrato, después en pajarillo de cabecita de oro, y al poco tiempo se encontró delante del palacio real. Mientras a él le ocurría todo aquello, el zar había regresado de la guerra y había concedido la mano de su hija, la zarevna María, al general mentiroso.
Semión el zagal penetró en la estancia donde el novio y la novia estaban sentados a la mesa. Al verle, la zarevna María le dijo al zar:
-Padre y soberano: te ruego que me concedas la venia para hablar.
-Di lo que sea, querida hija. ¿De qué se trata?
-Padre y soberano: mi prometido no es el que está sentado a la mesa, sino el que acaba de entrar. Demuestra a todos, Semión el zagal, cómo viniste entonces tan aprisa en busca de la maza de combate y de la espada afilada.
Semión el zagal se convirtió en ciervo veloz, dio unas vueltas corriendo por la estancia y se detuvo junto a la zarevna. Esta sacó del pañuelo el mechón de pelo del ciervo, señaló a su padre el lugar de donde lo había cortado y dijo:
-Mira, bátiushka: ésta es una señal que yo hice.
El ciervo se convirtió en lebrato, pegó unos cuantos brincos por la estancia y saltó a las rodillas de la zarevna. Esta sacó del pañuelo el mechón de pelo del lebrato.
El lebrato se convirtió en pajarillo con la cabecita de oro, revoloteó un poco por la estancia y fue a posarse sobre las rodillas de la zarevna, que desató el tercer nudo del pañuelo y mostró las plumitas de oro.
El zar se enteró así de toda la pura verdad, mandó ejecutar al general, casó a Semión el zagal con la zarevna María y le nombró heredero suyo.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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