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lunes, 1 de julio de 2013

El ladron

Eranse un viejo y una vieja que tenían un hijo llamado Iván. Le criaron, dándole de todo, hasta que se hizo mayor y entonces le dijeron:
-Hasta ahora te hemos mantenido, hijo. Ahora te toca a ti mantenernos hasta que nos muramos.
-Si me habéis mantenido hasta esta edad -contestó Iván, bien podéis mantenerme hasta que me salga el bigote.
Le mantuvieron hasta que le salió el bigote.
-Te hemos mantenido hasta que te ha salido el bigote -le dijeron entonces-. Ahora te toca a ti mantenernos hasta que nos muramos.
-¡Pero, padre! ¡Pero, madre! Si me habéis mantenido hasta que me ha salido el bigote, bien podéis mantenerme hasta que me crezca la barba.
Los viejos no tuvieron más remedio que mantenerle hasta que le creció la barba, y entonces dijeron:
-Hijo, te hemos mantenido hasta que te ha crecido la barba. Ahota te toca a ti mantenernos hasta que nos muramos.
-Ya que me habéis mantenido hasta que me ha crecido la barba, bien podéis mantenerme hasta que me haga viejo.
El padre no pudo aguantar más y fue a quejarse de su hijo al barin. El barin hizo venir a Iván.
-¿Qué clase de holgazán eres, que no mantienes siquiera a tu padre y a tu madre?
-¿Y con qué los voy a mantener? ¿O quiere que robe? Yo no he aprendido a trabajar, y ahora ya es tarde.
-Lo consigas como lo consigas -replicó el barin-, a mí me tiene sin cuidado. Aunque sea robando. Lo que yo quiero es que mantengas a tu padre y tu madre y no me vengan con más quejas.
En esto vinieron a decirle al barin que tenía el baño listo. El barin fue a tomar su baño. Cuando volvió había anochecido ya.
-¿Quién hay por ahí? -gritó para que acudiera algún criado. ¡A ver, unas zapatillas!
Iván se presentó al instante, le quitó las botas, le dio unas zapatillas y se llevó las botas a su casa debajo del brazo.
-Toma, padre: quítate los lapti y ponte estas botas de señor.
A la mañana siguiente advirtió el barin la falta de las botas. Mandó en busca de Iván.
-¿Te has llevado tú mis botas?
-No lo sé ni estoy enterado, pero ha sido cosa mía.
-¡Bribón, sinvergüenza! ¿Cómo te has atrevido a robar?
-¿No me dijiste tú mismo, barin, que mantuviera a mi padre y a mi madre aunque fuera robando? No he querido desobedecerte.
-¿Ah, sí? Pues escucha: prueba a robarme el buey negro del arado. Si lo robas, te ganas cien rublos; si no, cien latigazos.
-Está bien -contestó Iván.
Corrió a la aldea, robó un gallo en un corral, lo desplumó y fue con él hasta el campo donde estaban arando. Se acercó con mucho cuidado al surco del extremo, levantó una pella de tierra, metió el gallo debajo y él fue a esconderse entre unos matorrales. Cuando los labradores empezaron un surco nuevo, engancharon la pella de tierra y la vertieron hacia un lado. El gallo desplumado aprovechó para pegar un salto y lanzarse a todo correr por los surcos.
-¡Un gallo que sale de debajo de la tierra! -gritaron los labra-dores-.
¡A ése! ¡A ése! -y corrieron detrás.
Cuando Iván los vio partir a carrera abierta, llegó de unos saltos hasta el arado, le cortó el rabo a uno de los bueyes, se lo metió a otro en la boca, desenganchó al tercero y se lo llevó a su casa.
Después de mucho perseguir al gallo sin darle alcance, los labradores volvieron al campo y se encontraron con que faltaba el buey negro y otro estaba sin el rabo.
-¡Muchachos! Mientras nosotros corríamos detrás de ese bicho raro, un buey se ha comido a otro y a éste le ha arrancado el rabo de un mordisco...
Acudieron al barin muy contritos:
-Bátiushka: un buey se ha comido a otro.
-¡Pero qué imbéciles! -se indignó el barin-. ¿Dónde se ha visto ni se ha oído nunca que un buey se coma a otro? ¡Que llamen inmediatamente a Iván!
Fueron a llamar a Iván.
-¿Has robado tú el buey?
-Sí, barin.
-¿Y qué has hecho con él?
-Lo he degollado, he vendido la pelleja en el mercado y con la carne mantendré a mi padre y a mi madre.
-Está bien, hombre. Aquí tienes los cien rublos. Pero prueba ahora a robarme mi potro favorito, el que guardo detrás de tres puertas y bajo seis candados. Si lo robas, te ganas doscientos rublos; si no, doscientos latigazos.
-A tu servicio, barin. Lo robaré.
Ya anochecido se metió Iván en la casa señorial. En el vestíbulo, donde no había ni un alma, vio la ropa del señor colgada en el perchero. Agarró el capotón y la gorra, se los puso y, saliendo muy decidido al porche, pegó unos gritos a los cocheros y los caballerizos:
-iA ver, muchachos! Quiero ahora mismo mi caballo favorito ensillado delante del porche.
Los cocheros y los caballerizos le tomaron por el señor, corrieron a las cuadras, abrieron las tres puertas, quitaron los seis candados y en un santiamén condujeron al caballo ensillado delante del porche. Iván se montó en él, le pegó un fustazo y... ¡adiós, muy buenas!
Al día siguiente preguntó el barin por su potro favorito y resultó que había desaparecido desde la víspera. Hubo que llamar a Iván.
-¿Has robado tú el potro?
-Sí, señor.
-¿Y dónde está?
-Se lo he vendido a unos mercaderes.
-Puedes darle gracias a Dios por habértelo mandado yo. Toma tus doscientos rublos. Y ahora a ver si robas a mi capellán.
-¿Y cuánto me darías por ello?
-¿Hacen trescientos rublos?
-Hacen. Lo robaré.
-¿Y si no lo consigues?
-Entonces el castigo quedará a tu voluntad.
Llamó el barin a su capellán.
-Ten cuidado -le advirtió-: pásate la noche rezando, sin dormir, porque Iván el ladrón dice que te robará.
Al pobre anciano se le quitó el sueño del susto. Estaba rezando en su celda cuando, a medianoche, llegó Iván con un saco de arpillera y llamó a su ventana.
-¿Quién es?
-Soy un ángel que ha bajado de los cielos para llevarte al paraíso en vida. Métete en el saco.
El capellán fue tan pánfilo que se metió en el saco. Iván lo ató, se lo echó a la espalda, fue al campanario y empezó a subir, sube que te sube.
-¿Llegaremos pronto? -preguntó el capellán.
-Ya lo verás. Primero, el camino es largo, pero tranquilo; luego es corto, pero muy accidentado.
Así lo subió hasta arriba y entonces lo lanzó por las escaleras. ¡Pobre capellán! Contó todos los escalones con las costillas.
-¡Ay! -gemía-. Bien dijo el ángel que el camino era largo pero tranquilo al principio, pero corto y muy accidentado al final... Ni en la vida terrenal ha pasado nada igual.
-Aguanta, que el premio será tu salvación -contestó Iván al llegar también abajo.
Luego agarró el saco, lo colgó en el portón de la verja, puso al lado dos varas de abedul de un dedo de grosor y escribió en el portón: «Anatema sobre quien pase por aquí sin pegarle tres varazos a este saco.»
Conque todo el que pasaba por allí agarraba una vara y pegaba tres veces. Hasta que pasó el barin y preguntó: 
-¿Qué saco es ése?
Mandó que lo descolgaran y lo desataran. Le obedecieron y apareció el pobre capellán.
-¿Cómo has venido a parar aquí? ¿No te dije que tuvieras cuidado? Y tú, ¡nada! Lo que siento no son los varazos que te han pegado. Lo que siento es que por culpa tuya he perdido trescientos rublos.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)


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