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lunes, 1 de julio de 2013

El lobo y la cabra

Erase una cabra, que se hizo una casita en el bosque y allí parió a sus cabritos. La cabra se marchaba a menudo a buscar comida. En cuanto ella salía, los cabritos cerraban la puerta y ellos no iban a ninguna parte. Al volver, la cabra llamaba a la puerta y cantaba:
-Hijitos míos, cabritos. Abrid la puerta, quitad el cerrojo. Soy yo, la cabra, que estuvo en el bosque. He comido hierba suave, he bebido agua helada. Traigo la ubre llena de leche, que rezuma hasta la pezuña y luego a la tierra húmeda...
Los cabritos abrían en seguida para que entrara la madre. Ella les daba de mamar y, cuando se marchaba otra vez al bosque, los cabritos cerraban todo muy bien.
El lobo, que lo había oído todo, aprovechó un momento en que acababa de marcharse la cabra al bosque para acercarse a la casita y gritar con su vozarrón:
-Hola, hijitos; hola, queridos. Abrid la puerta, quitad el cerrojo. Ha venido vuestra madre, que os trae leche y las pezuñas llenas de agua...
Pero los cabritos contestaron:
-Ya oímos que no es la voz de nuestra madre. Nuestra madre canta con voz muy suave y dice otras palabras.
El lobo se marchó y se escondió. Al poco rato volvió la cabra y llamó a la puerta diciendo:
-Hijitos míos, cabritos. Abrid la puerta, quitad el cerrojo. Soy yo, la cabra, que estuvo en el bosque. He comido hierba suave, he bebido agua helada. Traigo la ubre llena de leche, que rezuma hasta la pezuña y luego a la tierra húmeda...
Los cabritos dejaron entrar a su madre y le contaron que había venido el lobo y seguramente se los quería comer. La cabra los amamantó y, al marcharse de nuevo al bosque, les recomendó muy seriamente que de ninguna manera abriesen a nadie que llamara y pidiera entrar con voz muy áspera y sin decir todo lo que ella solía decirles cuando llegaba. Apenas se marchó la cabra, llegó presuroso el lobo, llamó y se puso a recitar con voz muy suave:
-Hijitos míos, cabritos. Abrid la puerta, quitad el cerrojo. Soy yo, la cabra, que estuvo en el bosque. He comido hierba suave, he bebido agua helada. Traigo la ubre llena de leche, que rezuma hasta la pezuña y luego a la tierra húmeda...
Los cabritos abrieron, se metió el lobo en la isba y se los comió a todos, menos a uno que se escondió en la estufa.
Al cabo de un rato volvió la cabra, pero nadie le contestó por mucho que repitió la cantinela de siempre. Se acercó más, y vio que la puerta estaba abierta. Entró en la isba, y se la encontró vacía. Miró dentro de la estufa, y descubrió allí a unos de sus hijitos. Ante aquel desastre, la cabra se sentó en un banco y empezó a llorar amargamente al tiempo que se lamentaba:
-¡Ay, hijitos míos, cabritos! ¿Cómo se os ocurrió abrir la puerta y quitar el cerrojo para caer en las garras del malvado lobo? Os ha devorado a todos, y a mí, desdichada cabra, me ha causado mucho dolor y aflicción...
El lobo, que la oyó, entró en la isba y le dijo:
-¿Cómo es posible, comadre, que pienses esas cosas de mí? ¿De verdad crees que yo sería capaz de hacer eso? Anda, vamos a dar un paseo por el bosque.
-No, compadre; no estoy de humor para pasear.
-Vamos... -insistió el lobo.
Por fin fueron al bosque. Paseando encontraron un hoyo donde quedaban brasas de una hoguera donde unos bandoleros habían estado guisando su comida poco antes y aún quedaba bastante fuego. La cabra le dijo al lobo:
-Compadre, vamos a probar a ver quién se salta este hoyo.
El lobo aceptó, saltó y cayó dentro del hoyo, sobre las brasas. El fuego hizo reventar la panza del lobo, los cabritos salieron de un brinco y corrieron hacia su madre.
Desde entonces vivieron tranquilos, fueron creciendo y no les pasó ya nada malo.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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