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lunes, 1 de julio de 2013

El lenguaje de las aves

Vivían en cierta ciudad un mercader y su esposa, a quienes Dios había dado un hijo llamado Vasili, extraordinariamente listo para sus años. Estaban comiendo un día los tres, cuando se puso a cantar un ruiseñor que tenían en una jaula colgada sobre la mesa. Y tan triste era su canto, que el mercader dijo angustiado:
-Si alguien pudiera decirme de verdad lo que augura el ruiseñor con sus trinos, sería capaz de regalarle en vida la mitad de mis bienes y dejarle también una gran herencia a mi muerte.
Vasili, que entonces tendría unos seis años, miró a sus padres con ojos temerosos y dijo:
-Yo sé lo que canta el ruiseñor, pero no me atrevo a decirlo.
El padre y la madre insistieron en que se lo contara todo, y Vasili murmuró llorando:
-Predice el ruiseñor que llegará un día en que vosotros estaréis para servirme: tú, padre, me traerás el agua y tú, madre, la toalla para en-jugarme la cara y las manos.
Tanto les dolieron aquellas palabras al mercader y su esposa, que decidieron deshacerse de la criatura. Construyeron una pequeña barca y, una noche muy oscura, metieron en ella al hijo dormido y la soltaron en pleno mar.
Pero el ruiseñor agorero escapó al mismo tiempo de su jaula, voló hasta donde estaba la barca y se posó en el hombro de Vasili.
Bogaban por el mar, cuando se cruzó con ellos un barco que navegaba con todas las velas desplegadas. El patrón del barco vio a Vasili, lo recogió compadecido y, al conocer su historia, le prometió tenerle siempre a su lado y amarle como a un hijo.
Al día siguiente le dijo Vasili a su padre adoptivo:
-Canta el ruiseñor que se aproxima una tempestad que partirá los mástiles y romperá las velas. Dice que volvamos al muelle.
El patrón no hizo caso. Pero estalló efectivamente una tempestad que partió los mástiles y rompió las velas. Como las cosas cuando han ocurrido no se pueden remediar, tuvieron que poner otros mástiles y remendar las velas antes de seguir navegando.
Al cabo de un tiempo, advirtió nuevamente Vasili:
-Canta el ruiseñor que vienen hacia nosotros doce barcos, todos corsarios, y que nos harán prisioneros.
Esta vez el patrón atendió la advertencia, buscó refugio en una isla y vio pasar de largo a los doce barcos, todos corsarios.
Esperó el patrón del barco un tiempo prudencial y reanudó su travesía. Navegaron mucho aún hasta que el barco atracó en la ciudad de Jvalinsk.
Hacía ya varios años que el rey de aquellas tierras padecía un auténtico martirio por causa de unos cuervos que estaban siempre revoloteando y pegando graznidos delante de las ventanas de palacio. Eran un macho, una hembra y una cría, que no dejaban descansar a nadie ni de día ni de noche. Y no había modo de espantarlos de allí: ni con argucias ni siquiera con perdigonadas.
El rey había ordenado colocar en todas las encrucijadas y en todos los muelles un aviso diciendo que, si alguien lograba espantar a los cuervos de las ventanas de palacio, le daría la mitad de su reino como recompensa y le casaría con la menor de sus hijas. Pero a quien intentara la empresa y fallara, le cortarían la cabeza. Muchos fueron los que probaron, deseosos de emparentar con el rey, pero todos perdieron la cabeza bajo el hacha.
Cuando Vasili se enteró de ello, pidió al patrón del barco:
-Deja que vaya a palacio para ahuyentar a esos cuervos.
El patrón quiso disuadirle, pero no lo consiguió.
-¡Allá tú! -acabó diciendo-. Y si algo te ocurre, te estará bien empleado.
Llegó Vasili a palacio, le dijo al rey lo que pretendía y mandó abrir la ventana delante de la cual revoloteaban los cuervos. Escuchó un rato sus graznidos y luego le explicó al rey:
-Majestad, ya veis que son tres pájaros: un cuervo, una cuerva y un corvato. El cuervo y la cuerva discuten sobre quién tiene potestad sobre la cría: el padre o la madre. Y quieren que alguien haga de juez. Decidles vos, majestad, a quién pertenece el hijo.
-Al padre -declaró el rey, y apenas pronunció estas palabras, el cuervo salió volando hacia la derecha con el corvato, y la cuerva hacia la izquierda.
El rey dejó a Vasili en palacio, donde vivió a su lado, querido y respetado de todos. Creció, se convirtió en un apuesto galán y se casó con la princesa, recibiendo medio reino como dote.
Una vez se le ocurrió viajar por distintos lugares y tierras extrañas para darse a conocer y conocer él a otras gentes. Hizo sus preparativos y se puso en camino.
Habiéndose detenido a pernoctar en una ciudad, quiso lavarse por la mañana. El dueño de la casa le trajo el agua y la dueña le presentó una toalla. El príncipe se puso a hablar luego con ellos y descubrió que eran su padre y su madre. Cayó a sus plantas llorando de alegría y se los llevó después a la ciudad de Jvalinsk, donde vivieron juntos muchos años en la opulencia.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)


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