Donde el lector inteligente ve
que todo lo había acertado, a pesar de las precauciones del autor
Después
de la explosión, Quiquendone había vuelto a ser la población pacífica,
flemática y alemana que antes era.
Después
de la explosión, que no causó una emoción muy profunda, cada cual, sin saber
por qué, emprendió el camino de su casa, yendo el burgomaestre apoyado en el
brazo del consejero, el abogado Schut en el del médico Custos, Frantz Niklausse
en el de su rival Simón Collaert, todos tranquilos, sin ruido, sin conciencia
de lo que había pasado y olvidando el desquite contra Virgamen. El general
había vuelto a sus confites y el edecán a sus barritas de caramelo.
Todo
había vuelto a la calma, todo había recobrado su vida habitual, hombres y
animales, bestias y plantas, y hasta la misma torre de la puerta de Audenarde,
que la explosión (esas explosiones son a veces bien extrañas) había enderezado.
Y desde
entonces no volvió a hablarse una palabra más alta que otra, ni hubo más
disensiones en la población de Quiquendone. ¡No más política, no más clubs, no
más pleitos, ni más agentes de orden público! El destino del comisario Passauf,
volvió a ser una sinecura, y si no le rebajaron el sueldo fue porque el
burgomaestre y el consejero, no pudieron atreverse a adoptar una resolución.
Por otra parte, seguía siendo objeto sin pensarlo de los ensueños de la
inconsolable Tatanemancia.
En
cuanto al rival de Frantz, abandonó generosamente su amada Suzel a su prometido,
que se apresuró a casarse con ella, cinco o seis años después de estos sucesos.
Y en
cuanto a la señora van Tricasse, murió diez años más tarde, y después de los
plazos de ordenanza, el burgomaestre se casó con la señorita van Tricasse, su
prima.
1.016. Verne (Julio)
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